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LECCIÓN X

1. El cambio radical producido en las costumbres, en las ideas y en el carácter de los romanos por la caída de la República y la instauración del Imperio cesarista y despótico, se refleja como en un espejo fiel en la Literatura. Mueren ó desaparecen los géneros literarios populares, de los que, si existieron, no se conserva rastro alguno; decae por completo el teatro, sustituyendo á las representaciones de comedias plautinas y terencianas las funciones de mímica, danza y aparato escénico y encumbrándose los actores, más bien payasos ó mimos, si no eran otra cosa peor, como Batilo y Pílades; húndese en el fango de la adulación al poder único y personal del emperador la Oratoria, que ya era un instrumento inútil, puesto que el pueblo no se gobernaba por sí mismo y los jueces nombrados por el César no eran sino criados de éste; callan los historiadores de sucesos contemporáneos, á quienes el miedo quita de las manos la pluma acusadora de Salustio. Sólo florecen los géneros de poesía que pueden vivir á gusto en el palacio del César ó en los de sus amigos y aliados los ricos y poderosos de la época. Y sin embargo, ésta es la época clásica, la más brillante de la Literatura romana, de igual modo y por idénticas razones que la época clásica de la Literatura francesa es el siglo de Luis XIV, el monarca absorbente que pronunció, como también pudo pronunciarla Augusto, la frase famosa: El Estado soy yo.

La razón de esto consiste en que, organizados para la conquista y fuertes con la posesión de un Derecho sólido, no podían ser ya los romanos la democracia un poco desordenada y brutal que fueron durante la República. El poder, concentrado en una sola cabeza, servida por varios brazos, no suele ser amigo de la cultura popular y sí de que el pueblo esté contento á tola costa, sin discurrir ni darse cuenta de su verdadera situación. A favor de estas circunstancias, la Literatura se refugia en las clases elevadas de la sociedad, y lo que pierde en extensión y comprensión universal, gánalo en refinamiento y exquisitez. Sería, pues, muy fructuosa la comparación entre los poetas que formaron la corte de Augusto y los que formaron la de Luis XIV, como entre el pueblo romano y el pueblo francés en las respectivas épocas.

No prosigue ya en el siglo de Augusto la lucha entre los partidarios de las ideas y de las letras romanas antiguas y los entusiastas de la cultura griega, porque

ésta se impone como ejemplar y modelo, y el maestro Horacio la recomienda como estudio diurno y nocturno á los jóvenes. En materia de lenguaje, los poe. tas é historiadores huyen del vocabulario y de las formas constructivas populares y se hace así más honda la diferencia entre la lengua vulgar (sermo plebeius) y la lengua literaria ó noble (sermo nobilis). No obstante esta separación del pueblo y de los poetas, el ingenio y la cultura de éstos triunfan y llegan á crear el espíritu de la Roma que más conocemos, de la que mayormente ha influído en la Historia literaria posterior.

2. La Didáctica en esta época sólo nos ofrece dos autores verdaderamente dignos de estimación: el tratadista de arquitectura Vitruvio y el gran historiador Tito Livio. Los demás jurisconsultos y agrícolas, geógrafos y arqueólogos, sólo nos son conocidos por sus nombres y por los títulos de algunas obras suyas, aun cuando los historiadores del Derecho romano hablen extensamente de las discusiones jurídicas entre la escuela de los sabinianos, que seguían al jurisperito Capitón, y la de los proculeyanos ó discípulos de Antistio Labeón.

En diez libros trata el arquitecto Vitruvio Polión de exponer los fundamentos teóricos y las reglas prácticas del arte arquitectónico, entendiendo por tal no sólo el arte de la construcción de edificios (templos y construcciones civiles) del cual trata en los siete primeros libros, sino también de la repartición de las aguas por canales y acueductos, de la medida del tiempo y de las máquinas. El interés que aun hoy inspira la obra De arquitectura de Vitruvio, se funda en que este libro fué la Biblia de los arquitectos del Renacimiento, y en él se basaban como en un texto sagrado é incontrovertible para atacar á la arquitectura gótica ú ojival.

Veneración y respeto casi supersticiosos infundía el libro de Vitruvio en Italia y en España, y sus traducciones, imitaciones y compendios corrían en todas las manos durante el siglo XVI.

Tito Livio Patavino ó natural de Padua (59 antes de J. C. á 19 después de J. C.), fué grande amigo del emperador Augusto, y amando, sin duda, la vida tranquila y reposada, consagró la suya al vasto empeño de escribir toda la Historia romana. Su obra Las Décadas comprendía, en efecto, ciento cuarenta y dos libros, de los que sólo se han conservado treinta y cinco, cuya exposición abarca desde la llegada de Eneas á Italia hasta el fin de la guerra con Antioco, emprendida por los romanos en favor de sus aliados Tolomeo y Cleopatra, reyes de Egipto.

La Historia de Tito Livio, escrita con criterio y lenguaje distintos de las anteriores historias romanas, es un continuado himno á la gloria y á la grandeza de Roma.

Poco aficionado Tito Livio á revolver, examinar y compulsar documentos y no muy escrupuloso en punto á la exactitud de los datos, compone su Historia aprovechando las de sus predecesores y no desdeña la tradición ni la leyenda, siempre que sean agradables de contar y halagüeñas para su patriotismo. Muy elocuente, tanto que a veces parece más orador que historiador, no vacila en atribuir á los personajes de su Historia brillantes discursos que jamás pronunciaon, pero que al autor le sirven para pintar el carácter de aquéllos. Compren

diendo muy bien el valor artístico de los elementos dramáticos de la Historia, sabe aprovecharlo con gran habilidad, y de aquí que su lectura sea facilísima y agradable. En Tito Livio hemos de ver al maestro de los historiadores amigos de la descripción, del retrato y de la arenga, de aquellos cuyos fragmentos escogidos se copian y reproducen en Antologías y colecciones de clásicos.

De él tomó no poco, aunque aventajándole en la elevación de ideas, nuestro P. Mariana, y en tiempos recientes Castelar. Tito Livio hizo dar un gran paso á la prosa latina, admitiendo en su narración cantidad de palabras puramente poéticas, para adornarla y embellecerla, y latinizando gran número de voces extranjeras, á las cuales no correspondían con exactitud otras latinas.

Continuador de Tito Livio parece haber sido Pompeyo Trogo, quien compuso una Historia filípica ó universal, de la que sólo conocemos un extracto bastante incoloro.

Un trabajo notable de filología es la obra de un liberto llamo Verrio Flaco, De verborum significatio, que según podemos inferir de un extracto hecho por Pompeyo Festo, debía de ser un conato de Diccionario etimológico y filosófico.

3. Muerto Cicerón, la elocuencia puramente romana decae rápidamente, y, como suele suceder en casos tales, vienen de fuera los cultivadores del arte. Importa que consignemos aquí la existencia de la escuela española de oratoria y los nombres de los retóricos y oradores que la hicieron ilustre, como el cordobés Marco Porcio Latron, á quien Plinio llamó claro entre los maestros del decir y Quintiliano calificó de primer profesor de nombre esclarecido; como su paisano Junio Galion; como el cónsul, historiador, agrícola, naturalista y crítico Cayo Julio Hyginio, y, en fin, como el gran retórico y declamador cordobés Marco Anneo Séneca, nacido el año 59 antes de J. C. y muerto de muy avanzada edad, quien intentó, con magno esfuerzo, restaurar y renovar la decadente y amortecida elocuencia romana, componiendo sus libros de Controversias y Suasorias, discursos del género judicial y del deliberativo, respectivamente, que alcanzaron el honor de ser traducidos y comentados por el gran Quevedo. Para realizar su empeño nobilísimo, el viejo Séneca puso escuela en Roma, educó á la juventud con su propio talento y con el ajeno, pues su memoria era un archivo inagotable de ejemplos de los oradores antiguos, consagró, en suma, toda su vida y su energía á una obra imposible. Su error estuvo en creer en la eficacia de las palabras por sí solas, en tener fe en la virtualidad artística de las declamaciones y de los brillantes ejemplos, en no comprender que unas y otros son inútiles cuando no hay en los espíritus ideas y sentimientos que en las palabras encarnen ó cuando la pereza y la energía se han apoderado de ellos.

Marco Anneo Séneca y toda la escuela española se caracterizaban por el fuego de la inspiración, por los escasos respetos gramaticales, por el uso de palabras enérgicas y duras, que al principio sonaban mal en los oídos romanos. Notábase en ellos un carácter y un tono original, una altivez y empaque propios de quienes, aunque hablasen latín y viviesen en Roma, eran ya españoles y como españoles deben ser considerados, reparando de paso la influencia que las Controversias y Suasorias de Séneca el viejo llegaron á ejercer en nuestros oradores y es

critores místicos y ascéticos, influencia que ha quedado obscurecida por la del otro Séneca, el Mozo, Lucio, hijo de Marco.

Los esfuerzos de los españoles fueron inútiles, y la Oratoria romana pereció; pero, como observa muy bien el Sr. Amador de los Ríos, bueno es rectificar la injusticia de los historiadores y críticos que han achacado la corrupción de la elocuencia en Roma á Séneca y su escuela, pues lo cierto es todo lo contrario.

4. El nuevo orden de cosas era, según lo dicho, más favorable á los poetas que á los prosistas. Los amigos de Augusto, Mecenas, Agripa, Mesala y otros, pero sobre todo el primero, hombre riquísimo y de excelente gusto, colmaban de honores, riquezas y regalos á los poetas, quienes, por lo general, correspondían á tales agasajos con adulaciones y encomios exagerados. Los poetas que habían alcanzado los tiempos de la República, aquellos que en las obras de Catulo leían con placer aún los acentos satíricos del delicado veronés contra la corrupción y molicie aristocráticas y contra el imperialismo que en su época ya amenazaba, tardaron algún tiempo en acomodarse al servilismo cesariano; pero, al fin, todos concluyeron por ser cortesanos de Augusto; y si alguno, como Ovidio, siendo ya el emperador hombre maduro, se atrevió á separarse de aquella especie de servidumbre, pagó con el destierro su osada independencia.

No siendo posible clasificar por géneros á estos grandes poetas, que escribieron obras de toda clase, mencionámoslos por su orden cronológico.

5. En este orden, el primero es Publio Virgilio Marón, nacido en Andes, cerca de Mantua, el día 15 de Octubre del año 70, educado con esmero, habitante unas veces en Roma, otras en la Campania, cerca de Nápoles, siempre endeble de salud, retirado á Atenas hacia el año 29, vuelto á Roma por ruego de Augusto, y muerto en Brindisi el 21 de Septiembre del año 19 antes de J. C.

Virgilio es, en medio de una pléyade de poetas cortesanos, el cantor de la Naturaleza, el amigo del campo y de la vida rústica. Es también el poeta patriótico que, volviendo la vista al pasado, se complace en cantar en versos llenos de robustez, la gloria secular de Roma, como Tito Livio la había cantado en su prosa entusiástica. En la fuerza de la inspiración ningún otro poeta romano sobrepuja á Virgilio, aun cuando algunos le aventajen, sin duda, en la delicadeza y corrección de la forma.

Las obras que escribió siendo joven, son diez Églogas, composiciones bucólicas ó pastoriles, en seis de las cuales se advierte la imitación de los idilios de Teócrito. No menos agradables de leer que las obras del bucólico griego, son, sin embargo, las del latino, inferiores, porque al sentimiento puro de la Naturaleza que inspiró aquéllas, vienen á mezclarse en las de Virgilio otras ideas, referencias y alusiones nada poéticas en verdad, aunque expresadas en forma alegórica. Así, en la Egloga primera, Titiro y Melibeo, Virgilio pondera su gratitud al César, que le restituyó unos bienes pertenecientes á su padre; en la V, Dafnis, los pastores Menalcas y Mopso cantan las alabanzas fúnebres de Julio César; en la VI, Sileno, que fué cantada en el teatro por la actriz Citeris, el poeta explica la creación del mundo, según la teoría de Epicuro; en la IX, Meris, se queja de las violencias que los militares usaban con los labradores de su época, aludiendo á un suceso á él mismo le ocurrió; en la X, Galo, verdadera elegía amorosa, canta el

que

dolor de su amigo Galo, á quien su amada abandonó. Las demás son obras del género pastoril refinado y falso, que en tiempos muy posteriores había de ser tan imitado en Italia, Portugal, España y Francia, y en ellas aparecen pastores celebrando competencias ó certámenes poéticos y entonando delicadas endechas amorosas. La égloga IV, Polión, merece mentarse especialmente, porque en ella profetiza Virgilio, fundándose en los oráculos de la sibila de Cumas, el nacimiento de un niño que ha de cambiar la faz del mundo, con lo cual sin duda alude á Druso, hijo de Livia, mujer de Augusto; pero la candorosa buena fe de los primeros cristianos aceptó durante toda la Edad Media y aun después, la creencia de que esta profecía de Virgilio referíase especial y determinadamente al Nacimiento del Mesías. Tal creencia estuvo tan arraigada, que en muchos pueblos de Italia se veneraba al poeta mantuano como un precursor de los santos y mártires, y en general, casi no se le consideraba como pagano, y pudo, en la Divina comedia, su autor Dante Alighieri, servirse de Virgilio como guía, al través del Infierno y del Purgatorio.

Á estas obras, compuestas en la juventud, siguen las Geórgicas, hermosísimo poema didáctico, en el cual Virgilio, imitando al viejo Hesiodo, se propuso cantar los trabajos agrícolas, para hacer que sus conciudadanos, empequeñecidos por las luchas políticas, volviesen la vista al campo, á la Naturaleza madre, y consagrasen su energía á la labor más útil, sagrada y poética de cultivar el suelo. Está dividido el poema en cuatro libros y trata el primero de la náturaleza de las tierras y origen de la agricultura, de los aperos de la labranza y de la meteorología agrícola, terminando con una invocación en favor del pueblo romano y del emperador; el segundo libro está consagrado á la arboricultura, y estudia todos los árboles y arbustos que en Italia se crian, haciendo un magnífico elogio de aquel país; el tercero se refiere á la ganadería y á las enfermedades de los ganados, y el cuarto á la apicultura ó cultivo de las abejas, á propósito de lo cual refiere la fábula de Aristeo y los amores y desgracias de Orfeo y Eurídice.

Las Geórgicas son la obra maestra de Virgilio; en ella se muestra hasta qué punto puede llegar la inspiración del poeta tratando de las labores y faenas de los hombres, y en tal sentido, si la parte técnica y práctica de algunos de sus consejos no tiene ya hoy valor alguno, el sentimiento que mueve al poeta y que éste comunica á sus lectores, consérvase lozano y sirve para vivificar la energía laboriosa de los pueblos decadentes, apáticos ú holgazanes.

La inspiración de las Eglogas ha influído en los poetas modernos, particularmente en nuestro Garcilaso de la Vega y en Fray Luis de León, harto más que la de las Geórgicas; de aquí que este poema no haya sido superado en época posterior.

Mucha más fama que estas obras ha dado á Virgilio su poema heroico la Eneida, compuesto ya en la edad madura y en que Virgilio enlaza la leyenda épica griega del ciclo troyano con las viejas leyendas mediterráneas, como la de

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