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Las mujeres llevan un sencillo traje talar, sujeto por debajo del pecho, que no presenta particularidad alguna digna de mencion. Hasta los diez años, por lo ménos, los muchachos suelen gastar el sencillo traje que les dió la naturaleza, y llevan los principales con orgullo las armas ó la tabaquia y caja del buyo de sultanes y dattos, haciendo oficio de pajes.

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El gobierno establecido entre aquellas gentes tiene el carácter patriarcal, y por lo tanto, es despótico. La autoridad del jefe de la familia es suprema, y el datto considera á sus sacopes ó vasallos como miembros de la suya. Los esclavos, que constituyen la tercera clase, no son, por lo comun, maltratados, y con frecuencia pasan sacopes. Ambos sexos pueden reinar, siendo uno de los más poderosos magnates del Sur de Mindanao la Princesa del Sibuguey, que gobierna en el seno del mismo nombre, teniendo su córte en la costa oriental. Las jerarquías de sultan y de datto no están, en realidad, muy bien deslindadas; los hay con más poderío entre los segundos que el que tienen los primeros, y en todo el Pulangui respetan los sultanes al datto Uto, nuestro enemigo más temible y que tan tenáz resistencia nos opuso en la toma de la cotta de Pagalungan, en cuya defensa perdió un ojo. Un hermano del datto Amirol, famoso caudillo tambien, indicaba sólo desprecio cuando le hacia preguntas comparando los sultanes con Uto, y afirmaba que podia armar más gente él solo que cinco sultanes juntos. La poligamia está sólo en práctica, como sucede en todos los países musulmanes, entre los ricos: el pobre apénas puede sostener una mujer, los sultanes y dattos tienen sus serrallos; pero no se muestran tan celosos de sus mujeres como los turcos y africanos. En todos los harems de Pulangui y Bahía Illana entré sin dificultad y me sobraron ocasiones de contemplar descansadamente las bellezas encerradas en ellos; su vista producia sólo picazon y escozor, temiendo el contagio de las asquerosas enfermedades cutáneas, que su ligero traje no ocultaba. Los moder

nos inventos causan extrañeza y pavor á los moros; barco de fuego llamaban á nuestro cañonero, y el débil Caviteño, de 20 caballos y casi sin armamento, se les figuraba terrible máquina, capaz de destruir todo lo que se le pusiera por delante. Favorecidos por el terreno, sobre todo en pantanos, ha habido, sin embargo, ocasion en que han hecho retroceder á nuestros soldados, y las cercanías de Taviran fueron teatro de una retirada, que autoridades militares han calificado de vergonzosa. En toda ranchería suele haber un sacerdote, pandita, de turbante y traje blanco; por lo comun ha hecho su peregrinacion á la Meca, y está encargado de leer el Corán, cuyos ejemplares se guardan con sumo cuidado, habiéndolos muy correctos, verdaderas joyas bibliográficas algunos, que datan del siglo XVI y XVII. El pandita es llamado á consejo en todo asunto grave y empuña tambien el campilan en las campañas. Algunos príncipes moros muestran una inteligencia bastante cultivada; el Sultan, impropiamente llamado de Mindanao, que disfruta una pension del Gobierno español, y es Caballero Gran Cruz, jugaba perfectatamente al ajedrez, moviendo el rey sin pieza mayor como caballo, al estilo oriental. Algunos muestran afan por aprender y curiosidad grande hácia nuestras cosas de Europa, lo cual parece comun á muchos pueblos asiáticos. En Ceylan, por ejemplo, visité á un rajah, que al oir era yo español me puso en un verdadero apuro con dos preguntas de difícil contestacion : la primera, de por qué siendo católicos no obedeciamos al Papa, nuestro jefe supremo en lo espiritual, siempre de órden más elevado que todo lo temporal; y la segunda, de cómo en nuestro pueblo no habia un solo hombre idóneo para gobernar á los demas, que teniamos que recurrir á un príncipe extranjero, ignorante de nuestro idioma, y que al pisar por primera vez la Península, ya lo hacia como rey. Este es un rasgo característico de la agudeza malaya, que tanto asombra á los europeos en sus tratos con aquellas gentes. Son dignas de leerse las notas diplo

máticas del Sultan de Joló, que tienen cierto sabor germánico imposible de desconocer.

Las rancherías moras de Rio Grande acostumbran á vivir en contínuas disensiones que, en verdad, son poco sangrientas : cuatro bajas en medio año habian ocurrido á mi paso entre los ejércitos de dos sultanías en guerra; pcr esto cuentan el combate de Pagalungan, en que fueron heridos un centenar, como una horrible carnicería, recitándolo con homérica prosopopeya. Desde el dayato de Uto, rio arriba, apénas estaba en uso la moneda; nada nos vendian por dinero, y teniamos que adquirir los comestibles á cambio de telas ó platos, que aprecian mucho; por uno de los últimos nos dieron, cerca de Cabasalan, seis cocos, y en la ranchería de Bagoigned, mi querido amigo y compañero de comision, el ingeniero de minas Sr. Centeno, enloqueció de contento al sultan regalándole una camisa planchada, que se apresuró á enseñar á todas sus mujeres, pavoneándose ridículamente con ella en medio de la hilaridad de sus poco respetuosos sacopes. Es tan esencial estudiar bien el carácter de los moros para el buen éxito de cualquier empresa española allí, que se me dispensará éntre en tan minuciosos detalles: sin tener un regular conocimiento de su carácter, de su estado social, de sus usos y costumbres, careceria de base toda idea que pudiéramos emitir sobre la colonizacion de las comarcas ocupadas por ellos. Admiradores entusiastas del arrojo personal y fuerza física tributan homenaje á los oficiales europeos, cuyo uniforme respetan mucho, diferenciándolos bien de los indios. Lástima que el tédio de los aislados destacamentos haya hecho traspasar á algunos los límites del decoro y ejercer actos de verdadera brutalidad con indefensos moros por arrebatarles una mujer ó un carabao; ha habido quien ha disparado sobre los que cruzaban el rio, como pudiera hacer con jabalíes ó venados, promoviendo conflictos, que no siempre han contribuido á sostener nuestro prestigio. No he sido testigo de ningun hecho de

esta índole, y gobernando la isla hombres del temple del brigadier Sr. Golfin no cra fácil que ocurriesen; pero he oido referirlos á personas de toda mi confianza. Durante la guerra con Joló los sultanes y dattos estaban muy enterados de lo que pasaba, y simpatizaban claramente con los joloanos; no hay hacerse ilusiones, son, sin excepcion, enemigos de España; se ven débiles, y por esto se muestran amigos, pero su secreto rencor y su animosidad no pueden ocultarse.

que

Razas aborigenes. Las razas aborígenes de Mindanao, marcadamente distintas de la malaya, y en mi opinion oceánicas, se hallan, como queda dicho, repelidas en el interior por las tropelías de los moros. Habitan la cuenca del Agusan los manobos; los manguangas están diseminados por la comarca de Misamis y de la laguna de Malanao ó Lanao, algo alejados de sus orillas, que ocupan los malayos; en la bahía de Sarangani viven los tagacablos, sanguiles y bilanes; los guiangas y bagobos habitan el país comprendido entre el volcan Apo y Davao, en las cercanías de Zamboanga están los subanos, y ví á los tirulayes en las montañas de Tamontaca.

Corporalmente más débiles que los moros, de espíritu más pobre y menguado, de muy limitada inteligencia, pudieron éstos sin trabajo dominarlos y expulsarlos de los terrenos en que pretendieron establecerse. Todas las tribus enumeradas se parecen tanto, que casi no deben considerarse como representantes de distintas razas; el conocimiento que de ellas se tiene es, no obstante, demasiado superficial para que permita sacar conclusiones terminantes con algunos visos de exactitud. Mis observaciones propias de los tirulayes fueron tan someras en los pocos dias pasados entre ellos, que muchas me dejaron dudas, que únicamente podrian desvanecerse con una larga residencia y asíduo estudio. Las diferencias individuales, mayores siempre á medida que una raza progresa, son poco marca las entre ellos, y se necesita un ojo acostumbrado á aquel tipo para dis

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tinguír á un tirulay de otro tirulay. Su traje es bastante indeterminado; se ponen lo que buenamente encuentran, acomodándose con un trozo de lienzo, cualquiera que sea su forma. En el mercado de Tamontaca nos divirtió grandemente un individuo que ostentaba en la cabeza un embudo coronado por una magnífica cola de gallo, que me recordó las fantasías de los debardeurs de chez Bulliez; en un baile de la Opera hubiera hecho furor.

Las mujeres se muestran más cuidadosas del embellecimiento de su persona; muchas ví con sombrero de palma, de graciosa forma cónica cóncava, con grandes alas, un jubon que no oculta su seno-generalmente lleno y bien torneado-sujeto con un boton en la garganta, un faldellin hasta la rodilla, los brazos y piernas desnudas, cubiertos de anillos que suenan chocando unos con otros al andar, una cintura de sortijas de laton ancha, y grandes pendientes, tan pesados que alargan desmesuradamente el pulpejo de la oreja, por cuyo agujero podria pasar un dedo. Llamó mi atencion lo desproporcionado del tronco con las piernas; buenas mozas son de cintura para arriba, de cara ancha y mofletuda, con ojos saltones, nariz aplastada y pómulos salientes, y sus piernecitas parecen pertenecer á otro cuerpo. Pcco valor dan á sus mujeres los tirulayes, á pesar de los esfuerzos de los celosos misioneros jesuitas distan mucho de reprobar como pecado las manifestaciones de la sensualidad, y como la cosa más natural del mundo proporcionan sus mujeres ó sus hijas al europeo, considerando un honor para ellos que satisfagan sus lascivos apetitos. Recomiendo la lectura del estudio de Semper sobre los pueblos idólatras de Filipinas, cuya traduccion se habrá publicado ya probablemente cuando estas líneas vean la luz pública, á todos los que deseen formarse idea de los usos y costumbres de los manobos. del rio Agusan ó Butuan. Observaciones bastante detalladas, hechas allí por el mismo naturalista, se consignan en un traba

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