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dentro de la misma laguna, cuyas vertientes se introducian por acequias en la poblacion terrestre al arbitrio de unas compuertas que dispensaban el agua segun la necesidad. Tomó Hernan Cortés á su cargo esta faccion, y llevó consigo á los capitanes Pedro de Alvarado y Cristóbal de Olid con trescientos españoles, y hasta diez mil tlascaltecas; y aunque intentó seguirle con sus milicias el nuevo rey de Tezcuco, no se lo permitió, dándole á entender que seria mas útil su persona en la ciudad; cuyo gobierno militar dejó encargado á Gonzalo de Sandoval, y á los dos, con todas las instrucciones que parecieron necesarias para la seguridad del cuartel, y los demas accidentes que se podian ofrecer en su ausencia.

Ejecutóse la marcha por el camino de la tierra, con intento de ocupar la ciudad por aquella parte, y desalojar despues á los vecinos de la otra banda con la artillería y bocas de fuego, segun lo dictase la ocasion. Pero no faltaron noticias de este movimiento al enemigo; porque apenas dió vista el ejército á la plaza cuando se reconoció á poca distancia de sus muros un grueso de hasta ocho mil hombres que habian salido á intentar su defensa en la campaña con tanta resolucion, que hallándose inferiores en número, aguardaron hasta medir las armas, y pelearon valerosamente; lo que bastó al parecer para retirarse con alguna reputacion, porque á breve rato se fueron recogiendo á la ciudad, y sin guarnecer la entrada ni cerrar las puertas desaparecieron arrojándose al lago desordenadamente; pero conservando en la misma fuga los brios y las amenazas del combate.

Conoció Hernan Cortés que aquel género de retirada tenia señas de llamarle á mayor riesgo, y trató de introducir su ejército en la ciudad con todo el cuidado que pedian aquellos indicios; pero se hallaron totalmente abandonados los edificios de la tierra; y aunque duraba el rumor de los enemigos en la parte del agua, resolvió, con el parecer de sus cabos, mantener aquel puesto y alojarse dentro de los muros sin pasar á mayor empeño, porque iba faltando el dia para entrar en nueva operacion. Pero apenas tomaron cuerpo las primeras sombras de la noche, cuando se reparó en que rebosaban por todas partes las acequias, corriendo el agua impetuosamente á lo mas bajo; y Hernan Cortés conoció á la primera vista que los enemigos trataban de inundar aquella parte de la ciudad, y que levantando las compuertas del lago mayor lo podrian conseguir sin dificultad: riesgo inevitable que le obligó á dar apresuradamente las órdenes para la retirada, en cuya ejecucion se ganaron los instantes, y todavía escapó la gente con el agua sobre las rodillas.

Salió Hernan Cortés asaz mortificado, y mal satisfecho de no haber prevenido aquel engaño de los indios, como si cupiera todo en su vigilancia, ó no tuviera sus límites la humana providencia. Sacó su ejército á la campaña por el camino de Tezcuco, donde pensaba retirarse, dejando para mejor ocasion la empresa de Iztac

palapa que ya no era posible sin aplicar mayores fuerzas por la parte de la laguna, y traer embarcaciones con que desviar de aquel parage á los mejicanos. Alojóse como pudo en una montañuela segura de la inundacion, donde se padeció grande incomodidad, mojada la gente y sin defensa contra el frio de la noche; pero tan animosa que no se oyó una desazon entre los soldados; y Hernan Cortés que andaba por los ranchos infundiendo paciencia con su ejemplo, hacia sus esfuerzos para esconder en las amenazas del enemigo el desaire de su engaño, ó el escrúpulo de su inadvertencia. Prosiguióse la retirada como estaba resuelta con los primeros indicios de la mañana, y se alargó el paso, mas porque necesitaba la gente del ejercicio para entrar en calor, que porque se recelase nueva invasion; pero declarado el dia, se descubrió un grueso de innumerables enemigos que venian siguiendo la huella del ejército. No se dejó la marcha por este accidente; pero se caminó á paso lento para cansar el enemigo con la dilacion del alcance, aunque los soldados se movian con dificultad, clamando por detenerse á tomar satisfaccion unos de la ofensa, y otros de la incomodidad padecida, cada cual segun el dolor que mandaba en él ánimo, y todos con la venganza en el corazon.

Hizo alto el ejército y se volvieron las caras cuando pareció conveniente, y los enemigos acometieron con la misma precipitacion que seguian; pero las ballestas de los españoles, que por venir mojada la pólvora no sirvieron las bocas de fuego, y los arcos de los tlascaltecas, detuvieron el primer ímpetu de su ferocidad, y al mismo tiempo cerraron los caballos haciendo lugar á las demas tropas amigas que rompieron á todas partes por aquella muchedumbre desordenada, y la obligaron brevemente á ceder la campaña con pérdida considerable.

Volvió Hernan Cortés á su marcha sin detenerse á deshacer enteramente á los fugitivos, porque necesitaba de todo el dia para llegar á su cuartel antes de la noche. Pero los enemigos, tan diligentes en retirarse como en rehacerse, le volvieron á embestir segunda y tercera vez, sin escarmentar con el estrago que padecian, hasta que temiendo el peligro de acercarse á Tezcuco, donde tenian su fuerza principal los españoles, se volvieron á Iztacpalapa, quedando con bastante castigo de su atrevimiento, pues murieron en esta repeticion de combates mas de seis mil indios; y aunque hubo en el ejército de Cortés algunos heridos, faltaron solos dos tlascaltecas y un caballo, que cubierto de flechas y cuchilladas conservó la respiracion hasta retirar á su dueño.

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Celebró Hernan Cortés y todo su ejército este principio de venganza, como enmienda ó satisfaccion de lo que se habia padecido; y poco antes de anochecer se hizo la entrada en la ciudad, con tres ó cuatro victorias de paso que dieron garbo á la faccion, ό quitaron el horror á la retirada.

Pero no se puede negar que los mejicanos tenian bien dispuesto

eran,

su estratagema: hicieron salida para llamar al enemigo : dejáronse cargar para empeñarle : fingieron que se retiraban para introducirle dentro del riesgo: dejaron abandonadas las habitaciones que intentaban inundar; y tenian mayor ejército prevenido para no aventurar el suceso. Vean los que desacreditan esta guerra de los indios, si como dicen, rebaños de bestias sus ejércitos; y si tenian cabeza para disponer, puesto que les dejan la ferocidad para las ejecuciones. Necesitó Hernan Cortés de toda su diligencia para escapar de sus asechanzas, y quedó con admiracion, ó poco menos que envidia, de lo bien que habian dispuesto su estratagema, por ser estos ardides ó engaños que se hacen al enemigo uno de los primores militares de que se precian mucho los soldados, teniéndolos no solo por razonables, sino por justos, particularmente cuando es justa la guerra en que se practican; pero en nuestro sentir les basta el atributo de lícitos, aunque alguna vez puedan llarmarse justos, por la parte que tienen de castigar inadvertencias y descuidos, que son las mayores culpas de la guerra.

CAPITULO XIII.

Piden socorro á Cortés las provincias de Chalco y Otumba contra los mejicanos: encarga esta faccion á Gonzalo de Sandoval y á Francisco de Lugo, los cuales rompen al enemigo, trayendo algunos prisioneros de cuenta, por cuyo medio requiere con la paz al emperador mejicano.

Tenia Hernan Cortés en Tezcuco frecuentes visitas de los caciques y pueblos comarcanos que venian á dar la obediencia y ofrecer sus milicias: súbditos mal tratados y quejosos del emperador mejicano, cuya gente de guerra los oprimia y disfrutaba con igual desprecio que inhumanidad. Entre los cuales llegaron á esta sazon unos mensageros en diligencia de las provincias de Chalco y Olumba, con noticia de que se hallaba cerca de sus términos un ejército poderoso del enemigo que traia comision de castigarlos y destruirlos, porque se habian ajustado con los españoles. Mostraban determinacion de oponerse á sus intentos, y pedian socorro de gente con que asegurar su defensa: instancia que pareció, no solo puesta en razon, sino de propia conveniencia, porque importaba mucho que no hiciesen pie los mejicanos en aquel parage, cortando la comunicacion de Tlascala, que se debia mantener en todo caso. Partieron luego á este socorro los capitanes Gonzalo de Sandoval y Francisco de Lugo con doscientos españoles, quince caballos y bastante número de tlascaltecas, entre los cuales fueron con tolerancia de Cortés, algunos de esta nacion que porfiaron sobre retirar á su tierra los despojos que habian adquirido : permision en que se consideró, que aguardándose nuevas tropas de la república, importaría llamar aquella gente con el cebo del interes, y con esta especie de libertad.

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Iban estos miserables, trocado el nombre de soldados en el de indios de carga, con el bagage del ejército; y como reguló el peso la codicia, sin atender á la paciencia de los hombros, no podian seguir continuamente la marcha, y se detenian algunas veces para tomar aliento, de lo cual advertidos los mejicanos, que tenian emboscado en los maizales el ejército de la laguna, les acometieron en una de estas mansiones, no solo, al parecer, dara despojarlos, porque hicieron el salto con grandes voces, y trataron al mismo tiempo de formar sus escuadrones, con señas de provocar á la batalla. Volvieron al socorro Sandoval y Lugo, y acelerando el paso, dieron con todo el grueso de su gente sobre las tropas enemigas, tan oportuna y esforzadamente, que apenas hubo tiempo entre recibir el choque y volver las espaldas.

Dejaron muertos seis ó siete tlascaltecas de los que hallaron impedidos y desarmados, pero se cobró la presa, mejorada con algunos despojos del enemigo; y se volvió á la marcha, poniendo mayor cuidado en que no se quedasen atrás aquellos inútiles, cuyo desabrimiento duró hasta que penetrando el ejército los términos de Chalco, reconocieron poco distantes los de Tlascala, y se apartaron á poner en salvo lo que llevaban, dejando á Sandoval sin el embarazo de asistir á su defensa.

Habian convocado los enemigos todas las milicias de aquellos contornos para castigar la rebeldía de Chalco y Otumba; y sabiendo que venian los españoles al socorro de ambas naciones, se reforzaron con parte de las tropas que andaban cerca de la laguna; y formando un ejército de bulto formidable, tenian ocupado el camino con ánimo de medir las fuerzas en campaña. Avisados á tiempo Lugo y Sandoval, y dadas las órdenes que parecieron necesarias, se fueron acercando, puesta en batalla la gente, sin alterar el paso de la marcha. Pero se detuvieron á vista del enemigo los españoles con sosegada resolucion, y los tlascaltecas con mal reprimida inquietud para examinar desde mas cerca el intento de aquella gente. Hallábanse los mejicanos superiores en el número; y con ambicion de ser los primeros en acometer, se adelantaron atropelladamente como solian, dando sin alcance la primera carga de sus armas arrojadizas. Pero mejorándose al mismo tiempo los dos capitanes despues de lograr con mayor efecto el golpe de los arcabuces y ballestas, echaron delante los caballos, cuyo choque horrible siempre á los indios, abrió camino para que los españoles y los tlascaltecas entrasen rompiendo aquella multitud desordenada, primero con la turbacion, y despues con el estrago. Tardó poco en declararse por todas partes la fuga del enemigo; y llegando á este tiempo las tropas de Chalco y Otumba que salieron de la vecina ciudad al rumor de la batalla, fue tan sangriento el alcance, que á breve rato quedó totalmente deshecho el ejército de los mejicanos, y socorridas aquellas dos provincias aliadas con poca ó ninguna pérdida.

Reserváronse para tomar noticias ocho prisioneros que parecian

hombres de cuenta; y aquella noche pasó el ejército á la ciudad, cuyo cacique despues de haber cumplido con su obligacion en el obsequio de los españoles, se adelantó á prevenir el alojamiento, y tuvo abundante provision de víveres y regalos para toda la gente, sin olvidar el aplauso de la victoria, reducido segun su costumbre al ordinario desconcierto de los regocijos populares. Eran los chalqueses enemigos de los tlascaltecas, como súbditos del emperador mejicano, y con particular oposicion sobre dependencias de confines; pero aquella noche quedaron reconciliadas éstas dos naciones, á instancia y solicitud de los chalqueses, que se hallaron obligados á los tlascaltecas, por lo que habian cooperado en su defensa; conociendo al mismo tiempo que para durar en la confederacion de Cortés, necesitaban de ser amigos de sus aliados. Mediaron los españoles en el tratado, y juntos los cabos y personas principales de ambas naciones, se ajustó la paz con aquellas solenidades y requisitos de que usaban en este género de contratos: obligándose Gonzalo de Sandoval y Francisco de Lugo á recabar el beneplácito de Cortés, y los tlascaltecas á traer la ratificacion de su república.

Hecho este socorro con tanta reputacion y brevedad, se volvieron Sandoval y Lugo con su ejército á Tezcuco, llevando consigo al cacique de Chalco, y algunos de los indios principales que quisieron rendir personalmente á Cortés las gracias de aquel beneficio, poniendo á su disposicion las tropas militares de ambas provincias. Tuvo grande aplauso en Tezcuco esta faccion; y Hernan Cortés honró á Gonzalo de Sandoval y á Francisco de Lugo con particulares demostraciones, sin olvidar á los cabos de Tlascala; y recibió con el mismo agasajo á los chalqueses, admitiendo sus ofertas, y reservando el cumplimiento de ellas para su primer aviso. Mandó luego traer á su presencia los ocho prisioneros mejicanos, y los esperó en medio de sus capitanes, previniéndose para recibirlos de alguna severidad. Llegaron ellos confusos y temerosos, con señas de ánimo abatido, y mal dispuesto á recibir el castigo, que segun su costumbre tenian por irremisible. Mandólos desatar; y deseando lograr aquella ocasion de justificar entre los suyos la guerra que intentaba con otra diligencia de la paz, y hacerse mas considerable al enemigo con su generosidad, los habló por medio de sus intérpretes en esta substancia.

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« Pudiera segun el estilo de vuestra nacion, y segun aquella especie de justicia en que hallan su razon las leyes de la guerra, >> tomar satisfaccion de vuestra iniquidad, sirviéndome del cuchi» llo y el fuego para usar con vosotros de la misma inhumanidad >> que usais con vuestros prisioneros; pero los españoles no halla» mos culpa digna de castigo en los que se pierden sirviendo á su » rey, porque sabemos diferenciar á los infelices de los delin» cuentes y para que veais lo que va de vuestra crueldad á nuestra clemencia, os hago donacion á un tiempo de la vida y de la liber> tad. Partid luego á buscar las banderas de vuestro príncipe, y de

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