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de su guardia; y entretanto que los capitanes se desembarazaban de aquella numerosa comitiva, dió de los pies á su caballo Hernan Cortés, y cerró con el capitan general de los mejicanos, que al primer bote de su lanza cayó mal herido por la otra parte de las andas. Habíanle ya desamparado los suyos; y hallándose cerca un soldado particular que se llamaba Juan de Salamanca, saltó de su caballo y le acabó de quitar la poca vida que le quedaba con el estandarte que puso luego en manos de Cortés. Era este soldado persona de calidad, y por haber perfeccionado entonces la hazaña. de su capitan, le hizo algunas mercedes el emperador, y quedó por timbre de sus armas el penacho de que se coronaba el estandarte (1).

(1) Casi todos los historiadores de la conquista de Nueva España, incluso Mr. Robertson, escriben que el mismo Hernan Cortés derribó de un bote de lanza al general de los mejicanos, y que un soldado de aquel se apoderó del estandarte del imperio. En esta parte se desvian demasiado de lo que el mismo Cortés escribió á Cárlos V; sin que podamos adivinar porqué Robertson no le siguió esta vez, como lo hace constantemente en lo respectivo á la exactitud de los hechos; puesto que lo hallaba escrito por el que mas interés podia tener en atribuir el buen éxito de batalla tan importante como la de Otumba, á una hazaña personal que de tal manera podia realzar su fama. Pero Cortés nada dice respecto de sí propio; y las palabras con que señala el motivo de haberse alcanzado la victoria, son tan claras y precisas que no dejan lugar á gratuitas interpretaciones. Duró la batalla (dice) mucha parte del dia, hasta que quiso Dios que murió una persona de ellos, que debía ser tan principal, que con su muerte cesó toda aquella guerra.

El historiador que mas se desvía de otros coronistas y que por consiguiente dá márgen á dudar de un hecho que Cortés no se attribuyó á sí mismo, es Bernal Diaz, parte activa en aquella batalla. Segun él, Cortés dió un encuentro con el caballo al capitan mejicano que le hizo abatir su bandera. Y añade luego: y quien siguió al capitan, que traia la bandera que aun no habia caido del encuentro que Cortés le dió, fué un Juan de Salamanca, natural de Ontiveros, con una buena yegua overa, que le acabó de matar, y le quitó el rico penacho que traía y se le dió á Cortés. Obsérvese que este dice haber durado el combate hasta que murió, y no hasta que derribó de un bote de lanza, etc., como parecia natural lo hubiese escrito si en efecto lo habia ejecutado. Por consiguiente, la frase de Bernal, Cortés dió un encuentro al capitan mejicano, etc., está conforme con lo expresado por este, el cual ó no tuvo por hecho notable el derribo de aquel personage, cuando tanta multitud de ellos habria derribado con ímpetu de su caballo; ó al escribir este suceso juzgó que la gloria principal no le pertenecia á él, sino al soldado que perseguió, alcanzó y mató al gefe mejicano. De todos modos no se puede concebir que Cortés, tan ganoso de fama y de hacerse lugar en el ánimo de su rey, hubiese omitido un hecho personal de tanta importancia en toda guerra, pero mas particularmente en la de América, y en aquella apurada situacion.

Al referir esta batalla Hernan Cortés, no dice cual era el número de combatientes mejicanos, pero supone ser crecidísimo, valiéndose de esta frase hiperbólica : ninguna cosa de los campos, que se podian ver, habia de ellos vacía. Faltan palabras para encarecer el valor y sufrimiento de aquel puñado de héroes que fugitivos y acosados por todas partes y experimentando continuas pérdidas, tuvieron el denuedo y corage suficientes para escarmentar en el valle de Otumba la osadía de los mejicanos, sin embargo de que, segun escribe el mismo Cortés, los españoles iban muy cansados, y casi todos heridos, y desmayados de hambre. Los extrangeros tan dispuestos á encarecer los actos de barbarie de que acusan á los vencedores de cien y cien combates, no han encarecido en la misma proporcion el indomable valor y constancia á toda prueba de que se hallaban animados en medio de las mas espantosas privaciones.

Apenas le vieron aquellos bárbaros en poder de los españoles, cuando abatieron las demas insignias, y arrojando las armas, se declaró por todas partes la fuga del ejército. Corrieron despavoridos á guarecerse de los bosques y maizales: cubriéronse de tropas amedrentadas los montes vecinos, y en breve rato quedó por los españoles la campaña. Siguióse la victoria con todo el rigor de la guerra, y se hizo sangriento destrozo en los fugitivos. Importaba deshacerlos para que no se volviesen á juntar; y mandaba la irritacion lo que aconsejaba la conveniencia. Hubo algunos heridos entre los de Cortés, de los cuales murieron en Tlascala dos ó tres españoles; y el mismo Cortés salió con un golpe de piedra en la cabeza tan violento, que abollando las armas le rompió la primera túnica del cerebro, y fue mayor el daño de la contusion. Dejóse á los soldados el despojo y fue considerable; porque los mejicanos venian prevenidos de galas y joyas para el triunfo. Dice la historia que murieron veinte mil en esta batalla siempre se habla por mayor en semejantes casos; y quien se persuadiere á que pasaba de doscientos mil hombres el ejército vencido, hallará menos disonancia en la desproporcion del primer número (1).

Todos los escritores nuestros y estraños, refieren esta victoria como una de las mayores que se consiguieron en las dos Américas. Y si fuese cierto que peleó Santiago en el aire por sus españoles, como lo afirman algunos prisioneros, quedará mas creible ó menos encarecido el estrago de aquella gente; aunque no era necesario recurrir al milagro visible donde se conoció con tantas evidencias la mano de Dios; á cuyo poder se deben siempre atribuir, con especial consideracion, los sucesos de las armas pues se hizo aclamar señor de los ejércitos para que supiesen los hombres que solo deben esperar y reconocer de su altísima disposicion las victorias, sin hacer caso de las mayores fuerzas : porque algunas veces castiga la sinrazon asistiendo á los menos poderosos; ni fiarse de la mejor causa, porque otras veces corrige á los que favorece, fiando el azote de la mano aborrecida.

(1) Solís copia aquí lo que halló escrito en Herrera sobre el número y mortandad del ejército mejicano. Bernal Diaz nada dice de lo primero ni de lo segundo; solamente afirma que en ninguna batalla se vió tal multitud de indios reunidos.

LIBRO QUINTO.

CAPITULO PRIMERO.

Entra el ejército en los términos de Tlascala, y alojado en Gualipar visitan á Cortés los caciques y senadores: celébrase con fiestas públicas la entrada en la ciudad, y se halla el afecto de aquella gente asegurado con nuevas esperiencias.

Recogió Hernan Cortés su gente que andaba divertida en el pillage : volvieron á ocupar su puesto los soldados, y se prosiguió la marcha, no sin algun recelo de que se volviese á juntar el enemigo, porque todavía se dejaban reconocer algunas tropas en lo alto de las montañas; pero no siendo posible salir aquel dia de los confines mejicanos, á tiempo que instaba la necesidad de socorrer á los heridos, se ocuparon unas caserías de corta ó ninguna poblacion, donde se pasó la noche como en alojamiento poco seguro, y al amanecer se halló el canimo sin alguna oposicion, despojados ya y libres de asechanzas los llanos convecinos, aunque duraban las señas de que se iba pisando tierra enemiga en aquellos gritos y amenazas distantes que despedian á los que no pudieron detener.

Descubriéronse á breve rato, y se penetraron poco despues los términos de Tlascala, conocidos hasta hoy por los fragmentos de aquella insigne muralla que fabricaron sus antiguos para defender las fronteras de su dominio, atando las eminencias del contorno por todos los parages donde se descuidaba lo inaccesible de las sierras. Celebróse la entrada en el distrito de la república con aclamaciones de todo el ejército. Los tlascaltecas se arrojaron á besar la tierra como hijos desalados al regazo de su madre. Los españoles dieron al cielo con voces de piadoso reconocimiento la primera respiracion de su fatiga. Y todos se reclinaron á tomar posesion de la seguridad cerca de una fuente, cuyo manantial se acreditó entonces de saludable y delicado, porque se refiere con particularidad, lo que celebraron el agua los españoles, fuese porque dió estimacion al refrigerio la necesidad, ó porque satisfizo á segunda sed bebida sin tribulacion.

Hizo Hernan Cortés en este sitio un breve razonamiento á los suyos dándoles á entender : « cuánto importaba conservar con el

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agrado y la modestia el afecto de los tlascaltecas, y que mirase » cada uno en la ciudad, como peligro de todos, la queja de un paisano. » Resolvió despues hacer alguna mansion en el camino para tomar lengua y disponer la entrada con noticia y permision del senado, y á poco mas de medio dia se hizo alto en Gualipar, villa entonces de considerable poblacion; cuyos vecinos salieron largo trecho á dar señas de su voluntad, ofreciendo sus casas y cuanto fuese menester, con tales demostraciones de obsequio y veneracion, que hasta los que venian recelosos llegaron á conocer que no era capaz de artificio aquel género de sinceridad. Admitió Hernan Cortés el hospedage, y ordenó su cuartel con todas las puntualidades que parecieron convenientes para quitar los escrúpulos de la seguridad.

Trató luego de participar al senado la noticia de su retirada y sucesos con dos tlascaltecas; y por mas que procuró adelantar este aviso, llegó primero la fama con el rumor de la victoria; y casi al mismo tiempo vinieron á visitarle por la república su grande amigo Magiscatzin, el ciego Xicotencal, su hijo y otros ministros del gobierno. Adelantóse á todos Magiscatzin, arrojándose á sus brazos y apartándose de ellos para mirarle y cumplir con su admiracion, como quien no se acababa de persuadir á la felicidad de hallarle vivo. Xicotencal se hacia lugar con las manos hacia donde le guiaban los oidos; y manisfestó su voluntad aun mas afectuosamente, porque se queria informar con el tacto, y prorumpió en lágrimas el contento, que al parecer, tomaban á su cargo el ejercicio de los ojos. Iban llegando los demas, entretanto que se apartaban los primeros, á congratularse con los capitanes y soldados conocidos. Pero no dejó de hacerse algun reparo en Xicotencal el mozo, que anduvo mas desagradable ó mas templado en los cumplimientos; y aunque se atribuyó entonces á entereza de hombre militar, se conoció brevemente que duraban todavía en su intencion las desconfianzas de amigo reconciliado, y en su altivez los remordimientos de vencido. Apartóse Cortés con los recien venidos, y halló en su conversacion cuantas puntualidades y atenciones pudiera desear en gente de mayor policía. Dijéronle que andaban ya juntando sus tropas con ánimo de socorrerle contra el comun enemigo, y que tenian dispuesto salir con treinta mil hombres á romper los impedimentos de su marcha. Doliéronse de sus heridas mirándolas como desman sacrilego de aquella guerra sediciosa. Sintieron la muerte de los españoles, y particularmente la de Juan Velazquez de Leon, á quien amaban, no sin algun conocimiento de sus prendas. Acusaron la bárbara correspondencia de los mejicanos; y últimamente le ofrecieron asistir á su desagravio con todo el grueso de sus milicias y con las tropas auxiliares de sus aliados: añadiendo para mayor seguridad, que ya no solo eran amigos de los españoles, sino vasallos de su rey, y debian por ambos motivos estar á sus órdenes y morir á su lado. Así concluyeron su conversacion distinguiendo,

no sin discrecion pundonorosa, las dos obligaciones de amistad y vasallage, como que-mandaba en ellos la fidelidad lo mismo que persuadia la inclinacion.

Respondió Hernan Cortés á todas sus ofertas y proposiciones con reconocida urbanidad; y de lo que discurrieron unos y otros pudo cólegir, que no solo duraba en su primero vigor la voluntad de aquella gente, pero que habia crecido en ellos la parte de la estimacion : porque la pérdida que se hizo al salir de Méjico se miró como accidente de la guerra, y quedó totalmente borrada con la victoria de Otumba, que se admiró en Tlascala como prodigio del valor y ultimo crédito de la retirada. Propusiéronle que pasase luego á la ciudad, donde tenian prevenido el alojamiento; pero se ajustaron fácilmente á conceder alguna detencion al reparo de la gente, porque deseaban prevenirse para la entrada, y que se hiciese con pública solemnidad al modo que solian festejar los triunfos de sus generales.

Tres dias se detuvo el ejército en Gualipar, asistido liberalmente de cuanto hubo menester por cuenta de la república; y luego que se hallaron los heridos en mejor disposicion, se dió aviso á la ciudad y se trató de la marcha. Adornáronse los españoles lo mejor que pudieron para la entrada, sirviéndose de las joyas y plumas de los mejicanos vencidos: esterioridad en que iba significada la ponderacion de la victoria, que hay casos en que importa la ostentacion al crédito de las cosas, ó suele pecar de intempestiva la modestia. Salieron á recibir el ejército los caciques y ministros en forma de senado con todo el resto de sus galas y numerosa comitiva de sus parentelas. Cubriéronse de gente los caminos; hervia en aplausos y aclamaciones la turba popular: andaban mezclados los víctores de los españoles con los oprobios de los mejicanos: y al entrar en la ciudad hicieron ruidosa y agradable salva los atabalillos, flautas y caracoles distribuidos en diferentes coros que se alternaban y sucedian, resonando en toques pacíficos los instrumentos militares. Alojado el ejército en forma conveniente, admitió Cortés, despues de larga resistencia, el hospedage de Magiscatzin, cediendo á su porfia por no desconfiarle. Llevóse consigo por esta misma razon el ciego Xicotencal á Pedro de Alvarado; y aunque los demas caciques se querian encargar de otros capitanes, se desvió cortesanamente la instancia, porque no era razon que faltasen los cabos del cuerpo de guardia principal. Fue la entrada que hicieron los españoles en esta ciudad por el mes de julio del año de mil quinientos y veinte, aunque tambien hay en esto alguna variedad entre los escritores; pero reservamos este género de reparos para cuando se discuerda en la substancia de los sucesos, donde no cabe la estension del poco

mas ó menos.

Dióse principio aquella misma tarde á las fiestas del triunfo, que se continuaron por algunos dias, dedicando todos sus habilidades al divertimiento de los huéspedes y al aplauso de la victoria, sin

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