Imágenes de página
PDF
ePub

plir el mandado real y para poblar y vivir seguro; mas ellos, que son bravos y confiados de sí en la guerra, y enemigos de extranjeros, despreciaron su amistad y contratación. El entonces fué a Tiripi, tres o cuatro leguas metido en tierra y tenido por rico. Combatiólo y no lo tomó, ca los vecinos le hicieron huir con daño y pérdida de gente y reputación, así entre indios como entre españoles. El señor de Tiripi echaba oro por sobre los adarves, y flechaban los suyos a los españoles que se abajaban a cogerlo, y al que allí herían, moría rabiando. Tal ardid usó conosciendo su codicia. Sentían ya los nuestros falta de mantenimientos, y con la necesidad fueron a combatir a otro lugar, que unos captivos decían estar muy abastecido, y trajeron dél muchas cosas de comer y prisioneros. Hojeda hubo allí una mujer. Vino su marido a tratarle libertad. Prometió de traer el precio que le pidió: fué y tornó con ocho compañeros flecheros, y en lugar de dar el oro prometido dieron saetas emponzoñadas. Hirieron al Hojeda en un muslo; mas fueron muertos todos nueve por los españoles que con su capitán estaban. Hecho fué de hombre animoso, y no bárbaro, si así le sucediera bien. A esta sazón vino allí Bernaldino de Talavera con una nao cargada de bastimentos y de sesenta hombres, que apañó en Santo Domingo sin que lo supiese el almirante ni justicia. Proveyó a Hojeda en gran coyuntura y necesidad. Empero no dejaban por eso los soldados de murmurar y quejarse que los había traído a la carnicería y los tenía donde no les valiesen sus manos y esfuerzo. Hojeda los entretenía con esperanza del socorro y provisión que había de llevar el bachiller Enciso, y maravillábase de su tardanza. Ciertos españoles se concertaron de tomar dos bergantines de Hojeda y tornarse a Santo Domingo o irse con los de Nicuesa. Entendiólo él, y por estorbar aquel motín y desmán en su gente y pueblo, se fué en la nao de Talavera, dejando por su teniente a Francisco Piza

rro. Prometió de volver dentro de cincuenta días, y si no, que se fuesen donde les pareciese, ca él les soltaba la palabra. Tanto se fué de Urabá Alonso de Hojeda por curar su herida cuanto por buscar al bachiller Enciso, y aun porque se le morían todos. Partió, pues, de Caribana Alonso de Hojeda, y con mal tiempo que tuvo, fué a dar en Cuba, cerca del Cabo de Cruz. Anduvo por aquella costa con grandes trabajos y hambre, perdió casi todos los compañeros. A la fin aportó a Santo Domingo muy malo de su herida, por cuyo dolor, o por no tener aparejo para tornar a su gobernación y ejército, se quedó allí, o, como dicen, se metio fraile francisco y en aquel hábito acabó su vida.

LVIII

Fundación de la Antigua del Darién.

Pasados que fueron los cincuenta días, dentro de los cuales debía de tornar Hojeda con nueva gente y comida, según prometiera, se embarcó Francisco Pizarro y los setenta españoles que había en dos bergantines que tenían, ca la grandísima hambre y enfermedades los forzó a dejar aquella tierra comenzada de poblar. Sobrevinoles navegando una tormenta, que se anegó el uno, y fué la causa cierto pece grandísimo que, con andar la mar turbada, andaba fuera de agua. Arrimóse al bergantín como a tragárselo, y dióle un zurriagón con la cola, que hizo pedazos el timón, de que muy atónitos fueron, considerando que los perseguía el aire, la mar y peces, como la tierra. Francisco Pizarro fué con su bergantín a la ísla Fuerte, donde no le consintieron salir a tierra los isleños caribes. Echó hacia Cartagena por tomar agua, que morían de sed, y topó cerca de Cochibocoa con el bachiller Enciso, que traía un

bergantín y una nao cargada de gente y bastimentos a Hojeda, y contóle todo el suceso y partida del gobernador. Enciso no lo creía, sospechando que huía con algún robo ó delito; empero, como vió sus juramentos, su desnudez, su color de tiriciados con la ruin vida o aires de aquella tierra, creyólo. Pesóle, y mandóles volver con él allá. Pizarro y sus treinta y cinco compañeros le daban dos mil onzas de oro que traían porque los dejase ir a Santo Domingo o a Nicuesa y no los llevase a Urabá, tierra de muerte; mas él no quiso sino llevarlos. En Camairi tomó tierra para tomar agua y adobar la barca. Sacó hasta cien hombres, porque supo ser caribes los de allí. Mas como los indios entendieron que no era Nicuesa ni Hojeda, diéronle pan, peces y vino de maíz y frutas, y dejáronle estar y hacer cuanto menester hubo, de que Pizarro se maravilló. Al entrar en Urabá topó la nave, por culpa del timonero y piloto, en tierra; ahogáronse las yeguas y puercas; perdióse casi toda la ropa y vitualla que llevaba, y harto hicieron de salvarse los hombres. Entonces creyó de veras Enciso los desastres de Hojeda, y temieron todos de morir de hambre o yerba. No tenían las armas que convenía para pelear contra flechas, ni navíos para irse. Comían yerbas, frutas y palmitos y dátiles, y algún jabalí que cazaban. Es chica manera de puerco sin cola y los pies traseros no hendidos, con uña. Enciso, queriendo ser antes muerto de hombres que de hambre, entró con cien compañeros la tierra adentro a buscar gente y comida. Encontró con tres flecheros, que sin miedo esperaron, descargaron sus carcajes, hirieron algunos cristianos y fueron a llamar otros muchos, que, venidos, representaron batalla, diciendo mil injurias a los nuestros. Enciso y sus cien compañeros se volvieron, maldiciendo la tierra que tan mortal yerba producía, y dejáronles algunos españoles muertos que comiesen. Acordaron de mudar hito por mudar ventura. Informáronse de unos captivos qué tierra era la de allende

aquel golfo, y como les dijeron que buena y abundante de ríos y labranza, pasáronse allá y comenzaron a edificar un lugar, que nombró Enciso villa de la Guardia, ca los había de guardar de los caribes. Los indios comarcanos estuvieron quedos al principio, mirando aquella nueva gente; mas como vieron edificar sin licencia en su propia tierra, enojáronse; y así, Cemaco, señor de allí, sacó de su pueblo el oro, ropa y cosas que valían algo, metiólo en un cañaveral espeso, púsose con hasta quinientos hombres bien armados a su manera en un cerrillo, y de allí amenazaba los extranjeros, encarando las flechas y diciendo que no consintiría advenedizos en su tierra o los mataría. Enciso ordenó sus cien españoles, tomóles juramento que no huirían, prometió enviar cierta plata y oro a la Antigua de Sevilla si alcanzaba victoria, y hacer un templo a Nuestra Señora de la casa del cacique, y llamar al pueblo Santa María del Antigua. Hizo oración con todos de rodillas, arremetieron a los enemigos, pelearon como hombres que lo habían bien menester, y vencieron. Cemaco y los suyos huyeron mucha tierra, no podiendo sufrir los golpes y heridas de las espadas españolas. Entraron los nuestros en el lugar y mataron la hambre con mucho pan, vino y frutas que había. Tomaron algunos hombres en cueros, y mujeres vestidas de la cinta al pie. Corrieron otro día la ribera, y hallaron el río arriba la ropa y fardaje del lugar en un cañaveral, muchos fardeles de mantas de camas y de vestir, muchos vasos de barro y palo y otras alhajas; dos mil libras de oro en collares, bronchas, manillas y cercillos, y otros joyeles bien labrados que usan traer ellas. Muchas gracias dieron a Cristo y a su gloriosa Madre Enciso y los compañeros por la victoria y por haber hallado rica tierra y buena. Enviaron por los ochenta españoles de Urabá, que, dejando aquella punta tan azar para españoles, se fueron a ser vecinos en el Darién, que nombraron Antigua el año de 9. Enciso usa

ba de capitán y alcalde mayor, conforme a la cédula del rey que para serlo tenía; de lo cual murmuraban algunos, agraviados que los capitanease un letrado: y por eso, o por alguna otra pasioncilla, le contradijo Vasco Núñez de Balboa (1), negando la provisión real y alegando que ya ellos no eran de Hojeda. Sobornó muchos atrevidos como él, y vedóle la juridición y capitanía. Así se dividieron aquellos pocos españoles de la Antigua del Darién en dos parcialidades: Balboa bandeaba la una y Enciso la otra, y anduvieron en esto un año.

LIX

Bandos entre los españoles del Darién.

Rodrigo Enríquez de Colmenares salió de la Beata de Santo Domingo con dos carabelas bastecidas de armas y hombres, en socorro de la gente de Hojeda, y de mucha vitualla que comiesen, ca tenían nuevas de su gran hambre. Tuvo dificultosa navegación. Cuando llegó a Garia echó cincuenta y cinco españoles a tierra con sus armas para coger agua en aquel río, que llevaba falta; los cuales, o por no ver indios, o por deleitarse echados en la tierra, se descuidaron de sus vidas. Vinieron ochocientos indios flecheros con gana de comer cristianos sacrificados a sus ídolos, y antes que se rebullesen los nuestros flecharon de muerte cuarenta y siete dellos y prendieron uno. Quebraron el batel y amenazaron las naos. Los siete que huyeron o escaparon de la refriega se escondieron en un árbol hueco. Cuando a la mañana miraron por las carabelas, eran idas y fueron también ellos comidos. Colmenares quiso antes padecer sed que muerte, y no paró hasta

(1) Descubridor años más tarde del Océano Pacífico. (Nota D.)

« AnteriorContinuar »