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Quedaron los enemigos nuevamente orgullosos de este suceso, y con tanta satisfaccion de haber aplacado el ídolo de la guerra con el sacrificio de los españoles, que aquella misma noche, pocas horas antes de amanecer, se acercaron por las tres calzadas á inquietar los cuarteles, con ánimo de poner fuego á los bergantines, y proseguir la rota de aquella gente, que no sin particular advertencia, consideraban herida y fatigada; pero no supieron recatar su movimiento, porque avisó de él aquella trompeta infernal que los irritaba tratando á manera de culto la desesperacion; y se previno la defensa con tanta oportunidad, que volvieron rechazados, con la diligencia sola de asestar á las calzadas la artillería de los bergantines y de los mismos alojamientos, que disparando al bulto de la gente, dejó bastantemente castigado su atrevimiento.

El dia siguiente dió Guatimozin, por su propio discurso, en diferentes arbitrios de aquellos que suelen agradecerse á la pericia militar. Echó voz de que habia muerto Hernan Cortés en el paso de la calzada, para entretener al pueblo con esperanzas de breve desahogo. Hizo llevar las cabezas de los españoles sacrificados á las poblaciones comarcanas, para que, acabándose de creer su victoria, tratasen de reducirse los que andaban fuera de su obediencia ; y últimamente divulgó, que aquella deidad suprema entre sus ídolos, cuyo instituto era presidir á los ejércitos, mitigada ya con la sangre de los corazones enemigos, le habia dicho en voz inteligible : que dentro de ocho dias se acabaria la guerra, muriendo en ella cuantos despreciasen este aviso. Fingiólo así, porque se persuadió á que tardaria poco en acabar con los españoles, y tuvo inteligencia para introducir en los cuarteles enemigos personas desconocidas que derramasen estas amenazas de su dios, entre las naciones de indios que militaban contra él : notable ardid para melancolizar aquella gente, desanimada ya con la muerte de los españoles, con el estrago de los suyos, con la multitud de los heridos, y con la tristeza de los

cabos.

Tenian tan asentado el crédito las respuestas de aquel ídolo, y era tan conocido por sus oráculos en las regiones mas distantes, que se persuadieron fácilmente á que no podian faltar sus amenahaciendo tanta batería en su imaginacion el plazo de los ocho dias, señalado por él término fatal de su vida, que se determina

zas,

>> brazos, y se los comieron á los sesenta y dos, que dicho tengo; temia yo que un >> dia que otro habian de hacer de mi lo mismo, porque ya me habian llevado asido ≫ dos veces, y quiso Dios que me escapé; y acordóseme de aquellas muertes; y por » esta causa desde entonces temí desta cruel muerte y esto he dicho, porque >> antes de entrar en las batallas, se me ponia por delante una como grima y tris>> teza grandísima en el corazon, y encomendándome á Dios, y á su bendita Madre » Nuestra Señora, y entrar en las batallas todo era uno, y luego se me quitaba >> aquel temor. »>¡Qué confesion tan ingénua y franca! ¡ y qué bien sienta y cuan verdadera parece en un hombre que en ciento diez y ocho batallas jamás habia dado la menor muestra de cobardía!

ron á desamparar el ejército, y en las dos ó tres primeras noches faltó de los cuarteles la mayor parte de los confederados, siendo tan poderosa en aquellas naciones esta despreciable aprension, que hasta los mismos tlascaltecas y tezcucanos se deshicieron con igual desórden, ó porque temieron el oráculo como los demas, ó porque se los llevó tras sí el ejemplo de los que le temian. Quedaron solamente los capitanes y la gente de cuenta, puede ser que con el mismo temor; pero si le tuvieron, fue menos poderosa en ellos la defensa de la vida que la ofensa de la reputacion.

Entró Hernan Cortés en nueva congoja con este inopinado accidente, que le obligaba poco menos que á desconfiar de su empresa; pero luego que llegó á su noticia el origen de aquella novedad, envió en seguimiento de las tropas fugitivas á sus mismos cabos para que las detuviesen, contemporizando con el miedo que llevaban, hasta que pasados los ocho dias, señalados por el oráculo, llegasen á conocer la incertidumbre de aquellos vaticinios, y fuesen mas fáciles de reducir al ejército : diligencia de notable acierto en el discurso de Hernan Cortés; porque pasados los ocho dias, llegó á tiempo la persuasion, y volvieron á sus cuarteles con aquel género de nueva osadía que suele formarse del temor desengañado.

Don Hernando, el príncipe de Tezcuco, envió á su hermano por los de aquella nacion, y volvió con ellos y con nuevas tropas que halló formadas para socorrer el ejército. Los tlascaltecas desertores, que fueron de la gente mas ordinaria, no se atrevieron á proseguir su viage, temiendo el castigo á que iban espuestos; y estuvieron á la mira del suceso, creyendo que podrian unirse con los fugitivos de la rota imaginada; pero al mismo tiempo que se desengañaron de su vana credulidad, tuvieron la dicha de incorporarse con un socorro que venia de Tlascala, y fueron mejor recibidos en el ejército.

De este aumento de fuerzas con que se hallaba Cortés, y del ruido que hacia en la comarca el aprieto de la ciudad, resultó el declararse por los españoles algunos pueblos que se conservaban neutrales ó enemigos: entre los cuales vino á rendirse y á tomar ser vicio en el ejército la nacion de los otomies, gente, como dijimos, indómita y feroz, que á guisa de fieras se conservaba en aquellos montes, que daban sus vertientes á la laguna: rebeldes hasta entonces al imperio mejicano, sin otra defensa que vivir en parage poco apetecible por estéril y despreciado por inhabitable; con que llegó segunda vez el caso de hallarse Cortes con mas de doscientos mil aliados á su disposicion (1); pasando en breves dias de la tem

(1) Muy difícil, sino imposible, es formar juicio de las fuerzas de que constaban los ejércitos de los indios, y mas todavía calcular sus pérdidas. Ya hemos visto en las batallas con los de Tlascala el número inmenso de sus combatientes; y sobre ese punto y con especialidad acerca de su poblacion, hemos hecho las observacio

pestad á la bonanza, y atribuyendo, como solia, este poco menos que súbito remedio al brazo de Dios, cuya inefable providencia

nes que naturalmente nacen de un cálculo prudente, fundado en datos al parecer verosímiles. Despues de aquella inmensa muchedumbre, hemos visto igualmente presentarse en el valle de Otumba un ejército de 200 mil mejicanos, y sufrir en su derrota la pérdida de 20 mil hombres muertos: de suerte que, sin contar los heridos, cada uno de los mil y cuatrocientos españoles y tlascaltecas, que próximamente componian la columna de Cortés, hubo de matar catorce indios y herir por lo menos á otros tantos, correspondiendo á cada uno 142 contrarios poco mas o menos. Mas si estos hechos parecen increibles no solo por el número de combatientes y la inmensa poblacion relativa que debe suponerse, sino por la dificultad de reunir bastimentos para semejante muchedumbre en un pais en que, como dice con sobrada razon Mr. Robertson, se hallaba muy atrasada la agricultura, y carecia de animales domésticos; todavía es mas sorprendente, y por lo tanto mas dudoso, el crecido número de tropas que defendian á Méjico, y las no menos numerosas que le combatian á las órdenes de Cortés. Segun este, tenia 150 mil indios auxiliares Herrera los hace subir á cerca de 200 mil; y Solís copiando á Gomara, sienta que pasaban de ese número. Ademas, por los datos que aparecen en los historiadores, resulta que dentro de Méjico se hallaban encerrados mas de 200 mil indios y como debe suponerse que ese número solamente se refiera á la gente de armas, puesto que los historiadores dicen haber reunido allí los mejicanos sus principales fuerzas con anticipacion, hay que agregar á esa suma otras 200 mil personas que por lo menos habitarian la ciudad si su poblacion habia de ser proporcionada á la de las capitales subalternas de que ya hemos hablado en otra nota, y sobre todo á la estension y grandeza que los mismos historiadores conceden á la ciudad de Méjico; entiéndase que para este cálculo suponemos cierto el hecho indicado por varios autores, y que juzgamos verosímil, de haber salido de aquella capital antes de acercarse Cortés á ella, muchas familias que solamente servirian para consumir vitualla; y que salieron esas familias de la poblacion, mas no todos sus habitantes, lo prueban las relaciones de Cortés y Bernal Diaz, que dicen les hacian guerra hasta las mugeres, lanzando desde las azoteas piedras y otras armas arrojadizas. Ahora bien; aun haciendo un cálculo tan reducido, todavía aparecen dentro de Méjico 400 mil almas, á quienes era preciso alimentar. Cualquiera, pues, que haya tenido ocasion de tocar de cerca las inmensas dificultades que es necesario superar para proveer de víveres á un ejército igual de europeos, á pesar de ser tan cuantiosos los recursos agrícolas de los pueblos civilizados, podrá formar juicio de la casi absoluta imposibilidad de abastecer á Méjico para un largo asedio, no produciendo el pais mas fruto abundante que el maiz y los frijoles, y careciendo de animales domésticos. Así es que aun cuando, como creemos, no fuese tan crecido el número de combatientes, tanto de una como de otra porte, no era posible pudiesen los mejicanos resistir mucho tiempo el asedio: prueba de ello que apenas Cortés estrechó el bloquéo interceptando las comunicaciones de la plaza con tierra firme, cuando al momento comenzaron sus defensores á esperimentar todos los horrores del hambre, y de las enfermedades que la acompañan, no obstante la considerable disminucion de consumidores, causada por las numerosas pérdidas que sufrieron en sus repetidos encuentros con los sitiadores. Resulta pues de todo lo dicho, la suma dificultad que hallamos en dar asenso á los historiadores cuando refieren el crecido número de indios que entraban en combate, así como el persuadirnos que dentro de Méjico hubiesen podido almacenar suficientes víveres para alimentar aunque fuese por poco tiempo, á 200 mil hombres. Esta misma dificultad la comprueba la penuria que sufrian los mismos sitiadores, sin embargo de ser dueños del campo, y de proporcionarles las provincias aliadas tortas de maiz, peces y algunas frutas del pais, como cerezas, tunas y quilites, que son unas yerbas de que hacian uso los indios para su alimento. En medio de tantas dificultades y dudas como á cada paso nos ocurren, y sin datos por otra parte para fundar una opinion que se acerque en lo posible á la verdad, solamente de los desahogos de

suele muchas veces permitir las adversidades para despertar el conocimiento de los beneficios.

No estuvieron ociosos los mejicanos el tiempo que duró esta suspension de armas, á que se hallaron reducidos los españoles. Hacian frecuentes salidas, dejándose ver de dia y de noche sobre los cuarteles; pero siempre volvieron rechazados, perdiendo mucha gente, sin ofender ni escarmentar. Súpose de los últimos prisioneros que se hallaba en grande aprieto la ciudad; porque la hambre y la sed tenia congojada la plebe y mal satisfecha la milicia. Enfermaba y moria mucha gente de beber las aguas salitrosas de los pozos. Los pocos bastimentos que podian escapar de los bergantines ó entraban por los montes, se repartian por tasa entre los magnates, dando nueva razon á la impaciencia del pueblo, cuyos clamores tocaban ya en riesgos de la fidelidad (1). Llamó Hernan Cortés á sus capitanes para discurrir con esta noticia lo que se debia obrar, segun el estado presente de la ciudad y del ejército.

Hizo su proposicion, con poca esperanza de que se rindiesen los sitiados á instancia de la necesidad, por el odio implacable que tenian á los españoles, y por aquellas respuestas de sus ídolos con que le fomentaba el demonio; y se inclinó á que seria conveniente volver luego á las armas por esta probable conjetura, y porque no se deshiciesen otra vez aquellos aliados: gente de fáciles movimientos, y que así como era de servicio en los combates, peligraba en el ocio de los alojamientos, porque siempre deseaban la ocasion de llegar á las manos; y no se hacian capaces de que fuese guerra el asedio que se practicaba entonces, ni ofensas del enemigo aquellas suspensiones de la cólera militar.

Vinieron todos en que se continuara la guerra sin desamparar el

Bernal Diaz del Castillo contra el coronista Gomara, podemos sacar alguna luz, que si bien no tan clara como seria de desear, puede servir de mucho para que cada uno al leer las historias de aquella conquista, pueda formar juicio prudente de lo que en ellas vea referido. Las palabras de Bernal con referencia á Gomara, son ciertamente muy notables. «< Y tambien dize este coronista, que iban tantos millares de indios >> con nosotros á las entradas, que no tiene cuenta ni razon en tantos como pone; » y tambien dize de las ciudades y pueblos, y poblaciones, que eran tantos millares » de casas, no siendo la quinta parte : que si se suma todo lo que pone en su his>>toria, son mas millones de hombres, que en toda Castilla estan poblados, y » esso se le da poner mil que ochenta mil, y en esto se jacta, creyendo que va muy >> apacible su historia á los oyentes, no diciendo lo que pasó. » Poco antes habia consignado Bernal Diaz estas notabilísimas palabras. « Y sepan que hemos tenido >> por cierto los conquistadores verdaderos, que eso vemos escrito (la crónica), » que debieron de grangear al Gomara con dádivas, por que lo escribiese desta » manera. » Débese tener presente que los historiadores han copiado en mucha parte los errores de Gomara, por haber sido el primero que escribió de las cosas de Nueva España: con esta prevencion, nuestros lectores podrán formar el juicio que mas acertado les parezca.

(1) Segun Bernal Diaz, Cortés tomó el consejo que le dió Suchel, cacique auxiliar, de estrechar por hambre á los mejicanos. A esa arma poderosa se debió la rendicion de Méjico; y á ella debió acudir Cortés desde el principio para acelerar el éxito, y economizar la sangre de sus soldados.

asedio; y Hernan Cortés, que acabó de conocer en el suceso antecedente lo que padecia en aquellas retiradas, espuestas siempre á los últimos esfuerzos de los mejicanos, resolvió que reforzando la guarnicion de los cuarteles y de la plaza de armas, se acometiese de una vez por las tres calzadas para tomar puestos dentro de la ciudad: los cuales se habian de mantener á todo riesgo, procurando avanzar cada trozo por su parte hasta llegar á la gran plaza de los mercados que llamaban el Tlateluco, donde se unirian las fuerzas para obrar lo que dictase la ocasion. Estuviera mas adelantada la empresa, ó conseguida enteramente, si se hubiera tomado en el principio esta resolucion; pero es tan limitada la humana providencia, que no hace poco el mayor entendimiento en lograr la enseñanza de los malos sucesos, y muchas veces necesita de fabricar los aciertos sobre la correccion de los errores.

CAPITULO XXIV.

Hácense las tres entradas á un tiempo, y en pocos dias se incorpora todo el ejército en el Tlateluco; retírase Guatimozin al barrio mas distante de la ciudad, y los mejicanos se valen de algunos esfuerzos y cautelas para divertir á los españoles.

Prevenidos los víveres, el agua y lo demas que pareció necesario para mantener la gente dentro de una ciudad donde faltaba todo, salieron los tres capitanes de sus cuarteles el dia señalado al amanecer; Pedro de Alvarado por el camino de Tácuba; Gonzalo de Sandoval por el de Tepeaquilla, y Hernan Cortés con el trozo de Cristóbal de Olid por el de Cuyoacan; llevando cada uno sus bergantines y canoas por los costados. Halláronse las tres calzadas en defensa, levantadas las puentes, abiertos los fosos, y con tanta sobra de gente como si fuera este dia el primero de la guerra; pero se venció aquella dificultad con la misma industria que otras veces, á costa de alguna detencion llegaron los trozos á la ciudad con poca diferencia de tiempo. Ganáronse brevemente las calles arruinadas, porque los enemigos las defendian con flojedad, para retirarse á las que tenian guarnecidos los terrados. Pero los españoles trataron el primer dia de formar sus alojamientos, fortificándose cada trozo en su cuartel lo mejor que fue posible, con las ruinas de los edificios, y fundando su mayor seguridad en la vigilancia de sus centinelas.

y

Causó esta novedad grande turbacion y desconsuelo entre los mejicanos, desarmóse la prevencion que tenian hecha para cargar la retirada: corrió la voz engrandeciendo el peligro y apresurando los remedios: acudieron los nobles y ministros al palacio de Guatimozin, y á instancia de todos se retiró aquella misma noche á lo mas distante de la ciudad. Continuáronse las juntas, y hubo diversos pareceres desalentados ó animosos, segun obedecia el entendi

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