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Poco despues, habiéndose rebelado los catalanes contra su rey D. Juan Il, le enviaron un embajador para ofrecerle aquel principado, y aceptada su oferta, envió á Cataluña 2500 caballos fue aclamado por rey en Barcelona, y se batió moneda con su nombre (4).

Por aquel mismo tiempo D. Juan de Guzman, duque de Medinasidonja, se apoderó de la importantísima plaza de Gibraltar; el rey de Nápoles le rogó que lo admitiera por su vasallo, el Papa Pio II y los cardenales le propusieron un tratado de perpetua confederacion con la Santa Sede; la república de Genova le ofreció su vasallaje; la de Venecia le propuso tambien otro tratado de perpetua alianza ofensiva y defensiva contra sus enemigos (2); finalmente, la Francia libertó á Castilla de la ignominiosa servidumbre en que estaba de no poder sus naturales comerciar en Inglater-ra, ni los ingleses con los castellanos, sin licencia de aquel rey (3)."

Para mayor satisfaccion de D. Enrique, habiéndose casado con Doña Juana, hermana del rey de Portugal, parió esta una hija, que fué reconocida y proclamada por heredera de sus reinos.

pen

Pero á los grandes castellanos no les acomodaba que sus soberanos fueran muy poderosos; y así, lejos de cooperar sinceramente á la mayor prosperidad de su nacion, el espíritu principal de su política consistia en fomentar discordias y parcialidades para hacerles mas necesarios al gobierno. «Como la deslealtad de sus falsos consejeros, decia Castilla, iba creciendo, su poco amor se desdoraba, é sus dañados deseos, tratos é samientos se descubrian; todas las cosas de prosperidad que así le venian, impugnándolo ellos, las contradecian diciendo que aquellas cosas mas eran vanas, de poca certidumbre, é grandes gastos, que de honra ni provecho alguno é mas peligrosas que seguras; en tal manera que le hacian atibiar el corazon, no solo para aceptallas como la razon queria, mas para proseguillas como á los animosos varones conviene, y así de continuo buscaban esquisitas formas de dilacion, con que las cosas aparejadas é ligeras de haber efecto se perdian con gran infamia, mengua é vituperio del rey, segun que sus obras fueron claros testigos que dieron testimonio; ca por esta causa apartaron de cabe el rey al que con entrañas leales daba sano consejo, é con aficion verdadera procuraba su bien, è abmento de la corona real (4).»>

La rivalidad entre los mismos grandes formó Juego dos partidos, y uno de ellos se empeñò en destronar á Enrique y coronar á su hermano D. Alonso. Como los rebeldes conocian la grande influencia de la religion en

(1) Ibid. cap. 28, (2) Cap. 15.

43 y
44.

(3) «Las alianzas é confederaciones se afirmaron entre los reyes de Francia é de Castilla en la forma siguiente. Que allende de la amistad e confederacion entre estos dos reyes á reinos, todos los castellanos que quisiesen pasar en Inglateria lo pudiesen hacer libremente, habiendo para ello solamente licencia del rey de Castilla, porque ante de entonces, desde el tiempo del rey D. Enrique II deste nombre estaba capitulado que ningun castellano pudiese pasar en Inglaterra sin licencia del rey de Francia, lo cual el rey D. Enrique II ovo de otorgar, porque ganó estos reinos.com ayuda del rey de Francia, y de los caballeros franceses que con él pasaron, e que asi mesmo no pudiese pasar ningun ingles en Castilla, sin haber seguro del rey de Francia, lo cual siempre se guardó, hasta que estos embajadores alcanzaron que estas condiciones ne se debiesen guardar..,.» Crónica de Enrique IV por Alonso de Palencia. Año 1, cap. 2.

(4) Crónica, cap. 45.

el espíritu del pueblo, para desacreditar al rey y hacerlo mas odioso 10 acusaban de herejía.

Para persuadir al pueblo aquella imputacion, exajeraban el favor que dispensaba á algunos moros que tenia en su guardia; el escándalo que estos daban durmiendo con mujeres cristianas, casadas y doncellas; su alta proteccion á los judíos, y sus agravios á la potestad eclesiástica quebrantando los entredichos, mandando absolver los excomulgados, desterrando muchos clérigos, y ocupándoles sus bienes contra sus inmunidades y privilejios.

Estando, como estaba, D. Enrique en paz con los moros, y viendose cercado de traidores ¿quien que pensára racionalmente podia notarle que se valiera de algunos para su guardia, ni que los prémiara á proporcion de sus servicios? y si los mahometanos escandalizaban durmiendo con mujeres cristianas & quienes eran mas culpables, ellos ó las que se lo consentian, y tal vez los provocaban á tales torpezas con sus halagos?

En cuanto á la proteccion de los judíos, Enrique IV no hacia mas que imitar y seguir la costumbre observada muchos siglos por sus ascendientes.

Aunque siempre los judíos habian sido muy odiosos al pueblo español, por la diversidad de su culto relijioso, por sus enormes usuras, y por la envidia de sus riquezas, aquel odio se habia aumentado mucho mas desde el reinado de Enrique II. La guerra civil entre los dos hermanos habia destrozado los pueblos, paralizado la agricultura, la industria y el comercio, como es necesario que suceda en todas las de esta clase. El vulgo, que no reflexiona, y en el que las preocupaciones nacionales obran con mas fuerza, oprimido de la miseria, privado de recursos para remediarla, y careciendo del talento y luces necesarias para penetrar su verdaderas causas, no encontraba otra mas natural que la influencia de los judíos en el gobierno. Así lo representaron las córtes de Burgos del año de 1367 á aquel rey, diciéndole: «que todos los de las cibdades, é villas é logares de sus reinos creian que los males, é daños, muertes y desterramientos que les vinieron en tiempos pasados, que fué por consejo de judíos oficiales de los reyes que fueron fasta aqui, porque quieren mal é daño de los cristianos, y que le pedian por merced que mandara que en su casa no hubiera ningun oficial ni médico judío.»

¿Quién podia ignorar que las grandes calamidades que entonces aflijian á Castilla no dimanaban sino de la guerra civil y de los costosísimos sacrificios hechos por los dos hermanos para pagar y premiar, el uno á los ingleses, y el otro á los franceses sus auxiliares? ¿Habia necesidad de atribuir á los judíos unos males cuyas causas políticas eran tan notorias? Cuando Don Alonso VI ganó á Toledo; cuando San Fernando conquisto las Andalucías, y cuando la monarquía castellana se habia visto en su mayor grandeza, ¿no gozaban los judíos el mismo favor de sus soberanos?

Así fué muy prudente la respuesta de Enrique II. «A esto respondemos, que tenemos por bien, é en servicio lo que en esta razon nos piden; pero nunca á los otros reyes que fueron en Castilla fué demandada tal peticion y aunque algunos de los judíos andan en la nuestra casa, no les pornemos en nuestro consejo, ni les daremos tal poder que venga daño alguno á la nuestra tierra (1).»

(1) Pet. 10.

Pero aunque con aquella respuesta calmó algun tanto el odio contra los judíos, poco despues volvió á encenderse mucho mas por el motivo que refiere el maestro Gil Gonzalez Dávila. «Llegaron, dice, al consejo los judíos que andaban en la corte arrendando las rentas reales, y presentaron las cartas que habian tenido de las aljamas de Sevilla, con aviso que Don Hernan Nuñez, arcediano de Ecija, de quien dice el Burgense en su Escrutino que era mas santo que sabio, con su predicacion habia conmovido al pueblo contra ellos, y porque el conde de Niebla y Alvar Perez de Guzman, alguacil mayor de aquella ciudad, mandaron azotar á uno de la plebe por haberlos maltratado, el resto, indignado dello se conmovió, y perdiendo el respeto á la justicia la hicieron retirar, quitándole la presa de la mano, y tentaron de matar al conde y alguacil; y pedian por merced pusiese remedio á ello, para que tuviesen seguridad en sus haciendas y casas. El consejo envió á un caballero de aquella ciudad que asistia en el consejo con título de prior; otro á Córdoba y á otras ciudades, donde habia las mismas alteraciones. Mas aprovecharon poco, porque el pueblo estaba tan desmandado, y la codicia del predicador con tanto crédito y apariencia de refigion, que con ella acometieron las aljamas, saqueando las casas, y á muchos pasaron á cuchillo. Y este arcediano fué la causa que en Castilla se levantase el pueblo contra ellos, y se arruinaron com este alboroto las aljamas de Sevilla, Córdoba, Burgos, Toledo y Logroño; y en Aragon las de Barcelona y Valencia, y en Cerdeña; y los que pudieron escapar con la vida, la compraron con dádivas excesivas, y muchos dellos escapando de la tempestad de este mar bravo, pidieron finjidamente el bautismo, acabando el miedo lo que el corazon no pudo (4).

Enrique III procurò poner algun remedio á los desordenes producidos por los sermones del arcediano; pero ya no pudieron los judíos volverá su estado antiguo «ca las gentes, dice la crónica de este rey, estaban muy levantadas, é la cobdicia de robar los judíos crecia cada dia. »

En las quejas comunes contra los judíos, á los principios de su persecucion, no se hacia mencion alguna de ultrajes ni irreverencias contra la religion católica. Las acusaciones se dirigian únicamente contra el rigor con que ejercitaban la usura, contra sus vejaciones en la recaudacion de las contribuciones reales, contra el demasiado influjo que se les daba en palacio, en las casas de los grandes, y en los oficios públicos de las municipalidades, contra sus trajes muy costosos, y contra su orgullo y el desprecio con que trataban á los pobres cristianos.

Pero no bastando aquellas declamaciones para acabar de arruinarlos, en el reinado de D. Juan Il se empezaron á divulgar, fingir y suponer en los conversos otros crímenes mas horrorosos. Que azotaban los crucifijos, y escarnecian las imágenes de María Santisima y de los santos. Que robaban los niños de los cristianos para martirizarlos ó venderlos á los moros... Se esparcieron por toda la cristiandad libelos infamatorios. Se formaron procesos, con testigos corrompidos ó fanatizados. Uno de ellos se envió al Papa Nicolás V para empeñarlo mas en su proscripcion, como lo refiere Fray Juan de Torquemada en su Tratado contra los madianitas, escrito en Roma el año 1450 (2).

(1) Historia de la vida y hechos del rey D. Enrique III, cap. 17. Ortiz de Zuñiga, Anales de Sevilla. Año 1391. Mariana, Ilistoria de Esp. lib. 22, cap. 18. (2) Nicol. Ant. Biblioth. Hisp. vet., lib. 10, cap. 10.

Aquel docto teólogó, fray Alonso de Talavera (4), y otros sábios y muy pios escritores procuraron refutar tales calumnias, y suavizar el odio concebido contra la nacion hebrea. Pero nada bastó para que dejara de aumentarse y propagarse mas de cada dia.

El reinado de Enrique IV presentò nuevos triunfos á los enemigos de los judíos. Los grandes y obispos que se habian propuesto destronarlo, conociendo el grande influjo de la religion en el espíritu público, divulgaron la voz de que era hereje, y aun algunos pensaron en delatarlo al Papa, cuyo proyecto no pasó adelante, porque temieron que el oro de aquel rey pudiera mas en Roma que sus intrigas, como lo refiere Alonso de Palencia.

1

«Los grandes del reino que en Avila estaban con el príncipe D. Alonso, dice aquel historiador (2), determinaron deponer al rey D. Enrique de la corona y cetro real, y para lo poner en obra eran diversas opiniones, porque algunos decian que debía ser llamado, y se debia hacer pro ceso contra él. Otros decian que debia ser acusado ante el Santo Padre de herejía, y otros graves crímenes y delitos, que se podian lijeramente contra él probar.

» La segunda opinion fué reprobada por los que conocian las costum→ bres de los romanos pontífices, cerca de los cuales valía mucho el gran poder y las dádivas de quien quiera que darlas pudiese, y temian que si el caso se difiriese, el poder del rey D. Enrique se acrecentaba, por el gran tesoro que tenia....>>

No habiendo podido los facciosos hacer entrar al Papa en su malvado proyecto de destronar al rey, desataron sus lenguas y sus plumas contra la curia romana. En ningun otro libro español de aquellos tiempos se encontrarán invectivas tan acres contra los Papas y su corte como en la citada crònica de Alonso de Palencia, capellan é historiador del infante D. Alfonso, hermano y competidor de D. Enrique.

Pero aunque los rebeldes no pudieron lograr el apoyo de la corte pontificia, no por eso cesaron de valerse del resorte de la religion para sus

malvados fines.

«E como fuese cierto, dice Palencia, del desamor y discordia que en aquellas ciudades habia entre los cristianos nuevos é viejos, el maestre comenzó de añadir mayor discordia entre ellos, como nunca habia podido aquellas ciudades ocupar, ansi como otras que en otros reinos habia ocupado. E falló ligero camino para conseguir lo que deseaba, el cual fuè que en Córdoba se hiciese tal alboroto de que á los de Sevilla cupiese parte. E como los cristianos nuevos de aquella ciudad de Córdoba estuviesen muy ricos é hiciesen algunas cosas demasiadas, de que los cristianos viejos muy grande enojo recibian, cada dia mas é mas entre ellos la enemistad crecía y entre las otras cosas de que gran sentimiento habian, era de verlos comprar regimientos, é otros oficios de que usaban con tan gran soberbia que no se podian comportar.... » Prosigue aquel historiador refiriendo las noticias, y la horrible matanza y dispersion de los cristianos nuevos que resultò del y de los contrarios bandos de Cordoba (3). Estas fueron las verdaderas causas de la persecucion de los judíos á fi

(1) Ibid.

(2) Crónica del ilustrisimo principe D. Enrique IV, part. 1, cap. 67. (3) Crónica del ilustrisimo principe D. Enrique IV, p. 1, cap. 68.

nes del siglo XV, y este el capítulo principal de la acusacion de heregía hecha por los rebeldes á Enrique IV.

Otros de los cargos con que los rebeldes acriminaban su conducta religiosa fué por las órdenes que habia dado para que no se observaran algunos entredichos, y se absolviera á los escomulgados. «Otrosí por cuanto vuestra alteza, en gran cargo de su conciencia, é peligro de su anima, en algunos años pasados, é en este presente ovo mandado quebrantar ciertos entredichos, é absolver á algunos descomulgados, poniendo grandes premios, é penas á los jueces y personas eclesiásticas, é trayéndolas presas á vuestra corte, é faciéndoles sobre ello muy grandes males, é dannos, é fatigaciones contra todo derecho é justicia, como pareció por esperiencia en Toledo, Córdoba é Sevilla, que V. A. fizo quebrantar los entredichos, é celebrar públicamente, é mandó traer los canónigos é dignidades de aquellas iglesias metropolitanas presos á vuestra corte, lo cual todo es en muy gran cargo de vuestra ánima, é mengua de vuestra persona real, é en gran oprovio é vilipendio de la santa madre iglesia. Suplicámosle, que de aqui adelante quiera mandar guardar la libertad è inmunidad eclesiástica, é non mande quebrantar, nin violar los entredichos puestos por los jueces eclesiásticos, pues no pertenesce á V. A. ni á vuestra jurisdiccion; ni mandar absolver los descomulgados, por fuerza, ni por premia, ni por maneras esquisitas, como fasta aqui se ha fecho: è si lo tal mandare facer de aqui adelante, lo que Dios no quiera, que vuestras cartas è mandamientos en tal razon non sean cumplidas, nin obedecidas.... (4).

Enrique IV no fué el primero ni el único monarca español que mandó no guardar los entredichos, y absolver de las escomuniones. Bastantes ejemplos se han citado ya de esta costumbre, y remedio contra los abusos de la autoridad eclesiástica, conocido en nuestro derecho con las espresiones de recursos de fuerza y de retencion de bulas.

Pero ya se ha advertido que no era el patriotismo, ni el celo de la religion el que animaba á aquellos facciosos para solicitar la reforma de los supuestos agravios á la autoridad episcopal y pontificia. Mucho mayores los estaban cometiendo los mismos grandes, como podria demostrarse con muchísimos ejemplares; bastará citar dos, que al mismo tiempo manifiestan la confusion y la implicancia de las ideas y opiniones legales de aquella edad, acerca de la libertad è inmunidad eclesiástica.

En el año 1458 varios caballeros de la ciudad de Santiago se rebelaron contra su arzobispo D. Rodrigo de Luna; se apoderaron de la ciudad, saquearon el palacio arzobispal, y obligaron á una parte del cabildo á que nombrara por su coadjutor á D. Luis Osorio, hijo del conde de Trastamara, quien estuvo disfrutando las rentas del arzobispado muchos años, hasta que murió su legítimo prelado.

«E como quiera, dice Alonso de Palencia, que vinieron bulas del Santo Padre mandándole so graves penas e escomunion papal, que luego dejase libremente el arzobispado á su iglesia, é todas sus rentas è vasallos al arzobispo D. Rodrigo de Luna; ni por eso el conde de Trastamara dejó su porfia, é siempre lo tuvo todo hasta que el arzobispo murió. »

Destronado Enrique IV por los facciosos, recurrió al Papa solicitando sus oficios para la reducción y pacificacion del reino; y Paulo II envió a

1) Memorial de la junta de Cigales.

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