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y los

Ramon de Portella catalan, á suplicarle que los amparase y defendiese de la tiranía del rey Carlos, recibiese debajo de su señorío, como á súbditos y naturales, pues la sucesion de aquel reino legítimamente pertenecia á sus hijos, como descendientes de la casa de Normandía, cuyos predecesores habian librado aquella isla del poder y servidumbre de los infieles, derremando su sangre por ensalzamiento de la fé católica. Escribe Bartolomé de Nicastro de Mecina, que compuso una obra en verso de aquella conspiracion, y de las hazañas en que se señalaron los mecineses en aquel cerco en que este autor se halló presente, que se juntó parlamento general de toda la isla en Mecina, y que allí se juramentaron todos de obedecer á la sede apostólica, y no admitir ningun rey extranjero, y que nombraron ocho capitanes y gobernadores para su defensa, y los mecineses armaron veinte taridas, y diez galeras, y tortificaron la ciudad de Mecina, con gran furia, porque no estaba murada sino por la parte inferior, desde un cerro que llamaban Capetrina, hasta el palacio real. Pero despues teniendo aviso que el rey de Aragon era venido con su armada á | Alcoll, los de Palermo procuraron que le enviasen á llamar y se conformaron con ellos los pueblos mas principales de la isla. Sabida la nueva de la rebelion de los sicilianos, el papa y los cardenales mostraron gran sentimiento, haciendo públicas muestras de dolor y tristeza por tan atroce y terrible caso, y en público consistorio acordaron que sin dilacion alguna el rey Carlos atendiese luego á asegurar por buenos medios de paz si pudiese aquel reino, y á la postre usase del remedio de las armas, prometiéndole todo socorro y ayuda espiritual y temporal, como á hijo y defensor de la Iglesia. Nombró entonces por legado para enviar á Sicilia á Gerardo de Parma obispo de Santa Sabina, para que tratase de reducir los sicilianos á la obediencia de la Iglesia; y partió juntamente con el rey Carlos por tierra la via de Pulla; y en el mismo tiempo dió avisó Carlos al rey de Francia del caso sucedido en Sicilia, y escribió á Carlos príncipe de Salerno su hijo, que estaba en esta sazon en la Proenza, que con todo el poder y gente que pudiese juntar, fuése al reino con toda celeridad, y envió luego á la baja Calabria todas las compañías de la gente de guerra que se habian hecho contra Romanía, y contra Paleólogo; y él partió para Brindez, á donde estaba la mayor parte de la armada para pasar con eila á Mecina contra los rebeldes. CAP. XIX. De la embajada que el rey de Francia envió al rey, estando para embarcarse, y de la donacion que hizo el rey al infante don Alonso de sus reinos.

Estaba en el mismo tiempo el rey en el puerto de Tortosa y á punto de hacerce à la vela, y fueron con él gran número de ricos hombres y caballeros que se apercibieron para aquella jornada. Dejaba en el reino de Aragon y Valencia, y en el principado de Cataluña por generales tenientes suyos á la reina doña Costanza y al infante don Alonso su hijo; y á veinte de mayo llegaron allí dos caballeros franceses, que enviaba el rey de Fracia, llamados Alejandro de Loesia, y Juan de Carcoaix, y éstos dijeron en suma estas palabras: Que el rey su señor habia entendido de su armada y deseaba saber si era contra infieles; y que si así fuese, rogaria á Dios le diese victoria; pero si él llevaba otra intencion, queria que supiese,

que quien emprendiese de hacer guerra ó daño al rey de Sicilia su tio, ó al príncipe de Salerno su prino, le desplaceria dello gravemente; y todo lo que contra ellos se hiciese, estimaria ser contra su propia persona y estado. A esto respondió el rey con ménos palabras, que su voluntad y propósito, siempre habia sido y era trabajar que lo que él habia emprendido hubiese efecto, segun nuestro Señor lo encaminase á su servicio, y sin declararse mas ni dar el rey otra respuesta, fueron despedidos estos embajadores. Pongo à la letra lo que en esta embajada se explicó, porque notoriamente se entienda no ser cierto lo que historiadores franceses y algunos italianos antiguos y modernos escriben, que el rey de Francia ayudó al rey de Aragon para esta jornada y empresa con cierta suma de dinero, habiéndole sido por su parte dicho que iba contra los moros de Berbería, porque no intervino en ello mas desta promesa, y si fuera como estos autores escriben, no es de creer que se dejara de imputar al rey de Aragon por el papa y rey de Francia, entre las otras quejas que formaron para justificar la guerra que despues por esta empresa entre estos príncipes se encendió. Tambien llegaron en el mismo tiempo embajadores de Paleólogo, á confirmar la amistad y confederacion, que el rey de Aragon tenia con el imperio griego, y procuraron de concertar matrimonio entre Andrónico su hijo primogénito y heredero del imperio, con la infanta doña Violante hija del rey, por haberse casado la infanta doña Isabel con el rey de Portugal. Estaba lo desta empresa tan secreto, que afirman algunos autores, que antes que el rey se embarcase, Arnau Roger conde de Pallás en nombre de los ricos hombres y caballeros que con él iban, le suplicó les descubriese donde era su voluntad de hacer aquella guerra y contra quién, porque seria dar mayor ánimo á los que le iban á servir, y gran consolacion á los naturales de sus reinos; y aprovecharia para que mucha otra gente le siguiese y cada dia le fuese enviado socorro y provision de lo necesario. A esto dicen que respondió el rey que supiesen que si él entendiese que su mano izquierda quisiese saber lo que la derecha habia de hacer, él mismo la cortaria, y conociendo su voluntad no le importunaron mas, deseando todos que bien y prósperamente sucediese lo que en su corazon habia emprendido y lo favoreciese y encaminase su buena ventura. Estando ya para embarcarse hizo donacion al infante don Alonso su hijo primogénito del reino de Aragon y del condado de Barcelona con toda Cataluña, y con el dominio que tenia en el reino de Mallorca y en el condado de Rosellon y Conflent, y en el señorío de Mompeller y en los estados que tenia el rey don Jaime su hermano, reservandose el rey que pudiese dar estados en estos reinos à los otros sus hijos á su voluntad; y en señal de cierta y legítima posesion y de verdadero dominio, dió al infante renta de que gozase en cada un año mientras él viviese. Esto fué el segundo dia del mes de junio en presencia de algunos sus privados, que eran don Pedro de Queralt, don Gilabert de Cruillas, Juan de Proxita, Blasco Perez de Azlor y Bernardo de Mompahon, y segun despues se entendió, se hizo recelando los procesos y privaciones de la sede apostólica, sabiendo que el papa habia de proceder con todo rigor, si el rey se declarase en tomar á su mano la defensa y empresa de Sicilia.

CAP. XX.-De la pasada del rey con su armada à Africa á la empresa de Constantina; y de lo que sucedió en el puerto de Alcoll á donde desembarcó su gente. Otro dia que fué el tercero de junio se despidió el rey de la reina y dió la bendicion á los infantes sus hijos; é hízose á la vela con próspero tiempo, siendo a lo largo cuauto veinte millas, el almirante su hp anduvo discurriendo por la armada con un navío de remos, que era á manera de galeota que llamaban leño, y dió á los patrones de los navíos y galeras unas cédulas selladas con el sello del rey, y mandó!es que tomasen la via de Mahon, y que no las abriesen hasta que fuesen en aquel puerto: y que de allí siguiesen la derrota que por citas el rey les mandaba hacer. Arribó la armada junta con próspero tiempo al puerto de Mahon, á donde el almojarife de Menorca dió refresco al ejército pero aquella noche mandó despachar un bergantin para la ciudad de Bugia, para que se diese aviso que el rey de Aragon con muy gruesa armada estaba en aquel puerto, para pasar á Berbería. Teniendo desto noticia los de Constantina, y entendiendo que el señor de aquella ciudad era causa de su ida, alborotáronse contra él mano armada y le mataron, y á los principales de su consejo: y avisaron al señor de Bugía que enviase gente que se apoderase de aquella ciudad. No se desvia mucho desto Bernardo Aclot, que escribe, que fué muerto el señor de Constantina por el señor de Bugía su hermano, hijo de Mirabusach rey de Túnez, que le tenia en aquella sazon cercado, y que por traicion de algunos de Constantina le dieron entrada en el lugar, y fueron muertos muchos cristianos que servian al de Constantina en aquella guerra, y sin tener el rey noticia desto se bizo á la vela desde el puerto de Mahon, y navegó la via de Berbería: y fuése al puerto de Alcoll. Está este lugar entre Bugía y Bona, asentado á las faldas de una muy alta montaña sobre el mar, y estaba ya desierto y los mas pueblos de la costa, excepto que quedaron algunos pisanos con sus mercancías. Mandó el rey desembarcar luego la gente y caballos con municion y bastimentos, y aposentose en la villa y proveyó que se cercasen los castillos y fuerzas que estaban en la comarca y que se pusiesen algunas compañías de almogáraves en el monte de Constantina á donde hicieron su fuerte: y repartiéronse los almogáraves entre los ricos hombres y caballeros del cjército, segun les cupo por suerte, seña- | lando los dias que se habian de hacer entradas en la tierra de los enemigos: y proveyóse que cada capitan llevase doscientos de caballo y tres mil almogáraves. Fué la primera destas compañías de los condes de Urgel y Pallás, y la segunda se dió á don Ruy Jimenez de Luna y á don Pedro de Queralt, y la tercera á Jimeno de Artieda y a don Ponce de Ribellas: y otra fué de don Pedro Fernandez, señor de Ijar y de Pedro Arnaldo de Bonach; y la quinta se dió á don Sancho de Antillon y á don Beltran de Belpuig, y la postrera fué de Blasco de Alascia y de don Guerao de Estor. Hay entre Constantina y el lugar de Alcoll, muy grandes montañas, y antes que ninguno de los capitanes saliese, mandó poner el rey órden en el modo que se habia de tener en las entradas y escaramuzas, y no se dió lugar, que ninguno se desmandase, y habiéndose ordenado, que aquellos capitanes hiciesen sus entradas por la tierra á dentro, mandó un dia antes salir los almogáraves bien aderezados, que fue

sen á reconocer la tierra y que entrasen por la montaña, y tomaron lo alto de la sierra algunas compañías, porque si cargasen tan excesivo número de alárabes, que les fuese necesario retraerse, tuviesen á donde recogerse, y estuviesen firmes como en sitio fuerte, y pudiesen dar señal, para que les fuése socorro. Ya que habian caminado una legua por los pasos difíciles de aquella montaña, salieron para ellos dos mil alárabes á caballo y acometiéron!os con grande grita y furia, tanto que los almogáraves se hubieron de subir por la sierra arriba, por defenderse de la gente de caballo en la aspereza y fragura del monte. Siendo dado aviso desto al ejército, partió el rey con buena parte dél, y siu ser sentido dió tan de sobresalto á los enemigos, que murió á manos de los almogáraves la mayor parte de aquella caballería, y pasaron adelante los nuestros mas de cuatro leguas, y hallaron en el camino algunos lugares yermos con gran provision de vituallas, y la gente de guerra hubo buen despojo. Estaba la mayor parte de la sierra apoderada de los alárabes, que no osaban bajar á lo llano, y aguardaban para acometer en la retaguarda, cuando los nuestros se recogiesen, pensando hacer mucho daño en algunos pasos en la gente que andaba derramada. Mas el rey mandó, que se recogiesen concertadamente con la presa, que eran dos mil vacas, y veinte mil cabezas de ganado menudo, y gran número de moros, que fueron cautivos; y volvieron con tan buen órden, que llegaron al real sin recibir daño. Hicieron despues los capitanes de aquellas compañías que se habian ordenado, sus entradas por la tierra adentro, como el rey lo habia proveido: y tenian muy a menudo escaramuzas con los moros, que cada hora llegaban á vista del real, así á pié como á caballo, en tanto numero, que los collados y cerros parecia estar cubiertos, y algunas veces acometian á los nuestros furiosamente, mas viendo que estaban muy firmes, y que salian contra ellos con órden, se recogian luego á la sierra. Un dia sucedió, que don Arnao Roger conde de Pallás, que era muy esforzado y valiente caballero, y de gran reputacion y experiencia en las armas, vió venir desde su tienda, que la tenia apartada de la villa en lo alto de un cerro, un tropel de moros, hasta número de sesenta de caballo bien aderezados y lucidos, y en muy buenos caballos, que şe iban acercando á vista del real por el valle abajo, y con grande priesa mandó armar á los suyos, y salió contra ellos, y los moros se apercibieron con muy buen denuedo, y comenzaron á escaramuzar, y mezclose entre ellos muy brava escaramuza. El conde enderezó contra los moros, y derribó algunos, y él fué herido en la pierna de una azagaya, y llegaron á socorrerle el conde de Urgel, que era muy mancebo, y otros dos caballeros muy animosos y valientes mozos, hijos de Vidal de Sarria, que se llamaron Bernardo y Vidal de Sarria, y entraron por los enemigos muy esforzadamente. En esto fueron llegando algunas compañías de caballo, y los moros volvieron las espaldas, y pusiéronse en huida por la montaña. Pero la valentía y esfuerzo grande del rey, se aventajó sobre todos, y en diversas escaramuzas que tuvieron los moros, hizo como refieren Montaner y Aclot autores de aquellos tiempos, grandes proczas por su persona.

CAP. XXI.-De lo que el rey envió á suplicar al papa, estando con su armada en Alcoll.

Considerando el rey que el hecho porque había tomado aquella empresa, se desbarataba por la ocu

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la casa de Suevia y de Normandía, que tanta gloria y triunfo habian alcanzado á la corona de aquel reino, y dijo, que habido su acuerdo con aquellos ricos hombres y caballeros que con él estaban, les responderia. Otro dia siguiente propuso el rey lo de esta embajada,

pacion del lugar de Constantina, y que seria gran empresa, si se quisiese ir contra ella, por estar tan apartada de la mar, y por la aspereza de los montes que están en medio, mayormente habiendo acudido en su socorro grande morisma del reino de Túnez y de Bugía, y que cada dia se llegaba mas gen-y hubo diversos y muy contrarios pareceres. Algunos te, habido consejo con los ricos hombres, propuso ante ellos, que pues se hallaba en aquella comarca, que era fértil y muy abundosa, y podia hacer gran daño por las costas de Berbería, en los lu- | gares principales della, deliberaba de perseverar en la guerra, y no partir de África hasta haber hecho algun grande y muy señalado efecto, si el papa tuviese por bien de ayudarle, como era cosa justa, con lo cual pensaba hacer grande daño á los infieles. Sobre esta demanda envió al papa un varon de Cataluña muy principal, que se decia don Guillen de Castelnou, y un caballero del reino de Aragon con dos galeras, para que le significasen la voluntad que tenia de permanecer en aquella guerra, y pidiesen lo mismo que por don Galcerán de Timor en su nombre le fué suplicado. A esta embajada respondió el papa que enviaria sus mensajeros y que el rey de Aragon debia considerar, que aquel hecho era muy árduo y dificultoso y que sin grande acuerdo y deliberacion, no podria responder especialmente, que el tesoro de la décima no se allegaba para despenderlo en la Berbería, sino para la conquista de la Tierra Santa, y tam→ poco quiso responder por sus letras.

CAP. XXII. Que el rey pasó con su armada á Sicilia, y fue recibido y jurado en Palermo por rey.

decian, que el rey debia satisfacer al ruego de los sicilianos, siendo requerido y llamado por ellos como señor de aquel reino, y que justamente pertenecia á su mujer é hijos, pues se le ofrecia tal ocasion de conquistarlo, sin ningun derramamiento de sangre, y se le encomendaban y ponian en su poder: mayormente pidiendo ser amparados contra la tiranía y opresion que padecian: lo que ningun príncipe valeroso debia negar. Otros eran de contrario parecer, y decian, que no debia persuadirse con codicia de reinar, á emprender negocio de tanta dificultad, por donde lo que él poseía pacíficamente, lo aventurase con tanta facilidad y con peligro de su persona. Porque decian ser muy notorio, que si él tomase aquella empresa contra el rey Carlos, puesto que jurídicamente le perteneciese, sin ninguna duda el papa y la Iglesia, que le habian dado la investidura del reino, le irian á la mano, y procederian contra él con la severidad y rigor de entrambos cuchillos, y con el poder espiritual y temporal: y si por ventura se quisiese llevar el negocio por razon de derecho divino y humano, y estar á la determinacion de las leyes y decretos, se debia considerar cuán grave negocio es, y perjudicial, querer litigar delante de juez sospechoso. ¿Que confianza se podia tener de resistir el rey á la pujanza y grandeza de Carlos, que tenia á Calabria y Pulla, con las otras provincias de Italia, que estaban unidas con aquel reino, tan vecinas y opuestas á la isla, con las cuales no solamente la podia cobrar, pero intentar otra mayor empresa? ¿Quién seria parte para resistir á las fuerzas y poder de la casa y reino de Francia, y contra la Iglesia y toda Toscana y Lombardía? y si pensaba valerse con el so➡ corro y ayuda de la parte gibelina, que eran pocos y desterrados y sin fuerzas ni poder alguno; y si queria hacer principal cuenta del pueblo siciliano pérfido y rebelde, era de considerar su inconstancia y liviandad, y la poca seguridad que en los pueblos suele ha

Desde Brindez envió en este medio el rey Carlos á la Catona cuarenta galeras, para que se entrasen en el puerto de Mecina, y él por tierra se fué con gran ejército á poner cerco sobre aquella ciudad: y temiendo los sicilianos su indignacion é ira enviaron al rey de Aragon dos varones de la isla, que se decian Juan de Proxita y Guillermo de Mecina, y dos síndicos del reino que debian ser un caballero de Palermo que se llamaba Nicolao Copula, que segun el autor antiguo de aquellos tiempos escribe, habia sido enviado á Alcoll por los de Palermo, para solicitar la apresurada ida del rey, y otro catalan que se decia Ro-ber, pues la gente popular con lijera ocasion se muda meu Portella, que fueron enviados por los de Palermo, aunque los de Mecina no condescendieron á esta embajada, sino que se quedasen debajo de la obediencía de la Iglesia y enviaron á decir á los de Palermo que no tuviesen presuncion de quebrar la paz universal, y violar la fé que habian prometido, porque ellos no habian desechado el yugo del rey Carlos, para sujetarse á otro príncipe extraño. Fuéron estos embajadores á Alcoll, y explicaron al rey su embajada diciendo, que aquella isla grande tiempo habia que estaba en servidumbre, y debajo de inicuo y duro señorío; y al mismo tiempo que se les habia descubierto el camino de salir dél, y el nombre de la libertad estaba en peligro de tornar á ser sojuzgada del yugo y violencia del tirano: y pues él era á quien tocaba como á príncipe valeroso ampararla, siendo yerno del rey Manfredo, cuyos herederos eran sus hijos, ellos le habian elegido por su rey, por el derecho que la reina doña Costanza su mujer tenia en la sucesion de aquel reino y desta determinacion la enviaron firmada de los principales varones y de los síndicos de las ciudades y lugares de Sicilia. El rey les agradeció la fidelidad y amor que mostraban á los sucesores de

y revuelve á diversas y contrarias opiniones, mayormente á donde están estragados y corrompidos con el atrevimiento y soltura del vulgo, que usa sin modo de libertad. Si la principal ayuda y socorro que pensaba tener era en el rey de Castilla y en el infante don Sancho su hijo, de qué provecho seria, estando entre sí en esta sazon en tan cruel y encendida guerra, que nunca con tanto hervor la emprendieron contra los moros? ¿Que pujanza seria la de dos mil hombres de caballo que el rey llevaba desarmados y á la lijera y ejercitados en guerra de moros, con quince mil que Carlos podia juntar franceses, italianos y proenzales, ó quince mil almogáraves, gente usada á robar y hacer guerra á los moros por los montes y lugares muy fragosos, con cincuenta mil infantes puestos en campo, en ordenanza de guerra, muy diferente de la que los nuestros ejercitaban en las escaramuzas de los alárabes. Mayormente que era de considerar, que la gente estaba fatigada de las entradas, que casi en tres meses se habian hecho, en que recibieron grande fatiga, y la mayor parte deseaba volver á sus tierras; y no era de menor consideracio-n, no se haber dado parte á los ricos hombres y ciudades desta em

presa, sin cuyo parecer no debia poner en tanta aventura el reposo y pacífico estado de sus reinos, contra la autoridad de la Iglesia y contra las fuerzas de los mas poderosos príncipes de la cristiandad. Finalmente concluian que debía volver primero á Cataluña y consultar con los pueblos y deliberar sobre tan grande y arduo negocio: pues con el socorro que sus naturales le harian, y con otros mejores aparejos podia presto volver á seguir aquella empresa. Esto se trató y porfió por algunos dias, sin querer el rey declarar su voluntad, hasta saber lo que el papa respondia á lo que habia suplicado con don Guillen de Castelnou: sin dar ninguna respuesta á los embajadores de Sicilia. Mas visto, que el papa ni de palabra ni por escrito queria otorgar lo que tan justamente le debia ser concedido, habló en público con los embajadores y les dijo, que era muy contento de ir á Sicilia por el derecho que á la reina su mujer y á sus hijos pertenecia y ampararlos de sus enemigos, porque confiaba, que castigaria Dios la soberbia y orgullo de los que no reconociendo los beneficios que de su mano recibian, usaban tiránicamente de los buenos sucesos y victorias y ejecutaban en los vencidos con inhumanidad su fiereza tan cruelmente. Que los que estaban allí en su servicio, eran tales y tan buenos caballeros, y la gente de sus reinos tan diestra y` tan bien ejercitada en la guerra, que no dudaria con ellos por su persona, y con la ayuda de los sicilianos, oponerse contra todo el poder de Carlos, cuanto quiera grande que fuese, en defensa de aquel reino, prosiguiendo tan honesta y justa querella. Con esta determinacion, declarada su voluntad, mandó recoger sus gentes y al tercero dia pusieron fuego al lugar y á los otros de aquella comarca, é hizo vela la armada de aquel puerto á la media noche, y con buen tiempo al quinto dia, que fué á treinta del mes de agosto, arribó al puerto de Trapana á donde acudieron luego muchos caballeros de aquella comarca y recibieron al rey con gran regocijo: y allí supo que el rey Carlos estaba con su ejército sobre Mecina y la tenia á muy gran peligro de rendirse. Con esta nueva mandó ir la armada por la costa del norte la via de Palermo y él con los ricos hombres y caballeros que con él iban, se fué por tierra hasta aquella ciudad: á donde si algun príncipe antes fué con grande fiesta y triunfo recibido de sus súbditos y naturales, lo fué el rey de Aragon de los de Palermo: como de aquellos, que esperaban ser libres por su causa de la servidumbre y opresion que hasta allí habian padecido. Dende á tres dias que hubo llegado, siendo juntos los síndicos de las ciudades y lugares principales del reino, le recibieron y juraron por rey y señor de Sicilia, sin otra solemnidad de coronacion: porque el arzobispo de Palermo y el de Monreal que era monge de san Benito, y eran ambos franceses, se habian ausentado para la corte romana. Entonces tomó título de rey de Aragon y Sicilia y dejó los otros títulos de su dic

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contra el castillo de Matagrifon, y á la parte de Tavormina junto á Santa María de Rocamador, en aquel mismo lugar, donde en estos tiempos, el emperador Carlos quinto, mandó labrar un castillo que se llamó Gonzaga del nombre de su lugarteniente general. Estaba en medio del real y de la ciudad un pequeño rio, que pasa junto por los muros de Mecina, que descien→ de por un angosto y hondo valle. La armada de las galeras y naos se acercó al puerto, allegándose muy junto de la tierra, y era tan poderosa, que se afirma que llevaba el rey Carlos quince mil de caballo y gran número de gente de pié; y los mecineses estaban con gran espanto, viéndose desiertos de todo socorro y favor, y enviaron sus mensajeros á suplicar al rey Car│los y á Gerardo de Parma, obispo de Sabina, legado de la sede apostólica, que les perdonase el yerro pasado y recibiese aquella ciudad debajo de misericordia. Algunos del consejo del rey Carlos eran de parecer, que diese espacio á la ira y tiempo al consejo para deliberar lo que mas convendria y reducir los sicilianos á su obediencia, pues se podria hacer, aceptando este partido y cobrase aquella ciudad, que era la puerta del reino; pero el rey con grande enojo é ira, no quiso recibirlos, teniendo por cierto, que no se le podria defender y que siendo tomada, cobraria el resto de la isla, porque estaban desarmados y no eran pláticos en la guerra y desproveidos, y sin capitan ni órden para entretenerse contra él muchos dias, y con mucha ira y alteracion los despidió, amenazándolos con la muerte á ellos y á sus hijos, prometiendo que los castigaria como traidores que eran de la santa madre Iglesia, y de su corona, diciendo: que se defendiesen mientras pudiesen y no pareciesen en su presencia, ni tratasen de rendirse con pacto 6 condicion alguna. Mas en esto tuvo tan mal consejo, que se puede afirmar, que de nuevo torno á perder á Sicilia, que estaba en punto de cobrarse, como se hiciera, si se entregara Mecina. Los mecineses, oida la cruel respuesta del rey, recibieron gran turbacion y apénas sabian determinarse, si se darian ó pondrian en defensa, y estuvieron cuatro dias entre sí en grande confusion y contienda. En este medio, el conde de Brena y el conde Pedro Ruso de Calabria, que era conde de Catanzaro, Herberto de Orliens y Estendardo y otro capitan muy famoso, que Bartolomé de Nicastro llama Juan Calderon, y el conde de Artoes con veinte galeras y quince taridas y con otros navíos, con quinientos de caballo y mil y quinientos soldados pasaron el Faro y costearon la vuelta de Melazo y discurrieron por la marina destruyendo y quemando los lugares de aquella comarca. Entonces enviaron los de Mecina doscientos de caballo con gente de pié para guardar la costa y dar ánimo á los de Melazo, é iba con esta gente el capitan de Mecina y encontráronse con la gente francesa, que habia salido á tierra, junto à la fuente de Alechia en la marina de Rameta, en un lugar que se decia Cannito, y pelearon con ellos, y siendo puestos en huida los peones sicilianos, la gente de caballo fué rota y desbaratada por los franceses, y fueron muertos en aquella pelea Martin de Benincasa, Bartolomé Musono, Abrahan de Ambrosiano, Nicolás Ruso y otros caballeros mecineses, y fueron presos Roberto de Mileto y Enrico Ruso en el camino de Melazo, á donde se recogian con alguna gente. Sabida la rota destos caballeros, los de Mecina, teniéndose ya por perdidos, enviaron sus mensajeros al legado, pidiendo con grande instancia, que entrase en la ciudad,

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en su defensa inexpunables, siendo extrañamente animados á defenderla. De dia y de noche trabajaban en hacer cavas y minas, y todos acudian á los combates con gran ánimo defendiendo los muros con las armas, antes que á sus personas con las torres y almenas, y señalóse entre todos el capitan de la ciudad, que fue Alaimo de Lentin, que sucedió á Balduino Musono, que renunció la capitanía. Estaba la mayor fuerza de la caballería del rey Carlos contra la parte del castillo de Rocamador, y él mandó asentar su tienda sobre un cerro que llamaban Monteolibito, sobre el monasterio de Santo Domingo, y todo el ejército se repartió por los cerros y llanos que están en torno de la ciudad, y se dividió en dos partes, la una tenia los collados que sojuzgan la ciudad, y la otra se puso en lo bajo, y así estaba mas estrechada la ciudad por mar, y por tierra por la parte de oriente y mediodia hacia el occidente, y por el septentrion y parte del occidente tenian los de dentro libre la salida, y mandó el rey con bue, na parte de su ejército combatir el castillo de San Salvador, que está en la punta del puerto á la parte de oriente, que era la principal fuerza y guarda dél, y queria, que se aposentasen en él la reina hija del emperador Balduino su mujer, y aun que fué por grande espacio combatido, no se pudo tomar aquella fuerza, y fueron heridos y muertos muchos franceses, é iban cobrando mas ánimo los de Mecina. Con esto, y con la fama de la llegada del rey de Aragon, y del socorro que iba, fué tanto el ánimo que cobraron los mecineses, que dejando la guarda de los muros y fuerzas de la ciudad, salían al real de los enemigos, como gente furiosa, provocándolos á la batalla, con grandes denuestos é injurias,

porque querian por su medio reducirse á la obediencia del rey, y entrando dentro, notificó al pueblo las letras que traia del papa, que eran de amenazas, y con graves censuras, y entredicho, si no entregaban luego la ciudad al rey Carlos, y amonestóles con muchas exhortaciones que no perseverasen en aquella rebeldía, porque no se endureciese mas contra ellos su rey y señor. Por estas persuasiones eligieron entre sí treinta personas de la ciudad, para que tratasen con el legado de algunas condiciones, y finalmente se ofrecian, si les concediese perdon general por lo pasado, que entregarian la ciudad, con que no fuesen obligados á pagar mas de lo que fué acostumbrado en tiempo del rey Guillermo el segundo, y que los oficiales y ministros del rey fuesen latinos, y nó franceses ni proenzales, prometiendo, que con estas condiciones le serian leales y fieles vasallos. Estos capítulos envió el legado al rey con un camarero suyo, exhortándole y rogando que los recibiese en su obediencia con aquel pacto, y perdonase lo pasado, porque estando obstinados y puestos en desesperacion, se pondrian en defensa, podrian detenerse tanto tiempo, que llegase gente en su ayuda, ó algun otro socorro. Oida esta embajada, el rey se puso en grande ira, y no quiso aceptar aquel partido, ni permitir, que las rentas fuesen disminuidas, y reducidas á lo del tiempo del rey Guillelmo diciendo que valian muy poco, y pedia ochocientas personas, las que él nombrase, para ejecutar en ellas el castigo á su voluntad, y que tuviese el señorío como primero. Con esto decía, que aceptaria la ciudad de Mecina, no considerando los casos dudosos é inciertos de la guerra, y que la ventura suele estar de por me→ dio, que suele acudir ora á la una ora á la otra parte, pero el que es vencido de la ira, pocas veces acierta á seguir el mas seguro consejo. Como los principales mecineses oyeron tan cruda respuesta, luego por su mandado los treinta ajuntaron el pueblo y manifestaron á todos en general, lo que Carlos pedia, de lo cual se encendieron en tanto furor é ira, que allí en aquel instante casi desesperados, de un acuerdo y voluntad determinaron, que antes comerian sus hijos, que aquello se aceptase por ellos, y primero moririan todos en su ciudad, que dejarse poner a los tormentos de los franceses, ni andar desterrados por tierras y lugares extraños. El legado vista su desesperacion y obstinacion tan grande, y que no habia esperanza de reducirlos, antes que se partiese, pronunció sentencia de excomunion contra ellos, y puso eclesiástico entredicho en la ciudad, mandando á las personas eclesiásticas, que dentro del tercero dia saliesen della. Eu los primeros combates fué acometida por aquella parte que no tenia muralla, y estuvo en punto de ser entrada, aunque segun algunos autores afirman, lo estorbó el rey Carlos, que no dió lugar, que le diesen el combate à escala vista, y mandó retirar la gente, con pensamiento, que se le daria la ciudad, ó la tomaria por hambre. Estuvo con su ejército espacio de dos meses, dándole algunos combates, mas los mecineses grandes y pequeños, y lo que fué muy celebrado por diversos autores en este cerco, las mujeres sin cesar ninguna hora, dier on gran priesa á reparar los muros y hacer cavas por la parte de dentro, y andaban tan solicitos, y acudian con tanto animo á su defensa, que cada dia parecia ir menospreciando les enemigos, y cuanto era la ciudad oportuna á ser combatida y entrada por tener los enemigos los cerros y collados que la señorean, tanto eran los ánimos de los que estaban

CAP. XXIV.—Que el rey de Aragon pasó con su ejército á socorrer á Mecina, y el rey Carlos salió con su gente de la isla y volvió á Calabria.

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Despues que el rey de Aragon fué alzado por rey en Palermo, habido consejo con los ricos hombres y barones sicilianos, determinó ante todas cosas de enviar á requerir al rey Carlos, que se saliese de la tierra. Con esta embajada fuéron tres caballeros don Ruy Jimenez de Luna, don Pedro de Queralt, y el tercero don Guillen de Castelnou, aunque Aclot dice, que fué Guillen Aimerich juez de la ciudad de Barcelona, y proveyó el rey, que Nicolás de Palici, y Andrés de Proxita fuesen con quinientos ballesteros, y con algunas compañías de almogáraves, para que se entrasen en Mecina, y entraron por el collado que está sobre la ciudad á la parte de occidente, que llamaban Caperrina el y él deliberó partir por camino de la montaña, y juntar toda su gente en Randazo, y de allí pasar adelante con ánimo de dar la batalla á su enemigo. Partieron los embajadores á trece de setiembre de Palermo, y desde Nicosia enviaron delante dos frailes del Carmen, que pidiesen en su nombre salvo conducto, y otorgándolo el rey Carlos, partieron para el real que tenian sobre Mecina. Ántes que á él llegasen salieron á recibirlo sesenta de caballo, que los acompañaron hasta el aposento que les estaba señalado, y allí estuvieron aquel dia, sin darles lugar que explicasen la embajada que llevaban. Otro dia fuéron á la tienda del rey Carlos, y en presencia de muchos barones que con él estaban, le dieron una letra de creencia del rey, y en ella le intitulaba rey de Jerusalen y conde de Angeus, de la Proenza y Folcalquer, y en virtud della dijeron, que habia llegado á

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