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justa proteccion á los colonos que vayan á establecerse dejando de considerar al indio como un menor de edad y obligándole á cumplir rigurosamente sus contratos sin que la administracion de justicia se incline siempre á su lado por tomar en cuenta, con extremada exageracion, lo que se llama imprevision suya al hacerlos, cuando la mayor parte de las veces es sólo estudiada astucia, si se respetan las creencias religiosas de los nuevos colonos, cuando su práctica no ofenda la moral ni las buenas costumbres, si se vá aboliendo la arraigada costumbre del indígena de exigir anticipos en dinero por cualquier servicio que tenga que prestar y que, suponiendo la inversion de sumas considerables antes de poder emprender nada, imposibilita al que cuenta con poco capital para acometer semejantes empresas, si se establecen bancos agrícolas respetables donde á la vez pudieran hallar ventajosa colocacion los ahorros del peninsular, que hoy se colocan en gran parte en las casas extranjeras, facilitasen recursos pecuniarios á los colonos, y si, finalmente, se proporcionan braceros inteligentes y laboriosos á los hacendados, no dudo se transformaria completamente la agricultura del Archipiélago.

Cada uno de los puntos indicados exige un detenido estudio, que no me propongo hacer. El último es de la mayor importancia. Nos envanecemos demasiado con haber hecho del indio filipino el habitante más dichoso de todas las tierras del extremo Oriente, y repetimos con sobrada frecuencia que así como los ingleses y holandeses han dejado al indígena en el abyecto estado en que le hallaron, atentos sólo á sacar dinero de sus colonias, nosotros

le hemos elevado al conocimiento del verdadero Dios y de sí mismo, hasta con sacrificio propio, para darle un bienestar moral y material que le pueden envidiar los demas pueblos.

Respecto á la moralidad del indio y á la verdadera significacion de sus sentimientos religiosos habria mucho que hablar, y mucho tambien sobre la recompensa de nuestros sacrificios y los resultados reales de nuestro humanitario sistema colonizador. Tanto se ha escrito sobre el carácter del indio que no quiero, ni puedo hacer más, por considerarme con mucho menos conocimiento de él, que quienes lo han estudiado durante una larga residencia en las islas, que recordar el hecho de aquel fraile que pasó toda su vida observando minuciosamente á los indios para profundizar su carácter, y creyendo todos sus amigos hallar una extensa descripcion en un voluminoso infólio que guardaba con sumo cuidado, hallaron en blanco todas las hojas ménos la primera que decia «el indio es.........» y la última que encargaba á otros escribir lo que el indio era si es que llegaban á averiguarlo algun dia. Hay en Filipinas, ademas, razas y pueblos muy diversos: el ilocano, el igorrote, el gadan, el ilongote, el pampango, el aeta, el tagalo, el visaya, el bicol, el bohalano, el malayo y las distintas gentes que pueblan Mindanao, que ofrecen muy variadas costumbres, lenguas, carácter, cualidades físicas intelectuales y morales, supersticiones y hábitos, hasta tal punto que el que por haber estado la mayor parte de su vida entre tagalos ó visayas crea conocer y poder hablar en general de los pobladores de Filipinas se engaña más que el que preten

diere lo mismo de todos los pueblos de Europa por haber vivido en Castilla y conocer los usos y carácter de sus habitantes, pues mayores son aún las diferencias en aquellas posesiones por no haberlas ido asimilando una civilizacion niveladora.

Para las faenas del campo, lo mismo que para los trabajos del monte, se puede hoy contar sólo, como en otro lugar se dice, con los indígenas; al chino, cuya inmigracion se permitió y favoreció en antiguos tiempos para dedicarlo á la agricultura y labores de minas, se lo vé en todas partes, desde las tiendas de quincallería de la Escolta en Binondo hasta las rancherías moras más avanzadas en el interior de Mindanao; pero ó se dedica al comercio al por menor, detallando los géneross que le anticipan las casas extranjeras importadoras, ó ejerce algun oficio como el de carpintero, zapatero, ebanista, etc. Chinos agricultores puede decirse que no existen en las islas, y no porque no conozcan bien el cultivo de los campos, que su patria prueba lo contrario bastando recorrer los jardines chinos de Singapore para deducir que un pueblo tan adelantado en la horticultura y floricultura no puede desconocerlo, sino por su tendencia al comercio, y quizás por cierto temor, comprensible tratándose de gente tan pusilánime, á establecer sus cultivos al lado de los de indios que viendo en ellos rivales que les iban á quitar las tierras les levantarian probablemente las cosechas. Si el indio se conllevára mejor con el chino podria éste enseñarle bastante en agricultura. El arroz se cultiva en su país con rara perfeccion, los campos se labran con esmero, las huertas se trabajan como quizás en parte alguna se haga,

á

los jardines son, pesar del mal gusto originado del fetichismo chino, modelos de perfecto cuidado. Que del pueblo chino ha tomado el indio en épocas anteriores al descubrimiento de las islas alguno de sus aperos de labranza, lo prueba el exámen del arado que áun hoy usa éste. La influencia de los chinos en Filipinas es grande. El número de los residentes sólo en Manila pasa de 25.000, y si se considera que hay muchos que eluden el empadronamiento, no creo exageracion fijar en más de 35.000 los que hay en todas las islas, de los cuales apénas si se dedican 1.000 á la agricultura. Para aumentar el número de los últimos y disminuir el de negociantes se ha propuesto rebajar, hasta igualarla con la que paga el indio, la cuota de 15 y 10 pesetas, que satisfacen ahora los cultivadores chinos, aumentando la de los comerciantes, que es de 30 pesetas. No lo juzgo suficiente; creo que el chino pagará siempre de mejor gana 6 pesos como matrícula o contribucion de comercio que un peso de capitacion. Nunca se verá con ánimos para oponerse al indio en el cultivo de los campos, á ménos de proporcionarle una completa seguridad individual, y esto, dado el ódio de razas, no es muy fácil en pueblos pequeños ó en despoblado donde el indio campa por sus respetos libre del freno con que le sujetan las autoridades europeas. Las buenas cualidades del chino para vivir en el campo, su apego á la casa y familia, su excesivo espíritu de economía, su extremada laboriosidad y asombrosa sobriedad, su habilidad manual é ingeniosos recursos para toda clase de fruslerías, no lo son tanto para el desarrollo de una gran poblacion. El apego á la casa le hace no frecuentar

que

diversiones ni contribuir á los círculos de recreo, que forman gran parte de la vida de las ciudades modernas alimentando una porcion de industrias de lujo. Su amor á la familia no produce en Filipinas los buenos efectos debiera, pues se le pone en las peores condiciones para crearla, error grave que dá los resultados más funestos. Prohibida la inmigracion de chinas, tiene que tomar á una india por mujer. En la mayor parte de casos estos dos elementos no llegan á asimilarse, y el marido espía constantemente, una vez ahorrado algun dinero, la ocasion favorable para abandonar á su esposa y sus hijos é ir á su país á fundar otra familia con el capital que lleva de Manila. El espíritu de economía, que exageradamente le domina, le hace vivir casi siempre como parece imposible viva un sér racional. Metidos un sinnúmero de ellos en una casa que no es capáz ni áun para la mitad de personas, envueltos en los miasmas emanados de montones de inmundicias hacinadas en habitaciones nunca limpiadas, porque trabajando dia y noche en las faenas que le son retribuidas en metálico, descuida todas las haciendas de la casa que sólo le proporcionarian salud, convierte algunas calles de Manila en verdaderas sentinas. Su manera de conducirse en el comercio consiste en encubrir con el manto de la probidad y la puntualidad más exquisitas la más refinada truhanería. Así es como se ha dadɔ el caso de un almacen de géneros de Manila cuyos dependientes han ido vendiendo á domicilio las telas mucho más baratas de lo que se las daba al fiado la casa extranjera importadora para satisfacer los plazos á su vencimiento y, despues de tenerse captada toda la confianza de

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