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La única mina de todos ellos es el tribunal; porque todos los litigantes, tanto los que ganan como los que pierden, son sus contribuyentes; y los artesanos, viendo su gran poder, no solo los regalan abundantemente, sino tambien à sus criados, tan insolentes, que está en su mano la tasacion de los precios de sus manufacturas, y aun el azotarlos y desterrarlos (1). No eran menos deplorables ni menos escandalosos los vicios del clero. «Muy sensible será lo que voy a decir, escribia el citado Salviano. La misma Iglesia, que en todo debiera de ser la pacificadora de Dios, ¿qué otra cosa es sino la irritadora del mismo Dios? Y á escepcion de muy pocos, ¿qué otra cosa es la congregacion de los cristianos sino una sentina de los vicios? Porque ¿quién encontrarás en la iglesia que no sea ó borracho, ò gloton, ó adúltero, ó fornicador, ladron, homicida, ó lo que es peor, todo esto á un mismo tiempo y sin enmienda....? Los que entran en los templos para llorar por sus pecados, salen ¡qué digo salen! casi en sus mismas oraciones están maquinando nuevas maldades, y profiriendo con la boca lo contrario de lo que sienten sus corazones (2).

Así las ciudades, corrompido su gobierno y sus costumbres se iban despoblando y empobreciendo. Sus vecinos mas pudientes, lejos de apetecer ya el decurionato, compraban dignidades que los eximieran de sus cargas; porque las curias eran responsables en la recaudacion de las contribuciones (3). La curia de Cartago, antes muy numerosa, llegó á verse reducida á muy pocos decuriones por aquel motivo (4). Los mas solian emigrar, ó trasladar su morada al campo, huyendo de las cargas con que estaban gravados sus oficios. Fue necesario, para contener sus emigraciones imponer la pena de confiscacion de las tierras adonde trasladaràn sus domicilios campestres (5).

Los propietarios arrancaban sus cepas, y destrozaban sus árboles para disminuir los valores de sus tierras, y aparentar pobreza (6). Los artesanos abandonaban sus talleres, y se ocultaban de varias maneras (7). Muchos holgazanes (ignavia sectatores) se finjian llamados por Dios á la vida monástica, no para buscar en ella la mayor perfeccion cristiana, sino para satisfacer su gula y otros vicios, sub religionis prætextu, con menos trabajo (8).

En vano el alto gobierno luchaba contra aquellos vicios con muchas leyes, cuando por otra parte, lejos de conservar la libertad y los derechos de las curias, las iba degradando incesantemente, hasta que al fin el emperador Leon vino á suprimirlas, sin otro motivo que el de afirmar mas su despotismo. Si no veanse las razones que alegaba para haber hecho aquella novedad. «Así como, decia, en las demás cosas del uso comun apreciamos las que producen alguna utilidad á la vida, y despreciamos las que no sirven de nada, lo mismo debemos practicar en las leyes. Las que sean útiles para el bien de la república, deben conservarse y alabar

1) In oratione adversus ingredientes in magistratuum domus.

2

En el lugar citado.

3

L. 25. C. Th. De decurionibus.

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(5) L 2, ibid. 4. Si curialis relicta civitate, rus habitare maluerit.

(6) L. 1, ibid. De censitoribus.

(7) L. 1, ib. De his qui conditionem propriam reliquerunt. (8) L. 26. C. De decurionibus.

se: las dañosas ó inútiles deben separarse de la coleccion de las demás. Decimos esto, porque en las antiguas que tratan de los decuriones con cargas intolerables, al mismo tiempo que concedieron á las curias el privilegio de nombrar algunos magistrados, y de gobernar sus ciudades, las cuales, ahora que las cosas tienen otro estado, y que todo pende únicamente de la magestad imperial, estan ya por demás en el órden legal; y así las abolimos por nuestro decreto (1).»

Nunca han faltado á los déspotas pretestos con que paliar sus violencias y sus injusticias. La abolicion de las curias acabo de trastornar el antiguo gobierno manicipal, con que tanto habian prosperado las ciudades y el imperio. En su lugar se fueron sustituyendo los gobiernos militares de los condes, cuyos efectos se irán notando en esta historia.

CAPITULO IV.

Costumbres de los godos primitivos.

Otro de los manantiales del derecho español fueron las costumbres de los godos. Catorce siglos de revoluciones y trastornos, muy frecuentes en los gobiernos de esta península, no han podido extinguir todavía enteramente el espíritu que comunicaron á sus habitantes los fundadores de la monarquía goda, oriundos de la germanía antigua. Todavía se conservan en ella muchos usos y costumbres procedentes de aquellos bárbaros. Así pues, para la historia de su legislacion es necesario absolutamente algun conocimiento del gobierno de los germanos primitivos.

La Germania autigua estuvo habitada por muchas naciones, que aunque gobernadas de diferentes maneras, todas coincidian en ciertos carácteres generales.

Los germanos antiguos habitaban, no en grandes y hermosas casas, villas y ciudades, como los actuales, sino en chozas ó cuevas muy dispersas y desabrigadas. Ni siquiera conocian el uso de la cal, teja y ladrillo (2).

La propiedad rural, que en las naciones cultas es el fundamento mas solido de la felicidad pública, era allí, no solamente menospreciada, sino aun aborrecida como el mayor enemigo de la libertad y de las buenas costumbres. «No se aplican á la agricultura, decia Julio César, siendo su alimento mas comun la leche, queso y carne. Ninguno posee tierras en propiedad. Los magistrados y los príncipes reparten cada año algun terreno entre sus gentes, en la cantidad y los sitios que mas bien les parecen; y al siguiente se mudan en otra parte. Esta costumbre la fundan en varias razones. Para que la aficion al campo y á la agricultura no entibie su espiritu militar. Para que los poderosos no se hagan dueños de inmensos territorios, y despojen de los suyos á los pequeños propietarios. Para que no se fabriquen casas muy cómodas, y abrigadas del calor y el frio. Para que no se fomente la codicia, y se formen por ella partidos y facciones.

) Constit. 46.

(2) Tacitus, De moribus et populis Germaniæ, cap. 16.

Y para que los pueblos viéndose sus vecinos iguales en riqueza, sean gobernados con mas justicia (1).»

Lo mismo refiere Tácito, añadiendo que no sembraban mas granos que los muy necesarios para su subsistencia, ni plantaban árboles, ni cultivaban los frutos que exigen largo tiempo para su crianza; y que era máxima general en toda la germania, que vale mas buscar la vida dando y recibiendo cuchilladas, que sudando sobre el arado, y esperando todo un año la cosecha (2). Por eso preferian á la agricultura la caza y la ganadería; y á las mas deliciosas vegas y jardines, los inmensos bosques y baldíos.

Otra razon alegaban tambien para aquella preferencia, y era que cuanto mas rodeados estuvieran de desiertos, tanto mas seguros se creian contra las invasiones de sus enemigos. Los suevos se jactaban de lindar con un despoblado de seiscientas millas (3).

El único oficio ó profesion de los germanos ingénuos era la milicia. Ninguno era repulado por ciudadano hasta que, examinado públicamente, diera pruebas de su pericia en el manejo de las armas. Desde entonces entraba en todos los derechos de los hombres libres (4).

Los que podian proveerse de armas por sí mismos, militaban á su costa: los que no, se ponian al servicio de algunos señores, y peleaban bajo sus órdenes (5).

La guerra, lejos de reputarse en aquellas naciones como una calamidad, era apetecida como uno de los medios mas seguros de vivir y hacer fortuna; y así la tenian casi continua, ó con los pueblos vecinos, ò en sus mismos paises, entre sus familias y principales (6).

No reputaban por bajeza el robo fuera de territorio; y si la paz de sus ciudades se prolongaba mucho tiempo, salian de ellas para ponerse al servicio de algun príncipe estrangero como lo acostumbran todavía los suizos (7).

Las presas mas apetecidas en aquellas guerras eran las de hombres y mujeres. No habia entonces prisioneros. Todos los vencidos eran esclavos de los vencedores, y se repartian entre estos á proporcion de sus gastos y sus méritos. Despues de los esclavos las presas mas apetecidas eran las de caballos, armas, ganados y otros comestibles. Las alhajas, la plata y la moneda apenas se apreciaban en toda Germania (8).

Los esclavos eran allí menos infelices que entre los romanos. Estos los trataban como bestias. Los germanos eran mas benignos con los suyos. El trabajo ordinario que les daban, era el del campo; y aun allí gozaban mas conveniencias que los de los romanos. Cuanto estos adquirian era para sus señores, fuera de un cortísimo peculio. Los germanos solamente les imponian la obligacion de pagarles ciertos censos en frutos, ganados d ropa, reservandoles el goce de todos los demás productos de su industria (9).

Al contrario las libertos ó emancipados de la esclavitud germánica no eran tan considerados como los de la romana. Estos, teniendo talentos y

(4) Cæsar, De bello gallico, lib. IV, cap. 22.
(2) Tacitus, de mor. et pop. Germ.
(3) Ibid. (4) Ibid. (5) Ibid. (6) Ibid.
(7) Ibid. (8 Ibid. (9) Ibid.

fortuna, podian ascender á las mas altas dignidades. Los otros eran escluidos los empleos honoríficos, á los cuales solamente tenian opcion los ingenuos ó personas libres descendientes de otras tales desde tiempo inmemorial (1).

Se gobernaban por reyes; mas la dignidad real no era hereditaria, ni despótica, sino dependiente en su adquisicion y en su ejercicio de los consilios ó juntas generales (2).

Se congregaban todos los meses, los dias de luna nueva y plenilunio. Todos los ingénuos tenian derecho de concnrrir armados y de votar en aquellos concilios. Nadie estaba autorizado para hacer callar á los vocales, Solos los sacerdotes podian imponer silencio, y castigar á los alborotadores (3).

Los negocios ligeros se revolvian por el dictámen de los príncipes ó pròceres: para los graves, conferenciaban y votaban todos los concurrentes: bien que aun en estos tenian mucha preponderancia los grandes (4).

En aquellos concilios se elegian los reyes, y los gobernadores de los pueblos. Aquellas dignidades debian conferirse siempre á personas de la mas alta nobleza; pero estos empleados debian tener siempre de sí algunos plebeyos, para asesorarse con ellos en sus gobiernos (5).

Las causas criminales sobre delitos públicos se juzgaban por los concilios. Los de traicion, desercion y cobardía eran castigados con penas de muerte. Por otros menores se imponian algunas multas de cierto número de caballos ò carneros; parte de ellos para el rey ó la ciudad, y otra parte para los agraviados (6).

Pero aunque el poder judicial castigaba algunos delitos, no por eso los ciudadanos se habian desprendido enteramente del derecho natural de vengarse por si mismos de las ofensas que les hicieren otros ciudadanos. El que mataba, heria, ó injuriaba á otro, quedaba por el mismo hecho declarado enemigo del ofendido y de toda su familia; esta autorizada para tomarse una satisfaccion del ofensor. Por una de las combinaciones varias que caben en los carácteres y pasiones humanas, aquellos guerreros, tan libres, orgullosos y propensos á las armas, se componian fácilmente, recibiendo en compensacion de sus agravios algunos regalos ò maltas convencionales. De esta manera, el temor á una venganza cierta, ό á una multa, qne aunque ahora parezca muy ligera, no lo era tanto en la miseria de aquellos tiempos, refrenaban los ímpetus de la ira; mas que en otros posteriores las penas corporales, pendientes de la corruptibilidad de los jueces (7).

Además de esto, la severa educacion de los germanos debia evitar y precaver muchos delitos. Los padres y los maridos eran unos pequeños reyes de sus familias. Aunque tenian esclavos, los ocupaban mas en los trabajos del campo que en los domésticos. En sus casas se hacian servir por sus mujeres y sus hijos (8).

Los maridos eran los únicos jueces de la infidelidad de sus mujeres. La pena ordinaria de las adúlteras era raparlas el pelo, y azotarlas desnudas à vista de todo el pueblo. No habia perdon para la deshonestidad. Era imposible una doncella estuprada encontrára con quien casarse (9).

(4) Ibid. (2) Ibid. (3) Ibid. (4) Ibid. (5) Ibid.

(6) Ibid. (7) Ibid. (8) Ibid. (9) Ibid.

La moneda era rarísima entre los germanos, y en las provincias interiores casi enteramente desconocida. Sus bienes y su riqueza consistian generalmente en esclavos, ganados y algunos frutos, cuyos robos eran mucho mas difíciles que los de alhajas y dinero (1).

1

Por otro lado, no conocian ni estilaban los testamentos. Los hijos ó parientes mas cercanos eran sus herederos forzosos (2). Por consiguiente, carecian de infinitas dudas é interpretaciones de las últimas voluntades, tan frecuentes en la jurisprudencia de otras naciones.

Los pleitos eran alli muy raros. Ni hombres ni mujeres sabian leer ni escribir (3). Sus pocas leyes y costumbres las aprendian y sabian todos por tradicion verbal. Así en sus tribunales no habia traslados, alegatos por escrito, ni otras tales prácticas forenses, con que en muchas partes ha solido y suele eternizarse la administracion de la justicia.

Tal fué el derecho primitivo de los germanos, segun la bellísima pintura que nos dejò Tácito de sus costumbres: pintura que no deben perder de vista los que quieran indagar y conocer los orígenes de la legislacion posterior de Europa, y particularmente de la Española.

No ha faltado quien creyera que aquella obrita no es mas que una novela, trazada por su autor para satirizar las costumbres de los romanos de su tiempo, esponiéndoles un cuadro de otras, al perecer mas puras ó mas sencillas, como antes con el mismo fin les habia preponderado Horacio las de los scitás, y como Genofonte habia trazado y presentado á los griegos su Ciropedia (4).

Mas por mucho que quieran celebrarse las costumbres germánicas retratadas por aquel diestro historiador, ¿qué romano las preferirá á las de su nacion, ni que influencia podia tener aquella supuesta novela en la reforma de sus vicios? Un gobierno puramente militar; la guerra perpétua; la aversion al trabajo honesto de la agricultura y de la industria; la holgazanería, la ignorancia y la barbarie, ¿podrán nunca preferirse á las incalculables ventajas de la civilizacion, recomendarse, ni proponerse como modelos, para que sean imitados por una nacion culta?

Añádase a todo esto que aunque las costumbres retratadas por aquel historiador á primera vista parecen muy puras y muy sencillas, de su misma narracion consta que á los germanos no les faltaban, ni glotonería ni lujo, ni otros vicios muy comunes en los pueblos civilizados. Si no vestian mas que pieles, ni trajes costosísimos, ni variaban las modas, ni brillaban en coches y trenes muy magníficos; se jactaban de ser servidos por el mayor número posible de criados y vasallos. Y ¿qué abuso de los placeres, ni qué lujo es mas perjudicial å la sociedad ?¿ el de la mesa grandes palacios, muebles esquisitos, vistosos trajes, alhajas, en cuya fabricacion se ocupan honestamente innumerables brazos, ó el de catervas de criados y holgazanes, ciegamente sumisos á los caprichos de un déspota orgulloso?

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Le vida comun de los germanos, cuando no estaban en campaña, era cazar, holgar, ó pasar todo el dia comiendo bebiendo y embriagándose. Nadie se avergonzaba de estar borracho. Eran muy frecuentes las quime

(4) Ibid. (2) Ibid. (3) Ibid.

(4) Memoire sur l'ancienne legislation de la France, comprenant la loi Salique, la loi des wisigoths, la loi des bourguignons, par Mr. Le Grand d'Aussy.

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