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dimir a Juan Serrano, que voceaba de la marina temiendo otra tal traición; y si triste quedaba el capitán y piloto, llorando su desastre, tristes iban los soldados y marineros, temiendo otro mayor. Eran ciento y quince solamente, y no bastaban a gobernar y defender tres naos. Pararon luego en Cohol, y quemando una nao, rehicieron las otras dos. Acercábanse a la Equinocial, que debajo della les decían estar las Malucas. Tocaron en muchas islas de negros, y en Calegando hicieron amistad con el rey Calavar sacando sangre de la mano izquierda y tocando con ella el rostro y lengua, que así se usa en aquellas tierras. Llegaron a Borney, o según otros Porney, que está en cinco grados; el lugar, digo, donde desembarcaron, que por otra parte a la Equinocial toca. Hicieron señal de paz, y pidieron licencia para surgir en el puerto y salir al pueblo. Vinieron a las naos ciertos caballeros en barcas que tenían doradas las proas y popas, muchas banderas y plumajes, muchas flautas y atabales, cosa de ver. Abrazaron a los nuestros, y diéronles cuatro cabras, muchas gallinas, seis cántaros de vino de arroz estilado, haces de cañas de azúcar y una galleta pintada, llena de areca y flor de jazmín y de azahar para colorar la boca. Vinieron luego otros con huevos, miel, azahar y otras cosas; y dijéronles que holgaría el rey Siripada, su señor, que saliesen a tierra a feriar, y por agua y leña y todo cuanto menester les hiciese. Fueron entonces a besar las manos al rey ocho españoles, y diéronle una ropa de terciopelo verde, una

gorra de grana, cinco varas de paño colorado, una copa de vidrio con sobrecopa, unas escribanías con su herramienta y cinco manos de papel. Llevaron para la reina unas servillas valencianas, una copa de vidrio llena de agujas cordobesas y tres varas de paño amarillo; y para el gobernador una taza de plata, tres varas de paño colorado y una gorra. Otras muchas cosas sacaron, que dieron a muchos; pero esto fué lo prin

cipal. Cenaron y durmieron en casa del gobernador, y en colchones de algodón, ca por ser tarde no pudieron ver al rey aquella noche. Otro día los llevaron a palacio doce lacayos en elefantes por unas calles llenas de hombres armados con espadas, lanzas y adargas. Subieron a la sala, do estaban muchos caballeros vestidos de seda de colores, y tenían anillos de oro con piedras, y puñales con cabos de oro, piedras y perlas. Sentáronse allí sobre una alhombra; había más adentro una cuadra entapizada de seda, con las ventanas cubiertas de brocado, en la cual estaban hasta trecientos hombres en pie y con estoques, que debían ser de guarda. En otra pieza comía el rey con unas mujeres y con su hijo. Servían la mesa damas solamente, y no había adentro más de padre e hijo y otro hombre en pie. Viendo los españoles tanta majestad, tanta riqueza y aparato, no alzaban los ojos del suelo, y hallábanse muy corridos con su vil presente. Hablaban entre sí muy bajo de cuán diferente gente era aquélla que la de Indias, y rogaban a Dios que los sacase con bien de allí. Llegóse uno a ellos, a cabo de gran rato que llegaron, a decirles que no podían entrar ni hablar al rey, y que le dijesen a él lo que querían. Ellos se lo dijeron como mejor sabían, y él lo dijo a otro, y aquél a otro, que con una cebratana lo dijo al que estaba con el rey, por una reja el cual finalmente hizo la embajada con gran reverencia, cosa enojosa para español colérico, y los más de aquellos ocho no podían tener la risa. Siripada mandó que llegasen cerca para verlos. Llegaron por conclusión a una gran reja; hicieron tres reverencías, las manos sobre la cabeza, altas y juntas, que así se lo mandaron. Hicieron su embajada de parte del emperador por paz, pan y contratación. Respondió Siripada al que le habló con la cebratana que se hiciese lo que pedían; y maravillóse de la navegación tan larga que habían hecho aquellos hombres y navíos. Ellos entonces

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abrieron su presente con harta vergüenza, por haber visto mucho oro, plata, brocado, sedas y otras grandes riquezas en aquella casa y mesa del rey, y saliéronse con sendos pedazos de telilla de oro, que les pusieron al hombro izquierdo por cerimonia. Diéronles colación de canela y clavos confitados y por confitar, y volviéronlos en caballos a casa del gobernador, que los festejó dos noches maravillosísimamente. Trajéronles de palacio doce platos y escudillas de porcelana llenas de fruta y vianda. Sírviéronles a la cena treinta platos y más, y cada treinta veces de vino de arroz estilado, en pequeñitos vasos. Toda la carne fué asada o en pasteles, y era ternera, capones y otras aves. Los potajes y platillos eran guisados, unos con especies, otros con vinagre, otros con naranjas, y todos con azúcar. Hubo peces muy buenos, que no conoscían los nuestros, y frutas ni más ni menos, y entre ellas unos higos muy largos. Había lámparas de aceite y blandones de plata con hachas de cera. El servicio fué todo de oro, plata y porcelanas. Los servidores, muchos y bien aderezados a su manera, y el concierto y silencio, mucho. En fin, decían aquellos españoles que ningún rey podía tener mejor casa y servicio. Pasearon la ciudad en elefantes, y vieron en ella cosas notables. Dióles el rey dos cargas de especies, cuanto pudieron llevar dos elefantes, y muchas cosas de comer. Y el gobernador les dió entera noticia de las Malucas, y les dijo cómo las dejaban muy atrás hacia levante, y con tanto, se despidieron. Borney es isla grande y rica, según oído habéis. Carece de trigo, vino, asnos y ovejas; abunda de arroz, azúcar, cabras, puercos, camellos, búfalos y elefantes. Lleva canela, jengibre, cánfora, que es goma de copey, mirabolanos y otras medicinas, unos árboles cuyas hojas en cayendo andan como gusanos. Andan casi desnudos; traen todos cofias de algodón. Los moros se retajan; los gentiles mean en cuclillas, que de ambas leyes hay. Báñanse muy a menudo; límpianes

con la izquierda el trasero, porque comen con la derecha. Usan letras con papel de cortezas, como tártaros, que hasta allá llegan. Estiman mucho el vidrio, lienzo, lana, fierro para hacer clavazón, y armas y azogue para unciones y medicinas. No hurtan ni matan. Nunca niegan su amistad ni la paz a quien se la pide. Raras veces pelean; aborrescen al rey guerrero; y así lo ponen el delantero en la batalla. No sale fuera el rey sino es a caza o guerra. Nadie le habla, salvo sus hijos y mujer, sino por cebratana o caña. Piensan los que idolatran que no hay mas de nascer y morir: bestialidad grandísima. La ciudad donde residen los reyes de Borney es grandísima y toda dentro la mar; las casas de madera, con portales, si no es palacio y algunos templos y casas de señores.

XCVI

La entrada de los nuestros en los Malucos.

Partiéronse de Borney nuestros españoles muy alegres por lo bien que allí les fué y por estar ya cerca de los Malucos, que con tanto deseo y trabajo iban buscando. Llegaron a Cimbubón, y estuvieron en aquella isla más de un mes adobando la una nave. Empegáronla con ánime. Hallaron allí crocodilos y unos peces extraños, porque son todos de un hueso, con una como sillica en el espinazo, barrigudos, cuero durísimo y sin escamas, hocico de puerco, dos huesos en la frente, como cuernos derechos, y dos espinas; en fin, paresce monstro. Tomaron también y comieron muchas ostias de perlas, algunas de las cuales tuvieron veinte y cinco libras de pulpa, y una tuvo cuarenta y cuatro, pero no tenían perlas. Preguntando qué tamañas perlas criaban tan grandes conchas, les fué dicho que como huevos

de paloma y aun de gallina: grandeza increíble y nunca vista. En Sarangán tomaron pilotos para las Malucas, y entraron en Tidore, una dellas, a 8 de noviembre del año de 21. Dispararon algunos tiros por salva, echaron áncoras y amarraron las naos. Almanzor, rey de Tidore, vino a ver qué cosa era, en una barca, vestido solamente una camisa labrada de oro maravillosísimamente con aguja, y un paño blanco ceñido hasta tierra, y descalzo, y en la cabeza un velo de seda bien lindo, a manera de mitra. Rodeó las naos, mandó a los marineros que andaban aderezando las bojas entrar en su barca, y díjoles que fuesen bien venidos, y otras muchas buenas palabras; entró luego en la una nao, y tapóse las narices por el olor de tocino, como era moro. Los españoles le besaron la mano y le dieron una silla de carmesí, una ropa de terciopelo amarillo, un sayón de tela falsa de oro, cuatro varas de escarlata, un pedazo de damasco amarillo, otro de lienzo, un paño de manos labrado de seda y oro, dos copas de vidro, seis sartales de lo mesmo, tres espejos, doce cuchillos, seis tijeras y otros tantos peines. Dieron asimesmo a un su hijo que consigo llevaba una gorra, un espejo y dos cuchillos, y muchas cosas a los otros caballeros y criados. Habláronle de parte del emperador, pidiendo licencia para negociar en su isla. Almanzor respondió que negociasen mucho en buena hora, haciendo cuenta que estaban en tierra del emperador; y si alguno los enojase, que lo matasen. Estuvo mirando la bandera que tenía las armas reales, y pidió la figura del emperador, y que le mostrasen la moneda, el peso y medida que tenían; y desque lo tuvo bien mirado todo, díjoles cómo él sabía por su astrología que habían de venir allí, por mandado del emperador de cristianos, en busca de las especies que nacían en aquellas sus islas; y que, pues eran venidos, que las tomasen, ca él era y se daba por amigo del emperador. Quitóse con tanto la mitra, abrazólos y fuése. Otros dicen que no lo supo por sciencia,

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