pera su espedicion que las anteriormente encomendadas por él á otras manos; porque habiendo sobrevenido un recio temporal, arrojó la armada sobre un gran rio al que dieron el nombre de San Pedro y San Pablo. Repuesta de ella, y levada el ancla nuevamente, volvió á sufrir segundo temporal, mas recio aun que el primero, que departió los tres buques maltratándolos considerablemente, y ocasionando grandes penalidades y mortandad en las tripula ciones. Reunidos por fin con indecible trabajo los tres buques, continuó Cortés sus tentativas logrando entonces descubrir la costa de las Californias; pero no pudo adelantar sus descubrimientos; porque sabedores del mal estado de la armada, su esposa y el virey, enviaron dos buques en busca de Cortés con cartas en que le rogaban encarecidamente regresase á Méjico; lo cual verificó desde luego, dejando la armada á cargo de Francisco de Ulloa, cuya gente descontenta y temerosa de empresa tan arriesgada, desampararon á su gefe y volvieron á tierra firme. A esta malograda espedicion siguió otra de dos buques al mando del mismo Ulloa, para hacer nuevos descubrimientos en el golfo y costas de las Californias, que igualmente se malogró, muriendo en ella el capitan á manos de uno de sus mismos soldados. Bernal Diaz del Castillo, refiriéndose á dicho verbal de Hernan Cortés, asegura que este gastó de su peculio en esas espediciones sobre trescientos mil pesos de oro; suma considerable que despues de tantas pérdidas como habia sufrido su fortuna, hace formar idea de las inmensas riquezas atesoradas por los conquistadores de Nueva España. Esos cuantiosos gastos, de que debia indemnizarle en parte el Real tesoro; las diferencias habidas con la audiencia sobre el modo de entender la cobranza de tributos de su marquesado, y la necesidad de demandar en justicia á Nuño Guzman, antiguo presidente de la primera Audiencia, por el despojo y venta de sus bienes á que injustamente le sentenció; todas estas causas juntas le obligaron á regresar á Castilla. Desembarcó en España á tiempo que el emperador Cárlos V disponia su grande armada contra Argel, y acompañóle á la espedicion con todo el séquito y aparato con que acostumbraba á emprender sus hechos militares. Pero un recio temporal deshizo aquella armada poderosa, y Cortés, que hubo de perecer en ella, se salvó milagrosamente. Aun entonces experimentó uno de los muchos desaires á que se veia espuesta la decadencia de su privanza en el ánimo del monarca: porque habiendo reunido los gefes de la armada para deliberar sobre lo que debian de hacer en vista del destrozo de los buques, no fue llamado á Consejo Hernan Cortés, lo cual sintió en gran manera, mucho mas juzgándose capaz, como él mismo decia, de tomar á Argel con las tropas que les quedaban si le permitian valerse para segundar su esfuerzo, de los antiguos soldados que con él fueron á Nueva España, acostumbrados á la fatiga y á despreciar los peligros de la guerra. Pero hubo de contentar su amor propio con la lisonja de su noble pensamiento; puesto que la espedicion regresó á España sin sacar el menor fruto de los gastos hechos para tan poderoso ar mamento. Este fue el último destello de la gloria de Hernan Cortés. Aquel astro militar que tan magestuosamente resplandeciera en uno y otro hemisferio, estaba próximo á desaparecer en el ocaso. Su mayor deseo era tornar nuevamente á Méjico si el rey le diera licencia para ello, pero no lo consiguió; y ya cargado de heridas y de años; lleno de achaques; sosteniendo enojosas demandas jurídicas, de que sentidamente se quejaba al emperador; y fatigado el ánimo por las persecuciones, los disgustos y desengaños que hubo de sufrir en la corte, comenzó á enfermar gravemente, y retirándose á Sevilla de donde se trasladó á un pueblo llamado Castilleja de la Cuesta, ordenó su testamento, preparóse á recibir la muerte con todos los auxilios espirituales, y falleció en dicho pueblo el dia dos de diciembre de mil quinientos cuarenta y siete, á los sesenta y tres años de edad. Fue enterrado con toda la pompa que á su persona correspondia, en la capilla de los duques de Medina-Sidonia, de donde se trasladaron sus huesos á un convento de religiosas, creado de órden suya en Cuyoacan, segun habia dispuesto en su testamento. En todas partes fue llorada su muerte por cuantos sabian apreciar á los hombres eminentes; pero se señalaron con particularidad los mejicanos; porque así los indios como los conquistadores, veian en Cortés el padre universal de aquella inmensa colonia. Así terminó sus dias uno de los hombres grandes que en aquellos siglos honraron é hicieron temible nuestra patria: cuya fama recibida y acatada en todas partes, no han podido debilitarla las amargas censuras y diatribas con que algunos estrangeros han querido empañar la gloria del vencedor de Méjico: Segun Bernal Diaz del Castillo, fue Hernan Cortés de buena estatura, bien proporcionado y membrudo; el color de su cara tiraba algo á ceniciento y no muy alegre el rostro pareciera mejor si fuera mas largo: su mirada era por una parte amorosa, por otra grave: tenia la barba recia, poca y rala, y lo mismo el cabello : su pecho alto y la espalda de buena forma; era cenceño y de poco vientre: sus piernas un poco estevadas pero de buenas formas. Fue gran ginete, diestro en todas armas así á pie como á caballo, sabia muy bien menearlas; y sobre todo tenia un ánimo muy valeroso. En la presencia, ademanes, mesa, trage, conversacion, y demas actos, así públicos como privados, manifestaba constantemente la grandeza y señorío de su alma, prendas que le hicieron dueño absoluto de cuantos sirvieron á sus órdenes, y que reconocian y confesaban públicamente hasta sus mas encarnizados enemigos. Ni esas grandes cualidades se oponian á las rudas tareas de soldado: Cortés era el primero en los combates, el primero que asia del azadon para abrir un foso; el primero en sufrir las privaciones y fatigas de la guerra; el primero tambien en acudir 1 á sus soldados, cuidar de sus personas, y aun curar sus heridas por sus propias manos. Solo así pudo sojuzgar en repetidas ocasiones la indómita fiereza de aquel puñado de gente, con que se atrevió á emprender y realizar uno de los acontecimientos mas gloriosos que embellecen las páginas de la historia antigua y moderna. TABLA De los Capitulos de este volúmen. LIBRO PRIMERO. CAP. III. Refiérense las calamidades que se padecian en España cuando se puso CAPÍTULO PRIMERO. Motivos que obligan á tener por necesario que se divida en Pág. 25 27 29 32 CAP. V. Cesan las calamidades de la monarquía con la venida del rey don Cárlos: 35 40 43 45 48 CAP. IX. Dificultades que se ofrecieron en la eleccion de cabo para la nueva ar- CAP. XII. Pasa Hernan Cortés desde la Trinidad á la Habana, donde consigue el CAP. XIII. Resuélvese Hernan Cortés à no dejarse atropellar de Diego Velazquez : CAP. XV. Pacifica Hernan Cortés los isleños de Cozumel, hace amistad con el ca- 61 64 CAP. XVII. Prosigue Hernan Cortés su navegacion, llega al rio de Grijalva, donde CAP. XVIII. Ganan los españoles á Tabasco: salen despues doscientos hombres à CAP. XIX. Pelean los españoles con un ejército poderoso de los indios de Tabasco CAP. XX. Efectúase la paz con el cacique de Tabasco, y celebrándose en esta pro- CAP. XXI. Prosigue Hernan Cortés su viage: llegan los bajeles á San Juan de Ulúa: Pág. 67 70 73 77 80 CAPÍTULO PRIMERO. Vienen el general Teutile y el gobernador Pilpatoe á visitar á CAP. II. Vuelve la respuesta de Motezuma con un presente de mucha riqueza, CAP. III. Dase cuenta de lo mal que se recibió en Méjico la porfia de Cortés, de CAP. IV. Refiérense diferentes prodigios y señales que se vieron en Méjico antes CAP. V. Vuelve Francisco de Montejo con noticia del lugar de Quiabislan: llegan los CAP. VII. Renuncia Hernan Cortés en el primer ayuntamiento que se hizo en la CAP. VIII. Marchan los españoles, y parte la armada la vuelta de Quiabislan : CAP. IX. Prosiguen los españoles su marcha desde Zempoala á Quiabislan : refié- 109 CAP. XI. Mueven los Zempoales con engaño las armas de Hernan Cortés contra CAP. XIII. Vuelve el ejército á la Vera-Cruz: despáchanse comisarios al rey con 122 CAP. XIV. Dispuesta la jornada llega noticia de que andaban navíos en la costa : 126 CAP. XV. Visita segunda vez el cacique de Zocothlan á Cortés; pondera mucho 129 |