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LIBRO PRIMERO.

CAPÍTULO PRIMERO.

Fuentes del derecho español, la legislacion romana, y las costumbres godas. Ojeada sobre el gobierno y la legislacion romana del tiempo de los reyes y del de la república. Repugnancia de la nobleza á la formacion de un codigo legal. De las doce tablas. Monopolio de la jurisprudencia en la no bleza. Derecho flaviano y eliano. Deseos de Ciceron y de Julio César sobre la publicacion de un nuevo código.

Aunque los españoles defendieron heróicamente su independencia y

su libertad mas de doscientos años contra los ataques y ardides de los romanos, al fin tuvieron que sugetarse á su dominio, y despues al de los bárbaros del norte, fundadores de la monarquía goda. D. Antonio Fernandez Prieto y Sotelo se entretuvo en disputar si el primer legislador de España fue Phoro ó Neptuno, y en describir el gobierno de la Atlántida, suponiendo que el territorio de aquella isla fue el mismo que actualmen te ocupa esta península. Quien guste de fábulas y sueños podrá satisfa cer su curiosidad leyendo los primeros capítulos de la historia del derecho real de España de aquel abogado.

Para la verdadera historia del derecho español son mas necesarios otros. preliminares, esto es, algunos conocimientos de los varios estados del romano y el visogodo, que fueron los verdaderos manantiales del actual.

Los primeros romanos se gobernaron con una constitucion, al parecer muy liberal, aunque bien ecsaminada, no dejaban de envolverse en ella las semillas mas fecundas del despotismo.

Tenian reyes, pero estos no lo eran por derecho hereditario, sino por eleccion del pueblo. Los reyes debian aconsejarse de un senado, compuesto en sus principios de cien personas, las mas distinguidas por su nobleza, sus talentos y su riqueza, que despues se fueron aumentando hasta mas de trescientas. Y el pueblo debia ser convocado y congregado en los comicios, ó juntas generales, para deliberar y votar sobre las leyes, las elecciones de empleados públicos, y demás negocios de alguna importancia.

Con tal constitucion ¿quien no habia de pensar que estarian bien asegurados los derechos de todos los ciudadanos, y la recta administracio n de la justicia, que es la base mas fundamental de todas las sociedades? ¿Como podia temerse que unos reyes elegidos libremente por el pueblo, y asesorados de un cuerpo tan poderoso y respetable como el senado, podrian abusar de su autoridad?

Mas en medio de aquellas apariencias de amor á la libertad y á la justicia, el astuto Rómulo, primer autor de la constitucion romana, tuvo celeres, ó jóvenes los mas valientes y mas adictos á su persona. Agregó á la corona el sumo pontificado, y con él la supremacia religiosa, que es la que más influye en las costumbres, y la sumision de las naciones ignorantes. Se reservó el mando en gefe de la milicia; la magistratura suprema, ó derecho de decidir en última instancia todos los pleitos; la convocacion de los comicios, y otros derechos, con cuya política reinó treinta y siete años como le dió la gana (1); hasta que el senado, habiendo conocido su hipocresía, y no pudiendo tolerarla por mas tiempo, lo asesinó clandestinamente; ocultó su cuerpo, y para que el pueblo no se escandalizára y amotinára, le hizo creer que por sus grandes méritos habia sido arrebatado al cielo por los dioses en cuerpo y alma (2).

buen cuidado de crear una guardia real da

El despotismo puede paliarse y sostenerse con ardides y cautelas; mas tambien puede ser derribado y castigado con otros ardides y cautelas semejantes.

Engañado el pueblo con aquella superchería del senado, procuró este preocuparlo y enconarlo contra el gobierno monárquico, ponderando los grandes riesgos á que estaria siempre espuesta la libertad pública bajo el mando de los reyes; y á su consecuencia proyectó una regencia, en la que fueran alternando por turno los senadores. Mas bien presto se desengañaron los plebeyos de la supuesta conveniencia de aquel nuevo sistema, y conocieron que lo que el senado intentaba era establecer la aristocracia, y darles cien señores en lugar de uno; por lo cual se amotinaron contra los nobles. Los padres de la patria, que asi se llamaban los senadores, tuvieron que desistir de su proyecto, y para no perderlo todo se convinieron con el pueblo en que este elegiria otro rey; pero que no seria reconocido por tal hasta que el senado lo confirmára.

A consecuencia de aquella ley fundamental, Numa y Tulo Hostilio obtuvieron la corona por eleccion del pueblo. Mas Anco Marcio, nieto de Numa, tramó una conspiracion contra Tulo; pegó fuego á su palacio, en cuyo incendio pereció toda la familia real; tendió la voz de que aquel acaecimiento habia sido un castigo del cielo por el poco respeto que el rey difunto manifestaba á la religion; y haciendo valer su parentesco con Numa, fue nombrado para sucederle en el trono.

Aunque Anco Marcio habia dejado dos hijos al tiempo de su muerte, y uno de ellos en edad competente para sucederle en la corona, los romanos la pusieron en la cabeza de Tarquino primero. Este fue un buen rey ; favoreció mucho á los plebeyos, y promoviò la construccion de obras mag

24.

(1) Nobis Romulos, ut libitum, imperitaverat. Tacitus. Annal., lib. III, cap.

(2) Livius, Histor., lib. I. Dionysius Halicarnaseus, Antiquit. roman. lib. H, cap. 14.

nificas, para aumentar las comodidades y el ornato público de Roma, por . lo cual era muy amado generalmente: Sin embargo de eso, fue asesinado por un ardid que discurrieron los hijos de su antecesor, en el que se hizo jugar tambien à la religion (1)..

Pero el atentado de los hijos de Anco Marcio no fue tan afortunado como el de su padre. La viuda de Tarquino desconcertò sus proyectos, y preparò la elevacion de Servio Tulio al trono, primero en calidad de regente, y despues en propiedad (2).

Reinaba Servio con gran prudencia, cuidando mucho de que los nobles no maltratáran á los plebeyos y á los pobres. Instituyò el censo ó estadística, por la cual constáran al gobierno el número, la calidad y los bienes de todos los habitantes de Roma. Dió nueva forma á los comicios, y promulgó otras leyes muy sábias, con las cuales prosperaba aquella ciudad, y se acrecentaban incesantemente su poblacion y su riqueza.

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Pero como suele suceder en todas las monarquías, en donde la nobleza tiene demasiada influencia en el gobierno, la romana no gustaba de la popularidad de sus soberanos, y así encontraban en ella bien fácilmente apoyo los traidores para rebelarse. Tarquino el Soberbio, nieto del viejo, tramó una conjuracion para destronar á Servio. Entendida por este, creyó que podia sufocarla delatándola al senado, para interesarlo mas en su defensa. Estando pues presente su enemigo, le preguntó ¿en que fundaba su derecho á la corona? El malvado Tarquino, lejos de perturbarse con aquella pregunta, le respondió con mucha entereza, que por derecho natural, y de las gentes los hijos eran herederos de todos los bienes de sus padres y abuelos. Que la posesion del trono en que estaba Servio no dimanaba de la libre eleccion del pueblo, ratificada por el senado, como la que ha-1 bian gozado sus antecesores, sino de una junta de facciosos, seducidos y cohechados por sus parciales. Que cuando principió á reinar solo habia sido en calidad de regente, como tutor suyo, y bajo la promesa solemne que hizo de coronarlo cuando saliese de su menor edad. Que si persistia Servio en continuar reinando, deberia ser reputado por un usurpador; le demandaría judicialmente la corona, y si por su gran poder no se le hiciera justicia, él sabria tomarsela con sus manos.

Servio contestó al discurso acalorado de Tarquino con otro mas sosegado, ponderando los servicios que le habia hecho, libertándolo de las asechanzas de los hijos de Anco Marcio contra su vida, educándolo y conservándole todos sus bienes, y casándolo con una hija suya, con el ánimo de dejarlo por su heredero. Impugnó la razon principal en que fundaba su derecho á la corona. Probó que lejos de ser esta hereditaria por derecho natural ni el de las gentes, en la misma Roma se encontraban los ejemplos del abuelo del mismo pretendiente, que la habia obtenido siendo un estrangero, y al contrario, el del hijo primogénito de Anco Marcio, que siendo mayor de edad cuando murió su padre, no le habia sucedido en la dignidad real.

El pueblo romano, dijo, no dió la soberanía á su heredero, sino a quien consideró mas digno de ella: tan persuadido está de que los bienes pueden poseerse en propiedad; pero la dignidad real no pertenece sino a quien la merezca; y que cuando muere algun ciudadano, sus bienes pueden pa

(1) Dionys. ibid., cap. 24 y 22.

) Ibid., lib. IV, cap. 4.

sar á sus herederos, por parentesco ó por testamento, mas cuando muere un rey su corona debe volver á los que se la dieron (1),

Concluido su discurso, que llenó de confusion á los conspiradores, Servio despidió el senado; convocó al pueblo, y despues de un breve recuerTM› do de su conducta anterior y posterior á su coronacion y de sus leyes mas notables y mas útiles para la felicidad pública, le espuso la acusacion que Tarquino habia hecho contra él en el senado, y su alegato de que habiendo heredado la corona de su abuelo, el pueblo carecia de potestad para darla á otro. Al oir esto los plebeyos se enfurecieron todos contra Tarquino, y querian matarlo; pero Servio los contuvo, diciéndoles que era menester escuchar las razones de su enemigo, y que si se encontraban jus-! tas, èl haria voluntariamente dimision de la corona en manos de los que se la habian entregado. Dicho esto hizo ademan de querer descender del trono; el pueblo lo detuvo; se oyeron voces de muera Tarquino; este, temiendo ser asesinado, huyó precipitadamente con todos sus parciales, y fingiendo estar arrepentido, pidió y obtuvo el perdon de su enemigo.

Falsa reconciliación. El malvado Tarquino, firme en su propósito, un. dia que la mayor parte del pueblo estaba en el campo ocupado en la re coleccion de sus cosechas, se vistió con las insignias reales, y bien acompañado de sus partidarios, armados de puñales ocultes, marchó á la plaza mayor, y convocò al senado. Ya lo esperaban alli muchos senadores, sus amigos, y mientras Hegaban los demás se subiò al trono.

Avisado Servio de aquel atentado tan escandaloso, sale de su palacio precipitadamente con una escolta muy ligera; llega al senado; ve al traidor ocupando la real silla; intenta subir para arrojarlo; Tarquino echa á rodar por escalones al desgraciado viejo; nadie le socorre; va á retirarse á su palacio, y es atropellado y muerto en el camino (2).

Asi acabo el mas sabio legislador y rey de Roma (3), dejando un ejemplo á los demás para no confiar demasiado en el aura popular.

Papirio habia recopilado las leyes de aquel rey, y las de sus antecesores en un libro, que por el nombre de su colector se llamo el Derecho Papiriano (4). Mas el tirano Tarquino, luego que principið á reinar abolió aquel código, sustituyendo en su lugar el de su capricho y su despotismo. Sobornó á muchos de sus confidentes para que delatóran a los ciudadanos que sospechaba estar descontentos de su gobierno; los juzgaba por si mismo; los condenaba á muerte, ó á destierro y confiscacion de sus bienes, y reteniendo para sí la mayor parte, distribuia lo demás entre los delatores.

Subyugada Roma muchos años por aquel tirano, al fin un atentado de su hijo Sexto contra la castidad de la virtuosa Lucrecia sugirió á Junio Bruto la idea de destronarlo, y de trasmutar el gobierno monárquico en republicano, creando en lugar de un rey vitalicio dos consules anuales, elegidos por el senado. En Dionisio Halicarnaseo pueden leerse el plan y los discursos con que aquel célebre romano, que hasta entonces se habia fingido fátuo, preparó y llevò á cabo aquella famosa revolucion, y el des

(4) Dionys. Halicarn., lib. IV, cap. 9.

(2) Dionys, lib. IV, cap. 9.

(3) Sed præcipuus Servius Tullius sanctor legum fuit, quis etiam reges obtemperarent. Tacitus. Annal. lib. III, cap. 26.

( 4 )

Lib. II. D. De orig. jur.

t

tierro de Tarquino y de toda su familia (4).

Los cónsules repartieron los bienes de los desterrados entre los plebeyos mas indigentes: elevaron á otros á la clase de senadores; concedieron una amnistía completa á los partidarios del rey depuesto; renovaron muchas leyes de Servio, favorables al público, que aquel habia abolido, y entre ellas el censo y el sistema de contribuciones, proporcionándolas à los bienes de cada contribuyente; por cuyos medios lograron hacer mas detestable la memoria de los reyes, y menos odiosa la aristocracia.

Todas las formas de gobierno tienen sus ventajas y sus inconvenientes. Muy triste suerte es la de vivir bajo el yugo de un tirano; pero no es mas agradable la de sufrir el de muchos déspotas, sean nobles o plebeyos.

Bien presto comenzaron a esperimentarse en Roma los inconvenientes de la aristocracia. Bien pronto los nobles se insolentaron contra los plebeyos, de manera que no pudiendo tolerar estos su altanería, se amotinaban frecuentemente; esponian la patria á las invasiones de sus enemigos, y se creia necesario nombrar un dictador que reuniera en si por algun tiempo todo el poder legislativo y ejecutivo.

Siéndolo Manlio Valerio manifestò alguna popularidad, repartiendo entre los plebeyos gran parte del botin ganado en la guerra contra los volscos; elevando mas de cuatrocientos à la clase de caballeros, y con otros varios beneficios. Los aristocratas murmuraban de aquella conducta, atribuyéndola al deseo de perpetuarse en la dictadura y hacerse rey. No habia una nota mas peligrosa en Roma. La menor sospecha de que un ciudadano aspiraba á la soberanía, era muy bastante para desacreditarlo, comprometerlo y arruinarlo. Valerio tuvo que hacer dimisión de su dictadura. Los plebeyos, creyendo que aquella renuncia habia sido forzada por los nobles en venganza de la proteccion que les dispensaba el dictador, se amotinaron contra ellos. El senado creyó que podria contenerlos, ocupándolos en la guerra que con este motivo suscitó contra los sabinos. Mas al salir los cónsules de la capital, mandando el ejército, los soldados, escitados por uno de ellos llamado Sicinio, abandonaron á sus gefes; crearon otros nuevos oficiales, y por su general al mismo Sicinio, y se fortificaron en un cerro, que despues fue llamado el Monte Sacro.

En vano solicitaban los cónsules la sumision de los rebeldes con halagos y promesas. Sicinio respondió á sus diputados: «Patricios, ¿pensais volver á seducir á los que habeis sacado de la patria, para que vuelvan á ser esclavos? ¿Que garantías podeis darnos de vuestras promesas, despues de haber faltado à vuestras palabras tantas veces? Ya que quereis ser los amos de la ciudad, andad á ejercer alli vuestro dominio, sin temor de que los pobres os incomoden. Para nosotros todo pais será bueno, y lo miraremos como nuestra patria, como gocemos en él de nuestra libertad. Sabida aquella novedad en Roma, causò la mayor consternación. Todo eran quejas, clamores y provocaciones, de unos contra el gobierno, de otros contra los rebeldes. El senado se veia perplejo, sin saber á que resolverse. Unos senadores se inclinaban al rigor, otros à la moderacion. Por fin se resolvió enviar á los insurgentes una embajada de diez senadores, y entre ellos al ex-dictador Valerio, para persuadirles la obediencia, con ciertas proposiciones, siendo la principal la de la amnistía y olvido de todo lo pasado.

(4) Lib. IV, cap. 10 y 15.

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