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soldado que parecian bien en su talle, y venian mejor á su inclinacion empezó á gastar liberalmente el caudal con que se hallaba, y el dinero que pudo juntar entre sus amigos en comprar vituallas y prevenirse de armas y municiones para ayudar al apresto de la armada, cuidando al mismo tiempo de atraer y ganar la gente que le habia de seguir; en que fue menester poca diligencia, porque el ruido de las cajas tenia sus écos en el nombre de la empresa y en la fama del capitan. Alistáronse en pocos dias trescientos soldados, y entre ellos sentaron plaza Diego de Ordaz, criado principal del gobernador, Francisco de Morla, Bernal Diaz del Castillo, escritor de nuestra historia, y otros hidalgos que se irán nombrando en su lugar.

Llegó el tiempo de la partida, y se ordenó á la gente con bando público que se embarcase; lo cual se ejecutó de dia concurriendo todo el pueblo y aquella misma noche fue Hernan Cortés acompañado de sus amigos á la casa del gobernador, donde se despidieron los dos dándose los brazos y las manos con amigable sinceridad; y la mañana siguiente le acompanó Diego Velazquez hasta la marina, y asistió á la embarcacion : circunstancias menores que hacen poco en la narracion, y se pudieran omitir si no fueran necesarias para borrar la temprana ingratitud con que manchan á Cortés los que dicen que salió del puerto alzado con la armada. Asi lo refieren Antonio de Herrera y todos los que le trasladan; afirmando con poca razon que en el medio silencio de la noche convocó á los soldados por sus casas, y se embarcó furtivamente con ellos; y que saliendo al amanecer Diego Velazquez en seguimiento de esta novedad, se acercó á él en un barco guarnecido de gente armada, y le dió á entender con despego y libertad su inobediencia. Nosotros seguimos á Bernal Diaz del Castillo, que dice lo que vió, y lo mas semejante á la verdad; pues no cabe en humano discurso que un hombre tan avisado como Hernan Cortés, cuando tuviera entonces esta resolucion, se adelantase á desconfiar descubiertamente á Diego Velazquez hasta salir de su jurisdiccion, pues habia de tocar con la armada en otros lugares de la misma isla, para recoger los bastimentos y la gente que le aguardaba en ellos; ni cuando diéramos en su entendimiento y sagacidad esta inadvertencia, parece creible que en un lugar de tan corta poblacion como era entonces la villa de Santiago, se pudiesen embarcar trescientos hombres llamados de noche por sus casas, y entre ellos Diego de Ordaz y otros familiares del gobernador, sin que hubiese uno entre tantos que le avisase de aquella novedad, ó despertasen los que observaban sus acciones al ruido de tanta conmocion: admirable silencio en los unos, y estraordinario descuido en los otros. No negaremos que Hernan Cortés se apartó de la obediencia de Diego Velazquez, pero fue despues, y con la causa que veremos.

CAPITULO XI.

Pasa Cortés con la armada á la villa de la Trinidad, donde la refuerza con número considerable de gente: consiguen sus émulos la desconfianza de Velazquez, que hace vivas diligencias para detenerle.

Partió la armada del puerto de Santiago de Cuba en diez y ocho de noviembre del año de mil quinientos y diez y ocho; y costeando la isla por la banda del Norte hacia el Oriente, llegó en pocos dias á la villa de la Trinidad, donde tenia Cortés algunos amigos que le hicieron grata acogida. Publicó luego su jornada, y se ofrecieron á seguirle en ella Juan de Escalante, Pedro Sanchez Farfan, Gonzalo Mejía, y otras personas principales de aquella poblacion. Llegaron poco despues en su seguimiento Pedro de Alvarado y Alonso Dávila, que fueron capitanes en la entrada de Juan de Grijalva, y cuatro hermanos de Pedro de Alvarado, que se llamaban Gonzalo, Jorje, Gomez y Juan de Alvarado. Pasó la noticia á la villa de Sancti Spíritus, que estaba poco distante de la Trinidad, y de ella vinieron con el mismo intento de seguir á Cortés, Alonso Hernandez Portocarrero, Gonzalo de Sandoval, Rodrigo Rangel, Juan Velazquez de Leon, pariente del gobernador, y otras personas de calidad, cuyos nombres tendrán mejor lugar cuando se refieran sus hazañas. Con este refuerzo de gente noble, y con otros cien soldados que se juntaron de ambas poblaciones, iba tomando considerable cuerpo la armada; y al mismo tiempo se compraban bastimentos, municiones, armas y algunos caballos, ayudando todos á Cortés con su caudal y con sus diligencias ; porque sabia grangear los ánimos con el agrado y con las esperanzas, y ser superior sin dejar de ser compañero.

Pero apenas volvió las espaldas al puerto de Santiago, cuando sus émulos empezaron á levantar la voz contra él, hablando ya en su inobediencia con aquel atrevimiento cobarde que suele facilitar los cargos del ausente. Oyólos Diego Velazquez, y aunque fue con desagrado, reconocieron en su ánimo una seguridad inclinada al recelo, y fácil de llevar hácia la desconfianza; para cuyo fin se ayudaron de un viejo que llamaban Juan Millan, hombre que sin dejar de ser ignorante profesaba la astrología; loco de otro género, y locura de otra especie. Este, inducido de los demas, le dijo con grandes prevenciones del secreto algunas palabras misteriosas de la incierta inseguridad de aquella armada, dándole á entender que hablaban en su lengua las estrellas; y aunque Diego Velazquez tenia entendimiento para conocer la vanidad de estos pronósticos, pudo tanto el hablarle á propósito de lo que temia, que el despreciar al astrólogo fue principio de creer á los demas.

De tan débiles principios como estos nació la primera resolucion que tomó Diego Velazquez de romper con Hernan Cortés, quitándole el gobierno de la armada. Despachó luego dos correos á la

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villa de la Trinidad, con cartas para todos sus confidentes, y una órden espresa para que Francisco Verdugo su cuñado, que entonces era su alcalde mayor en aquella villa, le desposeyese judicialmente de la capitanía general; suponiendo que ya estaba revocado el título con que la servia, y nombrada persona en su lugar. Llegó brevemente á noticia de Cortés este contratiempo, y sin rendir el ánimo á la dificultad del remedio, se dejó ver de sus amigos y soldados para saber cómo tomaban el agravio de su capitan, y conocer si podia fiarse de su razon en el juicio que hacian de ella los demas. Hallólos á todos no solo de su parte, sino resueltos á defenderle de semejante injuria, sin negarse al último empeño d las armas. Y aunque Diego de Ordaz y Juan Velazquez de Leon estuvieron algo remisos, como mas dependientes del gobernador, se redujeron fácilmente á lo que no pudieran resistir; con cuya seguridad pasó despues á verse con el alcalde mayor, sabiendo ya lo que llevaba en su queja. Ponderóle cuánto aventuraba en ponerse de parte de aquella sinrazon, disgustando á tanta gente principal como le seguia, y cuánto se podia temer la irritacion de los soldados, cuya voluntad habia grangeado para servir mejor con ellos á Diego Velazquez, y le embarazaba ya para poder obedecerle; hablando en uno y otro con un género de resolucion que sin dejar de ser modestia, estaba lejos de parecer humildad ó falta de espíritu. Conoció Francisco Verdugo la razon que le asistia, y poco inclinado por su misma generosidad á ser instrumento de semejante violencia, le ofreció no solamente suspender la órden, sino replicar á ella y escribir á Diego Velazquez para que desistiese de aquella resolucion, que ya no era practicable por el disgusto de los soldados, ni se podria ejecutar sin graves inconvenientes. Ofrecieron lo mismo Diego de Ordaz, y los demas que tenian con él alguna autoridad, cuyo medio se ejecutó luego, y Hernan Cortés le escribió tambien, doliéndose amigablemente de su desconfianza, sin ponderar su desaire ni olvidar el rendimiento, como quien se hallaba obligado á quejarse, deseaba no tener razon de parecer quejoso, ni ponerse en términos de agraviado.

y

CAPITULO XII.

Pasa Hernan Cortés desde la Trinidad á la Habana, donde consigue el último refuerzo de la armada, y padece segunda persecucion de Diego Velazquez.

Hecha esta diligencia, que pareció entonces bastante para sosegar el ánimo de Diego Velazquez, trató Hernan Cortés de proseguir su navegacion; y enviando por tierra á Pedro de Alvarado con parte de los soldados, para que cuidase de conducir los caballos y hacer alguna gente en las estancias del camino, partió con la armada al puerto de la Habana, último parage de aquella isla, por donde empieza lo mas occidental de ella á dejarse ver del Septentrion. Salie

ron los navíos de la Trinidad con viento favorable; pero sobreviniendo la noche se desviaron de la capitana donde iba Cortés, sin observar como debian su derrota, ni echarle menos, hasta que la luz del dia les puzo á la vista el error de sus pilotos; y empeñados ya en proseguirle continuaron su viage, y llegaron al puerto donde saltó la gente en tierra. Hospedóla con agasajo y liberalidad Pedro de Barba, que á la sazon era gobernador de la Habana por Diego Velazquez; y andaban todos pesarosos de no haber esperado á su capitan ó vuelto en su demanda; sin pasar entonces con el discurso á mas que prevenir sus disculpas para cuando llegase.

Pero viendo que tardaba mas de lo que parecia posible, sin haberle sucedido algun fracaso, empezaron á inquietarse divididos en varias opiniones: porque unos clamaban que volviesen dos ó tres bajeles á buscarle por las islas de aquella vecindad; otros proponian que se nombrase gobernador en su ausencia, y algunos tenian por intempestiva ó sospechosa esta proposicion y como no habia quien mandase, resolvian todos, y ninguno ejecutaba. El que mas insistia en la opinion de que se nombrase gobernador era Diego de Ordaz, que como primero en la confianza de Diego Velazquez, queria preferir á todos, y hallarse con el interin para estar mas cerca de la propiedad; pero despues de siete dias que duraron estas diferencias, llegó á salvamento Hernan Cortés con su capitana.

Fue la causa de su detencion, que aquella noche navegando la armada sobre unos bajos, que están entre el puerto de la Trinidad y el cabo de San Anton, poco distantes de la isla de Pinos, tocó en ellos la capitana, como navío de mayor porte, y quedó encallada en la arena, de suerte que estuvo á pique de zozobrar: accidente de gran cuidado, en que se empezó á descubrir y acreditar el espíritu y la actividad de Cortés; porque animando á todos á vista del peligro, supo templar la diligencia con el sosiego, y obrar lo que convenia sin detenerse ni apresurarse. Su primer cuidado fue que se echase el esquife á la mar; y luego ordenó que en él se fuese transportando la carga del navío á una isleta ó arrecife de arena que estaba á la vista; por cuyo medio le aligeró hasta que pudo nadar sobre los bajíos, y sacándole despues al agua, volvió á cobrar la carga, y prosiguió su derrota; habiendo gastado en esta obra los dias de su detencion, y salido de aquel aprieto con tanto crédito como felicidad.

Alojóle Pedro de Barba en su misma casa, y fue notable la aclamacion con que le recibió la gente; cuyo número empezó luego á crecer, alistándose por sus soldados algunos vecinos de la Habana, y entre ellos Francisco de Montejo, que fue despues adelantado de Yucatan, Diego de Soto el de Toro, Garci Caro, Juan Sedeño, y otras personas de calidad y acomodadas que autorizaron la empresa, y ayudaron con sus haciendas al último apresto de la armada. Gastáronse en estas prevenciones algunos dias; pero no sabia Cortés perder el tiempo que se detenia: y asi ordenó que se sacase á tierra la artillería, que se limpiasen y probasen las piezas, observando los

artilleros el alcance de las balas y por haber en aquella tierra copia de algodon, mandó hacer cantidad de armas defensivas de unos colchados en forma de casacas, que llamaban escaupiles; invencion de la necesidad, que aprobó despues la esperiencia, dando á conocer que un poco de algodon flojamente punteado y sujeto entre dos lienzos, era mejor defensa que el acero para resistir á las flechas y dardos arrojadizos de que usaban los indios; porque perdian la fuerza entre la misma flojedad del reparo, y quedaban sin actividad para ofender á otro con la resulta del golpe.

Al mismo tiempo hacia que los soldados se habilitasen en el uso de los arcabuces y las ballestas, y se enseñasen á manejar la pica, á formar y desfilar un escuadron, á dar una carga y á ocupar un puesto, adiestrándolos él mismo con la voz y con el ejemplo en estos ensayos ó rudimentos del arte militar, como lo observaban los antiguos capitanes, que fingian las batallas y los asaltos para enseñar á los visoños la verdad de la guerra; cuya disciplina, practicada cuidadosamente en el tiempo de la paz, tuvo tanta estimacion entre los romanos, que de este ejercicio tomaron el nombre los ejércitos.

Al mismo paso y con el mismo fervor, se iba caminando en las demas prevenciones; pero cuando estaban todos mas gustosos con la vecindad del dia señalado para la partida, llegó á la Habana Gaspar de Garnica, criado de Diego Velazquez, con nuevos despachos para Pedro de Barba, en que le ordenaba, sin dejarle arbitrio, que quitase luego la armada á Cortés, y se le enviase preso con toda seguridad: ponderándole cuan irritado quedaba con Francisco Verdugo, porque le dejó pasar de la Trinidad; y dándole á entender con este enojo lo que aventuraba en no obedecerle con mayor resolucion. Escribió tambien á Diego de Ordaz y Juan Velazquez de Leon, que asistiesen á Pedro de Barba en la ejecucion de esta órden. Pero no faltó quien avisase á Cortés con el mismo Garnica de todo lo que pasaba, exhortándole á que mirase por sí, pues el que le hizo el beneficio de fiarle aquella empresa, trataba de quitárscla con tanto desdoro suyo, y le libraba del riesgo de ingrato, arrojándole violentamente de la obligacion en que le habia puesto.

CAPITULO XIII.

Resuélvese Hernan Cortés á no dejarse atropellar de Diego Velazquez: motivos justos de esta resolucion, y lo demas que pasó hasta que llegó el tiempo de partir de la Habana.

Aunque Hernan Cortés era hombre de gran corazon, no pudo dejar de sobresaltarse con esta noticia, que traia de mas sensible todo aquello que tuvo de menos esperada; porque estaba creyendo que Diego Velazquez se habria dado por satisfecho con lo que le escribieron y aseguraron todos en respuesta de la primera órden que

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