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con el señor por medio de un caballero de Careta. Tenía Comagre siete hijos de otras tantas mujeres, una casa de maderas grandes bien entretejidas; con una sala de ochenta pasos ancha y larga cient y cincuenta, y con el techo que parescía de artesones. Tenía una bodega con muchas cubas y tinajas llenas de vino hecho de grano y fruta, blanco, tinto, dulce y agrete, de dátiles y arrope, cosa que satisfizo a nuestros españoles. Panquiaco, hijo mayor de Comagre, dió a Balboa setenta esclavos hechos a su manera, para servir los españoles, y cuatro mil onzas de oro en joyas y piezas primamente labradas. El juntó aquel oro con lo que antes tenía, fundiólo y, sacando el quinto del rey, repartiólo entre los soldados. Pesando las suertes a la puerta de palacio, riñieron unos españoles sobre la partición: Panquiaco entonces dió una puñada en el peso, derramó por el suelo el oro de las balanzas y dijo: «Si yo supiera, cristianos, que sobre mi oro habíades de reñir, no vos lo diera, ca soy amigo de toda paz y concordia. Maravillome de vuestra ceguera y locura, que deshacéis las joyas bien labradas por hacer dellas palillos, y que siendo tan amigos riñáis por cosa vil y poca. Más os valiera estar en vuestra tierra, que tan lejos de aquí está, si hay allá tan sabia y polida gente como afirmáis, que no venir a reñir en la ajena, donde vivimos contentos los groseros y bárbaros hombres que llamáis. Mas empero, si tanta gana de oro tenéis, que desasoseguéis y aun matéis los que lo tienen, yo vos mostraré una tierra donde os hartéis dello.» Maravilláronse los españoles de la buena plática y razones de aquel mozo indio, y más de la libertad con que habló. Preguntáronle aquellos tres españoles de Nicuesa, que sabían algo la lengua, cómo se llamaba la tierra que decía y cuánto estaba de allí. El respondió que Tumanamá, y que era lejos seis soles o jornadas; pero que habían menester más compañía para pasar unas sierras de caribes que estaban antes de llegar

a la otra mar. Como Balboa oyó la otra mar, abrazólo, agradeciéndole tales nuevas. Rogóle que se volviese cristiano, y llamóle don Carlos, como el príncipe de Castilla que fué después emperador don Carlos. Panquiaco fué siempre amigo de cristianos, y prometió ir con ellos a la mar del Sur bien acompañado de hombres de guerra, pero con tal que fuesen mil españoles, ca le parescía que sin menos no se podría vencer Tumanamá ni los otros reyezuelos. Dijo también que si dél no fiaban lo llevasen atado; y si verdad no fuese cuanto había dicho, que lo colgasen de un árbol; y ciertamente él contó verdad, ca por la vía que dijo se halló muy rica tierra y la mar del Sur (1), tan deseada de muchos descubridores; y Panquiaco fué quien primero dió noticia de aquella mar, aunque quieren algunos decir que diez años antes tuvo nueva de Cristóbal Colón, cuando estuvo en Puerto-Bello y cabo del Mármol, que agora dicen Nombre de Dios.

LXI

Guerras del golfo de Urabá, que hizo Vasco Núñez de Balboa.

Balboa se tornó al Darién lleno de grandísima esperanza que hallando la mar del Sur hallaría muy muchas perlas, piedras y oro. En lo cual pensaba hacer, como hizo, muy crecido servicio al rey, enriquescer a sí y a sus compañeros y cobrar un gran renombre. Comunicó su alegría con todos y dió a los vecinos la parte que les cupo, bien que menor que la de sus compañeros, y envió quince mil pesos al rey, de su quinto, con Valdivia, que ya era vuelto de Santo Domingo con alguna poca de vitualla, y la relación de

(1) Hoy Grande Océano u Océano Pacífico. (Nota D.)

Panquiaco para que su alteza le enviase mil hombres. Mas no llegó a España, ni aun a la Española, más de la fama, ca se perdió la carabela en las Víboras, islas de Jamaica, o en Cuba, cerca de cabo de Cruz, con la gente y con el oro del rey y de otros muchos. Ésta fué la primera gran pérdida de oro que hubo de TierraFirme. Padecía Balboa y los otros españoles del Darién grandísima necesidad de pan, porque un torbellino de agua se les llevó y anegó casi todo el maíz que tenían sembrado; y para proveer la villa de mantenimiento acordó costear el golfo, y por ver también cuán grande y rico era. Así que armó un bergantín y muchas barcas, en que llevó cien españoles, fué a un gran río, que nombró San Juan. Subió por él diez leguas, y halló muchas aldeas sin gente ni comida, ca el señor de allí, que llaman Dabaiba, huyera por el miedo que le puso Cemaco del Darién, el cual se acogió allá cuando lo venció Enciso. Buscó las casas, y topó con grandes montones de redes de pescar, mantas y ajuar de casa, y con muchos rimeros de flechas, arcos, dardos y otras armas, y con hasta siete mil pesos de oro en diversas piezas y joyas, con que se volvió, aunque mal contento por no traer pan. Tomóle tormenta, perdió una barca con gente y echó a la mar casi todo lo que traía, sino fué el oro. Vinieron mordidos de murciélagos enconados, que los hay en aquel río tan grandes como tórtolas. Rodrigo de Colmenares fué al mesmo tiempo por otro río más al levante con sesenta compañeros, y no halló sino cañafístola. Balboa se juntó con él, que sin maíz no podían pasar, y entrambos entraron por otro río, que llamaron Negro, cuyo señor se nombraba Abenamaquei, al cual prendieron con otros principales; y un español a quien él hiriera en la escaramuza le cortó un brazo después de preso, sin que nadie lo pudiese estorbar: cosa fea y no de español. Dejó allí Balboa la metad de los españoles, y con la otra metad fué a otro río de Abibeiba, donde halló

un lugarejo edificado en árboles, de que mucho rieron nuestros españoles, como de cosa nueva y que parescía vecindad de cigüeñas o picazas. Eran tan altos los árboles, que un buen bracero tenía que pasarlos con una piedra, y tan gordos, que apenas los abarcaban ocho hombres asidos de las manos. Balboa requirió al Abibeiba de paz; si no, que le derribaría la casa. El, confiado en la altura y gordor del árbol, respondió ásperamente; mas como vió que con hachas lo cortaban por el pie, temió la caída. Bajó con dos hijos; hizo paces; dijo que ni tenía oro ni lo quería, pues no le era provechoso ni necesario. Pero como le ahincaron por ello, pidió término para ir a buscarlo, y nunca tornó; sino fuese a otro señorcillo, dicho Abraibe, que cerca estaba, con quien lloró su deshonra; y para cobralla acordaron los dos de dar en los cristianos de río Negro y matarlos. Fueron, pues, allá con quinientos hombres; mas pensando hacer mal, lo rescibieron. Pelearon y perdieron la batalla. Huyeron ellos, y quedaron muertos y presos casi todos los suyos. No, empero, escarmentaron desta vez, antes sobornaron muchos vecinos y se conjuraron con Cemaco, Abibeiba y Abenamaguei, que libre estaba, de ir al río Darién a quemar el pueblo de cristianos y comerlos a ellos. Así que todos cinco armaron cien barcas y cinco mil hombres por tierra. Señalaron a Tiquiri, un razonable pueblo, para coger las armas y vituallas del ejército. Repartieron entre sí las cabezas y ropa de los españoles que habían de matar, y concertaron la junta y salto para un cierto día; mas antes que llegase fué descubierta la conjuración por esta manera: tenía Vasco Núñez una india por amiga, la más hermosa de euantas habían cativado, a la cual venía muchas veces un su hermano, criado de Cemaco, que sabía toda la trama del nego cio. Juramentóla primero, contóle el caso y rogóle que se fuese con él y no esperase aquel trance, ca podía peligrar en él. Ella puso achaque para no ir entonces,

o por decirlo a Balboa, que lo amaba, o pensando que hacía antes bien que mal a los indios. Descubrió, pues, el secreto, por que no muriesen todos. Balboa esperó que viniese, como solía, el hermano de su india. Venido, apremióle, y confesó todo lo susodicho. Así que tomó setenta españoles y fuése para Cemaco, que a tres leguas estaba. Entró en el lugar, no halló al señor y trajo presos muchos indios con un pariente de Cemaco. Rodrigo de Colmenares fué a Tiquiri con sesenta compañeros en cuatro barcas, llevando por guía el indio que manifestó su conjuración. Llegó sin que allá lo sintiesen, saqueó el lugar, prendió muchas personas, ahorcó al que guardaba las armas y bastimentos de un árbol que había él mesmo plantado, e hízolo asaetar con otros cuatro principales. Con estos dos sacos y castigos se bastecieron muy bien nuestros españoles y se amedrentaron los enemigos en tanto grado, que no osaron de allí adelante urdir semejante tela. Parescióles a Vasco Núñez y a los otros vecinos de la Antigua que ya podían escrebir al rey cómo tenían conquistada la provincia de Urabá, y juntáronse a nombrar procuradores en regimiento. Mas no se concertaron en muchos días, porque Balboa quería ir, y todos se lo contradecían, unos por miedo de los indios, otros del sucesor. Escogieron finalmente a Juan de Quicedo, hombre viejo, honrado y oficial del rey, y que tenía allí su mujer, prenda para volver. Mas por si algo le aconteciese en el camino, y para más autoridad y crédito con el rey, le dieron acompañado, y fué Rodrigo Enríquez de Colmenares, soldado del Gran Capitán y capitán en Indias. Partieron, pues, estos dos procuradores del Darién por septiembre del año de 12, en un bergantín, con relación de todo lo sucedido y con cierto oro y joyas, y a pedir mil hombres al rey para descubrir y poblar en la mar del Sur, si acaso Valdivia no fuese llegado a la corte.

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