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se dejaba reparar en los terrados y azoteas mas distantes: hermosa vista y maravillosa novedad, de que se llevaba noticia, y fue mayor en los ojos que en la imaginacion.

Tuvo el ejército bastante comodidad en este alojamiento, y los paisanos asistieron con agrado y urbanidad al regalo de sus huéspedes; gente de cuya policía se dejaba conocer la vecindad de la corte. Manifestó el cacique, sin poderse contener, poco afecto á Motezuma, y el mismo deseo que los demas de sacudir el yugo intolerable de aquel gobierno, porque alentaba los soldados y facilitaba la empresa, diciendo á los intérpretes como quien deseaba que lo entendiesen todos, « que la calzada que se habia de seguir hasta » Méjico era mas capaz y de mejor calidad que la pasada, sin que

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hubiese que recelar en ella ni en las poblaciones de su márgen: » que la ciudad de Iztacpalapa, donde se habia de hacer tránsito, » estaba de paz, y tenia órden para recibir y alojar amigablemente » á los españoles : que el señor desta ciudad era pariente d· Mo» tezuma; pero que ya no habia que temer en los de su faccion, » porque le tenian rendido y sin espíritu los prodigios del cielo, >> las respuestas de sus oráculos y las hazañas que le referian de aquel ejército; por cuya razon le hallarian deseoso de la paz, y » con el ánimo dispuesto antes á sufrir que á provocar. » Decia la verdad este cacique, pero con alguna mezcla de pasion y de lisonja, y Hernan Cortés, aunque no dejaba de conocer este defecto en sus noticias, procuraba divulgarlas y encarecerlas entre sus soldados. Y no se puede negar que llegaron á buen tiempo, para que no se desanimase la gente de menos obligaciones con aquella variedad de objetos admirables que se tenian á la vista, de que se pudiera colegir la grandeza de aquella corte y el poder formidable de aquel príncipe; pero los informes del cacique, y las ponderaciones que hacian de su turbacion y desaliento, pudieron tanto en esta concurrencia de novedades, que alegrándose todos de lo que se habian de asombrar, se aprovecharon de su admiracion para mejorar las esperanzas de su fortuna.

se

CAPITULO X.

Pasa el ejército á Iztacpalapa, donde se dispone la entrada de Méjico: refiérese la grandeza con que salió Motezuma á recibir á los españoles.

La mañana siguiente, poco despues de amanecer, se puso en órden la gente sobre la misma calzada, segun su capacidad, bastante por aquella parte para que pudiesen ir ocho caballos en hilera. Constaba entonces el ejército de cuatrocientos y cincuenta españoles no cabales, y hasta seis mil indios tlascaltecas, zempoales y de otras naciones amigas. Siguióse la marcha, sin nuevo accidente que diese cuidado, hasta la misma ciudad de Iztacpalapa, donde se habia de hacer alto: lugar que sobresalia entre los demas por

la

grandeza de sus torres, y por el bulto de sus edificios: seria de hasta diez mil casas de segundo y tercer alto (1), que ocupaban mucha parte de la laguna, y se dilataban algo mas sobre la ribera; en sitio delicioso y abundante. El señor de esta ciudad salió muy autorizado á recibir el ejército ; y le asistieron para esta funcion los príncipes de Magicalcingo y Cuyoacan, dominios de la misma laguna. Traian todos tres su presente separado de varias frutas, cazas y otros bastimentos, con algunas piezas de oro, que valdrian hasta dos mil pesos. Llegaron juntos, y se dieron á conocer, diciendo cada uno su nombre y dignidad; y remitiendo á la discrecion de la ofrenda todo lo que faltaba en el razonamiento.

Hízose la entrada en esta ciudad con aquel aplauso, que consistia en el bullicio y gritería de la gente, cuya inquietud alegre daba seguridad á los mas recelosos. Estaba prevenido el alojamiento en el mismo palacio del cacique, donde cupieron todos los españoles debajo de cubierto, quedando los demas en los patios y zaguanes con bastante comodidad para una noche que habia de pasar sin descuido. Era el palacio grande y bien fabricado, con separacion de cuartos alto y bajo, muchas salas con techumbre de cedro, y no sin adorno; porque algunas de ellas tenian sus colgaduras de algodon, tejido á colores, con dibujo y proporcion. Habia en Iztacpalapa diversas fuentes de agua dulce y saludable, traida por diferentes conductos de las sierras vecinas, y muchos jardines cultivados con prolijidad, entre los cuales se hacia reparar una huerta de admirable grandeza y hermosura, que tenia el cacique para su recreacion; donde llevó aquella tarde á Cortés con algunos de sus capitanes y soldados, como quien deseaba cumplir á un tiempo con el agasajo de los huéspedes, y con su propia jactancia y vanidad. Habia en ella diversos géneros de árboles fructíferos, que formaban calles muy dilatadas, dejando su lugar á las plantas menores, y un espacioso jardin, que tenia sus divisiones y paredes hechas de cañas entretejidas y cubiertas de yerbas olorosas, con diferentes cuadros de agricultura cuidadosa, donde hacian labor las flores con ordenada variedad. Estaba en medio un estanque de agua dulce, de forma cuadrangular: fábrica de piedra y argamasa, con gradas por todas partes hasta el fondo : tan grande, que tenia cada uno de sus lados cuatrocientos pasos, donde se alimentaba la pesca de mayor regalo, y acudian varias especies de aves palustres, algunas conocidas en Europa, y otras de figura esquisita y pluma estraordinaria: obra digna de príncipe, y que hallada en un súbdito de Motezuma, se miraba como argumento de mayores opulencias.

(1) Este cálculo es sin duda exajerado, así en el número de casas como en los pisos de ellas. Para ello seria preciso dar á Iztacpalapa mayor poblacion que á nuestro Madrid, puesto que este solo tiene ocho mil casas. Ademas los indios no acostumbraban á hacer las suyas con mas de un piso, fuera de algun palacio al que añadian por adorno un segundo cuerpo.

Pasóse bien la noche, y la gente acudió con agrado y sencillez al agasajo de los españoles; solo se reparó en que hablaban ya en este lugar con otro estilo de las cosas de Motezuma: porque alababan todos su gobierno, y encarecian su grandeza; ó contuviese á los de aquella opinion el parentesco del cacique, ó les hiciese menos atrevidos la cercania del tirano. Habia dos leguas de calzada que pasar hasta Méjico, y se tomó la mañana, porque deseaba Cortés hacer su entrada, y cumplir con la primera funcion de visitar á Motezuma, quedando con alguna parte del dia para reconocer y fortificar su cuartel. Siguióse la marcha con la misma órden; y dejando á los lados la ciudad de Magicalcingo en el agua, y la de Cuyoacan en la ribera, sin otras grandes poblaciones que se descubrian en la misma laguna, se dió vista desde mas cerca y no sin admiracion, á la gran ciudad de Méjico, que se levantaba con esceso entre las demas, y al parecer se le conocia el predominio hasta en la soberbia de sus edificios. Salieron á poco menos que la mitad del camino mas de cuatro mil nobles y ministros de la ciudad á recibir el ejército, cuyos cumplimientos detuvieron largo rato la marcha aunque solo hacian reverencias, y pasaban delante para volver acompañando. Estaba poco antes de la ciudad un baluarte de piedra, con dos castillejos á los lados, que ocupaba todo el plano de la calzada, cuyas puertas desembocaban sobre otro pedazo de calzada, y esta terminaba en una puente levadiza, que defendia la entrada con segunda fortificacion. Luego que pasaron de la otra parte los magnates del acompañamiento, se fueron desviando á los lados, para franquear el paso al ejército, y se descubrió una calle muy larga y espaciosa (1) de grandes casas, edificadas con igualdad y correspondencia, cubiertos de gente los miradores y terrados; pero la calle totalmente desocupada; y dijeron á Cortés, que se habia despejado cuidadosamente, porque Motezuma estaba en ánimo de salir á recibirle, para mayor de

mostracion de su benevolencia.

Poco despues se fue dejando ver la primera comitiva real, que serian hasta doscientos nobles de su familia, vestidos de librea, con grandes penachos, conformes en la hechura y el color. Venian en dos hileras con notable silencio y compostura, descalzos todos, y sin levantar los ojos de la tierra; acompañamiento con apariencias de procesion. Luego que llegaron cerca del ejército, se fueron arrimando á las paredes en la misma órden, y se vió á lo lejos una gran tropa de gente mejor adornada, y de mayor dignidad, en cuyo medio venia Motezuma sobre los hombros de sus favorecidos, en unas andas de oro bruñido, que brillaba con proporcion entre diferentes labores de pluma sobrepuesta, cuya primorosa distribucion procuraba obscurecer la riqueza con el artificio. Seguian el paso de las andas cuatro personages de gran suposicion, que le llevaban debajo

(1) Cortés dice que esta calle tenia de largo dos tercios de legua : Herrera no le dá mas de un tercio.

que

de un pálio, hecho de plumas verdes, entretejidas y dispuestas de manera que formaban tela, con algunos adornos de argentería; y poco delante iban tres magistrados con unas varas de oro en las manos, que levantaban en alto sucesivamente, como avisando se acercaba el rey, para que se humillasen todos, y no se atreviesen á mirarle desacato que se castigaba como sacrilegio. Cortés se arrojó del caballo poco antes que llegase, y al mismo tiempo se apeó Motezuma de sus andas, y se adelantaron algunos indios, que alfombraron el camino, para que no pusiese los pies sobre la tierra, que á su parecer era indigna de sus huellas.

Prevínose á la funcion con espacio y gravedad, y puestas las dos manos sobre los brazos del señor de Iztacpalapa y el de Tezcuco. sus sobrinos, dió algunos pasos para recibír á Cortés. Era de buena presencia, su edad hasta cuarenta años, de mediana estatura, mas delgado que robusto; el rostro aguileño, de color menos oscuro que el natural de aquellos indios, el cabello largo hasta el estremo de la oreja, los ojos vivos, y el semblante magestuoso, con algo de intencion; su trage un manto de sutilísimo algodon, anudado sin desaire sobre los hombros, de manera que cubria la mayor parte del cuerpo, dejando arrastrar la falda. Traia sobre si diferentes joyas de oro, perlas y piedras preciosas, en tanto número, que servian mas al peso que al adorno. La corona una mitra de oro ligero, que por delante remataba en punta, y la mitad posterior algo mas obtusa se inclinaba sobre la cerviz; y el calzado unas suelas de oro macizo, cuyas correas, tachonadas de lo mismo, ceñian el pie, y abrazaban parte de la pierna, semejante á las caligas militares de los romanos.

Llegó Cortés apresurando el paso sin desautorizarse, y le hizo una profunda sumision; á que respondió poniendo la mano cerca de la tierra, y llevándola despues á los labios: cortesía de inaudita novedad en aquellos príncipes, y mas desproporcionada en Motezuma que apenas doblaba la cerviz á sus dioses, y afectaba la soberbia, ó no la sabia distinguir de la magestad; cuya demostracion, y la de salir personalmente al recibimiento se reparó mucho entre los indios, y cedió en mayor estimacion de los españoles; porque no se persuadian á que fuese inadvertencia de su rey, cuyas determinaciones veneraban, sujetando el entendimiento. Habíase puesto Cortés sobre las armas una banda ó cadena de vidrio; compuesta vistosamente de varias piedras que imitaban los diamantes y las esmeraldas, reservada para el presente de la primera audiencia; y hallándose cerca en estos cumplimientos, se la echó sobre los hombros á Motezuma. Detuviéronle, no sin alguna destemplanza, los dos braceros, dándole á entender quo no era lícito el acercarse tanto á la persona del rey; pero él los reprendió, quedando tan gustoso del presente, que le miraba y celebraba entre los suyos como presea de inestimable valor; y para desempeñar su agradecimiento con alguna liberalidad, hizo traer entretanto que llegaban á darse á conocer los demas capitanes, un collar que tenia la primera estimacion entre sus

joyas. Era de unas conchas carmesies de gran precio en aquella tierra, dispuestas y engarzadas con tal arte, que de cada una de ellas pendian cuatro gambaros ó cangrejos de oro, imitados prolijamente del natural. Y él mismo con sus manos se le puso en el cuello á Cortés : humanidad y agasajo, que hizo segundo ruido entre los mejicanos. El razonamiento de Cortés fue breve y rendido como lo pedia la ocasion, y su respuesta de pocas palabras, que cumplieron con la discrecion sin faltar á la decencia. Mandó luego al uno de aquellos dos príncipes sus colaterales, que se quedase para conducir y acompañar á Hernan Cortés hasta su alojamiento; y arrimado al otro, volvió á tomar sus andas, y se retiró á su palacio con la misma pompa y gravedad.

Fue la entrada en esta ciudad á ocho de noviembre del mismo año de mil y quinientos diez y nueve, dia de los santos cuatro coronados mártires; y el alojamiento que tenian prevenido, una de las casas reales que fabricó Axayaca, padre de Motezuma. Competia en la grandeza con el palacio principal de los reyes, y tenia sus presunciones de fortaleza; paredes gruesas de piedra, con algunos torreones, que servian de traveses y daban facilidad á la defensa. Cupo en ella todo el ejército y la primera diligencia de Cortés fue reconocerla por todas partes para distribuir sus guardias, alojar su artillería y cerrar su cuartel. Algunas salas, que tenian destinadas para la gente de mas cuenta, estaban adornadas con sus tapicerías de varios colores hechas de aquel algodon, á que se reducian todas sus telas, mas ó menos delicadas : las sillas de madera, labradas de una pieza, las camas entoldadas con sus colgaduras en forma de pabellones; pero el lecho se componia de aquellas sus esteras de palma, donde servia de cabecera una de las mismas esteras arrollada; no alcanzaban allí mejor cama los príncipes mas regalados, ni cuidaba mucho aquella gente de su comodidad, porque vivian á la naturaleza, contentándose con los remedios de la necesidad; y no sabemos si se debe llamar felicidad en aquellos bárbaros esta ignorancia de las superfluidades.

CAPITULO XI.

Viene Motezuma el mismo dia por la tarde á visitar á Cortés en su alojamiento: refiérese la oracion que hizo antes de oir la embajada, y la respuesta de Cortés.

Era poco mas de medio dia cuando entraron los españoles en su alojamiento, y hallaron prevenido un banquete regalado y espléndido para Cortés y los cabos de su ejército, con grande abundancia de bastimentos menos delicados para el resto de la gente, y muchos indios de servicio, que ministraban los manjares y las bebidas con igual silencio y puntualidad. Por la tarde vino Motezuma con la misma pompa y acompañamiento á visitar á Cortés, que avisado

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