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manquesas, lagartijas, culebras, palos, tierra y cagajones y cagarrutas; y siendo tan hambrientos, andan muy contentos y alegres, bailando y cantando. Compran las mujeres a sus enemigos por un arco y dos flechas, o por una red de pescar, y matan sus hijas por no darlas a parientes ni enemigos. Van desnudos, y tan picados de mosquitos, que parecen de Sant Lázaro; con los cuales tienen perpetua guerra. Traen tizones para ojearlos, o hacen lumbre de leña podrida o mojada para que huyan del humo; el cual es tan incomportable como ellos, mayormente a españoles, que lloraban con él. En tierra de Avavares curó Alonso de Castillo muchos indios a soplos, como saludador, de mal de cabeza; por lo cual le dieron tunas, que son buena fruta, y carne de venado, arcos y flechas. Santiguó asimesmo cinco tullidos, que sanaron, no sin grande admiración de los indios y aun de los españoles, ca los adoraban como a personas celestiales. A fama de tales curas acudían a ellos de muchas partes, y los de Susola le rogaron fuese con ellos a sanar un herido. Fué Alvar Núñez Cabeza de Vaca y Andrés Dorantes, que también curaba; mas cuando llegaron allá era muerto el herido; y confiados en Jesucristo, que obra sanidades, y por conservar sus vidas entre aquéllos bárbaros, lo santiguó y sopló tres veces Alvar Núñez, y revivió, que fué milagro. Así lo cuenta él mesmo. Entre los albardaos estuvieron algún tiempo, que son astutos guerreros; pelean de noche y por asechanzas. Tiran bailando y saltando de una parte a otra, por que no les acierten sus contrarios; andan muy abajados en tierra. Acometen si sienten flaqueza, y huyen si ven esfuerzo; no siguen victoria ni van tras el enemigo. Ven y oyen muy mucho. No duermen con preñadas ni con paridas hasta que pasen dos años; dejan las mujeres que son estériles, y casan con otras; maman los niños diez y doce años, y hasta que por sí saben buscar de comer. Ellas hacen las amistades cuando ellos ri

ñen unos con otros. Nadie come lo que guisan las mujeres con su camisa. Cuando cuecen sus vinos, derraman los vasos, pasando cerca la mujer, si no están atapados; emborráchanse mucho, y entonces maltratan a las mujeres. Cásanse unos hombres con otros que son impotentes o capados y que andan como mujeres, y sirven y suplen por tales, y no pueden traer ni tirar arco. Pasaron por ciertos pueblos donde los hombres eran harto blancos; empero eran tuertos o ciegos de nubes, cuyas mujeres se alcoholaban. Tomaban infinitas liebres a palos, y no comían sin que primero lo santiguasen los cristianos o lo soplasen. Llegaron a tierra que, o por costumbre o por acatamiento dellos, ni lloraban ni reían ni se hablaban; y a una mujer porque lloró la punzaron y rayaron con unos dientes de ratón por detrás, de los pies a la cabeza; recibían los españoles las caras a la pared, las cabezas bajas y los cabellos sobre los ojos. En el valle que llamaron de Corazones, por seiscientos que les dieron de venados, hubieron algunas saetas con puntas de esmeraldas harto buenas, y turquesas, y plumajes. Allí traen las mujeres camisas de algodón fino, mangas de lo mesmo y faldillas hasta el suelo, de venado adobado, sin pelo y abiertas por delante. Toman los venados emponzoñando las balsas donde beben con ciertas manzanillas, y con ellas y con la leche del mesmo árbol untan las flechas. De allí fueron a Sant Miguel de Culuacán, que, como dicho he, está en la costa de la mar del Sur. De trecientos españoles que salieron en tierra cerca de la Florida con Narváez, pienso que no escaparon sino Alvar Núñez Cabeza de Vaca, Alonso del Castillo Maldonado, Andrés Dorantes de Béjar y Estebanico de Azamor, loro (1); los cuales anduvieron perdidos, des

(1) Era el fiel Estebanico el Negro. Véase Alvar Núñez CABEZA DE VACA, Naufragios y Comentarios, en la colección de Viajes clásicos editada por CALPE.

nudos y hambrientos nueve años y más por las tierras y gentes aquí nombradas, y por otras muchas, donde sanaron calenturientos, tollidos, mal heridos, y resucitaron un muerto, según ellos dijeron. Este Pánfilo de Narváez es a quien venció, prendió y sacó un ojo Fernando Cortés (1) en Zempoallán de la Nueva-España, como más largo se dirá en su crónica. Una morisca de Hornachos dijo que habría mal fin su flota, y que pocos escaparían de los que saliesen a la tierra donde él iba.

XLVII

Pánuco.

Por muerte de Juan Ponce de León, que descubrió y anduvo la Florida, armó Francisco de Garay tres carabelas en Jamaica el año de 1518, y fué a tentar la Florida, pensando ser isla, ca entonces más querían poblar en islas que en tierra firme. Salió a tierra, y desbaratáronle los floridos, hiriendo y matando muchos españoles; y así no paró hasta Pánuco, que hay quinientas leguas de costa. Vió aquella costa, mas no la anduvo tan por menudo como agora se sabe. Quiso rescatar en Pánuco, mas no le dejaron los de aquel río, que son valientes y carniceros, antes le maltrataron en Chila, comiéndose los españoles que mataron, y aun los desollaron y pusieron los cueros, después de bien curtidos, en los templos por memoria y ufanía. Parecióle bien aquella tierra, aunque le había ido mal en ella. Volvió a Jamaica, adobó los navíos, rehízose de gente y bastimento, y tornó allá luego el año siguiente de 19, y fuéle peor que la primera vez. Otros dicen

(1) Léase Cartas de relación de HERNÁN CORTÉS, en la colección de Viajes clásicos editada por CALPE.

que no íué más de una vez, sino que, como estuvo mucho allá, la cuentan por dos. Fuese una o dos veces, es cierto que vino lastimado de lo mucho que había gastado, y corrido de lo poco que había hecho, especialmente por lo que le avino con Fernando Cortés en la Veracruz, según en otra parte se cuenta (1). Mas por emendar las faltas y por ganar fama como Cortés, que tan nombrado era, y porque tenía por muy rica tierra la de Pánuco, negoció la gobernación della en la corte por Juan López de Torralva, su criado, diciendo lo mucho que había gastado en descubrirla; y como la tuvo con título de adelantado, armó y basteció once navíos el año de 23. Como estaba rico, y como pensaba competir con Fernando Cortés, metió en ellos más de setecientos españoles, ciento y cincuenta y cuatro caballos y muchos tiros, y fué a Pánuco, donde se perdió con todo ello; ca murió él en Méjico, y mataron los indios cuatrocientos españoles de aquéllos, muchos de los cuales fueron sacrificados y comidos, y sus cueros puestos por los templos, curtidos o embutidos; que tal es la cruel religión de aquéllos, o la religiosa crueldad. Son asimesmo grandísimos putos, y tienen mancebía de hombres públicamente, do se acogen las noches mil dellos, y más o menos, según es el pueblo. Arráncanse las barbas, agujéranse las narices como las orejas para traer algo allí; límanse los dientes, como sierras, por hermosura y sanidad; no se casan hasta los cuarenta años, aunque a los diez o doce son ellas dueñas. Nuño de Guzmán fué también a Pánuco por gobernador el año de 1527; llevó dos o tres navíos y o chenta hombres; el cual castigó aquellos indios de sus pecados, haciendo muchos esclavos.

(1) Véase la nota de la página anterior.

XLVIII

La isla Jamaica.

Esta isla, que agora llaman Santiago, entre diez y siete y diez y ocho grados a esta parte de la Equinocial y veinte y cinco leguas de Cuba por la parte del norte y otras tantas o poco más de la Española por hacia levante, tiene cincuenta leguas en largo y menos de veinte en ancho. Descubrióla Cristóbal Colón en el segundo viaje a Indias; conquistóla su hijo don Diego, gobernando en Santo Domingo por Juan de Esquivel, y otros capitanes. El más rico gobernador della fué Francisco Garay, y porque armó en ella tantas naos y hombres, para ir a Pánuco, lo pongo aquí. Es Jamaica como Haiti en todo, y así se acabaron los indios. Cría oro, algodón muy fino; después que la poseen españoles, hay mucho ganado de todas suertes, y los puercos son mejores que no en otros cabos. El principal pueblo se nombra Sevilla. El primer abad que tuvo fué Pedro Mártir de Anglería, milanés, el cual escribió muchas cosas de Indias en latín, como era cronista de los Reyes Católicos; algunos quisieran más que las escribiera en romance, o mejor y más claro. Todavía le debemos y loamos mucho, que fué el primero en las poner en estilo.

XLIX

La Nueva España.

Luego que Francisco Hernández de Córdoba llegó a Santiago con las nuevas de aquellas tan ricas tierras de Yucatán, como luego diremos, se acodició Diego

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