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ciados, cual no lo estamos, en los arcanos del nuevo arte, que á vueltas de todo no alienta otra aspiración que la de fabricar mundo aparte con su lengua mistagógica cuya inteligencia fuera en vano ir á buscar en los léxicos para descifrar la imagen qué los vocablos esconden. Y como si tanta complicación no bastara, hay que dar mayor énfasis al concepto, enunciándolo en versos de diez y seis sílabas, infantil artificio, sesquipedalia verba, que ya dijo el maestro, que consiste en poner en un solo renglón dos octosílabos.'

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Y Don Victoriano Salado Alvarez, en denodada y memorable controversia con los guapos paladines de la “Revista Moderna," y, aplicando al caso la elevada crítica, el método seguro de Taine basado en la ley del medio, refutó victoriosamente la pretendida filiación del decadentismo como eflorescencia de la filosofía positiva entre nosotros. Nada haré, pues, aquí mejor que citar las perspicaces y donosísimas observaciones del eximio crítico jalisciense:

"Obran Uds.-dice-á manera de las niñas de las escuelas que reciben de París el cañamazo, el estambre con que han de bordarlo y el dibujo que han de reproducir, y cuya tarea se reduce á saber cuántos puntos de la cuadrícula han de llenar para obtener un pájaro estrambótico ó una flor apelmazada." Y más adelante: "En Europa las comodidades domésticas y urbanas, la baratura y la abundancia de los goces, el choque y contradicción de las teorías, el número inaudito de libros, de ferrocarriles y de líneas telegráficas, el fastidio de todo lo que se ha probado y el afán de catar algo nuevo han traído el surmenage, la degeneración, el neurosismo, los innumerables matices de histeria y la multitud de formas de locura, entre las

cuales merecen especial mención las literarias y musicales. Aquí donde nadie llega naturalmente á esos estados mórbidos, en que todo es primitivo, tradicional, inconsciente, no hay razón para figurarse que la civilización nos tenga hartos y surmenés "

Colígese de aquí que nuestra literatura decadentista no es ni puede ser seria. Forzosamente frívola por falta de propia é íntima substancialidad degenera en puro juego superficial de formas, en retórica pueril, sin sentimiento, sin dignidad, sin fuerza y sin porvenir. Obras así no pueden ser duraderas, ni propiamente artísticas.

Dos máculas principales, como se deja expuesto, afean esta literatura. Primera, la obscuridad impenetrable y afectación ridícula de las palabras; y segunda, el orgullo desmedido é insano con que los autores se creen de naturaleza superior especial: son los exquisitos, se aislan de los demás y, convertidos sólo en contempladores de la vida, y alejados de la verdad y la sinceridad, cifran su arte solamente en la simulación.

Pensando Guyau en lo que sería un arte concebido así, como un simple juego exterior, como el Saut du Tremplin de las "Odas Funambulescas," concluye que tendría por fuerza que desaparecer ante el progreso de las ciencias y de la industria, porque el fin más elevado del arte consiste únicamente en hacer latir el corazón humano, el centro mismo de la vida. "¿Qué quedará-exclama-de nuestras diversas creencias religiosas? Poca cosa tal vez. Pero si se nos pregunta lo que habrá de quedar de las artes, de la música, de la pintura y más particularmente de esa bella arte que resume en sí á todas las demás, la poesía, creemos que se puede responder audazmente: todo; al

menos todo lo que hay de mejor, de profundo y, para decirlo de una vez, de serio en la existencia."

A la verdad el decadentismo en México, [perdónese mi ofuscación; pero yo no he logrado penetrar la diferencia substancial que separa el modernismo del decadentismo] el decadentismo en México sólo ha venido á agostar nuestros más ricos y fragantes talentos en flor; ha estado á punto de perder á Luis Urbina y acaba de hundir, desde su cima de inmarcesible gloria, en un abismo de impopularidad y desprestigio, el genio poderoso de Salvador Díaz Mirón.

Léanse las más celebradas producciones de Balbino Dávalos, J. Juan Tablada, Amado Nervo, Olaguíbel y demás conspicuos representantes del nuevo cenáculo mexicano, de la "aristocracia del huerto," que dijo galanamente uno de ellos, y se verá cómo lo que es hondo y vibrante, lo que nos llega al corazón y nos deleita en sus trovas es lo que menos de decadentismo tienen, lo que personal y viviente nació en ellos, no de lecturas, no de la Charogne ó de las Letanías de Satán ó de los Poemas Saturnianos, ni del ajenjo ni de la morfina, sino de las raíces mismas last más profundas del ser, de lo sentido y vivido por ellos, de lo que ha arrancado de su propio corazón. En el "Florilegio," en "Místicas" "Perlas negras, en "Oro y Negro" y en "Lascas" hay poesía, no cabe duda, y poesía elevada y noble; pero esa poesía cuando verdaderamente arrebata y produce la emoción estética, no es poesía de escuela, no es decadentismo ni nada que se le parezca; es sentimiento humano y universal, es algo como "Onix," "Del Amor y de la Muerte," "Hostias Negras," "Incoherencias," "Rimas de Oro," "El Fantasma," "Engarce," etc., etc., algo en fin en que se des

y

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cubre una alma y que tiene resonancia en el fondo de nuestra vida interior como estas inolvidables estrofas del Príncipe de la "aristocracia del huerto :"

Recordar ... Perdonar.... haber amado....

Ser dichoso un instante, haber creído......
Y luego...... reclinarse fatigado
En el hombro de nieve del olvido.
¡Siempre escondido lo que más amamos;
Siempre en los labios el perdón risueño,

Hasta que al fin ¡oh tierra! á tí vayamos

Con la invencible laxitud del sueño!

*

¡Ah! Poetas inspirados de mi patria, sed grandes, sed excelsos; pero sed personales, sed siempre vosotros mismos. Extraed vuestra miel de vuestras propias flores; y ya que pensáis alto, sentid hondo y hablad claro para que nosotros los humildes mortales podamos entenderos ; y, sintiendo vibrar en nuestros corazones vuestras rimas de verdad y de amor, hallemos en sus armonías voz para nuestros dolores, aliento para nuestras esperanzas y fuego sagrado para nuestro ideal. Sobre todo, descended de vuestra egolatría de exquisitos, acercaos compasivos y simpáticos á la muchedumbre que despreciáis, de la cual debeis ser los educadores por excelencia; y derramad vuestro espíritu en la solidaridad humana y la vida universal.

A. Monroy.

NOTA.-Algunas palabras francesas no tienen los acentos debidos, por carecer de ellos la casta de letra empleada en la edición.

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