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todo lo que Dios crió: cielo, tierra, agua y las cosas visibles, y que, como dice sant Augustín contra los académicos, nos mantienen; lo cual afirman todos los filósofos cristianos, y aun los gentiles, si no es Aristóteles con sus discípulos, que hace al cielo diferente del mundo, en el tratado que dellos compuso. Este, pues, es el mundo que Dios hizo, según lo certifican sant Juan Evangelista y más largamente Moisen: que si hubiera más mundos como él, no los callaran. El reino de Cristo, que no era deste mundo, porque respondamos a ellos, es espiritual y no material; y así decimos el otro mundo, como la otra vida y como el otro siglo; lo cual declara muy bien Esdrás, diciendo: «Hizo el Altísimo este siglo para muchos; y el otro, que es la gloria, para pocos»; y sant Bernardo llama inferior a este mundo en respecto del cielo. Cuanto a los mundos que pone Clemente detrás del Océano, digo que se han de entender y tomar por orbes y partes de la tierra; que así llama Plinio y otros escritores a Scandinavia, tierra de Godos, y a la isla Taprobana, que agora dicen Zamotra. Y Epicuro, según Plutarco refiere, tenía por mundos a semejantes orbes y bolas de tierras, apartados de la Tierra-Firme como islas. Y por ventura estos tales pedazos de tierra son el orbe y redondez que la Escritura llama de tierras, y la que ĺlama de tierra ser todo el mundo terrenal. Yo, aunque creo que no hay mas de un solo mundo, nombraré muchas veces dos aquí en esta mi obra, por variar de vocablos en una mesma cosa, y por entenderme mejor llamando nuevo mundo a las Indias, de las cuales escribimos.

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II

Que el mundo es redondo, y no llano.

Muchas razones hay para probar ser el mundo redondo y no llano. Empero la más clara y más a ojos vistas es la vuelta redonda que con increíble presteza le da el sol cada día. Siendo, pues, redondo todo el cuerpo del mundo, de necesidad han de ser redondas todas sus partes, especial los elementos, que son tierra, agua, aire, fuego. La tierra, que es el centro del mundo, según lo muestran los equinocios, está fija, fuerte, y tan recia y bien fundada sobre sí mesma, que nunca faltará ni flaqueará; y sin esto, tira y atrae para sí los extremos. La mar, aunque es más alta que la tierra, y muy mayor, guarda su redondez en medio y sobre la tierra, sin derramarse ni sin cubrilla, por no quebrantar el mandamiento y término que le fué dado; antes ciñe de tal manera, ataja y hiende la tierra por muchas partes, sin mezclarse con ella, que paresce milagro. Muchos pensaron ser como huevo o piña o pera, y Demócrito, redondo como plato; empero, cóncavo. Mas Anaximandro y Anaximenes y Lactancio, y los que niegan los antípodes, afirman ser llano este cuerpo redondo, que hacen agua y tierra. Llaman llano en comparación de redondo, aunque veían muchas sierras y valles en él. Cualquiera hombre de razón, aunque no tenga letras, caerá luego en cuanto los tales estropezaban en llanura de su mundo; y así, no es menester más declaración.

III

Que no solamente es el mundo habitable, mas que
también es habitado.

No se harta la curiosidad humana así como quiera, o que lo hagan los hombres por saber más, o por no estar ociosos, o porque (como dice Salomón) quieren meterse en honduras y trabajos, pudiendo vivir descansados. Bastaríales saber que Dios hizo el mundo redondo y apartó la tierra de las aguas para vivienda de los hombres, sino que también quieren saber si se habita o no toda ella. Thales, Pitágoras, Aristóteles, y tras él casi todas las escuelas griegas y latinas, afirman que la tierra en ninguna manera se puede toda morar, en una parte de muy caliente, y en otras de muy fría. Otros, que reparten la tierra en dos partes, a quien llaman hemisperios, dicen que no hay hombres en la una ni los puede haber, sino que de pura necesidad han de vivir en la otra, que es donde nosotros estamos, y aun della quitan tres tercios, de cinco que le ponen; de suerte que, según ellos, solas dos partes, de cinco que tiene la tierra, son habitables. Para que mejor entiendan esto los romancistas, que los doctos ya se lo saben, quiero alargar un poco la plática. Queriendo probar cómo la mayor parte de la tierra es inhabitable, fingen cinco fajas, que llaman zonas, en el cielo, por las cuales reglan el orbe de la tierra. Las dos son frías, las dos templadas y la otra caliente. Si queréis saber cómo son estas cinco zonas, poned vuestra mano izquierda entre la cara y el sol cuando sale, con la palma hacia vos, que así lo enseñó Probo, gramático; tened los dedos abiertos y extendidos, y mirando al sol por entre ellos haced cuenta que cada uno es una zona: el dedo pulgar es la zona

fría de hacia el norte, que por su demasiada frialdad es inhabitable; el otro dedo es la zona templada y habitable, do está el trópico de Cancro; el dedo de medio es la tórrida zona, que por tostar y quemar los hombres la llaman así, y es inhabitable; el dedo del corazón es la otra zona templada, donde está el trópico de Capricorno; el dedo menor es la otra zona fría e inhabitable, que cae al sur. Sabiendo, pues, esta regla, es entendido lo habitable o inhabitable de la tierra, que dicen éstos. Y aun Plinio, desmenuyendo lo habitado, escribe que de cinco partes, que llaman zonas, quita las tres el cielo a la tierra, que son lo señalado por los dedos pulgar y menor y el de medio, y que también le hurta algo el Océano; y aun en otro lugar dice que no hay hombres sino en el Zodíaco. La causa que ponen para no poder vivir hombres en las tres zonas y parte de la tierra es el grandísimo frío que con la mucha distancia y ausencia del sol hay en la región de los polos, y el excesivo calor que hay debajo la tórrida zona por la vecindad y continua presencia del sol. Lo mesmo afirman Durando, Scoto y casi todos los teólogos modernos; y Juan Pico de la Mirándula, caballero doctísimo, sustentó en las conclusiones que tuvo en Roma delante el papa Alejandro VI cómo era imposible vivir hombre ninguno debajo la tórrida zona. Pruébase lo contrario con dichos de los mesmos escriptores y con autoridades de sabios antiguos y modernos, con sentencia de la divina Escriptura y con la experiencia. Strabón, Mela y Plinio, que afirman lo de las zonas, dicen cómo hay hombres en Etiopía, en la Aurea Chersoneso y en Taprobana, que son Guinea, Malaca y Zamotra, las cuales caen debajo de su tórrida; y que Scandinavia, los montes hiperbóreos y otras tierras que caen al Norte, en lo que señala el dedo pulgar, están pobladas de gente. Estos hiperbóreos están debajo el Norte, según dicen Herodoto en su Melpomene, y Solino, en el Polihis

tor; mas Ptolomeo no los pone tan vecinos al polo, sino en algo más de setenta grados de la Equinocial, y Matias de Micoy los niega; por lo cual se maravillan de Plinio (autor gravísimo) que mostrase contradición en lo de las zonas, y descuido o poco saber en geografía y matemática. El primero que afirmó ser habitable la tierra desa parte de las zonas templadas fué Parmenides, según cuenta Plutarco. Solino, refiriendo escriptores viejos, pone los hiperbóreos donde un día dura medio año y una noche otro medio, por estar de ochenta grados arriba, viviendo muy sanos, y tanto tiempo, que, hartos de mucho vivir, se matan ellos mesmos. También dice cómo los arinfeos, que moran en aquellas partes, andan sin cabello ni caperuza. Ablavio, historiador godo, dice cómo los adogitas, que tienen día de cuarenta días nuestros y noche de cuarenta noches, por estar de setenta grados arriba, viven sin morirse de frío. Galeoto de Narni afirma, en el libro de Cosas incógnitas al vulgo, cómo hay muchas gentes en la tierra que cae cerca y bajo del norte. Sajo, gramático, y Olao, godo, arzobispo de Upsalia (a quien yo conversé mucho tiempo en Bolonia y en Venecia), ponen por tierra muy poblada la Scandinavia, que agora llaman Suecia, la cual es septentrionalísima. Alberto Magno, que tiene por mala vivienda la tierra de cincuenta y seis grados arriba, cree por imposible la habitación debajo el norte, pues donde la noche dura un mes es incomportable la frialdad. E así dice Antonio Bonfin, en la Historia de húngaros y bohemios, que a los lobos se les saltan los ojos de puro frío en las islas del mar Helado. Que la tierra de la tórrida zona esté poblada y se pueda morar, muchos lo dijeron, y aun Abenruiz lo afirma por Aristóteles, en el cuarto libro de Cielo y mundo. Avicena, en su Doctrina segunda, y Alberto Magno, en el capítulo seis de La natura de lugares, quieren probar por razones naturales cómo lo de la tórrida zona

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