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» solamente obligado á reconocer el supremo dominio en el rey de los españoles; cuyo derecho apoyaba entre los mejicanos la tra»dicion de sus mayores, y el consentimiento de los siglos. » En esta sustancia fue su proposicion, y repitió algunas veces la misma diligencia, porque á la verdad sentia destruir una ciudad tan opulenta y deliciosa que ya miraba como alhaja de su rey.

Oyó entonces Guatimozin, con menos altivez que solia, el mensage de Cortés; y segun lo que refirieron poco despues otros prisioneros, llamó á su presencia el consejo de sus militares y ministros, convocando á los sacerdotes de los ídolos que tenian voto de primera calidad en las materias públicas. Ponderó en la propuesta:

el estado miserable á que se hallaba reducida la ciudad; la gente » de guerra que se perdia; lo que se congojaba el pueblo con los » principios de la necesidad; la ruina de los edificios; y última» mente pidió consejo, inclinándose á la paz lo bastante para que » le siguiese la lisonja ó el respeto, » como sucedió entonces, porque todos los cabos y ministros votaron que se admitiese la proposicion de la paz, y se oyesen los partidos con que se ofrecia, reservando para despues el discurrir sobre su proporcion ó su disonancia.

Pero los sacerdotes se opusieron con el rostro firme á las pláticas de la paz, fingiendo algunas respuestas de sus ídolos, que aseguraban de nuevo la victoria, ó seria verdad en estos ministros la mentira de sus dioses, porque andaba muy solicito aquellos dias el demonio, esforzando en los oidos lo que no podia en los corazones. Y tuvo tanta fuerza este dictámen, armado con el celo de la religion, ó libre con el pretesto de piadoso, que se redujeron á él todos los votos, y Guatimozin, no sin particular desabrimiento, porque ya sentia en su corazon algunos presagios de su ruina, resolvió que se continuase la guerra ; intimando á sus ministros, que perderia la cabeza cualquiera que se atreviese á proponerle otra vez la paz, por aprietos en que se llegase á ver la ciudad, sin esceptuar de este castigo á los mismos sacerdotes, que debian mantener con mayor constancia la opinion de sus oráculos.

Determinó Hernan Cortés con esta noticia que se hiciese una entrada general por las tres calzadas, para introducir á un mismo tiempo el incendio y la ruina en lo mas interior de la ciudad, y enviando las órdenes á los capitanes de Tácuba y Tepeaquilla, entró á la hora señalada con el trozo de Cristóbal de Olid por Cuyoacan. Tenian los enemigos abiertos los fosos y fabricados sus reparos en la forma que solian; pero los cinco bergantines de aquel distrito rompieron con facilidad las fortificaciones, al mismo tiempo que se iban cegando los fosos, y pasó el ejército sin detencion considerable, hasta que llegando á la última puente que desembocaba en la ribera, se halló de otro género la dificultad. Habian derribado parte de la calzada para ensanchar aquel foso, dejándole con setenta pasos de longitud, y cargando el agua de las acequias para

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mayor profundidad. Tenian á la márgen contrapuesta una gran fortificacion de maderos unidos y entablados, con dos ó tres órdenes de troneras, y no sin algun género de traveses, y era innumerable muchedumbre de gente la que habian prevenido para la defensa de aquelpaso. Pero á los primeros golpes de la batería cayó en tierra esta máquina; y los enemigos despues de padecer el daño que hicieron sus ruinas, viéndose descubiertos al rigor de las balas, se recogieron á la ciudad, sin volver el rostro, ni cesar en sus amenazas. Dejaron con esto libre la ribera, y Hernan Cortés, por ganar el tiempo, dispuso que la ocupasen luego los españoles, sirviéndose para salir á tierra de los bergantines y de las canoas amigas que los acompañaban, por cuyo medio pasaron despues las naciones, los caballos y tres piezas de artillería, que parecieron bastantes para la faccion de aquel dia.

Pero antes de cerrar con el enemigo, que todavía perseveraba en las trincheras, con que tenian atajadas las calles, encargó al tesorero Julian de Alderete, que se quedase á cegar y mantener aquel foso, y á los bergantines que procurasen hacer la hostilidad que pudiesen, acercándose á la batalla por las acequias mayores. Trabóse luego la primera escaramuza, y Julian de Alderete, con el oido en el rumor de las armas, y con la vista en el avance de los españoles, aprendió que no era decente á su persona la ocupacion, á su parecer mecánica, de cegar un foso, cuando estaban peleando sus compañeros; y se dejó llevar inconsideradamente á la ocasion, cometiendo este cuidado á otro de su compañía, el cual, ó no supo ejecutarlo, ó no quiso encargarse de operacion desacreditada por el mismo que la subdelegaba, con que le siguió toda la gente de su cargo, y quedó abandonado aquel foso, que se tuvo por impenetrable al tiempo de la entrada.

Fue valerosa en los primeros ataques la resistencia de los mejicanos. Ganáronse con dificultad y á costa de algunas heridas sus fortificaciones, y fue mayor el conflicto cuando se dejaron atrás los edificios arruinados, y llegó el caso de pelear con los terrados y ventanas; pero en lo mas ardiente del furor con que peleaban, se conoció en ellos una flojedad repentina que pareció ejecucion de nueva órden; porque iban perdiendo apresuradamente la tierra que ocupaban: y segun lo que se presumió entonces y se averiguó despues, nació esta novedad de que llegó á noticia de Guatimozin el desamparo del foso grande, y ordenó á sus cabos que tratasen de guardarse y conservar la gente para la retirada. Tuvo Hernan Cortés por sospechoso este movimiento del enemigo, y porque se iba limitando el tiempo, de que necesitaba para llegar antes de la noche á su cuartel, trató de retirarse, mandando primero que se derribasen y diesen al fuego algunos edificios para quitar los padrastos de la entrada siguiente.

Pero apenas se dió principio á la marcha, cuando asustó los oidos un instrumento formidable y melancólico, que llamaban ellos la

Bocina Sagrada, porque solamente la podian tocar los sacerdotes cuando intimaban la guerra y concitaban los ánimos de parte de sus dioses. Era el sonido vehemente, y el toque una cancion compuesta de bramidos que infundia en aquellos bárbaros nueva ferocidad, dando impulsos de religion al desprecio de la vida. Empezó despues el rumor insufrible de sus gritos; y al salir el ejército de la ciudad cayó sobre la retaguardia que llevaban á su cargo los españoles, una multitud innumerable de gente resuelta y escogida para la faccion que traian premeditada.

Hicieron frente los arcabuces y ballestas; y Hernan Cortés con los caballos que le seguian, procuró detener al enemigo; pero sabiendo entonces el embarazo del foso que impedia la retirada, quiso doblarse y no lo pudo conseguir, porque las naciones amigas, como traian órden para retirarse, y tropezaron primero con la dificultad, cerraron con ella precipitadamente, y no se oyeron las órdenes, ó no se obedecieron.

Pasaban muchos á la calzada en los bergantines y canoas, siendo mas los que se arrojaron al agua, donde hallaron tropas de indios nadadores que los herian ó anegaban. Quedó solo Hernan Cortés con algunos de los suyos á sustentar el combate. Mataron á flechazos el caballo en que peleaba; y apeándose á socorrerle con el suyo el capitan Francisco de Guzman, le hicieron prisionero, sin que fuese posible conseguir su libertad. Retiróse finalmente á los bergantines, y volvió á su cuartel herido, y poco menos que derrotado, sin hallar recompensa en el destrozo que recibieron los mejicanos. Pasaron de cuarenta los españoles que llevaron vivos para sacrificarlos á sus ídolos perdióse una pieza de artillería : murieron mas de mil tlascaltecas; y apenas hubo español que no saliese maltratado: pérdida verdaderamente grande, cuyas consecuencias meditaba y conocia Hernan Cortés, negando al semblante lo que sentia el corazon por no descubrir entonces la malicia del suceso. ¡Dura, pero inescusable pension de los que gobiernan ejércitos! obligados siempre á traer en las adversidades el dolor en el fondo, y el desahogo en la superficie del ánimo (1).

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(1) Bernal Diaz del Castillo atribuye esta derrota á falta de prevision de Cortés por no haber cuidado de que cegasen todos los puentes, con particularidad el de que hace mencion Solís; mas el segundo en sus relaciones, manifiesta el gran cuidado que tuvo en mandar se cegasen aquellos cuidadosamente; y que cuando fue á ver por sí mismo si lo habian ejecutado, era tarde para el remedio: puesto que ya volvian en derrota los españoles y aliados, que poco antes habian pasado la cortadura sobre unas tablas y carrizos con sumo tiento y cuidado, medio que no podian ya valerse cuando retrocedieron cargados por el enemigo. Este incidente confirma lo poco precavido que anduvo Cortés en no prevenirse de puentes para la repetida operacion de salvar las cortaduras de las calzadas, tanto esteriores como del interior de la ciudad. Bernal Diaz añade que ese plan de ataque le consultó Cortés con sus capitanes, y de estos, varios fueron de parecer opuesto al de su gefe, por conceptuar que no teniendo guarnecidas las calzadas, ni pudiendo evitar completamente que las canoas enemigas dejasen de abrir sus puentes á causa de hallarse

CAPITULO XXIII.

Celebran los mejicanos su victoria con el sacrificio de los españoles: atemoriza Guatimozin á los confederados, y consigue que desamparen muchos á Cortés : pero vuelven al ejército en mayor número, y se resuelve á tomar puestos dentro de la ciudad.

Hicieron sus entradas al mismo tiempo Gonzalo de Sandoval y Pedro de Alvarado, hallando en ellas igual oposicion, y con poca diferencia en los progresos de ambos ataques: ganar los puentes, cegar los fosos, penetrar las calles, destruir los edificios y sufrir en la retirada los últimos esfuerzos del enemigo. Pero faltó el contratiempo del foso grande, y fue la pérdida menor, aunque llegarian á veinte los españoles que faltaron de ambas entradas, sobre los cuales hacen la cuenta los que dicen, que perdió Hernan Cortés mas de sesenta en la de Cuyoacan.

El tesorero Julian de Alderete, á vista de los daños que habia ocasionado su inobediencia, conoció su culpa, y vino desalentado y pesaroso á la presencia de Cortés, ofreciendo su cabeza en satisfaccion de su delito; y él le reprendió con severidad, dejándole sin otro castigo, porque no se hallaba en tiempo de contristar la gente con la demostracion que merecia (1). Fue preciso alzar por entonces la mano de la guerra ofensiva, y se trató solo de ceñir el asedio y estrechar el paso á las vituallas, entretanto que se atendia con particular cuidado á la cura de los heridos, que fueron muchos, y mas fáciles de numerar los que no lo estaban.

Pero se descubrió entonces la gracia de un soldado particular, llamado Juan Cathalan, que sin otra medicina que un poco de aceite (2) y algunas bendiciones, curaba en tan breve tiempo las

los bergantines imposibilitados de ayudarles por las muchas estacadas que los enemigos habian hecho en la laguna, resultaria ser ellos los sitiados y no los mejicanos. Repetimos ahora lo dicho en la nota de la página 429, respecto á no poder formar juicio exacto de las operaciones por carecer de los datos necesarios para ello. Así pues, será preciso abstenernos de formar nuevos juicios, y al propio tiempo de dar completo asenso á lo que escribe Bernal, no muy indulgente á veces con los descuidos que Cortés tuvo en aquella guerra; puesto que su censura llega al estremo de dar por sentado que Cortés echase la culpa de aquel descalabro al tesorero Julian de Alderete ; que este negase haber recibido órden alguna de cegar los puentes; y que reconvenido Cortés por Sandoval, hiciese el primero, saltándosele las lágrimas de los ojos, esta sentida y candorosa esclamacion:; Oh hijo Sandoval! que mis pecados lo han permitido, que no soy tan culpante en el negocio como me hacen.

(1) No sabemos los fundamentos en que apoya Solís este relato. Véase lo que dejamos dicho en la nota precedente.

(2) Segun Castillo carecian de aceite, y curaban sus heridas con grasa de los indios muertos en combate: en otra parte se contradice el mismo Castillo sobre ese particular.

heridas que no parecia obra natural. Llama el vulgo á este género de cirurgía curar por ensalmo, sin otro fundamento que haber oido entre las bendiciones algunos versos de los salmos, habilidad ó profesion no todas veces segura en lo moral, y algunas permitida con riguroso exámen. Pero en este caso no seria temeridad que se tuviese por obra del cielo semejante maravilla, siendo la gracia de sanidad uno de los dones gratuitos que suele Dios comunicar á los hombres; y no parece creible que se diese concurso del demonio en los medios con que se conseguia la salud de los españoles, al mismo tiempo que procuraba destruirlos con la sugestion de sus oráculos. Antonio de Herrera dice, que fue una muger española, que se llamaba Isabel Rodriguez, la que obró estas curas admirables; pero seguimos á Bernal Diaz del Castillo que se halló mas cerca ; y aunque tenemos por infelicidad de la pluma tropezar con estas discordancias de los autores, no todas se deben apurar; porque siendo cierta la obra, importa poco á la verdad la diferencia del instrumento.

Volvamos empero á los mejicanos, que aplaudieron su victoria con grandes regocijos. Viéronse aquella noche desde los cuarteles coronados los adoratorios de hogueras y perfumes; y en el mayor, dedicado al dios de la guerra, se percibian sus instrumentos militares en diferentes coros de menos importuna disonancia. Solemnizaban con este aparato el miserable sacrificio de los españoles que prendieron vivos, cuyos corazones palpitantes, llamando al Dios de la verdad mientras les duraba el espíritu, dieron el último calor de la sangre á la infeliz aspersion de aquel horrible simulacro. Presumióse la causa de semejante celebridad, y las hogueras daban tanta luz, que se distinguia el bullicio de la gente; pero se alargaban algunos de los soldados á decir, que percibian las voces y conocian los sugetos. ¡Lastimoso espectáculo! y á la verdad no tanto de los ojos, como de la consideracion; pero en ella tan funesto y tan sensible, que ni Hernan Cortés pudo reprimir sus lágrimas, ni dejar de acompañarle con la misma demostracion todos los que le asistian (1).

(1) Bernal Diaz asegura que los indios cogieron vivos á sesenta y dos espafioles. Ademas, segun el mismo Cortés, murieron en la pelea de 35 á 40 de los mismos; resultando de pérdida unos cien españoles, sin contar los heridos: pérdida irreparable cuyas consecuencias pudieron ser aun mas funestas, si los mejicanos hubieran sabido aprovecharse de la falsa posicion de sus contrarios, y de la consternacion y espanto que en ellos produjo el horrible espectáculo del sacrificio de sus desgraciados compañeros de armas. Bernal Diaz y Cortés hacen la descripcion mas aterradora de la bárbara inhumanidad con que los mejicanos inmolaron aquellas víctimas en las aras de sus dioses. Puede formarse idea de la horrorosa sensacion que produjo en el alma de los españoles la vista de aquel sangriento espectáculo, que sin poderlo evitar contemplaban asombrados desde sus reales, por las siguientes palabras de Bernal Diaz. «Despues que vide abrir por los pechos y sacar los corazones, y sa>> crificar aquellos sesenta y dos soldados, que dicho tengo que llevaron vivos de >> los de Cortés, y ofrecelles los corazones á los ídolos.... y habia visto que les aser>> raban por los pechos, y sacalles los corazones bullendo, y cortalles pies y

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