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asada, o asno salvaje (1), sin beber gota, y sendos zamarrones en que dormir, y echáronse al calor del fuego. Estuvieron todos aquella noche alerta, recatándose unos de otros; en la mañana les rogaron mucho los nuestros que se fuesen con ellos a ver las naves y capitán; y como rehusaban, asiéronles para llevarlos por fuerza a que los viese Magallanes. Ellos se enojaron mucho desto; entraron al aposento de las mujeres, y dende a poco salieron pintadas las caras muy fea y fieramente con muchos colores, y cubiertos con otras pellejas extrañas hasta media pierna, y muy feroces blandeaban sus arcos y flechas, amenazando los extranjeros si no se iban de su casa. Los españoles despararon por alto un arcabuz para los espantar; los jayanes entonces quisieron paz, asombrados del trueno y fuego, y fuéronse los tres dellos con los siete nuestros. Andaban tanto, que los españoles no podían atener con ellos, y con achaque de ir a matar una fiera que pacía cerca del camino, huyeron los dos; el otro que no pudo descabullirse entró en la nao capitana. Magallanes le trató bien porque le tomase amor; él tomó muchas cosas, aunque con zuño; bebió bien del vino, hubo pavor de verse a un espejo; probaron qué fuerza tenía, y ocho hombres no lo pudieron atar; echáronle unos grillos, como que se los daban para llevar, y entonces bramaba; no quiso comer, de puro coraje, y murióse. Tomaron para traer a España la medida, ya que no podían la persona, y tuvo once palmos de alto; dicen que los hay de trece palmos (2), estatura grandísima, y que tienen disformes pies, por lo cual los llaman patagones. Hablan de papo, comen

(1) Son los guanacos. Léase DARWIN (C. R.), Diario del viaje de un naturalista alrededor del mundo, en la colección de Viajes clásicos editada por CALPE.

(2) Los patagones, chonek o inaken (es decir, hombres) que no pasaron de los grados más inferiores del salvajismo, eran de lata talla (1,73 a 1,83), mas no tanto como dice la fábula. (Nota D.)

conforme al cuerpo y temple de tierra, visten mal para vivir en tanto frío, atan para adentro lo suyo, tíñense los cabellos de blanco, por mejor color, si ya no fuesen canas; alcohólanse los ojos, píntanse de amarillo la cara, señalando un corazón en cada mejilla; van, finalmente, tales, que no semejan hombres. Son grandes flecheros, persiguen mucho la caza, matan avestruces, zorras, cabras monteses muy grandes y otras fieras. Salió allí en tierra Magallanes e hizo cabañas para estar; mas, como no había lugares ni gente, a lo menos no parecía, pasaban triste vida. Padecían frío y hambre y aun murieron algunos della, ca ponía Magallanes grande regla y tasa en las raciones, porque no faltase pan. Viendo la falta, necesidad y peligro, y que duraban mucho las nieves y mal tiempo, rogaron a Magallanes los capitanes de la flota y otros muchos que se volviese a España y no los hiciese morir a todos buscando lo que no había, y que se contentase de haber llegado donde nunca español llegó. Magallanes dijo que le sería muy gran vergüenza tornarse de allí por aquel poco trabajo de hambre y frío, sin ver el estrecho que buscaba o el cabo de aquella tierra, y que presto se pasaría el frío, y la hambre se remediaría con la orden y tasa que andaba, y con mucha pesca y caza que hacer podían; que navegasen algunos días, venida la primera vera, hasta subir a sesenta y cinco grados, pues se navegaban Escocia, Noruega y Islandia, y pues había llegado cerca de allí Américo Vespucio, y si no hallasen lo que tanto deseaba, que se volvería. Ellos y la mayor parte de la gente, sospirando por volverse, le requirieron una y muchas veces que sin ir más adelante diese vuelta; Magallanes se mucho enojó dello, y mostrándoles dientes, como hombre de ánimo y de honra, prendió y castigó algunos. Revolvióse la heria, diciendo que aquel portogués los llevaba a morir por congraciarse con su rey, y embarcaronse. Embarcóse también Magallanes, y de

cinco naos no le obedecían las tres, y estaba con gran miedo no le hiciesen alguna afrenta o mal. Estando en esta cuita, vino hacia su nao una de las otras amotinadas cazando de noche y sin advertencia de los marineros; él, aunque al principio tuvo temor, reconoció lo que era, y tomóla sin escándalo ni sangre, y luego se le rindieron las otras dos. Justició a Luis de Mendoza y a Gaspar Casado y a otros; echó y dejó en tierra a Juan de Cartagena y a un clérigo, que debía revolver el hato, con sendas espadas y una talega de bizcocho, para que allí o se muriesen o los matasen; publicó que lo querían matar. Con este inhumano castigo allanó los demás, y se partió de Sant Julián día de San Bartolomé. Como miraba las ensenadas para ver si eran estrecho, tardaba mucho en cada parte que llegaba. Cuando emparejó con la punta de Santa Cruz, vino un torbellino que llevó en peso la menor nao sobre unas peñas; quebróla, y salvóse la gente, ropa y jarcias. Tuvo entonces Magallanes miedo grandísimo, y anduvo desatinado como quien andaba a tientos; estaba el cielo turbado, el aire tempestuoso, la mar brava y la tierra helada. Navegó empero treinta leguas, y llegó a un cabo que nombró de las Vírgines, por ser día de Santa Ursula. Tomó el altura del Sol, y hallóse en cincuenta y dos grados y medio de la Equinocial, y con hasta seis horas de noche. Parecióle gran cala, y creyendo ser estrecho, envió las naves a mirar, y mandóles que dentro de cinco días volviesen al puesto. Volvieron las dos, y como tardase la otra, embocóse por el estrecho. La nao Sant Antón, cuyo capitán era Alvaro de Mezquita y piloto Esteban Gómez, no vió las otras cuando volvió al cabo de las Vírgines; soltó los tiros, hizo ahumadas y esperó algunos días. Alvaro de Mezquita quería entrar por el estrecho, diciendo que por allí iba su tío Magallanes. Esteban Gómez, con casi los demás, deseaba volverse a España, y sobre ello dió al Alvaro una buena

cuchillada y lo echó preso, acusándole que fué consejero de la crueldad de Cartagena y del clérigo de misa, y de las muertes y afrentas de los otros castellanos; y con tanto, dieron vuelta. Traían dos gigantes que se murieron navegando, y llegaron a España ocho meses después que dejaron a Magallanes; el cual tardó mucho en pasar el estrecho, y cuando se vió del otro cabo, dió infinitas gracias a Dios. No cabía de gozo por haber hallado aquel paso para el otro mar del Sur, por do pensaba llegar presto a las islas del Maluco; teníase por dichoso; imaginaba grandes riquezas; esperaba muchas y muy crecidas mercedes del rey don Carlos por aquel tan señalado servicio. Tiene este estrecho ciento y diez leguas, y aun algunos le ponen ciento y treinta; va derecho leste oeste; y así, están ambas sus dos bocas en una mesma altura, que cincuenta y dos grados es y mediɔ. Es ancho dos leguas, y más también, y menos en algunas partes; es muy hondable; crece más que mengua, y corre al sur; hay en él muchas islejas y puertos. Es la costa por entrambos lados muy alta y de grandes peñascos; tierra estéril, que no hay grano, y fría, que dura la nieve casi todo el año, y aun algunos contaban que había nieve azul en ciertos lugares, lo cual debe ser de vieja, o por estar sobre cosa de tal color. Hay árboles grandes y muchos cedros, y ciertos árboles que llevan unas como guindas. Críanse avestruces y otras grandes aves, muchos y extraños animales; hay sardinas, golondrinos que vuelan y que se comen unos a otros, lobos marinos, de cuyos cueros se visten; ballenas, cuyos huesos sirven de hacer barcas, las cuales también hacen de cortezas y las calafatean con estiércol de antas.

XCIII

Muerte de Magallanes.

Como acabó Magallanes de pasar el estrecho, volvió las proas a mano derecha y tiró su camino casi tras el Sol para dar en la Equinocial; porque debajo della o muy cerca tenía de hallar las islas Malucas, que iba buscando. Navegó cuarenta días o más sin ver tierra. Tuvo gran falta de pan y de agua; comían por onzas; bebían el agua atapadas las narices por el hedor, y guisaban arroz con agua del mar. No podían comer, de hinchadas las encías; y así murieron veinte y adolecieron otros tantos. Estaban por esto muy tristes, y tan descontentos como antes de hallar el estrecho. Llegaron con esta cuita al otro trópico, que es imposible, y a unas isletas que los desmayaron, y que las llamaron Desventuradas por no tener gente ni comida. Pasaron la Equinocial y dieron en Invagana, que nombran de Buenas-Señales, donde amansaron la hambre; la cual está en once grados y tiene coral blanco. Toparon luego tantas islas, que les dijeron el Archipiélago, ya las primeras, Ladrones (1), por hurtar los de allí como gitanos; y aun ellos decían venir de Egigto, según refería la esclava de Magallanes, que los entendía. Précianse de traer los cabellos hasta el ombligo, y los dientes muy negros, o colorados de areca, y ellos hasta el tobillo, y se los atan a la cinta; y sombreros de palma muy altos y bragas de lo mesmo. Llegaron en conclusión, de isla en isla, a Zebut, que otros nombran Subo; en las cuales moran sobre árboles, como picazas. Puso Magallanes banderas de paz, disparó algunos tiros en señal de obediencia; sur

(1) Hoy Islas Marianas. (Nota D.)

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