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dro Magno, nada más que la palabra de Demóstenes, y este hombre inmortal fué durante cerca de treinta años el único fortisimo baluarte de la civilización y de la democracia ateniense contra la amenaza de los macedonios. Tenían éstos, además, amigos y aliados dentro de Atenas; cual suele ocurrir en casos semejantos, eran partidarios de la paz, por deshonrosa que fuese, los ricos, los indiferentes, los bien avenidos con la explotación del pueblo. Contra todos ellos, no sólo contra Filipo, alzó Demóstenes su voz en incomparables discursos que se han conservado con el nombre de Filipicas. La primera Filípica la pronunció á los treinta y dos años y provocó la resolución de los atenienses de oponerse con toda la fuerza posible al tirano. Siguiéronla las tres Olintianas, acerca del avance de Filipo con su ejército y de la toma de Olinto. La gravedad de los sucesos obligó á los atenienses á una paz. En ella intervino Demóstenes, viéndose obligado á pronunciar otro discurso Acerca de la paz (año 345). Siguen otras cuatro Filipicas, con las cuales obtiene Demóstenes el triunfo del partido nacional, que le lleva á dirigir los asuntos políticos, organizando la defensa como intendente ó ministro de Marina, que diríamos hoy. Los preparativos hechos no fueron bastantes para resistir el empuje formidable de Filipo, quien derrotó en Queronea á los Atenienses. El desdichado orador no tuvo otro consuelo que pronunciar la oración fúnebre de los muertos en la batalla, y con ella, la de la libertad ateniense.

Sin embargo, no concluyó aquí la carrera del ilustre orador. Sus conciudadanos quisieron premiar sus servicios á la república regalándole una corona: opusiéronse los del partido macedonio y le disputó aquel honor su eterno adversario Esquines. Acudió gente de toda Grecia á presenciar el debate, del que salió triunfante Demóstenes. Perseguido éste por Alejandro, el orador Demades le salvó: aun tuvo que defenderse de las acusaciones de sus enemigos en un asunto en que había intervenido cierto Harpalo, intendente de Alejandro en Susa. Muerto Alejandro, sobrevino la más espantosa anarquía en Grecia. La soldadesca de un miserable general llamado Antipater persiguió al gran orador, quien se envenenó antes que caer en manos de aquellos malvados.

En ningún orador se reunen las excelsas cualidades que adornaban á Demóstenes. Componía sus discursos reflexionándolos muy reposadamente, escribíalos con calma, los pronunciaba con entusiasmo extraordinario y los publicaba después para que su efecto se extendiese. El elevadísimo concepto que tenía de la patria y de los deberes de un hombre político, cuyo oficio es el de consejero del pueblo y no el de demagogo ó embaucador de él, le hacía considerar los asuntos con una gran alteza de miras, la cual no era obstáculo para que entrase en pormenores nimios de organización militar y de Hacienda. No era un orador sentimental, sino racional y persuasivo, convencido de la importancia de su misión: su conocimiento de la humanidad se revela en todos los discursos.

En cuanto á la forma, no tuvo Demóstenes sistema fijo. Hay en sus discursos

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frases breves, incisivas y frases largas, erizadas de oraciones y llenas de pensamientos. Nadie le ha superado en el arte de insinuarse en el ánimo del auditorio. En la lectura de sus discursos se han formado los oradores más grandes de todos los tiempos.

Al lado de Demóstenes brillaron sus amigos el ingenioso y espiritual Hipérides y el serio y austero Licurgo: enfrente de él, principalmente su rival Esquines, rival por ser adversario político y por poseer todas las cualidades opuestas á las de Demóstenes y que, en la comparación, sólo sirven para engrandecer la figura de éste.

No obstante, merece recordarse el discurso de Esquines contra Timarco, y por la finura, ingenio y rapidez en el razonar, su defensa en el proceso de la Embajada.

LECCIÓN VI

1. En el período clásico, como suele suceder en casi todas las literaturas, la poesía épico-heroica decae notablemente. Han pasado los tiempos de los héroes y semidioses; los filósofos han hecho ya un profundo análisis de la naturaleza humana, y los historiadores han contado los hechos tal como ocurrieron, haciendo desaparecer la aureola fantástica que los cubría. Donde principia la Historia concluye la epopeya ó se transforma, como sucedió en España.

Sólo dos ó tres poetas épicos se citan como posteriores al siglo v, y aun de sus obras se conserva muy poco.

Paniasis de Halicarnaso compuso una epopeya dedicada al héroe nacional Hércules con el título de la Heracleida; Querilo de Samos (480........) intentó narrar en verso la Perseida ó guerra de los griegos con los persas. No parece que su obra sea superior al relato histórico de Heródoto.

2. En cambio, la poesía lírica florece grandemente en este período. Consérvanse y progresan las formas antiguas de la poesía lírica religiosa y coral; el peán, las partenias ó coros de muchachas, el encomion ó canto en alabanza de un personaje, el prosodion ó canto de procesión, el hiporquema ó danza con letra religiosa en honor de Febo ó Apolo; en fin, el ditirambo, canto de origen obscuro, probablemente asiático, especialmente dedicado á Dionisos ó Baco.

En 556 nace un gran poeta lírico, Simónides de Ceos, cuya larguísima vida fué una serie de triunfos poéticos. Había en aquella época todos los años certámenes de poesía lírica, algo parecidos á los juegos florales de ahora, pero con mucha mayor libertad en cuanto á la inspiración y á la composición, á ellos acudían los poetas en gran número y el pueblo entusiasta por la poesía. Disputábanse premios otorgados por el Gobierno de cada ciudad, y aun más que el incentivo de los premios animaba á los poetas el de la popularidad, que en aquel país feliz y cultísimo se concedía á los vencedores en tales concursos. Durante más de medio siglo Simónides fué el poeta preferido, el que lograba todos los premios. De los millares de poesías que compuso, no poseemos sino unos cien fragmentos, en los cuales se ve que era un poeta elegante, sobrio, conciso, que manejaba el len. guaj e con extraordinaria soltura y sabía despertar los afectos con frase vigorosa,

cual puede advertirse en el trozo titulado Las quejas de Dadae. Célebre es, asimismo, Simónides por sus epigramas, como el popularisimo dedicado á los héroes de las Termópilas. Entre sus imitadores y discípulos se distinguieron su sobrino Baquilides, Laso de Hermione y otros poetas de segundo orden.

3. Pero Simónides no fué el poeta más popular de Grecia.

El príncipe de la poesía griega es Pindaro, tebano nacido en Cinoscefalos hacia el 521 y muerto á los ochenta años de edad. Pocas veces la gloria de un poeta ha sido tan universal y tan duradera. Sus obras eran repetidas de memoria por todos los jóvenes de cierta ilustración, y alguna de ellas fué grabada con letras de oro en el templo de Atené ó Minerva, en Lindos. Los versos de Pindaro, según la división hecha por los gramáticos de Alejandría, no formaron menos de veinticuatro mil estrofas. De ellos se conservan completos cuatro libros de epinicias ó cantos triunfales y algunos fragmentos de himnos, ditirambos, peanes, prosodias, partenias, hiporquemas, encomios y trenos.

Pero lo más conocido de Pindaro, las poesías que le han hecho inmortal, y en cuya imitación y traducción se han ocupado los más grandes poetas, son las epinicias ó cantos en honor de los que salían triunfantes en los agones ó luchas y concursos atléticos que á la sazón se verificaban en Olimpia, en Delfos, en el istmo de Poseidón ó Neptuno y en Nemea, de donde las odas pindáricas se llaman olímpicas, piticas, ístmicas y nemeas. No es posible hoy formarse idea de la importancia que tenían en Grecia estos juegos y deportes de los atletas, carreras de carros y á pie y otros concursos de agilidad y destreza. Obtener el triunfo en uno de ellos era honra tan grande, que bastaba para causar la felicidad y la fortuna de un hombre, de su familia y de su ciudad. Para el vencedor eran los aplausos, los premios, los banquetes y agasajos de todo linaje; las puertas de su pueblo se le abrían, las murallas caían para darle paso, sus conciudadanos le recibían con un aparato y pompa inusitados. El poeta se hacía eco entonces del general regocijo y cantaba las proezas del héroe, la antigüedad y nobleza de su alcurnia, los hechos memorables de su ciudad y también las alabanzas de los dioses que le habían hecho triunfador, dotándole de las peregrinas cualidades necesarias para ello. Apenas si es posible, no leyéndolas, imaginar lo que en cada una de estas epinicias le sugiere á Píndaro la inspiración y el entusiasmo lírico, la cantidad de imá genes poéticas, la variedad de conceptos que asocia, la suma de sentimientos alegres y dulces ó de melancólicas remembranzas que acierta á evocar. Y no se crea que son solamente las glorias de la patria chica las que Pindaro canta; por el contrario, su pensamiento se eleva sobre los hechos concretos y vulgares y le sugiere las más altas reflexiones de orden religioso y político. El poeta cree y afirma que todos los hechos humanos son obra de Dios, y que las satisfacciones de esta vida no pueden compararse con las futuras de la inmortalidad; el poeta comprende y canta con acentos magníficos el genio libre y grandioso de la raza griega; el poeta ama la naturaleza y sabe, en comparaciones ingeniosas, presentarla en relación con los hechos humanos. Por todo esto se comprende que, siendo un poeta pagano, le hayan apreciado y tratado de imitarle tantas veces los poetas cristianos por su ardiente espiritualismo, por su amor á las ideas gran des y á los sentimientos puros. Con él la poesía lírica sale de la esclavitud á que

estaba reducida, confinada en las lindes del sentimiento personal de alegría ó de tristeza; sus sentimientos son universales, humanos, interesan y afectan á todo el mundo.

Por otra parte, hay que admirar á Pindaro como creador del lenguaje lírico; en sus odas se ve el origen de multitud de expresiones que los poetas posteriores han vulgarizado y hasta encanallado, pero que en un principio eran exactísimas y brillantes. Leer á Píndaro resulta difícil, precisamente por la abundancia lírica, por la cantidad enorme de palabras nuevas que puso al servicio de la poesía, no menos que por el número de términos referentes á las cosas de la palestra y del estadio.

Cuarenta y cuatro odas nos quedan de él; todas ellas han sido imitadas por los poetas latinos y por los nuestros; queda, además, de la poesía pindárica, un cúmulo de comparaciones, epítetos y frases que ya pertenecen al caudal lírico de todos los pueblos.

4. La amplitud y magnificencia de la vida griega en el siglo v, no encontraban fórmula literaria suficiente en los géneros literarios mencionados. Cuando el vivir de un país ha adquirido tamaña variedad y tan vastas proporciones, nace la poesía dramática, representación de los hechos humanos en forma activa y plástica.

Obscuro es el origen del teatro griego. No es, sin embargo, muy aventurado afirmar que en Grecia, como en todos los países que han tenido un teatro grandioso y abundante, la representación dramática empieza siendo una ceremonia religiosa y celebrándose en el templo ó en sus cercanías. Sin duda que en las fiestas religiosas de Creta, Delos y Delfos debió de haber algo como un germen ó principio de arte dramático; pero el culto en el cual encontramos más claramente determinado esto, es el culto de Dionisos ó Baco, La leyenda de este dios y de sus persecuciones por el rey Licurgo, de la rebelión de Penteo, nieto de Cadmo, la tradición ática de Icarios y Erigena y otra porción de narraciones épicas semejantes, fueron cantadas en un principio en forma de ditirambos ó coros con música y danza. Del coro salía un narrador que alternaba cantando ó recitando un episodio con arreglo á cierto ritmo menos riguroso que el de la danza; en cambio, ésta se verificaba siguiendo un orden simétrico, con un estribillo al final de las estrofas. En todo ello hay que ver, y veían los griegos, más que nada, una ceremonia religiosa.

Un gran progreso representó la creación de las fiestas llamadas grandes Dionisiacas. El culto de Dionisos, que se verificaba, no en la vendimia, como suele decirse, sino allá por el mes de Diciembre, cuando ya está hecho el vino, y es ocasión de catarle, se trasladó á la primavera, y, alentados los coreutas por la afición popular á ese espectáculo, comenzaron á diseñar una acción: el actor único fué un mímico que no recitaba ya, sino que representaba su papel. Los coristas se disfrazaban con pieles de cabra, de donde viene su nombre de tragos y el de tragodia ó tragedia. Por último, en las grandes Dionisiacas se celebra todos los años un concurso ó certamen de tragedias, al que ya concurren autores que suelen ser actores al mismo tiempo. Se habla de cierto Tespis, á quien se atribuye la invención de la tragedia por los años de 535. Menciónase también

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