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señalado servicio. Estando allí el rey, llegaron el in-
fante don Fernando y don Artal de Alagon, que fué
hijo de don Blasco, y de tanto valor, que imitó bien á |
su padre, y don Pedro Cornel: y dejando bien bas-
tecido el castillo y fornecido de gente, partióse el rey
para Burriana. Fué ganada por este tiempo la ciudad
de Córdoba, de las gentes que el rey don Fernando
de Castilla tenia en las fronteras contra los moros,
siendo escalada por el gran valor de ciertos adalides:
y fué hazaña y empresa de las muy señaladas de
aquellos tiempos.

CAP. XXVIII. Del rebato que se dió al rey, y como se
puso en orden para pelear con Zaen rey de Valencia.

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que aquí lo tengo de haber con ellos. Entonces los caba-
lleros, por su mandado hicieron una muela para es-
perarlos, y dieron aviso á don Bernaldo Guillen,
que enviase socorro al rey. Los moros por dos veces
dieron vuelta con semblante de acometerlos: pero pa-
saron de largo sin ninguna escaramuza, porque vieron
venir á don Berenguer de Entenza, que venía en so-
corro del rey y fuéronse por el Val de Segon, la vuel-
ta de Almenara, aunque se dijo, que don Artal no dió
lugar que los acometiesen, sabiendo que estaba allí
la persona del rey. Don Berenguer acompañó al rey
hasta Burriana, y sin detenerse pasó aquella noche el
Grao de Oropesa, y al pasar del rio de Millas, llegó
nueva, que un arraez moro, que decian Aben Lope,
habia salido contra el comendador de Oropesa, al pi-
nar del Grao, y lo habia prendido, y á una milla desta
parte del rio, ayuntóse alguna gente que venian en
seguimiento del rey, y pasó el Grao, y siendo de noche
reposaron en Oropesa, que era de la órden del Hos-
Tortosa.

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y de allí á

El rey salió del Puix, por volver á su frontera, y apénas habia llegado á Burriana, que llegó á él don Guillen de Aguilon, que fué por mas con gran diligencia, para dar aviso que el rey de Valencia habia ajuntado toda la caballería que estaba desta parte de Castilla y de Cocentaina, y venia para combatir el casti-pital, y vínose otro dia a Ulldecona llo de Santa María, despues que supo que el rey era partido: y enviaba don Bernardo Guillen á pedir á don Pedro Cornel, que le fuése à valer, diciendo, que él así lo hiciera, si le viera en tal necesidad: pero el rey no quiso confiar el socorro á ninguno: y él se puso en órden para hallarse con los moros en la batalla, por no desamparar á los suyos, estando tan cerca. Con esta nueva salió el rey de Burriana, con los ricos hombres, y gente que allí tuvo, de media noche abajo, y tomó el camino de la marina: y habiendo pasado de Almenara, iba el rey tan determinado, y con tanto ánimo de combatirse con el rey de Valencia, que llegando á él un caballero aragonés, que se decia Fortuño Lopez de Sadava, y era muy buen caballero, á preguntarle: qué pensaba que seria dellos aquel dia, le respondió: por mi fé, Fortuño, que hoy se cernerá la harina del salvado y llegando junto al rio de Murviedro, envió á Martin Perez de Artasona, que despues fué justicia de Aragon, con otro caballero, para tomar lengua, si tenian cercado el castillo y estando el rey á media legua del Puix, supo que no hacian ningun movimiento los de Valencia. De allí dió la vuelta para Burriana, y pasando el rio de Murviedro, con solos diez y siete caballeros, entre los cuales iban don Pedro Cornel, don Jimeno de Foces, don Fernan Perez de Pina, y Fortuño Lopez, y Miguel Garces, que era navarro, y vivia en Sariñena, descubrieron algunos moros, y con ellos iba don Artal de Alagon, hijo de don Blasco, que por esta sazon andaba desterrado del reino, con gente de su compañía, y podian ser todos hasta ciento y treinta de á caballo y Miguel Garces, con los que iban delante, dieron alarma: y don Pedro Cornel iba á arremeter contra ellos si no le detuviera el rey por las riendas y entonces fué preso Miguel Garces. No quedaba otro remedio, que corregir con esfuerzo y constancia lo que el rey habia emprendido tan atrevidamente, lo cual con el suceso parece prudencia: y así Fortuño Lopez de Sadava, hizo pasar á un caballero, que llevaba el pendon de don Pedro Cornel adelante, porque estaba á las espaldas del rey y entonces don Fernan Perez de Pina dijo al rey: señor, los enemigos son muchos, y vos teneis aquí muy poca gente, no resta otro consejo, sino que os recojais al Puix, y de los que aquí quedaremos, muera el que no pudiese escapar. Mas el rey le respondió: don Fernan Perez, no lo haré, porque jamás huí, ni sé huir, ántes os digo, que ordene nuestro Señor lo que fuere servido

CAP. XXIX. · Que el rey volvió al Puix de Santa Maria, por la muerte de don Bernardo Guillen su tio, y del voto que hizo de no salir de la frontera, hasta que fuese ganada la ciudad de Valencia. ·

Mandó el rey hacer llamamiento de los ricos hombres y caballeros de su casa, que tenian tierras en feudo y otras mercedes, y á los procuradores de los consejos de las villas y lugares de Aragon y Cataluña: y proveyó, que para la Pascua de Resurreccion estuviesen en órden con publicacion que queria ir contra la ciudad de Valencia, y entrose en Aragon. Llegando á Zaragoza, vinieron á su corte el infante don Fernando, don Blasco de Alagon, don Jimeno de Urrea, don Rodrigo de Lízana, don Pedro Cornel, don García Romeu, y don Pedro Fernandez de Azagra, creyendo que tuviera cortes. Mas no pasaron ocho dias, que el rey tuvo aviso, que era muerto don Bernardo Guillen, y desta nueva mostró gran sentimiento, porque le habia servido en esta guerra, como muy esforzado y valeroso caballero, sustentando aquella fuerza, que era la principal que el rey tenia contra la ciudad de Valencia: por la cual pensaba, que se conquistaria de poder de infieles. El infante y los ricos hombres eran de parecer que el rey desamparase la fuerza del Puix, y sacase la gente de guarnicion, por la costa grande que se le seguia: y tambien porque por causa della aventuraba muy arriscadamente su persona y era de tanto coraje y tan animoso que no temia con pocos acometer y pelear con gran ventaja de los moros, y muchas veces estuvo en peligro de se perder y ser preso de los enemigos, mas el rey no lo quiso escuchar diciendo, que en sola aquella fuerza consistia la conquista de la ciudad y reino de Valencia, y que él la habia de amparar y defender de todo el poder de los moros, y no tuvo de su parecer sino a don Fernan Perez de Pina, y á Bernardo Vidal de Besalú, que era un caballero catalan muy valeroso y ejercitado en las cosas de la guerra. Partió entonces para la frontera con solos cincuenta caballeros de los de su casa, y llevaba solo consigo de los ricos hombres á don Jimeno de Urrea: y llegando al Puix de Santa María, pusieron en depósito el cuerpo de don Bernardo Guillen, basta que se pudiese llevar al monasterio de Escarpe, junto à la ribera de Segre, donde él se mandó enterrar. Otro dia armó caballero á don Guillen de Entenza, hijo de

don Bernardo Guillen, que él habia llevado consigo y no tenia once años : é hízole merced de toda la tierra que su padre tenia en honor, y dió la tenencia de aquel castillo á don Berenguer de Entenza, que estuvo en él todo el tiempo que don Bernardo Guillen le tuvo, y quedaron con él don Guillen de Aguilon y las compañías de los maestres del Hospital, Temple, Calatrava y Uclés, como hasta allí habian estado, y dejó provision bastante de armas y vituallas hasta la primavera siguiente, que tenia determinado de entrar con su ejército, é ir sobre la ciudad de Valencia: pero en→ tendiendo, que se queria el rey ir, la mayor parte de la gente que allí habia de guarnicion, trataban de irse secretamente, y desamparar el castillo: y mas de cuarenta caballeros gente muy principal, habian dicho á un religioso de la órden de predicadores, que estaba en aquella guarnicion, que luego que el rey fuese partido, de noche ó de dia se irian: y sabiéndolo el rey, estuvo con grande congoja y cuidado conside rando, que si aquella fuerza se perdia, se aventuraba todo lo que en el reino de Valencia había ganado, desde Tortosa á Burriana: y revolvia en su pensamiento segun dice su historia, que en el mundo no habia tan soberbia gente como la que se ejercitaba en la guerra: y mandó ayuntar á los caballeros y soldados otro día en la iglesia de Santa María, y ante todos hizo voto sobre el altar, y juró que no pasaria á Teruel ni el rio de Ulldecona, hasta que fuese ganada por él y conquistada la ciudad de Valencia. Por esta causa determinó de enviar por la reina y por la infanta doňa Violante su hija, que despues fué reina de CastiIla, porque entendiesen el deseo y propósito que tenia de perseverar en aquella conquista, y con esto se aseguraron y sosegaron, siendo de un acuerdo en permanecer en servirle en aquella guerra. Con esta deliberacion al cabo de quince dias volvió á la comarca de Peñíscola y envió al infante don Fernando por la reina, la cual partió de Tortosa á Peñíscola y á Burriana, adonde dejó el rey á la reina, y ella y el infante procuraron de apartar al rey de aquel propósito, teniendo por dificultosa la conquista de la ciudad de Valencia, y quisieran que se volviera para Aragon; pero ninguna cosa aprovechó para que desistiese de aquella empresa, confiando en la ayuda de nuestro Señor Jesucristo, y en aquellos que tenian sus feudos en Cataluña y los honores en Aragon, señaladamente en el arzobispo de Tarragona y en los otros prelados que le prometieron ayuda en las cortes de Monzon, y volvióse al Puix de Santa María. Considerando Zaen la fuerza que el rey ponia en proseguir la guerra y que ningun negocio, cuanto quiera arduo y grande que fuese, le divertia della, y que por sola esta causa habia dejado la empresa de Navarra, en que tanta razon y derecho tenia, tuvo gran temor de perderse; porque cada dia llegaban grandes compañías de gente de sus reinos y de fuera dellos; tentó de mover partido con que el rey tuviese por bien de dejar aquella empresa y sacar la gente de guarnicion que tenia contra la ciudad de Valencia; y envió un moro su privado, llamado Hali Albata, que lo tratase con un caballero de la casa del rey, que llamaban don Fernando Diez de Aux. Las condiciones eran, que entregaria al rey todos los castillos que hay entre Tortosa y el rio Guadalaviar, que nace de la sierra de Albarrazin y pasa por la ciudad de Valencia, que los antiguos llamaron Turia, y los que hay entre Tortosa y Teruel, y que labraria un alcázar en la Zaidia que se tuviese por el rey; y pagaria en cada

TOMO IV:

un año diez mil besantes de tributo, sobre la ciudad de Valencia. Pero rehusó el rey de aceptarlo con grande admiracion de los suyos, que decian, que con menos aventajado partido los reyes sus antecesores vinieran en este concierto.

CAP. XXX.

Como se rindió al rey el castillo de Almenara, y se ganaron otros siete castillos, y se puso el cerco contra la ciudad de Valencia.

Por este tiempo el alfaquin de Almenara y otro moro de aquella villa, traian pláticas con el rey y procuraban con el aljama, que le rindiesen aquel lugar y el castillo y vióse con ellos en el castillo de Burriana, adonde iba por visitar á la reina; y á cierto dia dieron aviso que entregarian la villa y la mezquita que estaba junto al castillo: y acudiendo allá con su gente, comenzaron los del castillo á lanzar piedras contra ellos pero sabiendo que estaba allí el rey, y que los moros de la villa ayudaban á combatir el castillo, se rindieron y recibiólos á partido conforme á lo que se les habia ofrecido. De la misma suerte se rindieron por trato los castillos de Uxo, Nules, Castro y Alfandech: y de allí partió el rey para el Puix, y pasada la Pascua de Resurreccion, cobró por concierto y partido los castillos de Paterna, Betera y Bulla: y con estas fuerzas que perdieron los moros, viendo que el rey tenia á Paterna, y se les iba tanto acercando, comenzaron á resistir fieramente, y el rey determinó de sobreseer en lo de los castillos y poner cerco á la ciudad que era la cabeza del reino: porque los moros estaban muy quebrantados y fatigados de falta de vituallas, por ser grande la poblacion y estar todo su término y comarca talado y destruido, de las correrías que los cristianos hacian. Estaban en esta sazon con el rey en el Puix de Santa María, Ugo de Folcalquer maestre del Hospital y un comendador, con hasta veinte caballeros del Temple, y el comendador de Alcañiz, y otro comendador de Calatrava, don Rodrigo de Lizana, que tenia consigo treinta caballeros, don Guillen de Aguilon con quince, y don Jimen Perez de Tarazona, y los de la mesnada del rey, que estaban con él, que podian ser hasta ciento y cuarenta caballeros y hijosdalgo, y tenian ciento y cincuenta almogáraves, y hasta mil peones. Con no mayor número de gente, ni con mas pujante ejército que éste, un dia en amaneciendo partió el rey por la ribera del mar hasta el Grao, adonde pasó el rio Guadalaviar por el vado; y llegando á unas casas que estaban entre el Grao y Valencia, á un cuarto de legua de la ciudad, mandó asentar sus tiendas, con propósito de esperar las compañías de gente de Aragon y Cataluña, para tener cercada la ciudad. Aquel dia vie ron alguna gente de caballo de Valencia que habian salido para tentar si podian hacer daño en los nuestros; y mandó el rey, que no saliesen á ellos, ni se desmandase ninguno para escaramuzar, hasta que tuviesen noticia de la tierra. Otro dia los almogáraves, con una parte de la gente de pié, movieron de su fuerte con propósito de tomar un alquería, que está á dos tiros de ballesta de la ciudad que dicen Ruzafa, sin sabiduría del rey; y mandó armar la gente que tenia para irlos á socorrer; y llegó tan á sazon, que si no partieran tan presto, los almogáraves hicieran aquel dia mala jornada; porque venia de la otra parte grande muchedumbre de moros, y todos fueran muertos ó presos, y quedaron los cristianos alojados en la alquería. Salió Zaen con todo su poder de Valencia, á

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una torre que fué de Ramon Riquer, que está entre la ciudad y Ruzafa, en el medio camino, junto á unas rocas, cerca de las cuales se hacia un estanque de agua de las acequias; y eran hasta cuatrocientos de caballo, y la mayor parte de la gente de pié de la ciudad, y los que lo reconocieron, juzgaban, que serian mas de diez mil moros; y llegaron tan cerca de Ruzafa, donde el rey estaba, que a tiro de piedra andaban hasta cuarenta moros cojiendo habas. Ramon de Avella comendador de Aliaga, y Lope Jimenez de Luesia aconsejaban al rey, que con su gente arremetiese contra ellos, pues podrian atajar aquellos moros y prenderlos, y el rey no quiso, por no haber lugar donde los suyos que habian de arremeter, se pudiesen recojer y hacer fuertes, y con recelo que los campos no estuviesen regados; porque al retraerse podian recibir mucho daño, atravesando por las acequias. Todo aquel dia estuvo el rey armado y á punto de batalla con su gente á caballo, y á la tarde el rey Zaen con la suya se entró en la ciudad. Estuvieron aquella noche haciendo la guarda hasta cincuenta de caballo, y otro día no salieron los moros, ántes los dejaron holgar por cinco dias. En este medio llegaron algunos ricos hombres de Aragon y Cataluña, y iba nuestro campo creciendo, y ayuntándose grandes compañías de gentes; y de los primeros que llegaron, fué el arzobispo de Narbona, que decian Pedro de Amiell, un muy notable prelado, con cuarenta caballeros y seiscientos hombres de pié, y otros varones, que por la fama desta guerra vinieron de Francia, por servir el rey en ella. Tambien en las historias de Inglaterra se refiere, que Enrique el tercero envió socorro de gente de su reino al rey don Jaime á esta conquista, y las historias de Francia conforman, en que vinieron ingleses, y sirvieron al rey en la guerra. Despues que se asentó el real, y se hizo fuerte, los moros no se desmandaban ni osaban saiir sino á escaramuzar, en lo cual mas se avivaban y encendian los nuestros y se ejercitaban; pero á la postre, como en diversas escaramuzas y reencuentros hubiesen experimentado, que en ninguna parte de esfuerzo se les igualaban, recogiéronse dentro de los muros, y comenzó la ciudad á sentir los trabajos y miserias del cerco; y como iban llegando la gentes de los consejos, y algunos ricos hombres, se iban poniendo adelante, y asentaban sus tiendas en torno de la ciudad, acercándose mas é ella; y los que mas junto se pusieron, fueron, segun en la historia real se refiere, los de la ciudad de Barcelona, que fueron por mar con muchas compañías de gente de guerra muy en órden.

CAP. XXXI.-Que se comenzó á combatir la ciudad de Valencia, y se ganó Cilla: y de la armada del rey de Túnez que vino en socorro de los de Valencia.

Hubo gran diversidad de pareceres en el consejo del rey, sobre el lugar por donde se debia poner el cerco contra la ciudad. El arzobispo de Narbona decia, que se debia de mudar de aquel puesto, y ponerse contra la puerta que llamaban la Boatella; y solo el rey fué de parecer contrario, persistiendo en que ningun lugar habia mas cómodo que aquél, donde estaba el real; porque armando las máquinas é ingenios para batir la ciudad, estando delante de la puerta mas à vinenteza habrian de salir á ellos los moros á pegarles fuego, y si saliesen á lo hacer en el lugar que tenian elegido, como estaba mas léjos, ó no se arriscarian lijeramente, ó seria con grande daño suyo, por tener muy desviada la guarida, y no haber puerta en aquella

sazon, desde la Boatella, hasta la que llaman de la Jerea; y tambien porque haciendo la ciudad por aquella parte un esconce, que salia mas á fuera que el otro lienzo de la muralla, no podian defender los de la ciudad, que no llegasen á hacer las minas, para se acercar á la cava y barbacana, como de la otra parte, de la cual podian ser descubiertos y mas ofendidos de la ballestería que habia en las torres; y por estas causas y otras, que el rey dijo, tuvieron aquello por mejor. Armáronse las máquinas y trabucos para batir la ciudad, y pusieron las mantas en la delantera por amparo de los tiros que lanzaban los de Valencia; y pasando adelante á unas tapias que estaban cerca de la cava, que estaba llena de agua, echaron madera y sarmientos sobre ella, y pasaron á la barbacana, sin que lo pudiesen defender los que estaban en el muro; y rompieron con picos por tres partes el lienzo de la barbacana, de suerte que podia por cada uno de aquelos lugares caber un hombre. Nunca los nuestros pelearon con gente que en tan poco tuviesen, como fué esta de Zaen, contra quien se arriscaban con tan grande ánimo, como si no hubiera ni se ofrecia peligro. En este medio don Pedro Fernandez de Azagra señor de Albarrazin, que en esta guerra sirvió muy bien al rey, y le hizo de nuevo reconocimiento, que le seria bueno y fiel vasallo; y don Jimeno de Urrea con la gente de caballo de sus compañías, y buen número de peones, fuéron para combatir á Cilla, que está de la otra parte de Valencia sobre el estanque, y llevaron una máquina pedrera; y dentro de ocho dias se rindieron los moros que en ella habia y entregaron el lugar al rey. Continuaban siempre los del ejército sus combates, y las minas se acercaron hasta cavar en la barbacana, adonde se peleaba con los moros ordinariamente. En este medio llegaron al Grao de Valencia doce galeras y seis zabras del rey de Túnez, para dar ánimo á los cercados; y tuvo dello aviso el rey á media noche de las guardas que habia en el Grao, y salió para la mar con cincuenta de caballo, y doscientos peones; y púsolos en celada, por si la gente de las galeras saltase en tierra, y mandó dar aviso á la costa de Tortosa y Tarragona, para que estuviesen apercibidos los lugares della. De noche hicieron los de las galeras sus luminarias, y tocaron sus atambores y trompetas, para que los sintiesen los de Valencia y los de la ciudad, del miedo que se les representaba que tenian los nuestros, como suele acontecer, crecíales la osadía y atrevimiento; y creyendo que los del real estuvieran muy descuidados, y que les venia socorro muy cierto, hicieron lo mismo, encendiendo muchas luminarias; y sonaron sus atambores y menestriles, saludando á los de las galeras, en señal que tenian por señor al rey de Túnez. Entonces el rey mandó á los del ejército, que en cada una tienda encendiesen sus lumbres, y siendo oscuro las sacasen juntamente, y moviesen grande grita, porque entendiesen los moros que preciaban poco sus algaradas: y cuanto la noche quitaba de providencia, lo mandaba suplir con diligencia y cuidado. Á cabo de dos dias que esta armada estuvo en el Grao, hicieron vela la vuelta de Oriente, y fueron sobre Peñíscola, y saltaron en tierra para combatir la villa; salieron á ellos don Fernan Perez de Pina, y don Fernando Ahones, que estaban en guarda del castilio, con la gente de caballo y de pié que tenian, y con los moros vecinos de Peñíscola, y pelearon con ellos, y los hicieron retraer á las galeras y matáronles diez y siele moros. Entonces los de la ar

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CAP. XXXII.-Que el papa Gregorio nono, las ciudades de Lombardia enviaron á requerir al rey, que fuese á Italia, y tomase á su cargo la defensa y proteccion del estado de la Iglesia.

mada de Tortosa que era de basta veinte y una vela, y entre ellas tenian tres galeras, armaron siete leños; y eran tales que podian combatir cada uno con una galera de los enemigos; y estando junta esta armada para salir á buscar los moros, teniendo aviso dello, se hicieron á la vela, que no parecieron mas. Quedando libre la mar, las galeras y navíos de Tortosa llevaron vituallas al ejército, que habia crecido tanto, que llegaron á ser mil de caballo y sesenta mil hombres de pié: y habia tanta abundancia de bastimentos y de todas las cosas necesarias, como si fuera una rica y bien gobernada ciudad. Con esto el cerco se iba estrechando cada dia, y no cesaban de batir los trabucos y máquinas de nuestro campo, y muchas veces salian los moros á escaramuzar, y hacian sus arremetidas contra la gente del ejército; y aconteció un dia que desampararon los moros la puerta de la Jerea, y entraron por ella de los nuestros mas de ciento de caballo, y murieron á la entrada quince moros. Los franceses de la compañía del arzobispo de Narbona, como no eran muy prácticos en la guerra de los moros ni en sus escaramuzas, iban siguiendo el alcance acercándose mucho á la ciudad; y revolviendo sobre ellos los moros, hirieron y mataron algunos. Despues desto sucedió en otra escaramuza, que un dia salió el rey por hacer recoger á los suyos, y deteniéndose para reconocer la gente que estaba defuera de la ciudad, fué herido de una saeta junto à la frente: pero no pasó tanto la armadura de la cabeza que la herida fuese peligrosa, aunque estuvo cinco dias retirado, por causa que se le hizo gran hinchazon en el rostro, y no podia ver del un ojo: pero á cabo deste tiempo salió para dar ánimo á los suyos. Era este príncipe de tan gran corazon y de ánimo tan valeroso y dènodado, que no se contentaba con hacer el oficio de muy buen capitan, pero en todo ponia las manos, como cualquier soldado: y muchas veces le acaecia á los rebatos vestirse el perpunte sobre la camisa, y acudir de los primeros con sola su espada: que segun en su historia se escribe, fué muy preciada en aquellos tiempos, y la tenia por venturosa, y se la enviaron de Monzon, y la llamaron Tizona. Tras esto don Pedro Cornel y don Jimeno de Urrea, se concertaron de combatir con su gente una torre que estaba junto à la puerta de la Boatella, en la calle que dijeron despues de San Vicente, sin dar parte dello al rey, ni comunicarlo con los del consejo. Al dia que señalaron, llegaron á combatir: y pelearon por defenderia los moros por gran espacio, y salieron tantos á socorrer aquella parte, que se recogieron estos ricos hombres con harto daño de los suyos, de que recibió el rey mucha pena, que lo hubiesen emprendido sin su mandado y determinóse que otro dia se tornase á combatir. Salido el sol, pasó el rey con doscientos de caballo, y con toda la ballestería, á dar combate à la torre, en la cual habia hasta diez moros de guarda: y estos la defendian tan animosamente, que no basta-ciendo guerra contra el emperador Federico, y con

ban á entrarlos; y no se queriendo rendir, pegáronle fuego, y murieron los que la defendian, y ganóse por los nuestros. Con esto los de la ciudad iban de cada dia enflaqueciendo, y faltábales el bastimento: y parecia que ningun partido, por miserable y grave que fuese, se podia ofrecer, que no les estuviese mejor que el cerco, que es lo último de las miserias de la guerra, segun la necesidad y hambre que dentro se padecia.

Tanto se habia extendido la fama del grande valor del rey de sus hazañas y victorias, que teniendo la empresa de Valencia tan al cabo, y estando los moros mas para rendirse, que con ánimo de defenderse, fué requerido con grandes promesas por diversas embaja➡ das del papa Gregorio IX, y de las ciudades de Milan, Placencia, Boloña y Faenza, y por los que seguian aquella parcialidad contra el emperador Federico, para que fuése á Italia, y tomase la proteccion del estado eclesiástico. Hacia entonces el emperador cruelísima guerra del Cremonés y Mantuano á los milaneses, que estaban fuera de la sujecion del imperio: y por Pavía y otros lugares los iba guerreando y estrechando tanto, que estaban en extrema necesidad: y por el mes de noviembre, del año pasado de mil doscientos y treinta y siete, habiendo juntado los milaneses un poderoso ejército con los de Placencia, con quien se habian confederado, y con los de su opinion, pareciéndoles, que podian salir en campo, y que eran iguales para poder ofender á su enemigo, diéronle la batalla, y fueron en ella rotos y vencidos con gran daño suyo y de sus confederados, y su general fué en ella muerto. Entónces viendo que las cosas del emperador sucedian prósperamente, y que se iba poco a poco apoderando de Lombardía, se estrechó mas esta plática con el rey, para que tomase á su cargo aquella empresa de la defension de Lombardía, y del estado eclesiástico, y finalmente estando en lo mas recio del cerco, á trece dias del mes de junio deste año de mil doscientos y treinta y ocho, con acuerdo y consejo de la reina doña Violante su mujer, con quien segun dicho es, comunicaba todos los negocios mas arduos que se le ofrecian, y con parecer de algunos prelados y ricos hombres, de quien mas se fió para la conclusion deste negocio, que eran don Vidal de Canellas obispo de Huesca, don Bernardo de Montagudo obispo de Zaragoza, don Bernardo obispo de Vich, don Jimeno obispo de Segorbe, fray Ramon Berenguer maestre del Temple, fray Pedro de Ejea, que se intitulaba maestre del Hospital, don Rodrigo de Lizana y don Jimeno de Urrea, se asentó la capitulacion con Othon Cendatario embajador de las ciudades de Milan y Placencia, y con Juliano Leonardo por las ciudades de Faenza y Boloña. Por esta concordia se obligaba el rey á estos embajadores, en nombre de aquellas señorías, y de todas las otras ciudades y estados que fuesen de su valía, de ir en persona á Italia, acompañado con dos mil caballeros en guisa de guerra, en ayuda y socorro de aquellos estados: y que residiria en Lombardía, ó en la Marca Trevisana, ó en Romanía, ha

tra Cremona y Pavía, y contra todas las ciudades que estaban en su obediencia en aquellas provincias: y que no haria paz ni tregua con el emperador, ni con los de su parcialidad, sin voluntad de aquellos estados. Ofrecian los embajadores por esta causa, que darian al rey para su pasaje ciento y cincuenta mil libras moneda del imperio, y en cada un año, todo el tiempo de su vida, los derechos y rentas que solian llevar los emperadores en Lombardía, y que le elegirian por su señor, defensor y gobernador, debajo de juramento de fidelidad, mientras viviese. Una de las principales cau

sas que yo conjeturo que debió mover al rey á querer | pacto, que todos los moros y moras saliesen con toda emprender un negocio tan arduo y grande como este fue

ra de su reino, teniendo tan adelante la conquista, fué particular enemistad y odio que tenia en esta sazon con el emperador, por haber mandado prender á Enrique su hijo primogénito, que era primo hermano del rey, y era ya admitido por rey de romanos, y le privó de la sucesion de aquella dignidad, nombrando en su lugar á su hijo segundo, llamado Conrado. Porque la prision deste príncipe, segun se halla en los anales de las cosas de Sicilia, y Bernardino Corio escribe, fué en el año de mil y doscientos y treinta y cuatro, y todos en conformidad escriben, que esto fué por se haber confederado con algunos señores principales de Lombardía é Italia contra su padre: porque le ofrecieron, que le da- | rian luego en Milan la corona del imperio y siendo descubierto este trato, partió el emperador para Alemania con toda celeridad, y prendió á su hijo, que segun un autor siciliano antiguo escribe, murió en el reino en prisiones en el castillo de Nicastro, aunque en otros anales se refiere, que murió en Marturano, y que fué sepultado en Cosencia. Mas la ida del rey, 6 por el suceso que tuvieron las cosas de Italia, ó porque convino que se continuase la conquista de los moros, no hubo efecto, aun que quedó el rey muy confederado con aquellos estados, y eran sus naturales mas conocidos y estimados, debajo de solo nombre de catalanes, que de españoles.

CAP. XXXIII.-Que el rey Zaen rindió la ciudad de Valencia á partido.

Mediado el mes de setiembre, teniendo el rey en gran estrecho la ciudad, y combatiéndola muy fieramente por todas partes, padeciendo los de dentro grande hambre, y estando del todo desconfiados de socorro, Zaen envió un moro que se decia Hali Albata. con trato de rendir la ciudad, y no quiso el rey comunicarlo con ninguno: y despues vino al real Abulhamalet Arraez, que era hijo de una hermana de Zaen, y saliéronlo á recibir por mandado del rey don Nuño Sanchez y Ramon Berenguer de Ager. En este medio, por querer mostrar los de dentro, que aun tenian ánimo para defenderse, salieron dos caballeros moros á vista de nuestro campo, y requirieron, que saliesen otros dos del ejército á correr algunas lanzas: y don Jimen Perez de Tarazona, que fué despues señor de Arenos, suplicó al rey le hiciese merced de le dar licencia que saliese á ellos con un caballero que se decia Miguel Perez de Isuerre, y el rey quiso estorbar que no saliese, y díjole, que se maravillaba como pidiese tal cosa un hombre tan pecador como él, y de tan mala vida, y que tenia temor que quedase con vergüenza, y porque le importunó sobre ello lo hubo de permitir, y salió contra el moro, el cual derribó del encuentro á don Jimen Perez: y contra el otro salió Pedro de Clariana, y arremetiendo para encontrarse, ántes del encuentro el moro volvió las espaldas, y Pedro de Clariana le fué siguiendo hasta que pasó el rio, y se recogió á los suyos. Llegó Abulbamalet con aquel caballero moro que justó con don Jimen Perez, al real, y con él venian diez caballeros moros en muy lucidos caballos, y con muy ricos jaeces, y hízole el rey buen recogimiento, y le vantóse para él, y mandó salir de la pieza donde estaba á todos los ricos hombres y caballeros, y quedaron solos con un intérprete. Con este arraez tuvo sus pláticas secretas por diversas veces que vino al real, y resolvió con él, que se le rindiese la ciudad, con tal

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ropa que pudiesen sacar, sin que fuesen reconocidos y los asegurasen hasta Cullera y Denia, con todo lo que llevasen: y quedó acordado, que para el quinto dia comenzasen á salir de la ciudad. Refirió el rey despues á los prelados y ricos hombres, el concierto que estaba tratado y segun se cuenta en su historia, don Nuño y don Jimeno de Urrea, y don Pedro Fernandez de Azagra y don Pedro Cornel, se demudaron tanto en el rostro y semblante, que dieron á entender que les pesaba: ora fuese porque el rey lo hizo sin su consejo, ó porque perdian la esperanza de haber su parte en el saco, si se entrara por combate, ó por otros respetos particulares. Pareció verdaderamente ser obra maravillosa y ordenada por la disposicion y providencia divina rendirse una tal ciudad, teniendo innumerable gente dentro, y tan vecino el socorro, así de África, como de los reinos de Murcia, Almería, y Granada, sin pérdida ni daño ninguno del ejército del rey: y es cosa de gran memoria, que con ser el ejército tal, que pasaban de sesenta mil hombres, segun se escribe en la historia del rey, estuvo tan abundante y bastecido de todas las cosas necesarias para la vida, que nunca se vió tal en treinta reales que se afirma haber el rey juntado en su tiempo. Otro dia, porque se tuviese en el real noticia desto, y se abstuviesen de hacer daño los nuestros en la ciudad, mandó el rey que alzasen su pendon, y púsose sobre la torre donde despues fué la casa del Temple: y el rey se puso con su ejército en la rambla entre el real y aquella torre: y cuando vió levantar su estandarte, apeóse del caballo, y volviéndose hacia el oriente, hincóse de rodillas, y besó la tierra, y hizo su oracion rindiendo gracias á nuestro Señor por tan señalada merced como aquel dia le hizo. Por el asiento que el rey hizo con Zaen el mismo dia que se entró la ciudad, parece que fué permitido á los moros que se quisiesen ir, que sacasen sus armas y todos sus bienes, y fueron asegurados desde el dia que saliesen hasta veinte dias siguientes, y al rey moro se dieron treguas por ocho años por sí y por sus vasallos y prometió el rey que en este tiempo no le haria guerra ni daño alguno, ni la permitiria hacer contra Denia y Cullera. Desto hizo el rey juramento ante Zaen, y mandó que jurasen de hacerlo así cumplir los prelados y ricos hombres, y en presencia suya juraron el infante don Fernando tio del rey, los arzobispos de Tarragona y Narbona, y los obispos de Barcelona, Zaragoza, Huesca, Tarazona, Segorbe, Tortosa y Vich: don Nuño Sanchez, don Pedro Cornel mayordomo del reino de Aragon, don Pedro Fernandez de Azagra, don García Romeu, don Rodrigo de Lizana, don Artal de Luna, don Berenguer de Entenza, don Atorella, don Asalido de Gudal, Don Fortun Aznarez, don Blasco Maza, Roger conde de Pallás, don Guillen de Moncada, Ramon Berenguer de Ager, Guillen de Cervellon, Berenguer de Eril, Ramon Guillen de Odena, Pedro Queralt y Guillen de Sanvicente. Obligóse el rey moro, que haria rendir todos los castillos y villas que tenia desta parte de Júcar dentro de los veinte dias, reteniendo tan solamente á Denia y Cullera, y se entregarian al rey. Fué Zaen el último rey de Valencia, y era hijo de Modef, y nieto del rey Lobo: y vino á Ruzafa ante el rey, para firmar esta capitulacion aquel mismo dia. Ántes que llegase el plazo, los moros estuvieron en ór◄ den con su ropa para salirse, y el rey mandó juntar toda su caballería, y los pusieron por los campos que están entre Rozafa y la ciudad, guardando y prove

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