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santa sede y al colegio de cardenales su Arte general en 1288 , y de haber merecido en Paris el aprecio del famoso Escoto y la aprobacion de aquella universidad, volvió á Mompeller y de allí pasó á Génova y á Roma, donde en el año de 1290 propuso al sacro colegio un plan para destruir el paganismo y dilatar la religion católica conquistando la tierra santa, el qual contenia: 1. Que en cada provincia se fundase un colegio donde hombres doctos y zelosos estudiasen su arte general y las lenguas de los paganos para predicarles el evangelio. 2! Que de todas las religiones militares se formase una sola que tuviese por cabeza un príncipe ó persona real, y que se ocupase de continuo en guerrear contra los infieles que no aceptasen la predicacion. 3° Que las décimas de la Iglesia, que su Santidad tenia concedidas á los príncipes cristianos, se gastasen en los aprestos de esta guerra hasta que se recuperase la tierra santa de Jerusalen. Propuso ademas que el sumo pontífice prohibiese á los cristianos navegar Egipto para la compra de los aromas y especias; con cuya providencia el soldan quedaria dentro de seis años empobrecido, y los genoveses y catalanes se ingeniarian para ir á buscarlas á Bagdad y á la India en derechura; proyecto que presentó despues en un libro titulado de Fine escrito en 1305; Y

á

que era enteramente conforme con el que en el año siguiente de 1306 manifestó tambien al papa Marino Sanuto, patricio veneciano, despues de haber recorrido como observador la Palestina, las islas del Archipiélago y el Egipto. Inflamado con estas ideas partió Lulio para la Armenia, peregrinó por la Palestina, pasó á Chipre, atravesó el Egipto, y de allí por tierra caminó á Túnez predicando en todas partes y excitando los ánimos para hacer revivir el espíritu de las primitivas cruzadas, ya muy amortiguado en su tiempo, y contribuir á la que nuevamente meditaba. Vuelto á Roma solicitó de Bonifacio VIII su autoridad para la conversion de los infieles, presentándole con este objeto un tratado que habia concluido en 1296; pero no habiendo lugar su propuesta se retiró á Génova, donde la nobleza le ofreció mucha cantidad de dinero para la conquista de la tierra santa. De allí pasó á Mompeller á verse con el rey Don Jayme

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de Mallorca, de quien ya habia conseguido anteriormente la fundacion de un seminario en aquella isla para la enseñanza de la lengua arábiga : volvió á Paris y obtuvo de Felipe el hermoso largos ofrecimientos para su proyectada expedicion, sobre lo qual despacho este rey un embaxador al papa. Con el mismo empeño y diligencia vino á España, y habiéndole oido los soberanos de Castilla y Aragon, enviáron tambien sus embaxadas al sumo pontífice con iguales ofrecimientos; pero todo se desvaneció por la dificultad de concertarse entre sí aquellos príncipes. Lulio sin embargo inflexîble á todos los contratiempos peroró en público consistorio sobre la obligacion de recuperar los santos lugares, pintó la miseria que ya padecian los cristianos de Armenia anunció que ,'y si se retardaba el socorro, en breves dias se veria la Grecia presa y esclava de los turcos efecto sucedió. Ni el retiro ni la ocupacion de escribir varios tratados podian entibiar su zelo ni apartarle de su propósito. Mar

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como en

chó nuevamente al África, y en Bona en Túnez y en Bugía

predicó el Evangelio con algun fruto, pero con mayores trabajos. Restituido á Roma insistió en su proyecto favorito, y desesperanzado de efectuarle salió para España y poco despues marchó á Paris, donde el rey de Francia le prometió entre otras cosas dexaria encargado en su testamento á los que le sucedieran que acordando con la santa sede la conquista general de las provincias infieles promoviesen eficazmente su execucion. Celebrábase por aquel tiempo un concilio general en Viena; y aprovechandose Lulio de esta oportunidad presentó en él su plan para la empresa de una nueva cruzada y para el establecimiento de escuelas en toda la cristiandad con el objeto de enseñar en ellas las lenguas de los infieles; y logró que el concilio determinase á persuasion suya, que en las universidades de Roma, Paris, Bolonia y Salamanca se fundasen cátedras de las lenguas hebrea, arábiga y caldea. Satisfecho con esto volvió á Mallorca y de allí emprendió nuevo viage á Egipto, y por la costa del mar á Jerusalen, adonde llegó cerca del año 1314; y continuó su peregrinacion por la Armenia, la Siria, la Bohemia y la costa de Bretaña hasta parar en Inglaterra. Volvió otra vez á España, visitó

de nuevo todos sus reyes y provincias, se retiró á Mallorca, donde escribió varios tratados sobre los caminos que podrian tomarse para ir á Jerusalen, con muchos discursos militares para hacer la guerra santa con buen éxîto; pero cansado de ver que no se cumplian sus deseos, ni se tomaba buena resolucion en un asunto en que él creia vinculada la gloria y la dilatacion de la cristiandad, marchó al África con el fervor de un apóstol y allí por resultado de sus predicaciones padeció con heróyca constancia los trabajos y la muerte de los mártires (1). El zelo infatigable de Lulio por despertar en todas partes el espíritu de las primitivas cruzadas solo puede compararse al del hermitaño Pedro de Amiens que promovió la primera con sus exôrtaciones y su exemplo, y al de San Bernardo que predicó la segunda con sumo fervor y devocion por diversos paises de Francia y Alemania; pero estos tuviéron la satisfaccion de ver cumplidos sus planes y lleno el objeto de sus predicaciones, mientras Lulio halló siempre mayor tibieza ó dificultad en los príncipes y en los caudillos que podian executar sus ideas. Tal debia ser el resultado de los desengaños y escarmientos adquiridos en el espacio de dos siglos, en que á la sombra de la religion se hizo del Asia la morada de la ambicion, de la discordia y de la corrupcion de costumbres, el sepulcro de millones de hombres, y la sima de innumerables riquezas y propiedades. Los príncipes cristianos, ocupados en extender sus dominios y en afirmar su autoridad, consideráron prudentemente que unos establecimientos tan lexanos de la Europa, rodeados de naciones guerreras, y animadas de un zelo no ménos exâltado que el de los mismos cruzados, estaban continuamente expuestos á su próxîma destruccion; y en tales circunstancias no era de esperar que las exôrtaciones de Lulio pudiesen mas que los desengaños y que los intereses mejor entendidos de los pueblos.

52.

Pero por grandes que apareciesen en aquellos siglos los males que ocasionaban las cruzadas, no tiene duda que fuéron

(1) Escolano, Hist. de Valencia, lib. III, cap. 21 y 22. Mut, Hist. de Mallorca, lib. II, cap. 2 y sig. Nicol. Ant. Bibliot, vetus, lib. IX, cap. 3.

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mas generales y de mayor consideracion y trascendencia las ventajas que produxéron para lo sucesivo. Conmovidas repentinamente para tales expediciones casi todas las naciones de Europa, abriéron entre sí una comunicacion y trato, unas relaciones é intereses que hasta entonces no habian conocido. Estas relaciones se extendiéron hasta con los árabes, como ya las habian es tablecido las repúblicas de Italia por medio de su contratacion, y los cristianos de España con los que dominaban en su península; de aquí el cultivar el estudio de la lengua arábiga, participando de la doctrina de sus libros y de todos sus conocimientos científicos. Con los viages á ultramar adquiriéron tambien los latinos nociones mas extensas sobre la geografía y navegacion, sobre el comercio y las artes, sobre el gobierno y la política. Se mejoráron las instituciones sociales, ya consolidando la autoridad de los príncipes, ya conteniendo las demasías de los nobles, ya equilibrando su poder con la representacion civil del pueblo por medio de una influencia equitativa en los concejos y ayuntamientos municipales. La misma nobleza al paso que declinó de su influxo y de su poder, se abrió entre las ruinas de la anarquía y del gobierno feudal que habia dominado una carrera mas ilustre y gloriosa en las expediciones militares de las cruzadas, en las órdenes de caballería, en la inclinacion á los hechos heróycos y extraordinarios. La religion, la galantería, las aventuras, las batallas campales, la conquista de la ciudad santa de Jerusalen, el oriente en toda su magia y explendor, el entusiasmo universal á las empresas grandes y maravillosas, fuéron los elementos de la caballería que así como sostuviéron los principios de beneficencia entre el estruendo de las armas, despertáron tambien la musa de los trovadores, y difundiéron por Europa el mismo gusto y espíritu, produciendo los caballeros andantes y las portentosas é inauditas historias de sus hazañas (1). Así la imaginacion y

la

(1) El objeto de las cruzadas tan religioso como militar dió un carácter sublime á la caballería propio para elevar y ennoblecer las almas. No era el interes privado ni mira alguna temporal sino la exâltacion de la fe y de la iglesia, y la gloria de Jesucristo lo que inflamaba el ánimo y la imaginacion de todos estos guerreros cristianos para combatir en el Asia contra los infieles. Esta noble elevacion, este desprendimiento generoso distinguirá siempre lo grande y maravilloso de lo vulgar y

afectuosa ternura que inspira la poesía, y es por lo comun la precursora de los frutos de la razon y del entendimiento, facilitó el camino para que la aurora de las ciencias y de la ilustracion comenzase á rayar sobre el horizonte de la Europa.

53.

Los pueblos de las orillas del Báltico, temidos hasta entónces y detestados de las demas naciones como piratas y usurpadores, adquiriéron costumbres mas dulces, y comenzáron á tratar con sus vecinos como traficantes. La pesca del arenque, que anualmente hacian en la costa de Schonen y que parece haber sido el orígen de su riqueza, hizo que todas las naciones llevasen á los dinamarqueses en cambio de este pescado el oro, la plata y todas las comodidades de la vida (1). Los navegantes de Lubeck y Brema hacia mucho tiempo se habian acostumbrado á recorrer y visitar las costas de Dinamarca y de Suecia hasta la isla de Gutlandia, en cuya capital se celebraba un mercado muy concurrido de todas las naciones del norte. Pero al impulso y

comun en las acciones de los hombres, y será el carácter propio de la caballería de estos siglos. El respeto y temor á las cosas divinas templaba y moderaba la ferocidad y rudeza de estos guerreros; y del mismo principio naciéron las máximas bienhechoras y admirables á cuya práctica se dedicáron. La ofensa hecha al débil, al desarmado é indefenso se miró como un crímen: protegerlo, ampararlo, defenderlo de estas violencias fué uno de los deberes esenciales de los caballeros; y esta fuerza que se levantó en el seno mismo de la anarquía, era la única que pudo subsistir entónces quando ninguna policía ni magistratura velaba en Europa sobre la seguridad pública de los pueblos. He aquí el origen de la caballería andante, que degenerada con la sucesion del tiempo llegó á ser tan perjudicial como la lectura de sus historias. Nuestro culto historiador Fray Josef de Sigüenza refiriendo la peregrination de San Juan de Ortega (Historia de la orden de San Gerónimo, lib. III, cap. 10, pág. 455), dice á este propósito lo siguiente:,, estaba entonces la tierra santa en poder de cristianos, porque ,, Godofre de Bullon la habia conquistado pocos años ántes, que fué el del Señor de 1099. A esta sazon tenia su hermano Balduino el reyno, y comenzaba con harta prosperidad aquella infeliz orden de los templarios con grandes muestras de valor y santidad, teniendo por oficio en aquellas partes los caballeros valerosos de Jesucris ,, to, de acompañar á los peregrinos que iban á visitar los lugares santos, librándolos ,, y defendiéndolos de la gente facinerosa que estorbaba pasos tan santos poniéndose ,, en los mas peligrosos á robarlos y matarlos: obra de gran piedad y de igual difi,, cultad y peligro; donde les sucedian casos extraños, y de donde creo que tuvo fundamento la vanidad de muchos escritores ociosos de España de hacer libros de ca,, ballerías, tan fabulosos y de tan monstruosa invencion y tan sin arte como sus ingenios, recibidos de otros tales con no poco daño y pérdida de tiempo y de la virtud. "Este daño fué el que quiso y logró curar Cervantes con su inmortal fabula del Quixote.

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(1) Robertson, Introduccion á la historia de Cárlos V, tom. II, nota 29.

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