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Gobernaban sin duda aun la república de las letras censores como el religioso Minimo de la Victoria, cuando escribió Lista un artículo acerca de Tirso, recopilado en sus Ensayos (II, 105), donde citó así este rasgo de la pintura de un clerizonte :

Dejéle en fin por no ver

amo que tan gordo y lleno
nunca á Dios llamaba bueno

hasta despues de comerj

del Don Gil de las calzas verdes (I, 2). Solo al temor de verse tratado como sacrilego copiante, suponemos se debe que pusiera amo, en vez de santo, según dijo Tirso, é imprimió el mismo Lista en otro lugar de sus Ensayos (II, 91).

Si la Inquisición « aprisionó el entendimiento humano », como aseguran los que la denigran, por lo menos habrán de convenir en que se olvidaron sus adustos consejeros y familiares de cerrar el portillo del buen humor y del donaire por donde se colaron tantos versos de picaresca intención como los citados de Tirso. Por el mismo hueco pasó la descripción de la vida del fraile « cifrada desde el coro al refitorio », donde se lee esta redondilla celebrada :

Va andando la tabla llena :

y pone cada varon

las manos en su porcion

y los ojos en la ajena.

que dice el fingido lego Pepino en la comedia El principe perseguido, refundición de la de Lope de Vega El gran duque de Moscovia, y obra de tres ingenios.

A uno solo que no intervino para nada en la refundición, al Doctor Pérez de Montalván se la adjudicaba en 1796 el edictor de la Floresta cómica ó colección de cuentos y fábulas de los graciosos de nuestras comedias. Mesonero Romanos se acercó algo más á la verdad atribuyéndola á Luis Belmonte Bermudez en los

Preliminares del tomo XLV de la Biblioteca de autores españoles de Rivadeneyra (pág. XXIV), pues en efecto una de las jornadas de la comedia es de Belmonte pero no la segunda donde precisamente se halla la redondilla. Por fortuna, antes de ponerse á la venta el referido tomo, tropezó Mesonero con el original autógrafo de dicha comedia en la Biblioteca de la casa ducal de Osuna, y pudo en la postdata de los Prelimares, rectificarse á sí mismo y dar á Moreto lo que nunca perteneció á Belmonte.

Esta rectificación que prueba la conciencia literaria del colector de los dramáticos contemporáneos á Lope, demuestra también que los literatos que trabajaron en la Biblioteca de Rivadeneyra, no se leian mutuamente. De haber existido esa recíproca correspondencia, Mesonero hubiera visto en la página XL de las ilustraciones que puso don Luis Fernández Guerra al catálogo razonado de las comedias de Moreto, que ya en 1653, en El mejor de los mejores libros que han salido de comedias se decía en público que la segunda jornada de El Principe perseguido era de Moreto. Y en ese libro hubiera visto también, que cada varón ponía las manos en su porción y no en su ración, por ser la primera palabra más propia tratándose de comunidades religiosas, según el Diccionario de la Academia, que la segunda, no obstante lo cual y á pesar de que el Sr. Fernández Guerra era entonces académico presunto, en la página xxv del Discurso preliminar del mismo tomo de la referida Biblioteca, citó el verso con su ración correspondiente, como si nunca hubiese leido la edición de 1653.

Obligados por la fuerza de auténticos documentos á privar de rasgo tan aplaudido á Belmonte, quisiéramos á modo de compensación recordar aquí mismo alguna otra frase suya celebrada. Fray Antolín, el lego más popular de nuestro teatro, algunas podría proporcionarnos de las muchas con que en El diablo predicador excita la hilaridad de los espectadores:

No envia nada.

Huero salió este milagro

dice en la escena 13 de la jornada 2a; y en la jornada 1a exclama :

Fé y esperanza me sobran,
La caridad me hace falta.

Pertenecen en efecto á esa comedia los citados versos; pero lo que desgraciadamente para Belmonte no se halla tan fuera de duda. es que la comedia le pertenezca, si bien à juicio de La Barrera en su Catálogo y de M. Rouanet, el distinguido literato francés, amante de nuestras glorias escénicas, á Luis de Belmonte Bermúdez, mejor que á ningún otro debe atribuirse. Para encontrar versos que sin disputa puedan adjudicársele, es preciso acudir á La renegada de Valladolid (III, 5) donde llama á la patria.

Segunda madre, pues ya
Que no le engendra, le da
Ley y costumbres al hombre,

casi tan citados y conocidos como estos otros de Lista en el romance que empieza Entre las cimas del Alpe,

Feliz el que nunca ha visto

Mas rio que el de su patria

Y duerme anciano á la sombra

Do pequeñuelo jugaba

maltratados por los europeizadores al uso que los califican de bárbaros y á su autor de poeta de baja vista, creyendo uno de ellos, don Eusebio Blasco, que el desdichado poeta era Trueba.

Habiendo citado los donaires de Fray Antolin, no es posible pasar por alto los de otro lego, el más popular de nuestro teatro contemporáneo, aquel hermano Melitón del Don Alvaro ó la fuerza del sino, que reverdeció los laureles del castizo gracioso español y reanudó la serie de los del siglo XVII, interrumpida por las clásicas reformas de los Moratines é Iriartes, graciosos de quienes decía el famoso mercenario en su comedia Amar por señas (1, 1):

¿Que comedia

Hay, si de las de España sabes,
En que el gracioso no tenga
Privanza contra las leyes
Con condes, duques ó reyes,
Ya venga bien ó no venga ?
¿Que secreto no le fian?
¿Que infanta no le da entrada ?

¿A que princesa no agrada ?

Muy á ma tomaron los actores del xviii, la supresión de ese personaje tan simpático á los mosqueteros y á los chorizos. y polacos de antaño, según se desprende de la anécdota que Leandro Fernández de Moratín cuenta en la vida de su padre, al llegar á los estudios y preliminares para la representación de la Hormesinda, escrita conforme á los preceptos traspirenáicos. Cuando se leyó esa obra en el Vestuario del Príncipe, los principales actores, como la malograda María Ignacia Ibáñez, la Filis de Cadalso, y Vicente Merino, el galán de la compañía á quien llamaban el Abogado, manifestaron modestamente que no se creían hábiles para desempeñar sus respectivos papeles : otros dijeron despropósitos, ó callaron entonces para murmurar después. Espejo, barba de aquella compañía que dirijía Ponce, inimitable en los caracteres de bajo cómico, era muy apasionado de Moratín y debía representar el papel de Trasamundo. Esperó la ocasión de hablar al autor separadamente, y le dijo: « La tragedia es excelente, señor Moratín, y digna de su buen ingenio de Vd. Yo por mi parte haré lo que pueda : pero, digame Usted la verdad ¿ á qué viene ese empeño de componer á la francesa? Yo no digo que se quite de la pieza ni siquiera un verso : pero ¿qué trabajo podía costarle á Vd. añadirla un par de graciosos? » Moratin le apretó la mano llorando de risa y le dijo: <«Usted es un buen hombre, tio Espejo estudie Usted su papel bien estudiadito, que lo demás sobre mi conciencia lo tomo.»>< Por esta anécdota puede traslucirse la satisfacción con que debieron oir los actores de ese mismo teatro del Principe, la lectura de

aquel maravilloso drama del Duque de Rivas, que hacia revivir la musa genuinamente española de los Rojas y Moretos, quitándɔles de encima el peso de las tres unidades y el no menos molesto de la severa dicción trágica.

Pronto entraron en el catálogo de las frases que se citan las impaciencias del hermano Melitón, en la escena primera de la quinta jornada, cuando con el cucharón levantado exclama :

Galopo !... Bazofia llama á la gracia de Dios ?..

y sus maliciosas observaciones en la siguiente escena, de las cuales es como resumen esta frase que también ha quedado :

Tiene muchas rarezas (el P. Rafael).

Ocasión habrá de recordar en otros lugares de la presente colección, las frases, digámoslo así, serias de ese drama que algunos críticos hubiesen querido ver quemado por mano del verdugo como contrario á la fé y á las buenas costumbres pero digamos con el altísimo Dante (Inf. III, 51):

Non ragionam di lor, ma guarda e passa.

Estos criticos de Don Alvaro se parecen á ciertos citadores, discipulos del que empezaba por Poncio Pilatos, el Credo; con su sistema desbaratan y estropean muchas frases por no enterarse del sentido y de la intención que puso en ellas el autor. En No hay vida como la honra (III, 6), Montalbán refiere el caso de aquel tuerto que acudió al Cristo de Zalamea en busca de perfecta claridad, y tanto restregó ambos ojos con el aceite de la lámpara milagrosa, que vino á perder el sano y

A grandes voces decia :
Señor a quien me consagro,
Ya no quiero más milagro,
Sino el que yo me traia.

Acabando asi el cuento, deja cierta impresión de volterianismo,

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