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instruccion con que nos armaba arriba el sabio M. Feijóo, para recibir con cautela obras que por mucho tiempo hayan permanecido manuscritas é inéditas? Las contingencias, las dudas, las reflexiones y agudos raciocinios, que alli nos intimó con tanto encarecimiento se han pasado tan pronto de la memoria? Un engaño tan factible como el dar una cosa por otra, ó cuando una misma, esa llena de añadiduras y aumentos recientes, ¿no nos ha de traer precavidos contra la astucia de los impostores? Por haber dicho S. Gerónimo que Dextro, varon clarísimo, habia compuesto una historia omnímoda, que jamás ha parecido despues, ¿no hubo en el siglo pasado en España un petardista que la urdió en su aposento, y nos la dió como nuevo descubrimiento suyo? Estos ejemplares, pues, bien notorios son. Sobre todo sea de Salazar de Mendoza enhorabuena la Monarquia acabada de imprimir; ¿sabemos que corresponda lo impreso con el manuscrito original del mismo autor? Si este estaba en poder de D. Juan Lucas Cortés, y el editor Ulloa no nos dice que haya acu dido á casa de sus herederos ó al dueño que por dádiva, compra ó hurto le hubiese adquirido de estos, á cotejar con él su copia, ¿qué seguridad podemos tener de que en todas sus partes se halle arreglada la que se imprime? En 170 años que esa obra anduvo rodando por mano de muchos, dividida en varios traslados, de los cuales unos serian exactos, otros diminutos, depravados otros, y los mas tal vez llenos de mixturas intrusas por los copistas, como lo acredita la nota pág. 34 que se advierte puesta (sin duda por algun toledano) al márgen del manuscrito que sirvió á la edicion; es evidente que pudo contraer doscientos mil vicios el ejemplar que gobernó al editor.

Pero aun hay otra observacion, que para conmigo

da mas que sospechar que cuantas van apuntadas hasta aquí. En la advertencia puesta en el Origen de las Dignidades, obra indisputablemente de Salazar de Mendoza, son suyos estos términos: dallos, por darlos; publi– calla, por publicarla; cobrallos, por cobrarlos; imprimillos, por imprimirlos; podellos, por poderlos; ordenallos, por ordenarlos; mandallos, por mandarlos; hacelle, por hacerle; habellas, por haberlas. De suerte que constantemente fué método suyo, suprimir la r y sustituir por ella la 1, siempre que delante se seguia otra. Internada, pues, la observacion al cuerpo de la misma Monarquía, se verá que todo este estilo desaparece enteramente, usando por dichos términos los que corresponden y usamos hoy. ¿Y qué podemos inferir de aquí? De aquí lo que podemos inferir, es que la Monarquía impresa por Ulloa está en inminente riesgo de que no la tengan los juiciosos por parto legítimo de Salazar de Mendoza, sino solo el resúmen antepuesto, que habiendo llegado á manos de alguno que deseaba esconderse bajo de su nombre, y al ver el plan, quiso tirar al centro todas las otras líneas; pero descuidándose en imitar su estilo. Por lo menos se verificará por este consejo, que alguno anduvo puliéndole por dentro; y dado este caso, tambien tiene contra sí la sospecha de que en cosas de mas importancia habrá puesto y quitado á su arbitrio.

Lo que admira es, que quedando pendientes todas estas contingencias, no hubiese tenido el editor la precaucion de advertirnos qué ejemplar ha sido el que siguió; si tenia ó no algunos defectos; si era el autógrafo mismo que escribió Salazar; si otro por él; con qué manuscritos le cotejó, dónde paraba, quién era su dueño: pues en la exactitud juiciosa y solemne de estos tiempos

otras tantas prevenciones eran necesarias para evitar reparos, y sacar de dudas á las gentes.

Las dos censuras dadas á la obra por encargo del Consejo en 1604 y 1603, no la eximen de los recelos de adulterada por manos posteriores, mientras no se haga ver que el códice impreso es el mismo idénticamente que tuvieron delante los censores.

Mas yo me conformaré en que la obra toda sea hechura de Pedro Salazar, segun nos la entrega el señor Ulloa. Verdaderamente para mí que tengo que impugnar algunas proposiciones que contiene poco fundadas, lo mismo importa la haya escrito Pedro que Juan. Lo que yo pretendo es que el que se hace editor de una obra por mucho tiempo manuscrita en mano de muchos, está en obligacion de anteponernos los informes necesarios para formar idea de los motivos que la tuvieron retirada de la fortuna ó desgracia que corrió en el intermedio, el paraje de que se sacó, la persona que hizo al público la caridad de entregarla para la impresion, los códices que se manejaron para entregarla correcta, las lecciones variantes que se observaron, la sospecha que se advirtió de que estaba interpolada, ó la certidumbre en que se queda de conservarse original, intacta, genuina como la dejó el autor, y en fin otras mil especies que conducen á imponernos en un cabal conocimiento del mérito ó demérito de la edicion. Pero entrarla illotis manibus en potestad de la prensa y del público, sin advertir nada de esto, ya es querer que determinemos á ciegas unas dudas que tal vez estarian decididas con solas aquellas advertencias. Si yo por ciertos recelos que me asisten, y acaso no puedo explicar por no saber con quien hablo, y por otras combinaciones que formé, tengo unas sos

pechas vehementes de que el artículo que me toca impugnar no es enteramente del autor; ¿por qué no he de sentir la intempestiva taciturnidad del señor Ulloa? Semejantes omisiones son muy perjudiciales á aquel ingenuo decoro que se debe tributar á la solidez de las ciencias y opiniones. Tal vez una de esas advertencias por ventura suele caer sobre el pasaje mismo en que hay la dificultad. Y en tal caso se salió de la duda en habiendo sabido que la especie fué intrusa, fué añadida, y no se hallaba en el códice que dejó el autor original. Mas este descuido ya no tiene remedio para la ocasion presente. Me contentaré con que le tenga para en adelante.

Suelen decir los críticos que para graduar el mas ó menos peso de una opinion, se vea atentamente de qué pie claudica el autor; esto es, que genio descubre en lo demás; si acostumbra juzgar con gravedad; si es crédulo nimiamente; si tienen aquellas otras partidas que pueden colocarle en la esfera de los escritores serios, sólidos y sanos. "Lo primero te debes informar (enseña en <«< sus reglas de crítica el P. M. Florez, Clav. 19, pág. 42, ༥ de la Hist.), de la calidad del escritor; de su genio é <«< ingenio; del tiempo en que escribió; de las circuns<«<tancias y fines por que escribe; si habla de las cosas << por vista, ó por oido; . si se aquieta sin exá<< men alguno en las cosas vulgares, ó añade algun exá<«< men; si el libro en que se lée es ciertamente suyo; <«<en qué tiempo salió á luz; qué ejemplares sirvieron << para ello; quién los solicitó; .. si se introdu«< cen voces que no estaban en uso en tal edad; si la <«< materia desdice en algunas partes de la seriedad, gra« vedad ó doctrina del autor; si el estilo desdice, no solo « de unas partes, si no de las otras, en que el mismo

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<< autor por la variedad de circunstancias, varió en algo << su estilo, constando ser su escrito el que se propone « como norma, etc.

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Abierta, pues, la Monarquía de España, se verá que su autor fué excesivamente crédulo, y tan ligero adoptador de patrañas, que causa risa se hubiese atrevido un hombre de sus humos á proferirlas en escrito público, delante de unos Reyes tan serios como aquellos á quienes dirigia sus libros, y de unos tiempos tan alumbrados de conocimientos literarios, en que estaban ya cansados de llevar repulsas, y de ser la irrision de los eruditos. Estas Asturias (dice, (1) hablando de las de Oviedo) se tiene por cierto haber sido poblacion del Patriarca Noë, cuando vino á España á ver á su nieto Tubal. Arrogante mentira (responde (2) el P. Mariana) poco ha inventada por el falso Beroso de Juan Annio de Viterbo: quod ex novi Berosi officina prodiit, falso mendacio: añadiendo Henao (3): y cierto que semejantes adiciones á lo verdadero de las antigüedades de España, no adornan, sino antes desdoran nuestras Historias. Cuando escribia Salazar de Mendoza, ya estaban convencidos de apócrifos los escritos de fray Juan de Viterbo, atribuidos á Beroso. Juan Ludovico Vives en los Comentarios á San Agustin de Civitate Dei y en el libro de Tradendis disciplinis; D. Juan de Vergara, canónigo de la misma Santa iglesia, en que fué penitenciario el mismo Salazar, en el tratado de las Ocho cuestiones, impreso desde el año 1552: el sabio Melchor Cano en la obra de Locis Theologicis, y otros muchos

(1) Tom. 1, pág. 85, col. 1., y pág. 35.

(2) Mariana, lib. 1, cap. 7.

(3) Henao, Averiguac. de Cantabria-tom. 1, pág. 282 al principio.

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