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antes de resolverse á la respuesta empezó á suspirar como quien sentia la dificultad de quejarse; pero despues venció la pasion, y prorumpiendo en lamentos de su infelicidad le dijo: «< que todos » los caciques de aquella comarca se hallaban en miserable y ver» gonzosa esclavitud, gimiendo entre las violencias y tiranías de Motezuma, sin fuerzas para volver por sí, ni espíritu para discurrir » en el remedio que se hacia servir y adorar de sus vasallos como » uno de sus dioses, y queria que se venerasen sus violencias y » sinrazones como decretos celestiales; pero que no era su ánimo proponerle que se aventurase á favorecerlos, porque Motezuma » tenia mucho poder y muchas fuerzas para que se resolviese, con » tan poca obligacion, á declararse por su enemigo; ni seria en él » buena urbanidad pretender su benevolencia, vendiendo á tan >> costoso precio tan corto servicio. »

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Procuró Hernan Cortés consolarle, dándole á entender : « que » temeria poco las fuerzas de Motezuma, porque las suyas tenian al cielo de su parte y natural predominio contra los tiranos; pero » que necesitaba de pasar luego á Quiabislan, donde le hallarian » los oprimidos y menesterosos, que teniendo la razon de su parte »> necesitasen de sus armas; cuya noticia podria comunicar á sus amigos y confederados, asegurando á todos que Motezuma dejaria de ofenderlos, ó no lo podria conseguir mientras él asistiese á su » defensa. » Con esto se despidieron los dos, y Hernan Cortés trató luego de su marcha, dejando ganada la voluntad de este cacique, y celebrando para consigo la mejoría de sus intentos, que por aquellos lejos ó espacios de la imaginacion iban pareciendo posibles.

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CAPITULO IX.

Prosiguen los españoles su marcha desde Zempoala á Quiabislan: refiérese lo que pasó en la entrada de esta villa, donde se halla nueva noticia de la inquietud de aquellas provincias, y se prenden seis ministros de Motezuma.

Al tiempo de partir el ejército se hallaron prevenidos cuatrocientos indios de carga para que llevasen las balijas y los bastimentos, y ayudasen á conducir la artillería, que fue grande alivio para los soldados; y se ponderaba como atencion estraordinaria del cacique, hasta que se supo de doña Marina que entre aquellos señores de vasallos era estilo corriente asistir á los ejércitos de sus aliados con este género de bagages humanos, que en su lengua se llamaban Tamenes, y tenian por oficio el caminar de cinco á seis leguas con dos ó tres arrobas de peso. Era la tierra que se iba descubriendo amena y deliciosa, parte ocupada con la poblacion natural de grandes arboledas, y parte fertilizada con el beneficio de las semillas, á cuya vista caminaban nuestros españoles alegres

y divertidos, celebrando la dicha de pisar una campaña tan abundante. Halláronse al caer del sol cerca de un lugarcillo despoblado, donde se hizo mansion por escusar el inconveniente de entrar de noche en Quiabislan, adonde llegaron el dia siguiente á las diez de la mañana.

Descubríanse á largo trecho sus edificios sobre una eminencia de peñascos, que al parecer servian de muralla : sitio fuerte por naturaleza, de surtidas estrechas y pendientes, que se hallaron sin resistencia y se penetraron con dificultad. Habíanse retirado el cacique y los vecinos para averiguar desde lejos la intencion de nuestra gente, y el ejército fue ocupando la villa sin hallar persona de quien informarse, hasta que llegando á una plaza donde tenian sus adoratorios, le salieron al encuentro catorce ó quince indios de trage mas que plebeyo, con grande prevencion de reverencias y perfumes, y anduvieron un rato afectando cortesía y seguridad, ó procurando esconder el temor en el respeto : afectos parecidos y fáciles de equivocar. Animólos Hernan Cortés, tratándolos con mucho agrado, y les dió algunas cuentas de vidrio azules y verdes; moneda que por sus efectos se estimaba ya entre los mismos que la conocian, con cuyo agasajo se cobraron del susto que disimulaban, y dieron á entender : « que su cacique se habia retirado advertida» mente por no llamar la guerra con ponerse en defensa, ni aven» turar su persona, fiándose de gente armada que no conocia ; y que » con este ejemplo no fue posible impedir la fuga de los vecinos » menos obligados á esperar el riesgo : accion á que se habian >> ofrecido ellos como personas de mas porte y mayor osadía: pero » que en sabiendo todos la benignidad de tan honrados huéspedes » volverian á poblar sus casas, y tendrian á mucha felicidad el ser» virlos y obedecerlos. » Asegurólos de nuevo Hernan Cortés; y luego que partieron con esta noticia, encargó mucho á sus soldados el buen pasage de los indios, cuya confianza se conoció tan presto, que aquella misma noche vinieron algunas familias, y en breve tiempo estuvo el lugar con todos sus moradores.

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Entró despues el cacique, trayendo al de Zempoala por su padrino, ambos en sus andas ó literas sobre hombros humanos. Disculpó el de Zempoala, no sin alguna discrecion, á su vecino, y pocos lances se introdujeron ellos mismos en las quejas de Motezuma, refiriendo con impaciencia, y algunas veces con lágrimas, sus tiranías y crueldades, la congoja de sus pueblos y la desesperacion de sus nobles, á que añadió el de Zempoala por última ponderacion : « es tan soberbio y tan feroz este monstruo, que sobre apurarnos y empobrecernos con sus tributos, formando sus riquezas de nues» tras calamidades, quiere tambien mandar en la honra de sus va»sallos, quitándonos violentamente las hijas y las mugeres para » manchar con nuestra sangre las aras de sus dioses, despues de » sacrificarlas á otros usos mas crueles de menos honestos. >>

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Procuró Hernan Cortés alentarlos y disponerlos para entrar en su

confederacion; pero al mismo tiempo que trataba de inquirir sus fuerzas y el número de gente que tomaria las armas en defensa de la libertad, llegaron dos ó tres indios muy sobresaltados, y hablando con ellos al oido, los pusieron en tanta confusion que se levantaron perdido el ánimo y el color, y se fueron á paso largo sin despedirse ni acabar la razon. Súpose luego la causa de su turbacion, porque se vieron pasar por el mismo cuartel de los españoles seis ministros ó comisarios reales de aquellos que andaban por el reino cobrando y recogiendo los tributos de Motezuma. Venian adornados con mucha pompa de plumas y pendientes de oro, sobre delgado y limpio algodon, y con bastante número de criados ó ministros inferiores, que moviendo segun la necesidad unos abanicos grandes hechos de la misma pluma, les comunicaban el aire ó la sombra con oficiosa inquietud. Salió Cortés á la puerta con sus capitanes, y ellos pasaron sin hacerle cortesía, vario el semblante entre la indignacion y el desprecio; de cuya soberbia quedaron con algun remordimiento los soldados, y partieran á castigarla si él no los reprimiera, contentándose por entonces con enviar á doña Marina con guardia suficiente para que se informase de lo que obraban.

Entendióse por este medio que asentada su audiencia en la casa de la villa, hicieron llamar á los caciques, y los reprendieron públicamente con grande aspereza el atrevimiento de haber admitido en sus pueblos una gente forastera enemiga de su rey; y que ademas del servicio ordinario á que estaban obligados, les pedian veinte indios que sacrificar á sus dioses en satisfaccion y enmienda de semejante delito.

Llamó Hernan Cortés á los dos caciques, enviando algunos soldados que sin hacer ruido los trajesen á su presencia, y dándoles á entender que penetraba lo mas oculto de sus intentos, para autorizar con este misterio su proposicion, les dijo : « que ya sabia la violencia » de aquellos comisarios, y que sin otra culpa que haber admitido » su ejército trataban de imponerles nuevos tributos de sangre hu» mana: que ya no era tiempo de semejantes abominaciones, ni él permitiria que á sus ojos se ejecutase tan horrible precepto; antes » les ordenaba precisamente que, juntando su gente, fuesen luego » á prenderlos, y dejasen á cuenta de sus armas la defensa de lo » que obrasen por su consejo. »

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Deteníanse los caciques, rehusando entrar en ejecucion tan violenta, como envilecidos con la costumbre de sufrir el dolor y respetar el azote; pero Hernan Cortés repitió su órden con tanta resolucion, que pasaron luego á ejecutarla, y con grande aplauso de los indios fueron puestos aquellos bárbaros en un género de cepos que usaban en sus cárceles muy desacomodados, porque prendian el delincuente por la garganta, obligando los hombros á forcejear con el peso para el desahogo de la respiracion. Eran dignas de risa las demostraciones de entereza y rectitud con que volvieron los caciques á dar cuenta de su hazaña, porque trataban de ajusticiar

los aquel mismo dia, segun la pena que señalaban sus leyes contra los traidores; y viendo que no se les permitia tanto, pedian licencia para sacrificarlos á sus dioses como por via de menor atrocidad.

Asegurada la prision con guardia bastante de soldados españoles, se retiró Hernan Cortés á su alojamiento, y entró en consulta consigo sobre lo que debia obrar para salir del empeño en que se hallaba de amparar y defender aquellos caciques del daño que les amenazaba por haberle obedecido; pero no quisiera desconfiar enteramente á Motezuma, ni dejar de tenerle pendiente y cuidadoso. Hacíale disonancia el tomar las armas para defender la razon escrupulosa de unos vasallos quejosos de su rey, dejando sin nueva provocacion ó mejor pretesto el camino de la paz. Y por otra parte consideraba como punto necesario el mantener aquel partido que se iba formando por si llegase el caso de haberle menester. Tuvo finalmente por lo mas acertado cumplir con Motezuma, sacando mérito de suspender los efectos de aquel desacato, y dándose á entender que por lo menos cumpliria consigo en no fomentar la sedicion, ni servirse de ella hasta la última necesidad. Lo que resultó de esta conferencia interior, que le tuvo algunas horas desvelado, fue mandar á la media noche que le trajesen dos de los prisioneros con todo recato, y recibiéndolos benignamente les dijo, como quien no queria que le atribuyesen lo que habian padecido, que los llamaba para ponerlos en libertad, y que en fé de que la recibian únicamente de su mano, podrian asegurar á su príncipe : « que con toda brevedad procuraria >> enviarle los otros compañeros suyos que quedaban en poder de >> los caciques; para cuya enmienda y reduccion obraria lo que fuese >> de su mayor servicio, porque deseaba la paz, y merecerle con su respeto y atenciones toda la gratitud que se le debia por embajador y ministro de mayor príncipe. » No se atrevian los indios á ponerse en camino, temiendo que los matasen ó volviesen á prender en el paso, y fue menester asegurarlos con alguna escolta de soldados españoles que los guiasen á la vecina ensenada donde se hallaban los bajeles; con órden para que en uno de los esquifes los sacasen de los términos de Zempoala.

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Vinieron á la mañana los caciques muy sobresaltados y pesarosos de que se hubiesen escapado los dos prisioneros; y Hernan Cortés recibió la noticia con señas de novedad y sentimiento, culpándolos de poco vigilantes, y con este motivo mandó en su presencia que los otros fuesen llevados á la armada, como quien tomaba por suya la importancia de aquella prision, y secretamente ordenó á los cabos marítimos que los tratasen bien, teniéndolos contentos y seguros; con lo cual dejó confiados á los caciques sin olvidar la satisfaccion de Motezuma, cuyo poder tan ponderado y temido entre aquellos indios, le tenia cuidadoso; y así procuraba ocurrir à todo, conservando aquel partido sin empeñarse demasiado en él, ni perder de vista los accidentes que le podrian poner en obligacion de abrazarle : grande artífice de medir lo que disponia con lo que rece

laba,y prudente capitan el que sabe caminar en alcance de las contingencias, y madrugar con el discurso para quitar la fuerza ó la novedad á los sucesos.

CAPITULO X.

Vienen á dar la obediencia y ofrecerse á Cortés los caciques de la serranía : edificase y ponese en defensa la villa de la Vera-Cruz, donde llegan nuevos embajadores de Motezuma.

Divulgóse por aquellos contornos la benignidad y agradable trato de los españoles, y los dos caciques de Zempoala y Quiabislan avisaron á sus amigos y confederados de la felicidad en que se hallaban libres de tributos, y afianzada su libertad con el amparo de una gente invencible que entendia los pensamientos de los hombres, y parecia de superior naturaleza; con que pasó la palabra, y fue, come suele, adquiriendo fuerzas la fama, en cuyo lenguage tiene sus adiciones la verdad ó se confunde con el encarecimiento. Ya se decia públicamente por aquellos pueblos que habitaban sus dioses en Quiabislan, vibrando rayos contra Motezuma, y duró algunos dias esta credulidad entre los indios, cuya engañada veneracion facilitó mucho los principios de aquella conquista; pero no se apartaban totalmente de la verdad en mirar como enviados del cielo á los que por decreto y ordenacion suya venian á ser instrumentos de su salud aprension de su rudeza, en que pudo mezclarse alguna luz superior dispensada en favor de su misma sinceridad.

Creció tanto esta opinion de los españoles, y suena tan bien el nombre de la libertad á los oprimidos, que en pocos dias vinieron á Quiabislan mas de treinta caciques, dueños de la montaña que estaba á la vista, donde habia numerosas poblaciones de unos indios que llamaban totonaques, gente rústica, de diferente lengua y costumbres; pero robusta y no sin presuncion de valiente. Dieron todos la obediencia, ofrecieron sus huestes, y en la forma que se les propuso juraron fidelidad y vasallage al señor de los españoles, de que se recibió auto solemne ante el escribano del ayuntamiento. Dice Antonio de Herrera que pasaria de cien mil hombres la gente de armas que ofrecieron estos caciques : no la contó Bernal Diaz del Castillo, ni llegó el caso de alistarla: seria grande el número por ser muchos los pueblos, y fáciles de mover contra Motezuma, particularmente cuando la serranía constaba de indios belicosos, recien sujetos ó mal conquistados (1).

Hecho este género de confederacion, se retiraron los caciques á sus casas, prontos á obedecer lo que se les ordenase; y Hernan Cortés trató de dar asiento á la Villa Rica de la Vera-Cruz, que hasta entonces se movia con el ejército, aunque observaba sus distinciones de república. Eligióse el sitio en lo llano, entre la mar y

(1) Cortés solo dá á Zempoala y sierras comarcanas, 50,000 combatientes.

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