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retumban?... La primera de ellas es un mero relato: «El poder director, que se dá á sí propio la imágen de Dios sobre la tierra para aplastar mejor al público que piensa, ha tomado por agentes de gobierno á los vicios todos. A propósito he oido aquí esta expresion demasiado exocta: E la negazione di Dio eretta ú sistema di governo; es la negacion de Dios erigida en sistema de gobierno» El número de prisioneros políticos que entónces habia en el reino de las Dos Sicilias, no bajaba de veinte mil; y esta cifra no es exajerada. En Nápoles solamente, cientos de éstos sufrieron la última pena; y estas víctimas eran en su mayor parte diputados de la oposicion, porque votar contra el gobierno era un crímen que merecia la cárcel ó el destierro. «El gobierno de Nápoles-escribe Gladstone-ha llegado al colmo de la audacia encarcelando ó desterrando á la mayoría de los representantes del pueblo.» Mas ésto no es todo. La palabra cárcel es un eufemismo indulgente para designar las horribles catacumbas donde se pudrian los inocentes innumerables. En ellas no entraban el aire ni la luz. El médico mismo no se atrevia á bajar á esas mazmorras hediondas, y los moribundos tenían que arrastrarse hasta las escaleras para consultarle. En cuanto á los juicios, eran irrisorios. Sólo era libre la acusacion, porque segun el célebre principio inquisitorial, la inocencia no ha menester de defensa. Los jueces tenían la órden de ser injustos; y lo eran porque éstaban dominados por el miedo y por la bolsa. Eran castigados cuando absolvian. En Reggio una vez, ciertos acusados fueron absueltos: «El brazo de la venganza cayó sobre los jueces, y cl tribunal entero, en expiacion de su temeridad, fué como el establo de Augías, swept clear, despejado por completo».

El más patético ejemplo que de aquellas persecuciones daba Gladstone, el noble narrador, es el del patriota italiano Carlo Poerio, ex-ministro, y culpable sólo de haber sido demasiado independiente. Este infeliz fué encarcelado é incomunicado por la mera denuncia de un infame cualquiera; pero escuchemos á Gladstone que lo vió y pudo hablar con él-«Debo declarar, despues de haber examinado detenidamente su proceso, que la condenacion de un hombre como él por el delito de traicion, es un acto tan conforme á las leyes de la verdad, de la justicia, de la decencia, de la lealtad, del buen sentido nacional; mejor dicho, tan grande y violento ultraje á todo esto, como lo sería una condenacion análoga en nuestra patria pronunciada contra cualquiera de nuestros

estadistas más reputados, como lord John Russell, ó lord Lansdowne, & sir James Graham, ó usted mismo......» Italia maldecia unánimemente á sus verdugos. Sólo algunos fanáticos clericales los aplaudian, como ese canónigo Apuzzi que, en un catecismo, representaba la civilizacion y la barbarie como dos excesos igualmente viciosos, y ensalzaba la bondad y prudencia del gobierno napolitano «por haber sabido descubrir el justo medio con tanta habilidad».

Estas vengadoras revelaciones, por escritor tan ilustre y principal autorizadas, produjeron en toda Europa un extremecimiento de indignacion. Lord Palmerston, interpelado en la Cámara de los Comunes, confirmó las noticias de Gladstone, deploró el que fueran tan necesariamente limitados los medios de accion del gobierno inglés, y luego rindió este justo homenaje público, que fué cubierto de aplausos por toda la Cámara, al hombre de corazon generoso que habia tomado tan grave iniciativa: «Sí; al ver á ese inglés que va á Nápoles á pasar el invierno y que, en vez de visitar los volcanes y las sepultadas ciudades, se dirige á los tribunales de justicia, recorre las cárceles, baja á los presidios y examina los procesos de un sin número de infelices víctimas de la arbitrariedad y la injusticia, para poder informar luego la opinion pública; declaro y sostengo que esa conducta honra grandemente al que la tiene».-Pero Lord Palmerston hizo algo más que aplaudir á Gladstone: anunció que le habia remitido á todos los representantes de la nacion en el extranjero un ejemplar del célebre folleto. El Gabinete napolitano quiso reclamar, pero la respuesta del príncipe Castelcicala no sirvió más que para producir una nueva humillacion á su gobierno.

Cierto es que algunos intentaron refutar las Cartas də Gladstone, pero fueron, por lo general, periodistas comprados que, desde sus despachos de donde no habian salido nunca, juraban y perjurabar que todas las imputaciones eran calumniosas, y que el rey Fernando era un modelo de buenos príncipes. Los más avisados no hacían más que rectificar algunos detalles, y así, sin quererlo, confesaban la certeza del conjunto.

La segunda Carta á lord Aberdeen fué el golpe de gracia para el fanatismo. «La flecha ha dado en el blanco, y no puede ser ya arrancada de él; pláceme el saber como el gobierno de Nápoles, citado y emplazado por un simple particular, se ha visto reducido á defender su causa

ante el tribunal de la opinion». Y el rey Fernando perdió esa causa, pero no fué él sino Fernando II el que pagó las costas. Más tarde la impetuosidad de Garibaldi consumó lo que iniciara la habilidad de Cavour, y al fin, en 1860, las Dos Sicilias fueron anexadas á la patria comun italiana. Nápoles entónces vió desvanecerse á sus inquisidores, pero el que primero los denunció al mundo no fué sino un diputado inglés.

Bueno es que hayamos insistido sobre esta denuncia pues que por ella adquirió Gladstone desde luego la confianza y los favores del radilismo, y que tambien basta sóla para pintar al hombre é indicar cuál será la política exterior del futuro primer ministro. Y por cierto que esas dos cartas pintan al hombre, con su apasionamiento que se desborda y que no podrá contener jamás ninguna consideracion de etiqueta ó disimulo diplomático, acusador siempre inflexible de la arbitrariedad donde quiera que la encuentre, y áun á riesgo de pasar por un quijote á los ojos de los que por hábiles se tienen. Y tambien puede columbrarse ya por este hecho al futuro defensor de los cristianos de Oriente, negándose á creer que el interés de Inglaterra exista en el Este, cuando ese interés sirve para sostener los fanatismos de religion ó de raza. Así como hirió á los clericales de Nápoles, herirá tambien á los asesinos de Bulgaria, é instará luego á la Europa, en un rapto de coraje magnífico, á que «lance al otro lado del Bósforo á esa incorregible Turquía con todos sus pachas, visires y demás trastos, bags and baggages».

IV.-LOS PRESUPUESTOS.

El presupuesto de 1853 fué el motivo de su nueva participacion en la gerencia de la cosa pública. Disraeli, ministro de hacienda á la sazon, propuso sus planes en diciembre de 1852. No es posible imaginar una confusion mayor y más arbitraria que la de su obra, y uno de los que le escucharon dijo que un rompe cabezas chino era mucho más sencillo en comparacion. Acordábanse rebajas é imponíanse aumentos sin ton ni son: las tarifas de la malta se rebajaban, pero se extendia el «income-tax» hasta á los salarios de Irlanda, y se aumentaba el impuesto de las casas. Otro chusco definia el flamante proyecto diciendo que consistía en «sacar el dinero de los bolsillos del propietario para meterlo en el de los fabricantes de malta.»>

Gladstone, ántes de entrar á luchar á brazo partido con ese presupuesto, monstruo de incoherencia, replicó con dureza al ministro Disraeli por las alusiones irónicas que este habia hecho á uno de los más respetables peelistas, Sir James Graham.-«Debo advertirle al muy honorable caballero, dijo, que por mucho que haya aprendido, y mucho es lo que sabe, no ha aprendido sin embargo á mantenerse en esos límites de la discrecion, de la moderacion, de la tolerancia cuyo olvido constituye una falta; falta que es diez veces más grave cuando el que la comete es el leader de la Cámara de los Comunes.>>

Pero esto no fué más que una escaramuza preparatoria. Gladstone se ocupó en seguida del proyecto mismo: lo volvió de este lado, del otro, lo refutó punto por punto; y tanto hizo y tan bien, que cuando lo soltó no le habia dejado parte sana. Desde luego se pudo asegurar que habia ganado la partida, y, en efecto, á la primera votacion quedóse el desgraciado Disraeli por 16 votos, en la minoría. Cayó, pues, el ministerio Derby, y lord Aberdeen al recoger su herencia, no titubeó por cierto en la eleccion de su ministro de hacienda.

De las dotes todas de Gladstone la que le ha dado más fama es su habilidad financiera. Amigos y enemigos están de acuerdo al considerarle como el primer constructor de presupuestos, no solo de su país sino del siglo actual; y no se trata aquí de lo bien que maneja las cifras y las estadísticas, arte en que tambien Mr. Thiers era un consumado maestro, sino de esa facultad especial que posée de la invencion; de la adivinacion, sería más propio decir. No son para él entidades abstractas los artículos de los aranceles, sino verdaderos séres con vida, cuyo desarrollo y decadencia sabe presentir. Por eso aplica siempre con tanta seguridad su regla, que es esta: «descargar de impuestos los artículos del consumo popular, y no mantenerlos ni aumentarlos más que en aquellos cuya produccion creciente permita el gravámen sin que los consumidores se resientan.» El gran mérito de Gladstone ha consistido, dice Mr. Robert Giffen, en el descubrimiento de nuevas fuentes de renta, de tal naturaleza que no susciten objeciones, resolviendo el problema de este modo: «¿Cómo se cubrirán los grandes gastos de los años próximos sin que se interrumpa la obra de sus reformas?» Este método, como se vé, es tambien eminentemente democrático, puesto que aminora el impuesto cuando pesa sobre la multitud de los bolsillos modestos.

La parte simpática del sistema es la que queda dicha, veamos ahora lo

que de severo tiene. El hábil canciller no ha cedido nunca en cuanto á su inflexible principio de que «el esfuerzo ha de ser proporcionado á la necesidad.» Es para él máxima de cobardes la de que á cada dia le basta con su trabajo. El quiere que el mañana se vea libre de cargas, y no admite por esto, los empréstitos bajo ningun pretexto. Cuando vió que iba á estallar la guerra de Crimea, aumentó las tarifas de ciertos artículos, como el té, el azúcar, los alcoholes, la malta, aunque el púbiico se quejase algo, y creó derechos nuevos ó generalizó los antiguos; pero no gravó en modo alguno el porvenir. Los hechos luego se encargaron de demostrar la bondad de su conducta, porque el tesoro, gracias á estos recargos bien repartidos, pudo sostener sin gran perjuicio una costosa guerra que duró dos años.

Su primer presupuesto, el de 1853, fué una revelacion. Supo mantener constantes la atencion y el interés de la Cámara en las cinco horas que duró su informe; y ya se sabe cuán difícil es esto, por lo poco aficionados que son generalmente los congresos á las cifras y sus combinaciones. Pero los miembros en este caso no admiraban solo la ciencia del calculista, sino que se sentian como subyugados por el talento del orador, que habia encontrado el secreto de hacer dramática en cierto modo su narracion mezclando hábilmente á los más simples pormenores técnicos las más elevadas consideracioees económicas ó históricas. Parecía á veces que gozaba en acumular las cargas, y en tachar los derechos de más fácil y segura percepcion, amontonando pesos sobre pesos en el ya tan recargado platillo de los gastos; y de súbito la desproporcion se invertía con las entradas verdaderamente impensadas que arojaba abundantes en el platillo contrario de la balanza. Fundábanse en los cálculos más precisos estas, al parecer juegos de estadística, alternativas de instabilidad y de equilibrio que tanto distraian la imaginacion; pero finalmente, apreciados bien los detalles uno á uno, y estudiadas las combinaciones, vióse que el balance de las entradas y salidas arrojaba un saldo favorable de 493,000 libras esterlinas para el tesoro. Cuando el orador concluyó, los aplausos y los bravos duraron largo tiempo. Discurso igual no se habia oido desde el tiempo de Robert Peel y el año famoso de 1844.

Pero más célebre aún fué el informe financiero de 1860, la obra maestra de Gladstone.

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