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los discípulos de Lohenstein habian llovido idénticas plagas en Alemania.

En España la misma exuberancia, el mismo lujo y esplendidez del lenguaje poético de Herrera y la escuela sevillana dieron origen á que la fantasía de Góngora se hubiese extraviado en ese laberinto de ampulosidad é hinchazón, de figuras violentas, hipérboles monstruosas, ale_ gorías veladísimas, retruécanos y discreteos insulsos que caracterizaron la escuela culterana y llegaron á descarriar á ingenios de primer orden, como Quevedo, Lope de Vega y Jáuregui

Y es que, como afirma un escritor español, "las innovaciones atrevidas y la exageración de los principios dan siempre por resultado en las esferas todas de la vida consecuencias iguales en el sentido de extraviar la opinión. En literatura, como en el arte todo, esas innovaciones y esa exageración traen en pos de sí la corrupción del buen gusto, pues con ellas se llega á obscurecer el concepto verdadero de la belleza y se tiene como elemento de ella, así en la forma como en el pensamiento, lo que no pasa de ser un elemento de degeneración preñado de conceptos falsos y de grandes extravagancias ante las cuales suele eclipsarse la verdad estética."

Tal es, sin variación alguna, la historia del decadentismo. Tomó su fondo de tristezas vagas é indeterminadas, más que de los desengaños de la ciencia y de la filosofía contemporáneas, de allá, del romanticismo excéptico de principios del siglo XIX, de René, Oberman, Lara y Jacobo Ortiz un tanto cuanto remozados con la lectura de Hartman y de Shopenhauer, y, apostatando del parnasianismo, exagerando la fraseología soberbia de Hugo, la cinceladura espléndida de los "Esmaltes y Camafeos," las

extrañas percepciones, sutiles reconditeces y excentricidades geniales de las "Flores del Mal," así como los simbolismos prodigiosos de Poe y Whitman, complicado todo ello con el detrimento de las fuerzas físicas y la depravación y el desfallecer de la función nerviosa, propios de una era de desorganización social, surgió flamante y lucio de las poesías satánicas de Richepin y Rollinat.

Luego vinieron Rimbaud y demás poetas malditos. En seguida vió la luz el "Tratado del Verbo ;" por último, se convocaron los concilios, se fijaron los dogmas, y la belleza, el arte y el buen gusto naufragaron en un mar de hiperestesia y de enajenación mental.

No creo que el siguiente fragmento pudiera merecer el desdén, ni de los que pulen versos decadentistas, ni del más escrupuloso crítico de su escuela, si los hay:

Matizan fuegos tombales
De marfilinos aromas
Los insomnes pebeteros
De las princesas corolas;
Esplenden nenias cerúleas
Los violines de la sombra,
Y las aguas coruscantes
Del glauco reir en trovas
Tremen como del exilio
Palidecentes salmodias
Que parpadean y mugen
Y se retuercen y roncan,
Cuando surge el Participio
Del Verbo que nos perora
Entre alados y silfídeos
Bostezos de lamas y ovas,
Entre gráciles iconos,
Entre genésicas trombas
Que perfuman los edículos

De las grises ó las rojas
Holandas del aureo Buda
Nimbado de astrales gotas,
Crepitando empurpuradas,
Como testas de Gorgonas
Con sus dos gemas de lumbre.
O entre cuprecinas frondas.
Que, cuando atardece, gimen

Y ensombrecidas melodian.....

¡Nimbado de astrales gotas! He aquí el summum, el supremo esfuerzo del arte exquisito, de la sensación sutil, profunda, delicada, del sicologismo quintaesenciado del genio creador de la nueva secta!

¿Que no se entiende palabra; que es todo ello enigma hondo é inescrutable, geroglífico misterioso, recóndita intimidad del alma del poeta? Pues eso, eso es el quid divinum de la escuela novísima que puntualmente tiene por norte no darse á entender del vulgo, ni de nadie, pues ni siquiera puede decirse que su secreto es privilegio de unos cuantos, cual si se tratara de hacer del arte un nuevo templo de Eleusis, con sus arcanos de Demeter y sus filosofías impenetrables.

Y si se dijere que exagero, que mi paradigma anterior es sencillamente estúpido, y nada, por lo mismo, tiene que ver con el arte, rogaré á quien así juzgue que lea el siguiente soneto de Mundel, que Maeterlink llamó perfecto :

Veules de l'angoisse expectante,

Nous, des trémieres feu bronzés,
Et par l'armoire ankylosés,
Dévalons de l' encre latente.
Ceints de l'idéal qui nous tente,
Subodorons des alizés

Du glas engluant aux baisers,

Argyraspides sous la tente.
Saouls d'espace et d' aberratif
En proie, anges sonnant rétif,
Immobilise les pensées,

Nutrition finie. Enfants
Mus des inmmortels gynécées

Par des entonnoirs d' oliphants!

El cual soneto, en ocultismo deliciosamente enigmático, se queda muy á la zaga de estos versos de color de Noel Loumo:

Cyclamen querelleur nimbé d' un reve clair,
Recueillement poudreux du pic et de l'éclair,
Ciel moerent aigretté d' une estompe de mauve,
Remembrances d' un coeur qui sait l' idéal fauve!
Orchis ineffeuillé, hyacinthe purulente,
Gamme jaune au la vert, d' orange diezé
Squelette de fakir par Djaggernauth baisé

Ophis perlant dans l' ombre une trille ululante.

Nadie, sin embargo, podrá negar que tales engendros colman positivamente el dorado ideal de la delicuescencia.

XV

Aunque los límites de mi trabajo no me permiten estudiar las manifestaciones del decadentismo más que en Francia, fuera de la cual la poesía novísima es de puro similor, no puedo sin embargo resistir á la tentación de consagrar algunas líneas, para concluir, á la pléyade de cantores que en nuestra patria se han lanzado con tanto ardor por los flamantes derroteros, malgastando lastimosamente sus envidiables dotes en lucubraciones poco dignas de su genio y de su espíritu.

Creo que en México donde las tradiciones de americanismo puro no han tenido tiempo de gastarse ni enturbiarse por ningún motivo, y donde, en literatura, como en tantas otras cosas, podemos decir, parodiando al historiador Spencer: "somos de ayer, es donde menos viable puede ser el decadentismo, como no sea enteramente facticio y falso.

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Por lo menos la civilización entre nosotros no se ha desplegado en medio de esas luchas incesantes que imponen enormes gastos de actividad, de agitación febril, de codicia y ambición, signo inequívoco de grandes desarreglos de las pasiones humanas, agotamiento de la energía nerviosa y trastorno social que son la atmósfera de la decadencia; y sólo por donosa habilidad, por verdadera humorada, puede pasar lo que el inteligentísimo escritor, Valenzuela, aventuró en "La Revista Moderna" sobre que el modernismo era una evolución que nos venía en línea recta del movimiento intelectual iniciado por el benemérito, Don Gabino Barreda.

Ya hemos visto que la escuela de que se trata emanó de una concepción metafísica idealista, y difícilmente podrá ésta consonar con la doctrina del Maestro.

La filosofía positiva, en efecto, ora la consideremos en el primitivo pensamiento de Comte y de Littré, ora bajo el aspecto evolucionista en que se ha ensanchado ante los ojos de Spencer, parte de principios y métodos que proscriben de toda indagación científica el elemento subjetivo, teológico ó metafísico. "Todas las ciencias que se hacen positivas-dice Littré-prescinden de investigar la esencial de las cosas y de sus propiedades, las causas primeras y las causas finales, es decir, lo que se llama en metafísica lo absoluto. La filosofía positiva que es hija de esas cien

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