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turbacion, y despues de mandarle aprisionar, hizo seña para que se retirasen todos con pretesto de hacer algun exámen secreto, y sirviéndose de las noticias que llevaba, le sacó del pecho el papel del tratado con las firmas de los conjurados. Leyóle, y halló en él algunas personas, cuya infidelidad le puso en mayor cuidado; pero recatándole de los suyos, mandó poner en otra prision á los que se hallaron con el reo, y se retiró dejando su instruccion á los ministros de justicia para que se fulminase la causa con toda la brevedad que fuese posible sin hacer diligencia que tocase á los cómplices en que hubo pocos lances, porque Villafaña, convencido con la aprehension del papel, y creyendo que le habian entregado sus amigos, confesó luego el delito; con que se fueron estrechando los términos segun el estilo militar, y se pronunció contra él sentencia de muerte, la cual se ejecutó aquella misma noche, dándole lugar para que cumpliese con las obligaciones de cristiano; y el dia siguiente amaneció colgado en una ventana de su mismo alojamiento, con que se vió el castigo al mismo tiempo que se publicó la causa; y se logró en los culpados el tenor, y en los demas el aborrecimiento de la culpa.

Quedó Hernan Cortés igualmente irritado y cuidadoso de lo que habia crecido el número de las firmas; pero no se hallaba en tiempo de satisfacer á la justicia, perdiendo tantos soldados españoles en el principio de su empresa, y para escusar el castigo de los culpados sin desaire del sufrimiento, echó voz de que se habia tragado Antonio de Villafaña un papel hecho pedazos, en que á su parecer, tendria los nombres ó las firmas de los conjurados. Y poco despues llamó á sus capitanes y soldados, y les dió noticia por mayor de las horribles novedades que traia en el pensamiento Antonio de Villafaña, y de la conjuracion que iba forjando contra su vida, y contra otros muchos de los que se hallaban presentes, y añadió: « que » tenia por felicidad suya el ignorar si habia tomado cuerpo el de»lito con la inclusion de algunos cómplices; aunque la diligencia » que logro Villafaña para ocultar un papel que traia en el pecho, no » le dejaba dudar que los habia pero que no queria conocerlos; y

solo_pedia encarecidamente á sus amigos que procurasen inquirir » si corria entre los españoles alguna queja de su proceder que ne» cesitase de su enmienda, porque deseaba en todo la mayor satis>> faccion de los soldados, y estaba pronto á corregir sus defectos, >> así como sabria volver al rigor y á la justicia, si la moderacion » del castigo se hiciese tibieza del escarmiento. »

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Mandó luego que fuesen puestos en libertad los soldados que asistian á Villafaña; y con esta declaracion de su ánimo, revalidada con no torcer el semblante á los que le habian ofendido, se dieron por seguros de que se ignoraba su delito; y sirvieron despues con mayor cuidado, porque necesitaban de la puntualidad para desmentir los indicios de la culpa.

Fue importante advertencia la de ocultar el papel de las firmas

para no perder aquellos españoles de que tanto necesitaba; y mayor hazaña la de ocultar su irritacion para no desconfiarlos: ¡ primoroso desempeño de su razon, y notable predominio sobre sus pasiones! Pero teniendo á menos cordura el esceder en la confianza que suele adormecer el cuidado á fin de provocar el peligro, nombró entonces compañía de su guardia para que asistiesen doce soldados con un cabo cerca de su persona; si ya no se valió de esta ocasion como de pretesto para introducir sin estrañeza lo que ya echaba menos su autoridad.

Ofreciósele poco despues embarazo nuevo, que aunque de otro género, tuvo sus circunstancias de motin; porque Xicotencal, á cuyo cargo estaban las primeras tropas que vinieron de Tlascala, ó por alguna desazon, fácil de presumir en su altivez natural, ó porque duraban todavía en su corazon algunas reliquias de la pasada enemistad, se determinó á desamparar el ejército, convocando algunas compañías que á fuerza de sus instancias ofrecieron asistirle. Valióse de la noche para ejecutar su retirada; y Hernan Cortés que la supo luego de los mismos tlascaltecas, sintió vivamente una demostracion de tan dañosas consecuencias en cabo tan principal de aquellas naciones, cuando se estaba ya con las armas casi en las manos para dar principio á la empresa. Despachó en su alcance algunos indios nobles de Tezcuco para que le procurasen reducir á que por lo menos se detuviese hasta proponer su razon; pero la respuesta de este mensage, que fue no solamente resuelta, sino descortés con algo de menosprecio, le puso en mayor irritacion, y envió luego en su alcance dos ó tres compañías de españoles con suficiente número de indios tezcucanos y chalqueses para que le prendiesen; y en caso de no reducirse le matasen. Ejecutóse lo segundo, porque se halló en él porfiada resistencia, y alguna flojedad en los que le seguian contra su dictámen ; los cuales se volvieron luego al ejército quedando el cadáver pendiente de un árbol.

Así lo refiere Bernal Diaz del Castillo, aunque Antonio de Herrera dice que le llevaron á Tezcuco, y que usando Hernan Cortés de una permision que le habia dado la república, le hizo ahorcar públicamente dentro de la misma ciudad: lectura que parece menos semejante á la verdad, porque aventuraba mucho en resolverse á tan violenta ejecucion con tanto número de tlascaltecas á la vista, que precisamente habian de sentir aquel afrentoso castigo en uno de los primeros hombres de su nacion.

Algunos dicen que le mataron con órden secreta de Cortés los mismos españoles que salieron al camino, en que hallamos algo menos aventurada la resolucion. Y como quiera que fuese, no se puede negar que andaba su providencia tan adelantada y tan sobre lo posible de los sucesos que tenia prevenido este lance de suerte, que ni los tlascaltecas del ejército, ni la república de Tlascala, ni su mismo padre hicieron queja de su muerte; porque sabiendo al

gunos dias antes que se desmandaba este mozo en hablar mal de sus acciones, y en desacreditar la empresa de Méjico entre los de su nacion, participó á Tlascala esta noticia para que le llamasen á su tierra con pretesto de otra faccion, ó se valiesen de su autoridad para corregir semejante desórden; y el senado, en que asistió su padre, le respondió: que aquel delito de amotinar los ejércitos era digno de muerte segun los estatutos de la república; y que así podria, siendo necesario, proceder contra él hasta el último castigo, como ellos lo ejecutarian si volviese á Tlascala, no solo con él, sino con todos los que le acompañasen: cuya permision facilitaria mucho entonces la resolucion de su muerte, aunque sufrió algunos dias sus atrevimientos, sirviéndose de los medios suaves para reducirle. Pero siempre nos inclinamos á que se hizo la ejecucion fuera de Tezcuco, segun lo refiere Bernal Diaz, porque no dejaria Hernan Cortés de tener presente la diferencia que se debia considerar entre ponerlos delante un espectáculo de tanta severidad; ó referirles el hecho despues de sucedido: siendo máxima evidente que abultan mas en el ánimo las noticias que se reciben por los ojos, así como pueden menos con el corazon las que se mandan por los oidos (1).

CAPITULO XX.

Échanse al agua los bergantines; y dividido el ejército de tierra en tres partes, para que al mismo tiempo se acometiese por Tácuba, Iztacpalapa y Cuyoacan, avanza Hernan Cortés por la laguna, y rompe una gran flota de canoas mejicanas.

No se dejaban de tener á la vista las prevenciones de la jornada, por mas que se llevasen parte del cuidado estos accidentes. Ibanse al mismo tiempo echando al agua los bergantines: obra que se consiguió con felicidad, debiéndose tambien á la industria de Martin Lopez, como última perfeccion de su fábrica. Díjose antes una misa de Espíritu Santo, y en ella comulgó Hernan Cortés con todos sus españoles. Bendijo el sacerdote los buques: dióse á cada uno su nombre segun el estilo náutico, y entre tanto que se introducian los adherentes que dan espíritu al leño, y se afinaba el uso de las jarcias y velas, pasaron muestra en escuadron los españoles, cuyo ejército constaba entonces de novecientos hombres; los ciento y noventa y cuatro entre arcabuces y ballestas, los demas de espada, rodela y lanza, ochenta y seis caballos, y diez y ocho piezas de artillería, las tres de hierro gruesas, y las quince falconetes de bronce con suficiente provision de pólvora y balas.

(1) Cortés en sus relaciones nada dice de la traicion ó mas bien disidencia de Xicotencal. La causa de ella tampoco se encuentra bastante expresa en los historiadores. Herrera y Bernal Diaz atribuyen aquel hecho á miras particulares de interés de envidia. No se debe olvidar igualmente su poca aficion á los españoles.

Aplicó Hernan Cortés á cada bergantin veinte y cinco españoles con un capitan, doce remeros, á seis por banda, y una pieza de artillería. Los capitanes fueron Pedro de Barba, natural de Sevilla: García de Holguin, de Cáceres: Juan Portillo, de Portillo: Juan Rodriguez de Villa-fuerte, de Medellin : Juan Jaramillo, de Salvatierra, en Estremadura: Miguel Diaz de Auz, aragonés: Francisco Rodriguez Magarino, de Mérida : Cristóbal Flores, de Valencia de don Juan Antonio de Carabajal, de Zamora : Gerónimo Ruiz de la Mota, de Burgos: Pedro Briones, de Salamanca Rodrigo Morejon de Lobera, de Medina del Campo: y Antonio Sotelo, de Zamora : los cuales se embarcaron luego cada uno á la defensa de su bajel y al socorro de los otros.

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Dispuesta en esta forma la entrada que se habia de hacer por el lago, determinó con parecer de sus capitanes, ocupar al mismo tiempo las tres calzadas principales de Tácuba, Iztacpalapa y Cuyoa

sin alargarse á la de Suchimilco, por escusar la desunion de su gente, y tenerla en parage que pudiesen recibir menos dificultosamente sus órdenes: para cuyo efecto dividió el ejército en tres partes, y encargó á Pedro de Alvarado la espedicion de Tácuba, con nombramiento de gobernador y cabo principal de aquella entrada, llevando á su órden ciento y cincuenta españoles, y treinta caballos en tres compañías á cargo de los capitanes Jorge de Alvarado, Gutierre de Badajoz y Andres de Monjaraz, dos piezas de artillería y treinta mil tlascaltecas. El ataque de Cuyoacan encargó al maestre de campo Cristóbal de Olid, con ciento y sesenta españoles en las tres compañías de Francisco Verdugo, Andres de Tapia y Francisco de Lugo, treinta caballos, dos piezas de artillería y cerca de treinta mil indios confederados; y últimamente cometió á Gonzalo de Sandoval la entrada que se habia de hacer por Iztacpalapa con otros ciento y cincuenta españoles á cargo de los capitanes Luiz Marin y Pedro de Ircio, dos piezas de artillería, veinte y cuatro caballos, y toda la gente de Chalco, Guajocingo y Cholula, que serian mas de cuarenta mil hombres. Seguimos en el número de los aliados que sirvieron en estas entradas la opinion de Antonio de Herrera, porque Bernal Diaz del Castillo dá solamente ocho mil tlascaltecas á cada uno de los tres capitanes, y repite algunas veces que fueron de mas embarazo que servicio, sin decir donde quedaron tantos millares de hombres como vinieron al sitio de aquella ciudad : ambicion descubierta de que lo hiciesen todo los españoles, y poco advertida en nuestro sentir; porque deja increible lo que procura encarecer, cuando bastaba para encarecimiento la verdad.

Partieron juntos Cristóbal de Olid y Gonzalo de Sandoval que se habian de apartar en Tácuba, y se alojaron en aquella ciudad sin contradiccion, despoblaba ya, como lo estaban los demas lugares contiguos á la laguna; porque los vecinos que se hallaban capaces de tomar las armas, acudieron á la defensa de Méjico, y los demas se ampararon de los montes con todo lo que pudieron retirar de sus

haciendas. Aquí se tuvo aviso de que habia una junta considerable de tropas mejicanas, á poco mas de media legua que venian á cubrir los conductos del agua que bajaban de las sierras de Chapultepeque (1): prevencion cuidadosa de Guatimozin, que sabiendo el movimiento de los españoles, trató de poner en defensa los manantiales de que se proveian todas las fuentes de agua dulce que se gastaba en la ciudad.

Descubríanse por aquella parte dos ó tres canales de madera cóncava sobre paredones de argamasa, y los enemigos tenian hechos algunos reparos contra las avenidas que miraban al camino. Pero los dos capitanes salieron de Tacuba con la mayor parte de su gente; y aunque hallaron porfiada resistencia, se consiguió finalmente que desamparasen el puesto, y se rompieron por dos ó tres partes los conductos y los paredones con que bajó la corriente, dividida en varios arroyos, á buscar su centro en la laguna; debiéndose á Cristóbal de Olid y á Pedro de Alvarado esta primera hostilidad de agotar las fuentes de Méjico, y dejar á los sitiados en la penosa tarea de buscar el agua en los rios que bajaban de los montes, y en precisa necesidad de ocupar su gente y sus canoas en la conduccion y en los convoyes.

Conseguida esta faccion partió Cristóbal de Olid con su trozo á tomar el puesto de Cuyoacan, y Hernan Cortés, dejando á Gonzalo de Sandoval el tiempo que pareció necesario para que llegase á Iztacpalapa, tomó á su cargo la entrada que se habia de hacer por la laguna para estar sobre todo, y acudir con los socorros donde llamase la necesidad. Llevó consigo á don Fernando, señor de Tezcuco, y á un hermano suyo, mozo de espíritu, llamado Suchel, que se bautizó poco despues, tomando el nombre de Cárlos, como subdito del emperador. Dejó en aquella ciudad bastante número de gente para cubrir la plaza de armas, y hacer algunas correrías que asegurasen la communicacion de los cuarteles, y dió principio á su navegacion, puestos en ala sus trece bergantines, disponiendo lo mejor que pudo el adorno de las banderas, flámulas y gallardetes: esterioridad de que se valió para dar bulto á sus fuerzas, y asustar la consideracion del enemigo con la novedad.

Iba con propósito de acercarse á Méjico para dejarse ver como señor de la laguna, y volver luego sobre Iztacpalapa, donde le daba cuidado Gonzalo de Sandoval, por no haber llevado embarcaciones para desembarazar las calles de aquella poblacion, que por estar dentro del agua, eran contínuo receptáculo de las canoas mejicanas. Pero al tomar la vuelta descubrió á poca distancia de la ciudad una isleta ó montecillo de peñascos que se levantaba considerablemente sobre las aguas, cuya eminencia coronaba un castillo de bastante capacidad que tenian ocupado los enemigos, sin otro fin que desafiar á los españoles, provocándolos con injurias y ame

(1) O Chapultepec, que significa monte de conejos.

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