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muerte y martirio, pasaron allá otros frailes de aquella orden y fundaron un monesterio en Chiribichi, cerca de Maracapana, que llamaron Santa Fe. Los religiosos que residían en ambos monesterios hicieron grandísimo fruto en la conversión; enseñaron a leer y escrebir y responder a misa a muchos hijos de señores y gente principal. Estaban los indios tan amigos de los españoles, que los dejaban ir solos la tierra adentro y cien leguas de costa. Duró dos años y medio esta conversión y amistad; ca en fin del año 19 se revelaron y renegaron todos aquellos indios por su propia malicia, o porque los echaban al trabajo y pesquería de perlas. Maracapaneses mataron en obra de un mes cien españoles recién llegados al rescate. Fueron capitanes de la rebelión dos caballeros mancebos criados en Santa Fe; y donde más crueles se mostraron fué en el mesmo monesterio, ca mataron todos los frailes, a uno diciendo misa y a los demás oficiándola. Mataron asimismo cuantos indios dentro estaban, y hasta los gatos; quemaron la casa y la iglesia; los de Cumaná pusieron también fuego al monesterio de franciscos; huyeron los frailes con el Sacramento en una barca a Cubagua; asolaron la casa, talaron la huerta, quebraron la campana, despedazaron un crucifijo y pusiéronlo por los caminos como si fuera hombre, cosa que hizo temblar a los españoles de Cubagua. Martirizaron a un fray Dionisio, que, turbado, no supo o no pudo entrar en la barca con los otros sus compañeros. Estuvo seis días escondido en un carrizal sin comer, esperando que viniesen españoles. Salió con hambre y con esperanza que los indios no le harían mal, pues muchos eran sus hijos en la fe y baptismo. Fué al lugar y encomendóseles; ellos le dieron de comer tres días sin le decir mal, en los cuales estuvo siempre de rodillas llorando y rezando, según después confesaron los malhechores. Debatieron mucho sobre su muerte, ca unos lo querían matar y otros salvar; mas a la fin

le arrastraron del pescuezo por consejo de uno que cristiano llamaban Ortega. Acoceáronlo e hicieronle otros vituperios. Estaba de rodillas puesto en oración cuando le dieron con las porras en la cabeza para matalle, que así lo rogó él. El almirante don Diego Colón, audiencia y oficiales del Rey, que supieron esto, despacharon luego allá a Gonzalo de Ocampo con trecientos españoles, el cual fué año de 20 a Cumaná. Usó de mañoso ardid para tomar los malhechores. Surgió con sus navíos junto a Cumaná y mandó que ninguno dijese cómo venían de Santo Domingo, por que los indios entrasen a las naos y allí los prendiese sin sangre ni peligro. Preguntaron los indios desde la costa de dónde venían. Respondieron que de Castilla. No lo creían, y decían: Haiti, Haiti.» «No, Castilla, replicaron, Castilla, Castilla, España»; y convidábanlos a las naos. Ellos enviaron a mirar si era verdad con achaque de llevarles pan y cosas de rescate. Gonzalo de Ocampo metió los soldados so sota disimulo; agradecióles su ida y comida, rogándoles que le trajesen más. Creyeron los indios que venían de Castilla muy bozales, como no vieron soldados, y tornaron allá muchos de los rebeldes con pensamiento de sacarlos a tierra y matarlos. Gonzalo de Ocampo sacó los soldados y prendió a los indios. Tomóles su confesión; confesaron la muerte de los españoles y quema de los monesterios. Ahorcólos de las antenas y fuese a Cubagua. Quedaron los indios que miraban de la marina atónitos y medrosos. Asentó Gonzalo de Ocampo real en Čubagua, y venía a Cumaná a hacer guerra y correrías. Mató muchos indios en veces, y los más que prendió justició por rigor. Diéronse perdidos los mezquinos si aquella guerra duraba, y pidieron perdón y paz. Ocampo la hizo con ellos y con el cacique D. Diego, el cual le ayudó a fabricar la villa de Toledo, que hizo a la ribera del río, media legua del mar.

LXXVII

La muerte de muchos españoles.

Estaba el licenciado Bartolomé de las Casas, clérigo, en Santo Domingo al tiempo que florecían los monesterios de Cumaná y Chiribichi, y oyó loar la fertilidad de aquella tierra, la mansedumbre de la gente y abundancia de perlas. Vino a España, pidió al emperador la gobernación de Cumaná; informóle cómo los x que gobernaban las Indias le engañaban, y prometióle de mejorar y acrecentar las rentas reales. Juan Rodríguez de Fonseca, el licenciado Luis Zapata y el secretario Lope de Conchillos, que entendían en las cosas de Indias, le contradijeron con información que hicieron sobre él; y lo tenían por incapaz del cargo, por ser clérigo y no bien acreditado ni sabidor de la tierra y cosas que trataba. El entonces favorecióse de mosiur de Laxao, camarero del emperador, y de otros flamencos y borgoñones, y alcanzó su intento por llevar color de buen cristiano en decir que convertiría más indios que otro ninguno con cierta orden que pornía, y porque prometía enriquecer al rey y enviarles muchas perlas. Venían entonces muchas perlas, y la mujer de Xebres hubo ciento y sesenta marcos dellas que vinieron del quinto, y cada flamenco las pidía y procuraba. Pidió labradores para llevar, diciendo no harían tanto mal como soldados, desuellacaras, avarientos e inobedientes. Pidió que los armase caballeros de espuela dorada, y una cruz roja diferente de la de Calatrava, para que fuesen francos y ennoblecidos. Diéronle, a costa del rey, en Sevilla, navíos y matalotaje y lo que más quiso, y fué a Cumaná el año de 20 con obra de trecientos labradores que llevaban cruces, y llegó al tiempo que Gonzalo de Ocampo hacia a Toledo. Pe

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sóle de hallar allí tantos españoles con aquel caballero, enviados por el almirante y Audiencia, y de ver la tierra de otra manera que pensara ni dijera en corte. Presentó sus provisiones, y requirió que le dejasen la tierra libre y desembargada para poblar y gobernar. Gonzalo de Ocampo dijo que las obedecía, pero que no cumplía cumplirlas, ni lo podía hacer sin mandamiento del gobernador e oidores de Santo Domingo, que lo enviaran. Burlaba mucho del clérigo, que lo conocía de allá de la vega por ciertas cosas pasadas, y fa sabía quién era; burlaba eso mesmo de los nuevos caballeros y de sus cruces, como de Sant Benitos. Corríase mucho desto el licenciado, y pesábale de las verdades que le dijo. No pudo entrar en Toledo, e hizo una casa de barro y palo, junto a do fué el monesterio de franciscos, y metió en ella sus labradores, las armas, rescate y bastimento que llevaba, y fuese a querellar a Santo Domingo. El Gonzalo de Ocampo se fué también, no sé si por esto o por enojo que tenía de algunos de sus compañeros, y tras él se fueron todos; y así quedó Toledo desierto y los labradores solos. Los indios, que holgaban de aquellas pasiones y discordia de españoles, combatieron la casa y mataron casi todos los caballeros dorados. Los que huir pudieron acogiéronse a una carabela, y no quedó español vivo en toda aquella costa de perlas. Bartolomé de las Casas, como supo la muerte de sus amigos y pérdida de la hacienda del rey, metióse fraile dominico en Santo Domingo; y así, no acrecentó nada las rentas reales, ni ennobleció los labradores, ni envió perlas a los flamencos (1).

(1) Fué Bartolomé de las Casas uno de los pocos espíritus evangélicos que hubo en la conquista. Se le ha llamado el Apóstol de las Indias por defender la libertad de los indios frente a los desmanes de los conquistadores.

LXXVIII

Conquista de Cumaná y población de Cubagua.

Perdía mucho el rey en perderse Cumaná, porque cesaba la pesca, trato de las perlas de Cubagua; y para ganarla enviaron allá el almirante y Audiencia a Jácome Castellón con muchos españoles, armas y artillería. Este capitán emendó las faltas de Gonzalo de Ocampo, Bartolomé de las Casas y otros que habían ido con cargo y gente a Cumaná. Guerreó los indios, recobró la tierra, rehizo la pesquería, hinchó de esclavos a Cubagua y aun a Santo Domingo, edificó un castillo a la boca del río, que aseguró la tierra y la agua. Desde allí, que fué año de 23, anda la pesca del aljófar en Cubagua, donde también comenzó la Nueva Cáliz para morar los españoles. A Cubagua llamó Colón isla de Perlas; boja tres leguas; está en casi diez grados y medio de la Equinocial acá; tiene a una legua por hacia el norte la isla Margarita, y a cuatro hacia el sur la punta de Araya, tierra de mucha sal; es muy estéril y seca, aunque llana; solitaria, sin árboles, sin agua; no había sino conejos y aves marinas; los naturales andaban muy pintados, comían ostias de perlas, traían agua de Tierra-Firme por aljófar. No se sabe que isla tan chica como ésta rente tanto y enriquezca sus vecinos. Han valido las perlas que se han pescado en ella, después acá que se descubrió, dos millones; mas cuestan muchos españoles, muchos negros y muchísimos indios. Traen agora leña de la Margarita y agua de Cumaná, que hay siete leguas. Los puercos que llevaron se han diferenciado, ca les crecen un jeme las uñas hacia arriba, que los afea. Hay una fuente de licor oloroso y medicinal, que corre sobre la agua del mar tres y más leguas. En cierto tiempo del año está la mar allí

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