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comenzaban á ganar tierra y reputacion mas de lo que pensaban poco antes los suyos. Loó al Señor, honró los mensajeros, dióles mas de trecientos españoles, trece de caballo, treinta mil tlax caltecas y de los otros indios amigos que tenia en su ejército, y enviólos. Ellos fueron á Chololla, que está ocho leguas de Segura, y Juego, caminando por tierra de Hue xocinco, dijo uno de allí á los españoles que iban vendidos; porque era trato doble entre Huacacholla y Huexocinco, llevarlos así para matarlos allá en su lugar, que era fuerte, por contentar á los de Culúa, con quien estaban recien confederados y amigos. Andrés de Tapia, Diego de Ordás y Cristobal de Olid, que eran los capitanes, ó por miedo, ó por mejor entender el caso, prendieron los men

acogiesen mas en sus casas y tierra mejicano ninguno ni hombre de Culúa. Ellos respondieron que si mataron españoles fué con justa razon, pues en tiempo de guerra quisieron pasar por su tierra por fuerza y sin demandar licencia, y que los de Culúa y Méjico eran sus amigos y señores, y no dejarian de tenerlos en sus casas siempre que á ellas venir quisiesen, y que no querian su amistad ni obedecer á quien no 'conocian; por tanto, que se tornase luego á Tlaxcallan si no deseaba la muerte. Cortés les convidó con la paz otras muchas veces, y como no la [quisieron, dióles guerra muy de veras. Los de Tepeacac, con los de Culúa, que tenian en su favor, estaban muy bravos. Tomaron los pasos fuertes y defendieron la entrada, y como eran muchos, y entre ellos habia de valientes hombres, pe-sajeros de Huacacholla y los capitanes y personas prinlearon muy bien y muchas veces. Mas al cabo fueron vencidos y muertos sin matar español, aunque mataron muchos tlaxcaltecas. Los señores y república de Tepeacac, viendo que sus fuerzas ni las de mejicanos no bastaban á resistir los españoles, se dieron á Cortés por vasallos del Emperador, á partido que echarian de toda su tierra á los de Culúa, y le dejarian castigar como quisiese á los que mataron los españoles; por lo cual Cortés, y porque estuvieron muy rebeldes, hizo esclavos á los pueblos que se hallaron en la muerte de aquellos doce españoles, y dellos sacó el quinto para el Rey. Otros dicen que sin partido los tomó á todos, y castigó así aquellos en venganza, y por no haber obedecido sus requerimientos, por putos, por idólatras, porque comen carne humana, por rebeldía que tuvieron, porque temiesen otros, y porque eran muchos, y porque, si así no los trataba, luego se rebelaran. Como quiera que ello fué, él los tomó por esclavos, y á poco mas de veinte dias que la guerra duró, domó y pacificó aquella provincia, que es muy grande. Echó de ella á los de Culúa, derribó los ídolos, obedeciéronle los señores, y por mayor seguridad fundó una villa, que llamó Segura de la Frontera, y nombró cabildo que la guarda-ciese, y á las diez del dia ya estaba sobre los enemigos, se, para que, pues el camino de la Veracruz á Méjico es por allí, fuesen y viniesen seguros los españoles é indios. Ayudaron en esta guerra como amigos verdaderos los de Tlaxcallan, Huexocinco y Chololla, y dijeron que así harian contra Méjico, é aun mejor. Con esta vitoria cobraron ánimo los españoles y muy gran fama por toda aquella comarca, que los tenia por muertos.

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Estando Cortés en Segura, le vinieron unos mensajeros del señor de Huacacholla secretamente á decirle que se le daria con todos sus vasallos si los libraba de la servidumbre de los de Culúa, que no solo les comian sus haciendas, mas les tomaban sus mujeres, y les hacian otras fuerzas y demasías; y que en la ciudad estaban aposentados los capitanes con muchos otros soldados, y por las aldeas y comarca. Y en Mexinca, que cerca era, habia otros treinta mil para le defender la entrada á tierra de Méjico, y si mandaba que fuese ó enviase españoles, y podria con su ayuda tomar á manos aquellos capitanes. Muy mucho se alegró Cortés con tal mensajería; y cierto, era cosa de alegrar, porque

cipales de Huexocinco que iban con él, y volviéronse á Chololla, y de allí enviaron los presos á Cortés con Domingo García de Alburquerque, y una carta en que le avisaban del negocio, de cuán atemorizados quedaban todos. Cortés, como leyó la carta, habló y examinó los prisioneros, y averiguó que sus capitanes habian mal entendido; porque, como era de concierto que aquellos mensajeros tenian de meter los nuestros sin ser sentidos en Huacacholla y matar á los de Culúa, entendieron que querian matar á los españoles, ó aquel les engañó que se lo dijo. Soltó y satisfizo los capitanes y mensajeros que estaban quejosos, y fuése con ellos, porque no acontesciese algun desastre en sus compañeros, y porque se lo rogaron. El primer dia fué á Chololla, y el segundo á Huexocinco. Allí concertó con los mensajeros el cómo y el por dónde habia de entrar en Huacacholla, y que los de la ciudad cerrasen las puertas del aposento de los capitanes, para que mejor y mas presto los prendiesen ó matasen. Ellos se partieron aquella noche, é hicieron lo prometido, ca engañaron las centinelas, cercaron á los capitanes y pelearon con los demás. Cortés se partió una horà primero que amane

y poco antes de entrar en la ciudad salieron á él muchos vecinos con mas de cuarenta prisioneros de Culúa, en señal que habian cumplido su palabra, y lleváronlo á una gran casa donde estaban cerrados los capitanes, Y peleando con tres mil del pueblo que los tenian cercados y en aprieto. Con su llegada cargaron unos y otros sobre ellos con tanta furia y muchedumbre, que ni él ni los españoles estorbar pudieron que no los matasen casi todos. De los otros murieron muchos antes que Cortés llegase, y llegado, huyeron hacia los otros de su guarnicion, que ya venian treinta mil dellos á socorrer sus capitanes; los cuales llegaron á poner fuego á la ciudad al tiempo que los vecinos estaban ocupados y embebecidos en combatir y matar enemigos. Como Cortés lo supo, salió á ellos con los españoles. Rompiólos con los caballos, y retrájolos á una bien alta y grande cuesta; en la cual, cuando de subir acabaron, ni ellos ni los nuestros se podian rodear; y así, estancaron dos caballos, y el uno murió, y muchos de los enemigos cayeron en el suelo, de puro cansados y sin herida ninguna, y se ahogaron de calor; y como luego sobrevinieron nuestros amigos, y comenzaron de refresco á pelear, en chico rato estaba el campo vacío de vivos y lleno de muertos.

Tras esta matanza, los de Culúa desampararon sus estancias, y los nuestros fueron allá y las quemaron y saquearon. Fué de ver el aparato y vituallas que en ellas tenian, y cuán aderezados ellos andaban de oro, plata y plumajes. Traian lanzas mayores que picas, pensando con ellas matar los caballos; y á la verdad, si lo supieran hacer, bien pudieran. Tuvo Cortés este dia en campo mas de cien mil hombres con armas, y tanto era de maravillar la brevedad con que se juntaron, cuanto la muchedumbre. Huacacholla es lugar de cinco mil y mas vecinos. Está en llano y entre dos rios, que, con las muchas y hondas barrancas que tienen, hacen pocas entradas al lugar, y aquellas tan malas, que apenas se puede subir á caballo. La cerca es de cal y canto, ancha, alta cuatro estados, con su petril para pelear, y con solas cuatro puertas estrechas, largas y de tres vueltas de pared. Muchas piedras por todo para tirar; así que con poca defensa la guardaran los de Culúa, si aviso tuvieran. A la una parte tiene muchos cerros harto ásperos, y á la otra gran llanura y labranza. En el término y jurisdiccion habrá otra tanta vecindad. Tres dias estuvo Cortés en Huacacholla, y allí le enviaron ciertos mensajeros de Ocopaxuin, que está á cuatro leguas y junto al volcan, que llaman Popocatepec, á dársele, y á decir cómo su señor se habia ido con los de Culúa, y le rogaban que tuviese por bien lo fuese un su hermano que le era muy aficionado, y amigo de españoles. El los recibió en nombre del Emperador, y les dejó tomar al que pidian por señor, y partióse.

La toma de Izcuzan.

Estando en Huacacholla Cortés, le dijeron cómo en Izcuzan, cuatro leguas de allí, habia gente de Culúa que lo amenazaba y que hacia daño á sus amigos; fué allá, entró por fuerza, lanzó fuera los enemigos, unos por las puertas, otros saltando por los adarves. Siguiólos legua y media; prendió muchos, y en fin, de seis mil que eran los que guardaban el pueblo, pocos escaparon de sus manos y de un rio que cerca de la ciudad pasa, en el cual se ahogaron muchos, por haberle cortado la puente para su seguridad y fortaleza. De los nuestros, los de caballo pasaron presto, mas los otros mucho se detuvieron. Ya Cortés entonces tenia ciento y veinte mil combatientes, y mas gente, que con la fama y victoria concurrian á su ejército de muchas ciudades y provincias. Izcuzan es lugar de trato, especial de fruta y algodon. Tiene tres mil casas, buenas calles, cien templos con cien torres, y una fortaleza en un cerrillo; lo demás está en llano. Pasa por allí un rio que la cerca de grandes barrancos; en los cuales, y al rededor, hay una pared de piedra con su petril, en que tenian muchos ruejos. Está cerca un buen valle, redondo, fértil y que se riega con acequias hechas á mano. El pueblo quedó desierto de gente y ropa, que pensando defenderlo, se habian ido todos á lo alto y espeso de la sierra que junto está. Los indios amigos de Cortés tomaron lo que hallaron, y él quemó los ídolos y aun las torres. Soltó dos presos que fuesen á llamar al señor y vecinos, dándoles su fe de no les hacer mal. Por este seguro y porque todos deseaban volver á sus casas, pues españoles no hacian enojo á quien se les daba, vinieron

al tercer dia ciertos principales del pueblo á darse y á pedir perdon por todos. Cortés los perdonó y recibió; y ansí, dentro de dos dias estaba Izcuzan tan poblada como antes, y los presos sueltos; salvo es que el señor no quiso venir, de temor, ó por ser pariente del señor de Méjico; y á esta causa hubo debate entre los de Izcuzan y de Huacacholla sobre quién seria señor, que los de Izcuzan querian que lo fuese un hijo bastardo de un su señor que Moteczuma matara. Los otros decian que fuese un nieto del ausentado, porque era hijo del señor de Huacacholla. En fin, Cortés interpuso su autoridad, y acordaron que fuese este, y no el bastardo, por ser legítimo y pariente muy cercano de Moteczuma por via de mujer; que, como en otro lugar se dirá, es de costumbre en esta tierra que hereden al padre los hijos que tiene en parientas de los reyes de Méjico, aunque tenga otros mayores; y como era niño de diez años, mandó Cortés que lo tuviesen y criasen y gobernasen dos caballeros de Izcuzan y uno de Huacacholla. Estando apaciguando esta diferencia y tierra, vinieron embajadores de ocho pueblos de la provincia de Claoxtomacan, que está lejos de allí cuarenta leguas, á ofrecer gente á Cortés y á dársele, diciendo que no habian muerto español ninguno, ni tomado armas contra él. Era tanta su nombradía, que corria por muchas tierras, y todos lo tenian por mas que hombre; y así, le venian á porfía de muchas partidas embajadas; mas, porque no fueron de tan aparte como esta, no se cuentan.

La mucha autoridad que Cortés tenia entre los indios.

Hechas todas estas cosas, se tornó Cortés á Segura, y cada indio á su casa, sino los que sacó de Tlaxcallan; y de allí, por no perder tiempo para la guerra de Méjico ni ocasion en las demás, pues le sucedian tan prósperamente, despachó un criado suyo á la Veracruz, que con cuatro navíos que allí estaban de la flota de Pánfilo, fuese á Santo Domingo por gente, caballos, espadas, ballestas, artilleria, pólvora y municion; por paño, lienzo, zapatos y otras muchas cosas. Escribió al licenciado Rodrigo de Figueroa sobrello y á la Audiencia, dándole cuenta de sí y de lo que habia hecho después que echado fué de Méjico, y pidiéndole favor y ayuda para que aquel su criado trajese buen recado y presto. Envió asimesmo veinte de caballo y docientos españoles y mucha gente de amigos á Zacatami y Xalacinco, tierras sujetas á mejicanos, y en camino para venir de la Veracruz, que estaban dias habia en armas, , у habian muerto ciertos españoles pasando por allí. Ellos fueron allá, hicieron sus protestos y amonestaciones, pelearon, y aunque se templaron, hubo muertes, fuego y saco. Algunos señores y muchos principales hombres de aquellos pueblos vinieron á Cortés, tanto por fuerza como por ruegos, á dársele, pidiendo perdon, y prometiendo de no tomar otra vez armas contra españoles. El los perdonó y envió amigos; y así, se volvió el ejército. Cortés, por tener la Navidad, que era de ahí á doce dias, en Tlaxcallan, dejó un capitan con sesenta españoles en aquella nueva villa de Segura de la Frontera T guardar el paso. Y por amedrentar los pueblos comarcanos envió delante todo su ejército, y él fuése con veinte de caballo á dormir á Colunan, ciudad amiga y

que tenia deseo de verlo y hacer con su autoridad muchos señores y capitanes en lugar de los que habian muerto de viruelas. Estuvo en ella tres dias, en los cuales se declararon los nuevos señores, que después le fueron muy amigos. Al otro dia llegó á Tlaxcallan, que hay seis leguas, donde fué triunfalmente recebido. Y cierto él hizo entonces una jornada dignísima de triunfo. Era ya fallecido su gran amigo Maxixca con las viruelas del negro de Pánfilo de Narvaez, de que hizo sentimiento con luto, á fuer de España. Dejó hijos, y al mayor, que seria de doce años, nombró por señor del estado del padre, á ruego tambien de la república, que dijo pertenecerle. No pequeña gloria es suya dar y quitar señoríos, y que tanto respeto le tuviesen ó temor, que nadie osase sin su licencia y voluntad aceptar la herencia y estado de los padres. Entendió Cortés en que las armas de todos se aderezasen muy bien. Dió priesa en hacer bergantines, que ya la madera estaba cortada de antes que fuese á Tepeacac. Envió á la Veracruz por velas, jarcia, clavazon, sogas y las otras cosas necesarias que allá habia de los navíos que echó al través. Y porque faltaba pez, y en aquella tierra ni la conocen ni usan, mandó á ciertos españoles marineros que la hiciesen en una sierra que cerca de la ciudad está.

Los bergantines que hizo labrar Cortés, y los españoles que junto contra Méjico.

Era tanta la fama de la prosperidad y riqueza de Cortés al tiempo que tenia en su poder á Moteczuma, y con la vitoria de Pánfilo de Narvaez, que todos los españoles de Cuba, Santo Domingo y las otras islas se iban á él de veinte en veinte y como podian, aunque muchos fueron que les costó la vida; ca en el camino los mataron hombres de Tepeacac y Xalacinco, segun dicho queda, y otros, que por verlos venir en pequeñas cuadrillas y estar Cortés lanzado de Méjico, se les atrevian. Todavía llegaron á Tlaxcallan tantos, que se rehizo mucho su ejército, y que le dieron ánimo de apresurar la guerra. No podia Cortés tener espías en Méjico, que luego conocian allá á los tlaxcaltecas en los bezos y orejas y en otras señales; y tenian mucha guarda y pesquisa sobre ello; y ansí no sabia las cosas de aquella ciudad tan por entero como deseaba para proveerse de lo necesario. Solamente le habia dicho un capitan de Culúa, que fué preso en Huacachoila, cómo por muerte de Moteczuma, era señor de Méjico su sobrino Cuetlauac, señor de Iztacpalapan, hombre astuto y valiente, y el que le habia hecho la guerra y echado de Méjico; el cual se fortalecia con cavas y albarradas y de muchas maneras de armas, especial de lanzas muy largas como las que se hallaron en los ranchos de la guarnicion de Culúa, que estaba en lo de Huacacholla y Tepeacac, para ofensa de los caballos; y que soltaba los tributos y todo pecho por un año, y por mas el tiempo que la guerra durase, á todos los señores y pueblos á él sujetos, si matasen los españoles ó los echasen de sus tierras; cosa con que ganó mucho crédito entre sus vasallos, y que les puso ánimo de resistir y aun ofender á los españoles. Y no fué mal aviso el de las lanzas, si los que las habian de traer en la guerra tuvieran destreza para esperar y herir con ellas á los ca

ballos. Todo era verdad lo que el captivo dijo, sino que Cuetlauac'era ya fallecido de viruelas, y reinaba Cuahutimoccin, sobrino, y no hermano, como algunos dicen, de Moteczuina; hombre muy valiente y guerrero, segun después dirémos, y que envió sus mensajeros por toda la tierra, unos á quitar los tributos á sus vasallos, y otros á dar y prometer grandes cosas á los que no lo eran, diciendo cuán mas justo era seguir y favorecerle á él que no á Cortés, ayudar á los naturales que á los extranjeros, y defender su antigua religion que acoger la de los cristianos, hombres que se querian hacer señores de lo ajeno; y tales, que si no les defendian luego la tierra, no se contentarian con la ganar toda, mas que tomarian la gente por esclavos, y la matarian; que así le estaba certificado. Mucho animó Cuahutimoccin los indios contra españoles con estas mensajerías; y así, unos le enviaron ayuda, y otros se pusieron en armas; empero muchos dellos no curaron de aquello; y ó acostaban á los nuestros y á Tlaxcallan, ó estaban quedos, por miedo ó por fama de Cortés, ó por odio que á mejicanos tenian. Viendo pues esto, acuerda Cortés de comenzar luego la guerra y camino de Méjico, antes que se resfriasen los indios que le siguian, ó los españoles, que con el buen suceso en las guerras pasadas de Tepeacac y las otras provincias no se acordaban de las islas tanto puede una buenandanza. Hizo alarde de los suyos segundo dia de Navidad. Halló cuarenta de caballo y quinientos y cuarenta de á pié, los ochenta con ballestas 6 escopetas, y nueve tiros con no mucha pólvora. De los caballos hizo cuatro escuadras, á diez cada una, y de los peones nueve cuadrillas, á sesenta compañeros por una. Nombró capitanes y oficiales del ejército, y á todos juntos les habló así.

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Cortés á los suyos.

<«<Muchas gracias doy á Jesucristo, hermanos míos, que os veo ya sanos de vuestras heridas y libres de enfermedad. Pláceme mucho de veros así armados y ganosos de revolver sobre Méjico á vengar la muerte de nuestros compañeros y á cobrar aquella gran ciudad; lo cual espero en Dios haréis en breve tiempo, por ser de nuestra parte Tlaxcallan y otras muchas provincias, por ser vosotros quien sois, y los enemigos los que suelen, y por la fe cristiana que imos á publicar. Los de Tlaxcallan y los otros que nos han siempre seguido están prestos y armados para esta guerra, y con tanta gana de vencer y sujetar á los mejicanos como nosotros; ca en ello no solo les va la honra, mas la libertad y aun la vida tambien; porque si no venciésemos, ellos quedaban perdidos y esclavos; que los de Culúa peor los quieren que á nosotros, por nos haber recogido en su tierra, á cuya causa jamás nos desampararán, y con tino procurarán de servirnos y proveernos, y aun de atraer sus vecinos á nuestro favor. Y ciertamente lo hacen tan bien y cumplido como al principio me lo prometieron é yo vos lo certifiqué; ca tienen á punto de guerra cien mil hombres para enviar con nosotros, y gran número de tamemes, que nos lleven de comer, la artillería y fardaje. Vosotros pues los mesmos sois que siempre fuistes; y que siendo yo vuestro capitan, habeis vencido muchas batallas, peleando con ciento y

con docientos mil enemigos, ganado por fuerza muchas y fuertes ciudades, y sujetado grandes provincias, no siendo tantos como agora estáis. Y aun cuando en esta tierra entramos no éramos mas, ni al presente somos mas menester por los muchos amigos que tenemos; é ya que los no tuviésemos, sois tales, que sin ellos conquistaríades toda esta tierra, dándoos Dios salud; que los españoles al mayor temor osan; pelear tienen por gloria, y vencer por costumbre. Vuestros enemigos ni son mas ni mejores que hasta aquí, segun lo mostraron en Tepeacac y Huacacholla, Izcuzan y Xalacinco, aunque tienen otro señor y capitan; el cual, por mas que ha hecho, no ha podido quitarnos la parte y pueblos desta tierra que le tenemos; antes allá en Méjico, donde está, teme nuestra ida y nuestra ventura ; que, como todos los suyos piensan, hemos de ser señores de aquella gran ciudad de Tenuchtitlan. Y mal contada nos seria la muerte de Moteçzuma si Cuahutimoc quedase con el reino. Y poco nos haria al caso, para lo que pretendemos, todo lo al si á Méjico no ganamos; y nuestras vitorias serian tristes si no vengamos á nuestros compañeros y amigos. La causa principal á que venimos á estas partes es por ensalzar y predicar la fe de Cristo, aunque juntamente con ella se nos sigue honra y provecho, que pocas veces caben en un saco. Derrocamos los ídolos, estorbamos que no sacrificasen ni comiesen hombres, y comenzamos á convertir indios aquellos pocos dias que estuvimos en Méjico. No es razon que dejemos tanto bien comenzado, sino que vamos á do nos llama la fe y los pecados de nuestros enemigos, que merecen un gran azote y castigo; que si bien os acordais, los de aquella ciudad, no contentos de matar infinidad de hombres, mujeres y niños delante las estatuas en sus sacrificios por honra de sus dioses, y mejor hablando, diablos, se los comen sacrificados; cosa inhumana y que mucho Dios aborrece y castiga, y que todos los hombres de bien, especialmente cristianos, abominan, defienden y castigan. Allende desto, cometen sin pena ni vergüenza el maldito pecado por que fueron quemadas y asoladas aquellas cinco ciudades con Sodoma. Pues ¿qué mayor ni mejor premio desearia nadie acá en el suelo que arrancar estos males y plantar entre estos crueles hombres la fe, publicando el santo Evangelio? Ca pues vamos ya, sirvamos á Dios, honremos nuestra nacion, engrandezcamos nuestro rey, y enriquezcamos nosotros; que para todo es la empresa de Méjico. Mañana, Dios mediante, comenzarémos. >>

Todos los españoles respondieron á una con muy grande alegría que fuese mucho en buen hora; que ellos no le faltarian. Y tanto hervor tenian, que luego se quisieran partir, ó porque son españoles de tal condicion, ó arregostados al mando y riquezas de aquella ciudad, de que gozaron ocho meses.

Hizo luego tras esto pregonar ciertas ordenanzas de guerra, tocantes á la buena gobernacion y órden del ejército, que tenia escritas, entre las cuales eran estas: Que ninguno blasfemase el santo nombre de Dios. Que no riñese un español con otro.

Que no jugasen armas ni caballo.
Que no forzasen mujeres.

Que nadie tomase ropa ni cativase indios, ni hiciese

correrías, ni saquease sin licencia suya y acuerdo del cabildo.

Que no injuriasen á los indios de guerra amigos, ni diesen á los de carga.

Puso, sin esto, tasa en el herraje y vestidos, por los excesivos precios en que estaban.

Cortés á los de Tlaxcallan.

Otro dia siguiente llamó Cortés á todos los señores, capitanes y personas principales de Tlaxcallan, Huexocinco, Chololla, Chalco, y de otros pueblos que allí estaban, y por sus farautes les dijo:

«Señores y amigos mios, ya sabeis la jornada y camino que hago. Mañana, placiendo á Dios, me tengo de partir á la guerra y cerco de Méjico, y entrar por tierra de mis enemigos y vuestros. Lo que vos ruego delante todos es que estéis ciertos y constantes en la amistad y concierto que entre nosotros está hecho, como hasta aquí habeis estado, y como de vosotros publico y confio; y porque no podria yo acabar tan presto esta guerra, segun mis deseños ni segun vuestro deseo, sin tener estos bergantines que aquí se están haciendo, puestos sobre la laguna de Méjico, os pido por merced que trateis á los españoles que dejo labrándolos, con el amor que soleis, dándoles todo lo que para sí y para la obra pidieren; que yo prometo quitar de sobre vuestras cervices el yugo de servidumbre que vos tienen puesto los de Culúa, y hacer con el Emperador que os haga muchas y muy crecidas mercedes.>>

Todos los indios que presentes estaban hicieron semblante y señas que les placia, y en pocas palabras respondieron los señores que no solo harian lo que les rogaba, pero que acabados los bergantines, los llevarian á Méjico y se irian todos con él á la guerra.

Cómo se apoderó de Tezcuco Cortés.

Dia de los Innocentes partió Cortés de Tlaxcallan con sus españoles muy en ordenanza. Fué la salida muy de ver, porque salieron con él mas de ochenta mil hombres, y los mas dellos con armas y plumajes, que daban gran lustre al ejército; pero él no quiso llevarlos consigo todos, sino que esperasen hasta ser hechos los bergantines y estar cercado Méjico, y aun tambien por amor de las vituallas; que tenia por dificultoso mantener tanta muchedumbre de gente por camino y en tierras de enemigos. Todavía llevó veinte mil dellos, y mas los que fueron menester para tirar la artillería y para llevar la comida y fardaje, y aquella noche fué á dormir á Tezmoluca, que está seis leguas, y es lugar de Huexocinco, donde los señores de aquella provincia le acogieron muy bien. Otro dia durmió á cuatro leguas de allí, en tierra de Méjico, y en una sierra que, si no fuera por la mucha leña, perecerian de frio los indios; y aun con ella, pasaron trabajo ellos y los españoles. En siendo de dia comenzó á subir el puerto, y envió delante cuatro peones y cuatro de caballo á descubrir; los cuales hallaron el camino lleno de árboles recien cortados y atravesados. Mas pensando que adelante no estaria así, y por traer buena relacion, anduvieron hasta que no pudieron pasar, y volvieron á decir cómo estaba el camino atajado con muchos y gruesos pinos, cipreses y

casas, en que cupieron todos los españoles y muchos de sus amigos; y porque al entrar no habia visto mujeres ni muchachos, sospechóse de traicion. Apercibióse, y mandó pregonar que nadie, so pena de la vida, saliese fuera. Comenzaron los españoles á repartir y aderezar sus aposentos, y á la tarde subieron ciertos dellos á las azoteas á mirar la ciudad, que es tan grande como Méjico, y vieron cómo la desamparaban los vecinos y se iban con sus hatos, unos camino de los montes, y otros por agua, que era cosa harto de ver el bullicio de veinte mil ó mas barquillas que andaban sacando gente y ropa. Quiso Cortés remediarlo; pero sobrevino la noche y no pudo, y aun quisiera prender al señor; mas él fué el primero que se salió á Méjico. Cortés entonces llamó á muchos de Tezcuco, y díjoles cómo don Fernando era hijo de Nezaualpilcintli, su amado señor, y que le hacia su rey, pues Coacnacoyocin estaba con los enemigos, y habia muerto malamente á Cucuzca, su hermano y señor, por codicia de reinar y á persuasion de Cuahutimoccin, enemigo mortal de españoles. Los de Tezcuco comenzaron de venir á ver su nuevo señor y á poblar la ciudad, y en breve estuvo tan poblada como antes; y como no recebian daño de los españoles, servian en cuanto les era mandado, y el don Fernando fué siempre amigo de españoles. Aprendió nuestra lengua ; tomó aquel nombre por Cortés, que fué su padrino de pila. De allí á pocos dias vinieron los de Cuahutichan, Huaxuta y Autenco á se dar, pidiendo perdon si en algo habian errado. Cortés los recibió, perdonó, y acabó con ellos que se tornasen á sus casas con hijos, mujeres y haciendas; que tambien ellos se eran idos á la sierra y á Méjico. Cuahutimoc, Coachacoyo y los otros señores de Culúa enviaron á reñir y reprehender á estos tres pueblos porque se habian dado á los cristianos. Ellos prendieron y trajeron los mensajeros á Cortés, y él se informó dellos de las cosas de Méjico, y los envió á rogar á sus señores con la paz y amistad; mas poco le aprovechó, ca estaban muy determinados en la guerra. Anduvieron entonces ciertos amigos de Diego Velazquez por amotinar la gente para volverse á Cuba y deshacer á Cortés. Él lo supo, y los prendió y tomó sus dichos. Por la confesion que hicieron condenó á muerte á Antonio de Villasaña, natural de Zamora, por amotinador, y ejecutó la sentencia. Con lo cual cesó el castigo y el motin.

otros árboles, y que en ninguna manera podrian pasar los caballos por él. Cortés les preguntó si habian visto gente, y como dijeron que no, adelantóse con todos los de caballo y con algunos españoles de pié, y mandó á los demás que con todo el ejército y artillería caminasen apriesa, y que le siguiesen mil indios, con los cuales comenzó á quitar los árboles del camino; y como iban viniendo los otros, iban apartando las ramas y troncos; y así limpiaron y desembarazaron el camino, y pasó la artillería y caballos sin peligro ni daño, aunque con trabajo de todos, y cierto si los enemigos estuvieran allí no pasaran, y si pasaran, fuera con mucha pérdida de gente y caballos, por ser aquello fragoso, de muy espeso monte. Mas ellos, pensando que no iria por aquella parte nuestro ejército, contentáronse con cegar el camino y pusiéronse en otros pasos mas llanos; que tres caminos hay para ir de Tlaxcallan á Méjico, y Cortés escogió el mas áspero, pensando lo que fué, ó porque alguno le avisó que los enemigos no estaban en él. En pasando aquel mal paso, descubrieron las lagunas; dieron gracias a Dios, prometieron de no tornar atrás sin ganar primero á Méjico ó perder las vidas. Repararon un rato para que todos fuesen juntos al bajar á lo llano y raso, porque ya los enemigos hacian muchas abumadas, y comenzaban á darles grita y apellidar toda la tierra, y habian llamado á los que guardaban los otros caminos, y querian tomarlos entre unas puentes que por allí hay; y así, se puso en ellas un buen escuadron; mas Cortés les echó veinte de caballo, que los alancearon y rompieron. Llegaron luego los demás españoles, y mataron algunos, desocuparon el camino, y sin recibir daño llegaron á Cuahutepec, que es juridicion de Tezcuco, do aquella noche durmieron. En el lugar no habia persona, pero cerca dél estaban mas de cien mil hombres de guerra, y aun mas, de los de Culúa, que enviaban los señores de Méjico y Tezcuco contra los nuestros; por lo cual Cortés hizo ronda y vela de prima con diez de caballo. Apercibió su gente y estuvo alerta; pero los contrarios estuvieron quedos. Otro dia por la mañana salió de allí para Tezcuco, que está á tres leguas, y no anduvo mucho, cuando vinieron á él cuatro indios del pueblo, hombres principales, con una banderilla en una barra de oro de hasta cuatro marcos, que es señal de paz, y le dijeron cómo Coacnacoyocin, su señor, los enviaba á rogarle que no hiciese daño en su tierra, y á ofrecérsele, y á que se fuese con todo su ejército á se aposentar á la ciudad; que allá seria muy bien hospedado. Cortés holgó con la embajada, aunque le pareció fingida. Saludó al uno dellos, que lo conocía, y respondióles que no venia para hacer mal, sino bien, y que él recebiria y ternia por amigo al señor y á todos ellos con tal que le volviesen lo que habian tomado á cuarenta y cinco españoles y trecientos tlaxcaltecas que mataran dias habia, y que las muertes, pues no tenían remedio, les perdonaba. Ellos dijeron que Moteczuma los mandara matar, y se habia tomado el despojo, y que la ciudad no era culpante de aquello; y con esto se tornaron. Cortés se fué á Cuahutichan y Huaxuta, que son como arrabales de Tezcuco, donde fueron él y todos los suyos bien proveidos. Derribó los ídolos; fuése luego á la ciudad, y posó en unas grandes

El combate de Iztapalapan.

Ocho dias estuvo Cortés sin salir de Tezcuco, fortaleciendo la casa en que posaba; que toda la ciudad, por ser grandísima, no podia, y basteciéndose por si le cercasen los enemigos, y después, como no lo acometian, tomó quince de caballo, docientos españoles, en que habia diez escopetas y treinta ballestas, y hasta cinco mil amigos, y fuése la orilla adelante de la laguna á Iztacpalapan derecho, que está cinco leguas de allí. Los de la ciudad fueron avisados por los de la guarnicion de Culúa, con humos que hicieron de las atalayas, cómo iban sobre ellos españoles, y metieron su ropa y las mujeres y niños en las casas que están dentro en la agua; enviaron gran flota de acalles, y salieron al camino dos leguas muchos, y á su manera bien armados

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