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que los detuvo á su despecho la artillería del cuartel: cuyo estrago los obligó á retroceder, lo que tuvieron por necesario para desviarse del peligro; pero hicieron alto á la vista, y se conoció del silencio y diligencia con que se andaban convocando y disponiendo que trataban de pasar á nuevo designio.

Era su intento asaltar á viva fuerza el cuartel por todas partes, y á breve rato se vieron cubiertas de gentes las calles del contorno. Hicieron poco despues la seña de acometer sus atabales y vocinas, avanzaron todos á un tiempo con igual precipitacion. Traian de vanguardia tropas de flecheros para que barriendo la muralla pudiesen acercarse los demas. Fueron tan cerradas y tan repetidas las cargas que despidieron, haciendo lugar á los que iban señalados para el asalto, que se hallaron los defensores en confusion, acudiendo con dificultad á los dos tiempos de reparar y ofender. Vióse casi anegado en flechas el cuartel; y no parezca locucion sobradamente animosa, pues se llegó á señalar gente que las apartase, porque ofendian segunda vez cerrando el paso á la defensa. Las piezas de artillería y demas bocas de fuego hacian horrible destrozo en los enemigos; pero venian tan resueltos á morir ó vencer, que se adelantaban de tropel á ocupar el vacío de los que iban cayendo, y se volvian á cerrar animosamente pisando los muertos y atropellando los heridos.

Llegaron muchos á ponerse debajo del cañon y á intentar el asålto con increible determinacion: valíanse de sus instrumentos de pedernal para romper las puertas y picar las paredes: unos trepaban sobre sus compañeros para suplir el alcance de sus armas: otros hacian escalas de sus mismas picas para ganar las ventanas ó terrados, y todos se arrojaban al hierro y al fuego como fieras irritadas : notable repeticion de temeridades que pudieran celebrarse como hazañas si obrára en ellos el valor algo de lo que obraba la ferocidad.

Pero últimamente fueron rechazados, y se retiraron para cubrirse á las travesías de las calles, donde se mantuvieron hasta que los dividió la noche mas por la costumbre que tenian de no pelear en ausencia del sol, que porque diesen esperanzas de haberse decidido la cuestion; antes se atrevieron poco despues á turbar el sosiego de los españoles, poniendo por diferentes partes fuego al cuartel, ó ya lo consiguiesen arrimándose á las puertas y ventanas con el amparo de la obscuridad, ó ya le arrojasen á mayor distancia con las flechas de fuego artificial; que pareció mas verisímil porque la llama creció súbitamente á tomar posesion del edificio con tanto vigor, que fue necesario atajarla derribando algunas paredes, y trabajar despues en cerrar y poner en defensa los portillos que se hicieron para impedir la comunicacion del incendio: fatiga que duró la mayor parte de la noche.

Pero apenas se declaró la primera luz de la mañana cuando se dejaron ver los enemigos, escarmentados al parecer de acercarse á la muralla, porque solo provocaban á los españoles para que

saliesen

:

de sus reparos llamábanlos á la batalla con grandes injurias: tratábanlos de cobardes porque se defendian encerrados; y Hernan Cortés, que habia resuelto salir contra ellos aquel dia, tuvo por oportuna esta provocacion para encender los ánimos de los suyos. Dispúsolos con una breve oracion al desagravio de su ofensa; y formó sin mas dilacion tres escuadrones del grueso que pareció conveniente, dando á cado uno mas españoles que tlascaltecas : los dos. para que fuesen desembarazando las calles vecinas ó colaterales; y el tercero donde iba su persona y la fuerza principal de su ejército, para que acometiese por la calle de Tácuba, donde habia cargado el mayor grueso del enemigo. Dispuso las hileras, y distribuyó las armas segun la necesidad que habia de pelear por la frente y por los lados; acomodándose á lo que observó Diego de Ordaz en su retirada; y teniendo por digno de su imitacion lo que poco antes mereció su alabanza, en que mostró la ingenuidad de su ánimo, y que no ignoraba cuánto aventuran los superiores que se dedignan de caminar por las huellas de los que fueron delante, cuando hay poca distancia entre el errar y el diferenciarse de los que acer

tan

taron.

Embistieron todos á un tiempo; y los enemigos dieron y recibieron las primeras cargas sin perder tierra ni conocer el peligro, esperando unas veces, y otras acometiendo, hasta llegar á lo estrecho de las armas y los brazos. Esgrimian los chuzos y los montantes con desesperada intrepidez. Entrábanse por las picas y las espadas para lograr el golpe á precio de la vida. Las bocas de fuego que iban señaladas al opósito de las azoteas y ventanas, no podian atajar la lluvia de las piedras, porque las arrojaban sin descubrirse, y fue necesario poner fuego en algunas casas para que cesase aquella prolija hostilidad.

Cedieron finalmente al esfuerzo de los españoles; pero iban rompiendo los puentes de las calles, y hacian rostro de la otra parte, obligándolos á que cegasen peleando las acequias para seguir en alcance. Los que partieron á desembarazar las calles de los lados, cargaron la multitud que las ocupaba con tanta resolucion que se consiguió por su medio el asegurar la retaguardia y el llevar siempre al enemigo por la frente, hasta que saliendo á lo ancho de una plaza se unieron los tres escuadrones y á su primer ataque desmayaron los indios y volvieron las espaldas atropelladamente, dando á la fuga el mismo ímpetu que dieron á la batalla.

No permitió Hernan Cortés que se pasase á destruir enteramente aquellos vasallos de Motezuma fugitivos ya y desordenados; ó no le sufrió su ánimo que se hiciese mas sangrienta la victoria, pareciéndole que dejaba castigado con bastante rigor su atrevimiento. Recogióse su gente y se retiró, sin hallar oposicion que le obligase á pelear. Faltaron de su ejército diez ó doce soldados, y hubo muchos heridos, los mas de piedra ó flecha, y ninguno de cuidado. En el ejército de los mejicanos murió innumerable gente : los cuerpos que

no pudieron retirar, llenaban de horror las calles despues de haber teñido en su sangre las acequias. Duró toda la mañana el combate, y se llegaron á ver en conflicto algunas veces los españoles : pero se debió á su valor el suceso, y le hizo posible su esperiencia y buena disciplina. No hubo quien sobresaliese, porque obraron todos con igual bizarría señalándose los soldados como los capitanes, y quitando unas hazañas el nombre de las otras. Hizo la imitacion valientes sin principio á los tlascaltecas; y Hernan Cortés gobernó la faccion como valeroso y prudente capitan, acudiendo á todas partes, y mas diligente á los peligros; siempre la espada en el enemigo; la vista en los suyos, y el consejo en su lugar; dejando en duda si se debió mas á su ardimiento que á su pericia militar: virtudes ambas que poseyó en grado eminente, y que se desean sin distincion, ó concurren sin preferencia en los grandes capitanes.

Fue necesario dejar algun tiempo al descanso de la gente y á la cura de los heridos, cuya suspension duró tres dias ó poco mas, en que se atendió solamente á la defensa del cuartel, que tuvo siempre á la vista el ejército de los amotinados, y fue algunas veces combatido con ligeras escaramuzas, en que andaba mezclado el buir y el acometer. En este medio tiempo volvió Cortés á las pláticas de la paz, y fueron saliendo con diferentes partidos algunos mejicanos de los que asistian al servicio de Motezuma; pero no se descuidó mientras duraba la negociacion en las demas prevenciones. Hizo fabricar al mismo tiempo cuatro castillos de madera que se movian sobre ruedas con poca dificultad, por si llegase la ocasion de hacer nueva salida. Era capaz cada uno de veinte ó treinta hombres, guarnecido el techo de gruesos tablones contra las piedras que venian de lo alto; frente y lados con sus troneras, para dar la carga sin descubrir el pecho imitacion de las mantas que usa la milicia para echar gente á picar las murallas; cuyo reparo tuvo entonces por conveniente para que se pudiesen arrimar sus soldados á poner fuego en las casas, y á romper las trincheras con que iban atajando las calles; si ya no fue para que al embestir aquellas máquinas portátiles pelease tambien la novedad asombrando al enemigo.

De los mejicanos que salieron á proponer la paz volvieron unos mal despachados, y otros se quedaron entre los rebeldes, no sin grande irritacion de Motezuma que deseaba con empeño la reducion de sus vasallos, y recataba con artificio fácil de penetrar, el recelo de que acabasen de perder el miedo á su autoridad. Hacíanse á este tiempo nuevas prevenciones de guerra en la ciudad. Los señores de vasallos que andaban en la sedicion iban llamando la gente de sus lugares: crecia por instantes la fuerza del enemigo, y no cesaba la provocacion en el cuartel de los españoles, cansados ya de sufrir la embarazosa repeticion de voces y flechas, que aunque se perdian en el viento, no dejaban de ofender en la pa

ciencia.

Con esta buena disposicion de su gente, con el parecer de sus

capitanes y aprobacion de Motezuma, ejecutó Cortés la segunda salida contra los mejicanos: llevó consigo la mayor parte de los españoles y hasta dos mil tlascaltecas, algunas piezas de artillería, las máquinas de madera con guarnicion proporcionada, y algunos caballos á la mano para usar de ellos cuando lo permitiesen las quiebras del terreno. Estaba entonces el tumulto en un profundo silencio, y apenas se dió principio á la marcha cuando se conoció la primera dificultad de la empresa, en lo que abultaron súbitamente los gritos de la multitud, alternados con el estruendo pavoroso de los atabales y caracoles. No esperaron á ser acometidos, antes se vinieron á los españoles con notable resolucion y movimiento menos atropellado que solian. Dieron y recibieron las primeras cargas sin descomponerse ni precipitarse; pero á breve rato conocieron el daño que recibian, y se fueron retirando poco á poco, sin volver las espaldas al primero de los reparos con que tenian atajadas las calles, en cuya defensa volvieron á pelear con tanta obstinacion, que fue necesario adelantar algunas piezas de artillería para desalojarlos. Tenian cerca las retiradas, y en algunas levantando los puentes de las acequias con que se repetia importunadamente la dificultad, y no se hallaba la sazon de poderlos combatir en descubierto. Viéronse aquel dia en sus operaciones algunas advertencias que parecian de guerra mas que popular. Disparaban á tiempo, y baja la puntería para no malograr el tiro en la resistencia de las armas. Los puestos se defendian con desahogo, y se abandonaban sin desórden. Echaron gente á las acequias para que ofendiesen nadando con el bote de las picas. Hicieron subir grandes peñascos á las azoteas para destruir los castillos de madera, y lo consiguieron haciéndolos pedazos. Todas las señas daban á entender que habia quien gobernase, porque se animaban y socorrian tempestivamente, y se dejaba conocer alguna obediencia entre los mismos desconciertos de la multitud.

Duró el combate la mayor parte del dia, reducidos los españoles y sus aliados á ganar terreno de trinchera en trinchera: hízose gran daño en la ciudad: quemáronse muchas casas; y costó mas sangre á los mejicanos esta ocasion que las dos antecedentes, porque anduvieron mas cerca de las balas, ó porque no pudieron huir como solian con el impedimento de sus mismos reparos.

Ibase acercando la noche, y Hernan Cortés, viéndose obligado, no sin alguna desazon, á la disputa inútil de ganar puestos que no se habian de mantener, se volvió á su alojamiento, dejando en la verdad menos corregida que hostigada la sedicion. Perdió hasta cuarenta soldados, los mas tlascaltecas: salieron heridos y maltratados mas de cincuenta españoles, y él con un flechazo en la mano izquierda ; pero mas herido interiormente de haber conocido en esta ocasion que no era posible continuar aquella guerra tan desigual sin riesgo de perder el ejército y la reputacion : primer desaliento suyo, cuya novedad estrañó su corazon y padeció su constancia. Encer

róse con pretesto de la herida y con deseo de alargar las riendas al discurso. Tuvo mucho que hacer consigo la mayor parte de la noche. Sentia el retirarse de Méjico, y no hallaba camino de mantenerse. Procuraba esforzarse contra la dificultad, y se ponia la razon de parte del recelo. No se conformaban su entendimiento y su valor, y todo era batallar sin resolver: impaciente y desabrido con los dictámenes de la prudencia, ó mal hallado con lo que duele, antes de aprovechar el desengaño.

CAPITULO XIV.

Propone á Cortés Motezuma que se retire, y él le ofrece que se retirará luego que dejen las armas sus vasallos: vuelven estos á intentar nuevo asalto: habla con ellos Motezuma desde la muralla, y queda herido perdiendo las esperanzas de

reducirlos.

No tuvo mejor noche Motezuma, que vacilaba entre mayores inquietudes, dudoso ya en la fidelidad de sus vasallos, y combatido el ánimo de contrarios afectos que unos seguian y otros violentaban su inclinacion: ímpetus de la ira, moderaciones del miedo y repugnancia de la soberbia. Estuvo aquel dia en la torre mas alta del cuartel observando la batalla, y reconoció entre los rebeldes al señor de Iztacpalapa, y otros príncipes de los que podian aspirar al imperio viólos discurrir á todas partes animando la gente y disponiendo la faccion: no recelaba de sus nobles semejante alevosía : crecieron á un tiempo su enojo y su cuidado; y sobresalió el enojo dando á la sangre y al cuchillo el primer movimiento de su natural; pero conociendo poco despues el cuerpo que habia tomado la dificultad, convertido ya el tumulto en conspiracion, se dejó caer en el desaliento, quedando sin accion para ponerse de parte del remedio, y rindiendo al asombro y á la flaqueza todo el impulso de la ferocidad: horribles siempre al tirano los riesgos de la corona, y fáciles ordinariamente al temor los que se precian de temidos.

Esforzóse á discurrir en diferentes medios para restablecerse, y ninguno le pareció mejor que despachar luego á los españoles y salir á la ciudad, sirviéndose de la mansedumbre y de la equidad antes de levantar el brazo de la justicia. Llamó á Cortés por la mañana y le comunicó lo que habia crecido su cuidado, no sin alguna destreza. Ponderó con afectada seguridad el atrevimiento de sus nobles, dando al empeño de castigarlos algo mas que á la razon de temerlos. Prosiguió diciendo : « que ya pedian pronto remedio aquellas turbaciones de su república, y convenia quitar el pretesto á >> los sediciosos y darles á conocer su engaño antes de castigar su >> delito que todos los tumultos se fundaban sobre apariencias de » razon; y en las aprensiones de la multitud era prudencia entrar cediendo para salir dominando: que los clamores de sus vasallos

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