Imágenes de página
PDF
ePub
[blocks in formation]

Qtras guerras del conde don Garcia, y un gran milagro que sucedió en ellas.

Cuéntase en la corónica general, sin todo lo dicho, que el conde tuvo guerra algunas veces con el rey don Sancho de Navarra y con suceso victorioso. Yo no puedo decir nada de estas guerras, por no hallarse escrita cosa alguna deilas. Mas no serà razon dejar de contar aquí un singular milagro y de grande ejemplo que obró Dios en tiempo del conde. Un caballero su vasallo, por nombre Fernan Antolinez, tenia por devota costumbre de habiendo entrado en la iglesia á oir misa, no salir de allí hasta que se hubiesen acabado todas las misas, que estando él allí se comenzaban. Estaba el conde en Santisteban de Gormaz, y entró una mañana armado con sus caballeros en una iglesia donde él habia puesto ocho monges; y oyó la primera misa, y fuése luego con los suyos al vado del Cascajal, por donde los moros, viniendo de Gormaz, querian pasar. Fernando Antolinez se quedó todavía en la iglesia armado de sus armas, y hincado de rodillas, oyendo las demás misas, por no perder su buena costumbre. El conde fué al vado para defender el paso á los moros, peleando allí con ellos bravamente. Su escudero de Fernando Antolinez le tenia el caballo y la lanza á la puerta de la iglesia, y viendo desde allí la batalla, pesábale mucho, porque su señor no se hallaba con el conde en ella, y pensaba que por cobardía lo dejaba de hacer, estando él tan atento y embebecido en su devocion, que de ninguna otra cosa se le acordaba. Mas acordóse Dios dél y de su honra, y pareció en la batalla un caballero, ó mas verdaderamente un ángel de Dios, y el suyo propio de su guarda con representacion de sus armas y caballo, asi que todos pensaban ser él, y hiriendo y matando en los moros, llegó á su alférez y habiéndolo muerto, derribó la bandera por el suelo, y hizo con esto volver los moros huyendo así que no se hablaba de otra cosa, sino de como por Fernan Antolinez se habia habido la victoria. Él entre tanto, acabadas ya las misas, no osaba salir de la iglesia con vergüenza que tenia, por no haberse ballado en la pelea. El conde preguntaba por él, y venido en su presencia, se vieron en sus armas todas las señales de las heridas que los moros habian dado al que habia peleado por él, y así entendieron haber sido ángel enviado de Dios, que supliese con gran ventaja en la batalla de aquel su devoto caballero; y dando á Dios las gracias por la victoria, le alababan tambien por el insigne milagro. Harta semejanza tiene este milagro con el otro que se cuenta en Madrid de un Santo varon llamado Isidoro, cuyo bendito cuerpo está en la iglesia de San Andrés dignamente elevado junto al altar mayor, y venerado con comun devocion de todo el pueblo. Era quintero, que en el Andalucía llaman gañan; y araba con una yunta las tierras de su amo de la otra parte del rio frontero de la villa. El buen Isidoro siendo santo, mozo, y todo puesto en bondad y servicio de nuestro Señor, tenia la misma devocion de Fernando Antolinez de oir muy despacio

TOMO HI.

misa cada dia, no saliendo de la iglesia entre tanto que se decian. Los amigos de su amo que lo veian, le avisaban como su mozo iba muy tarde á la arada, por estarse toda la mañana en la iglesia. Él movido con estos avisos salia á mirar sus tierras muy temprano desde aquellos altos de Madrid por ver si se le decia por sus amigos lo cierto, y siempre veia estar su quintero arando. Con porfiar ellos que estaba en la iglesia, y él que en el arada, al fin se entendió como Dios enviaba quien hiciese mucha hacienda por el buen Isidoro, entre tanto que él cumplia con su entera devocion de oir muy de reposo misa. Y todo esto es poco para lo que puede hacer Jesucristo nuestro Redentor por los que tienen su devocion de reverenciarle allí, en aquel soberano sacrificio donde él mismo se ofrece de nuevo cada dia muchas veces por nuestra salvacion, como se ofreció en la cruz. Y no se puede dar bien à entender cuanto bien hay en asistir con debida reverencia en aquel sacratísimo misterio: mas entenderlo ha quien mereciere gustarlo.

El conde don Garci Fernandez sabemos como tuvo por hijo al conde don Sancho que le sucedió, y á doña Urraca la abadesa de Covas-Rubias. Garibay le da otro hijo llamado García Roldaniz, por una sepultura del monasterio de San Pedro de Arlanza, mas ni en el nombre ni en la sepultura no veo el fundamento auto-' rizado que se podria desear.

Cuando se contó atrás la fundacion antiquísima del monasterio de San Pedro de Rocas, se dijo como la contaba así este rey don Alonso el quinto en su privilegio con que da aquel monasterio al de Celanova, donde está el privilegio, y es su data á los veinte y tres de abril de la era mil y cinco. Es manifiestamente el año de nuestro Redentor y no era de César. Por esto es muy notable este privilegio, y porque prosigue la sucesion de los reyes. Alonso el Magno, Ordoño su hijo, Ramiro su hijo, Ordoño y Sancho sus hijos, Ramiro su hijo de Sancho, y don Bermudo padre del rey don Alonso. Todos estos dice que confirmaron. Y García y Fruela no se nombran, porque no confirmaron.

No habiendo por ahora que contar del rey don Alonso en su niñez antes que entremos á escribir una gran jornada del conde don Sancho contra los mores, es menester decir como por vengar la muerte de su padre, entró muy feroz el año de mil y nueve en tierra de moros por aquellas comarcas de Atienza basta llegar á Molina, y haciendo la guerra muy cruel, tomó y destruyó la torre de Acenea, que debia ser fuerza de mucha importancia, pues se hace tanta cuenta della en los anales complutenses, donde se refiere esto cuasi por estas mismas palabras.

Deste año mil y nueve á los cinco de marzo es otro privilegio en que el rey don Alonso da á la iglesia de Santiago un esclavo para que él y sus descendientes le sirvan. Que estos religiosos príncipes de estos tiempos en cosas grandes y pequeñas mostraban su buena devocion.

El primer privilegio deste rey que se halla entre los de Santiago es uno de los veinte y dos de agosto del año de nuestro Redentor mil y siete. Cuéntase una larga contienda de tiempo del rey don Ramiro el segundo entre los condes Jimeno Diaz y Arias Aloitez sobre el condado de Abeancos y Cornato, y prosiguiendo lo que sobre esto pasó en tiempo de los reyes siguientes, porque ya mucha parte desto era de Santiago, hace el rey una division para quitar contiendas. Y en la confirmacion no hay cosa notable.

55

CAPÍTULO XXXIII. El estado de las cosas de los moros en Córdoba y la guerra que el conde don Sancho les hizo.

En todo lo que de aquí adelante en estos años se ha de contar, andan tan mezcladas las cosas de los moros con las nuestras, que es imposible proseguirse bien las unas sin entenderse muy en particular las otras. Así yo iré poniendo todas las revoluciones y mudanzas en el reino de Córdoba, para entera claridad de todo lo que se ha de contar. Y aunque nuestros dos prelados en sus corónicas refieren harto desto, mas yo los dejaré un poco por contarlo todo tan á la larga como en la historia particular de los alárabes del arzobispo don Rodrigo se halla. Allí se cuenta todo muy extendidamente, y con mucho concierto desta manera.

Habia metido en Córdoba Mahomad Almohadi gran turbacion y discordia con su levantamiento, para que el reino de los moros, impenetrable por entonces de los cristianos, se consumiese y deshiciese con sus mismas manos, «como un soberbio edificio que le >>hace caer su grande altura': y para que sea siem>>pre verdad que las cosas pequeñas crecen con la »concordia, y se disminuyen y se destruyen las grandes >>con la discordia.» Despues de haber habido el Almohadi la victoria de Araxit y ejecutádola con tanta crueldad, como se ha dicho, muchos moros principales de los de Berbería, que residian en Córdoba con odio del fiero tirano, alzaron por rey á Zulema, sobrino del rey Hiscen, y con la fresca memoria de su tio fué recibido con mucho favor del pueblo. Y como el Almohadi estaba dentro en Córdoba, y tenia el alcázar, el nuevo rey Zulema andaba por defuera de la ciudad en sus comarcas, ayuntando cada dia mayores fuerzas. Y porque sintió que un su sobrino llamado Marvan se queria alzar contra él, mandó cortar las cabezas á todos los que se lo aconsejaban, y á él mandó poner en dura prision. Esto hizo con buen consejo, mas mucho mejor fué el que tomó de confederarse con el conde don Sancho de Castilla, enviándole con sus embajadores ricos dones y muchos dineros, porque viniese en su ayuda contra Mahomad Almohadi. El conde, que deseaba vengar la muerte de su padre con destruccion de los moros, viendo la buena ocasion que para esto se le ofrecia, juntó un grande ejército de castellanos, leoneses y navarros, y bajando con ellos al Andalucía, y juntándose con el nuevo rey Zalema, se vinieron ambos con todo su poder á Córdoba. No estaba descuidado Mahomad desta guerra, habiendo llamado los moros de todas las ciudades de su obediencia, y juntando así grande ejército. Vino con los demás un famoso capitan de Medina-Celi por nombre Alhagib Albahadi, y llamado comunmente por renombre Alhamer. Los de Córdoba por no verse cercados, ordenaban de salir á los enemigos cuando viniesen, y darles la batalla, y para esto allanaron los fosos de la ciudad para tener fácil la salida, sin podérselo estorbar Mahomad, que se lo contradecia. Hubieron al fin de pelear en campo raso, y por el esfuerzo y fortaleza de los cristianos, los de Córdoba fueron vencidos con muerte de treinta mil dellos. Siguieron los cristianos la victoria, y entrando el arrabal de la ciudad, lo saquearon con muerte de muchos y cauuverio de muchos mas. Alhamer viendo la gran rota, en la furia della recogió los que pudo de los suyos, y con ellos se volvió huyendo á Medina-Celi. El Al

|

mohadi se recogió al alcázar, y allí lo cercaron el rey Zulema y el conde. Viéndose el tirano puesto en tan grande aprieto, recurrió al único remedio que entonces se le ofrecia; y sacando al rey Hiscen de la secreta prision en que tanto tiempo lo habia tenido, mostrándolo al pueblo, les descubrió como habia fingido haberlo muerto, les pidió lo volviesen á tomar por su rey, como á su legitimo señor, y nó á Zulema, que con ayuda de los cristianos, y tan cruel estrago de los suyos, procuraba el reino. Mas era tan grande el dolor y espanto de los moros vencidos, que no valió con ellos ninguna buena persuasion ni consejo. Desesperando ya con esto Mahomad, se escondió secretamente en casa de un moro, llamado Mahamete el Toledano, y con él se fué despues huyendo á Toledo. Zulema ganó despues el alcázar por combate, y se asentó en el trono y silla real, estando allí siete meses, teniendo siempre consigo al conde don Sancho y á los suyos, como el mayor fundamento de su seguridad. Temiendo con todo eso el nuevo rey alguna traicion, se salió de Córdoba, por estarse con su ejército y el del conde por aquellas comarcas de la ciudad. Esta guerra fué siempre muy famosa y nombrada entre los moros, y la batalla llamaban la de Cantiche. Andando, pues. Zulema en aquellas comarcas veci- · nas de Córdoba, los principales de la ciudad salieron á él un dia para tratar con él algunos negocios. Hablando despues al conde don Sancho, él les dijo: ¿A qué vinisteis acá hombres perdidos, habiendo dado tres tan grandes muestras de vuestra locura ? La primera haber sido tan cobardes en la batalla, que siendo sin comparacion muchos mas que nosotros, apenas se habia rompido la batalla, cuando volvisteis las espaldas huyendo. La segunda que habeis errado mucho contra vuestro rey y señor, pues rescatando de nosotros vuestros hijos y mujeres, y los otros hombres de vuestra ley, no rescatando cada uno los suyos, sino los que queria, los hicisteis esclavos como si fueran cautivos cristianos La tercera, que habeis ahora venido aquí, sin tener licencia ni seguridad para hacerlo. Oyendo esto los moros al conde, quedaron maravillados de su prudencia y buenas razones. El rey Zulema, habiendo allanado los corazones de sus cordobeses con dones y otras buenas obras, se determinó entrar en la ciudad para residir en ella. Uno de los moros de Berbería le aconsejó en secreto que para reinar mas seguro, les consintiese matar á todos los cristianos, y al conde con ellos, porque no se hiciesen del bando de otro, si contra él se levantase, como lo habian seguido á él. Zulema le respondió con real hidalguía. Aquí han venido con la seguridad de mi fé real, y así no permitiré jamás se les haga ningun daño. Y recelando esto, dió riquísimos dones al conde don Sancho y á los suyos, con que se volvieron muy alegres á Castilla, dejando el conde bien vengada la muerte de su padre con tanta destruccion de los moros. Todo esto se halla así en el arzobispo, y poco diferente en las historias de los moros que Luis del Mármol refiere.

CAPÍTULO XXXIV.

El casamiento de la infanta doña Teresa, hermana del rey don Alonso, con el rey moro de Toledo.

Estas tan grandes disensiones y revueltas de los moros daban buenas ocasiones á los príncipes cristianos para hacer la guerra. El conde de Barcelona don Ramon Borel hizo por su parte la guerra con el rey de

que

bizɔ aquel año mil y nueve. Y por lo de adelante tambien se verá como es lo mas cierto esto de los anales.

CAPÍTULO XXXV.

Como Almohadi con socorro de cristianos echó del reino de Córdoba á Zulema, y otros sucesos de los moros.

Tortosa, y le mató en una batalla mucha gente, y le tomó algunos lugares. Lo mismo hizo por su parte el rey don Sancho el Mayor, y todos hubieron insignes victorias de los moros, como en los anales de Aragon se refiere. En las historias arabescas se prosigue como los moros viéndose aquejar por todas partes pidieron socorro á Mahomad Almohadi, rey de Córdoba, que con buen ánimo acudió al amparo de los suyos. Juntó dos ejércitos, y dejando el uno en Toledo, con su capitan Abdalla contra la furia del conde don Sancho, si por allí entrase, subió él en persona con el otro á Medina-Celi, para desde allí socorrer á lo de Aragon y Cataluña como fuese menester. Mas luego le fué necesario volver á Córdoba, sabiendo como el conde don Sancho iba con todo su poder en ayuda de Zulema, como hemos contado. El capitan Abdalla, vió al Almohadi tan embarazado con Zulema y el conde, y despues vencido, estando en Toledo con su ejército, se apoderó bien de toda la ciudad, y se hizo intitular rey della. Y para tener él tambien su ayuda de los cristianos, hizo la paz con los tutores del niño rey don Alonso de Leon, pidiéndole su hermana la infanta doña Teresa por mujer. La infanta como cristianísima rehusaba tal matrimonio, y mas por fuerza se la llevaron á Toledo al rey Abdalla. Queriéndose él juntar con ella, la infanta le amenazó si la tocaba con estas palabras. Mira. señor, que yo soy cristiana, y aborrezco este matrimonio con infiel. No me toques, porque no te mate Jesucristo á quien yo reverencio y sirvo. No haciendo el moro caso desto, cumplió for- | zando á la infanta su torpe deleite, y al punto se sintió mortal, con ejecutar el cielo lo que se le habia amenazado Abdalla, pues, sintiendo cerca su muerte, á mucha priesa mandó cargar muchos camelios de joyas y arreos riquísimos, y con grande acompañamiento y mucha honra hizo volver la infanta á Leon. Ella se metió luego allí monja en el monasterio de San Pelayo con las otras vírgenes que allí estaban á Dios consagradas, como don Lucas lo dice, y despues se pasó al monasterio de San Pelayo de Oviedo, donde murió, en el año que adelante se señalará, poniendo su epitafio. El obispo quiere excusar á los del gobierno del rey niño en hecho tan malo, diciendo que Abdalla por alcanzar este matrimonio se fingió ser cristiano; y habiendo entrado á hacer guerra en el reino de Leon, amenazaba mayor destruccion, si no le daban la infanta, y dándosela prometia ayuda contra todos los otros reyes moros. El arzobispo don Rodrigo culpa mucho la niñez del rey, y el mal consejo de los suyos. Murió luego el rey Abdalla, no sin manifiesto milagro y Zulema, cuando lo supo, vino luego á Toledo, y se apoderó de toda la ciudad, donde fué bien recibido como en las historias de los moros se cuenta, que en la de los alárabes del arzobispo, ni aun se nombra este rey Abdalla. Del tiempo en que sucedieron todos estos bechos habré yo de buscar alguna buena razon. Porque el arzobispo, que suele llevar cuidado en aquella su historia de los alárabes en contar los años, por todo esto no señala ninguno. Los anales de Alcalá de Henares dicen así, trasladando fielmente dei latin. En la era mil y cuarenta y nueve entró el conde don Sancho García en tierra de moros hasta Toledo, y pasó hasta Córdoba, y puso á Zulema en el reino de Corde ba, y con gran victoria se volvió á su provincia de Castilla. Esta era señala el año de nuestro Redentor mil y once. En los anales compostelanos se pone esta jornada dos años atrás, mas ya vimos lo que el conde

El mal afortunado rey Hiscen, Mahomad el Almohadi, el rey Zulema, y aquel capitan de Medina-Celi Alhamer, fueron cuatro príncipes que trujeron por estos años tan malamente discorde y revuelto el señorío de los moros: que parecen manifiestamente cuatro instrumentos que Dios tomó para ayudar á sus cristianos, y aparejarles el cobrar lo mucho que estos años pasados habian perdido. Así es menester proseguir por ahora las cosas de los moros, si queremos que se entiendan las nuestras. Prosigue, pues, el arzobispo que pocos dias despues de haber huido el Almohadi de Córdoba á Toledo, aquel su capitan Alhagib Albamer de Medina-Celi convocó todos los moros de guerra quo pudo haber en aquellas comarcas y para cundimiento de mayor ejército tuvo sus tratos con los condes don Ramon Borel de Barcelona y Ermengaudo, llamado tambien Armengol de Urgel, y con sueldo y promesas los hizo venir en ayuda del Almohadi, para quien él juntaba este ejército por restituirlo en el reino de Córdoba. Con los dos condes vinieron tambien algunos prelados de las ciudades de sus señoríos, acostumbrados con celo cristiano á seguir la guerra contra infieles. Estos dos ejércitos se juntaron en Toledo con el que allí tenia ya al egado á Mahomad, y tomaron su camino para Córdoba. Zulema para proveer á este peli gro, pidió á los de la ciudad saliesen con él á los enemigos. Mas ellos, que amaban su rey Hiscen, y no obedecian á él de buena gana, excusáronsele con livianas causas y de ninguna substancia. Los moros de África, que como habian hecho rey á Zulema lo querian sustentar, ie pusieron buen ánimo con decirle que no se le diese nada de los cordobeses, que ellos pelearian por él hasta la muerte. Con este esfuerzo salió el rey á buscar á sus enemigos, y asentó sus reales en el campo llamado de Alcavar, de quien ya algunas veces se ha dicho. Cuando llegó allí el rey Mahomad, antes que asentase su real, dieron sobre él de improviso los de Zulema, y matando una gran multitud en este primer acometimiento, parecia que los del Almohadi eran vencidos. Mas ellos, volviendo sobre sí, renovaron bravamente la batalla, y peleando los cristianos con vivo esfuerzo sin ningun cuidado de la vida sino de la victoria, y así á costa de mucha sangre suya la ganaron, huyendo Zulema sin parar hasta la villa de Zafra en las comarcas de Badajoz. Murieron en esta batalla el conde Armengol, que fué llamado por esto el de Córdoba, á diferencia de otros muchos condes de Urgel sucesores suyos que hubo deste nombre. Y murieron tambien los obispos Arnulfo de Osona en aquellos confines de Francia y Cataluña, Aecio de Barcelona, Otho de Girona, y otros muchos caballeros principales. Esta batalla es muy famosa entre los moros, llamándola, como dice el arzobispo, la de HatalBacar, y prosigue que tuvo el Almohadi en ella veinte y cinco mil moros de pelea, y nueve mil cristianos. El arzobispo la pone en el año cuatrocientos y cuatro de los moros, y seria el año de nuestro Redentor mil y doce, ó así. Los anales de Cataluña en el de mil y diez, y otros añaden dos años, y la pasan al mil y doce, y esto tengo por lo mas cierto por conformar tanto con la cuenta del arzobispo, y con el buen discurso que él

esto, trató de confederarse con el conde don Sancho para que otra vez le ayudase, como bien experimentado cuanto la otra vez le habia valido su persona y su gente. Y prometíale el moro gran suma de dinero para la jornada, y otras muchas cosas que podian moverle.

y nuestros anales llevan. La batalla de Canriche, en donde se halló el conde don Sancho, fué año de mil y once, y el arzobispo queriendo luego contar estotra jornada de Alvacar, dice, que pocos dias despues comenzó Alhagib á aparejarla. Así todo consuena y viene muy á cuenta. Yo dije que huyó Zulema á la villa de Zafra del conde de Feria, porque nadie no pusiese los ojos y el pensamiento en la villa de Zafra del marqués de Villena cerca de Alarcon sobre el rio Zangara. Porque aquella está muy lejos, y Zulema no se podia valer della. Y hallase en las historias de los árabes que se le puso en esta villa de Extremadura el nombre de Cafar, de donde hemos corrompido el de Zafra, por una solemne feria que cada año con grandísimo concurso de gente y mercaderías allí se hacia en el mes de julio, que ellos llaman Cafar. Y tan antigua cosa es tener aquella villa las famosas ferias que hasta ahora en ella se hacen. No se detuvo allí muchos dias Zulema, sino que recogiendo lo mas precioso de su recámara y tesoro, se fué huyendo á.... como dice el arzobispo.

Los moros de Córdoba, con ódio de los de África, saquearon en la ciudad todo lo que ellos allí tenian, hasta el oro y plata, ornamentos y libros que ellos habian dado á la mezquita mayor. El Almohadi pasó á Córdoba con voz de querer restituir en el reino á Hiscen. Con esto fué bien recibido en la ciudad; y cumpliendo lo que publicaba, puso en el trono real al rey como resuscitado, y le obedeció siempre cumplidamente. Mas aunque Hiscen tenia el nombre de rey, todo el poderío y gobierno estaba en los dos moros Almohadi y Alhamer, y mas enteramente en este postrero que fué así preferido y mejorado por haber él sido el que trujo á los cristianos, por cuyo esfuerzo y manos notoriamente se alcanzó la victoria.

El conde de Barcelona, don Ramon Borel, se estaba todavía en Córdoba con sus cristianos; mas viendo las continuas mudanzas con que los ánimos de los moros cada dia se trocaban, y entendiendo tambien como los de Córdoba conjuraban en secreto de matar en un dia de repente todos los cristianos, que como muy seguros vivian entre ellos, pidió licencia al rey Hiscen para volverse á su tierra, pues se habia ya cumplido el tiempo que le ofreció estar en su ayuda. Diósele la licencia con muchos dones, y así se volvió rico y victorioso á Cataluña.

CAPÍTULO XXXVI.

Los sucesos del rey Hiscen, y del ayuda que pidió otra vez Zulema al conde don Sancho.

No nos podemos aun hasta ahora desasir de las cosas de los moros de Córdoba, porque todavía van dependientes dellas las nuestras. El rey Hiscen sosegado en su reino, comenzó á cercar de foso la ciudad de Córdoba, y entre tanto los africanos que andaban por la tierra la destruian toda. Hiscen mandó por este tiempo prender al Almohadi con ayuda de Alhagib, y trayéndole á la memoria todos los males pasados de que él habia sido principio, lo mandó degollar. Mas andando los africanos por Ecija y Carmona y otros lugares, no faltaron otros moros de Córdoba que secretamente los llamaron, y con su venida hubo nuevas revueltas y alborotos. El rey Hiscen, hallándose muy afligido, tomó ánimo, y salió de la ciudad á buscar sus enemigos, que no le osaron esperar. La pretension destos moros africanos era restituir á Zulema en el reino de Córdoba, y él por tener mayores fuerzas para

El conde estaba muy de reposo á esta sazon en Castilla, casado ya años habia con la condesa doña Urraca, que nunca se dice quién era, y tenia algunas hijas della. Y oida la peticion de Zulema, dilató con buenas razones la respuesta, por ver tan buena ocasion de mejorar su partido. Con esto envió a decir secretamente al rey Hiscen lo que el moro Zulema le pedia, y que él holgaria mas de venir en su ayuda, si le daba los seis castillos que en su tiempo de Hiscen, gobernando Almanzor, se le habian tomado en Castilla á su padre. Propuso el rey esta demanda del conde á los suyos, y aunque pareció muy grave, mas como el miedo que tenian á él y á los suyos era con la fresca experiencia tan grande, hubieron de concederle lo que pedia. Así le fueron luego entregados al conde don Sancho los castillos de Gormaz, Osma, Clunia, Atienza; y le dieron cincuenta rehenes por Castrabo, Meronia y Berlanga. Todo esto cuenta así el arzobispo sin poner los nombres de los lugares, los cuales se hallan en los anales compostelanos y de Alcalá, aunque discordan en el año y en algunos de los nombres de los lugares. Mas por lo pasado se vé como hubo de ser esto al fin del año mil y doce, ó en el mil y trece. El nombre de Atienza siempre está muy corrupto, llamándola algunas veces Azenea, y de otras maneras por culpa de los que trasladaban. Los Anales de Alcalá añaden que le dieron tambien los moros al conde otros lugares allí en Extremadura. Esto es muy notable para lo que algunas veces hemos dicho, como el nombre de Extremadura salió en su principio de la ribera de Duero que tanto tiempo fué término en aquellas comarcas de Osma, y mas abajo entre moros y cristianos, llamando Extremo de Duero á la una y á la otra ribera, que así hacian término. Y este fué el verdadero orígen deste vocablo, que despues se aplicó á tan diferente provincia, como es la que ahora lo tiene. Es cosa de harta consideracion, como habiendo contado el arzobispo todo lo de arriba hasta el entregarse al conde los castillos, se lo deja así aquello, sin decir el ayuda que dió á Hiscen. Por esto creo yo que el conde no hizo concierto con el rey de venirle á ayudar, sino solamente de no dar ayuda á Zulema, y por esto se estuvo quedo. Bien veo como el arzobispo dice expresamente lo contrario en la promesa que á Hiscen hizo mas tambien se ve como realmente no vino á ayudarle, y así es muy verisímil mi conjetura. Tambien podemos decir con mucha probabilidad, que el conde tuvo buena excusa para no venir, con habérsele muerto su mujer la condesa doña Urraca el año mil y doce, como en los anales compostelanos se señala. Y el debido sentimiento no daba lugar á que el conde se moviese. El fin que tuvo esta guerra de los dos moros fué, que Zulema juntó grande ejército de los moros reyes y capitanes de Zaragoza y de Guadalajara y otras ciudades. Prometióle tambien secretamente por sus cartas el capitan Alhagib Alhamer, que, como hemos visto, estaba en Córdoba con el rey Hiscen, que se pasaria a él con todos los suyos. El rey Hiscen supo desta traicion, y hubo á las manos las cartas que Zulema le respóndia, y | mandándolo traer preso delante sí, y mostrándole las cartas, le hizo luego cortar la cabeza en su propia casa,

tres lo escriben. El mes y año ponen los anales de Alcalá, y aunque parece no confirman los compostelanos, si bien se mira no se hallará diferencia, pues ponen el nacimiento del niño en el mismo año que se le dieron al conde los castillos de Osma y Atienza y los demás. Seria mas alegre el nacimiento deste niño por ser varon, no teniendo el conde ántes mas que tres hijas, y á lo que parece por este tiempo estaban ya las dos casadas, ó eran de buena edad para poderlo estar. La primera, llamada doña Nuña, y otros dicen doña Elvira, y otros doña Mayor, fué casada con el rey de Navarra don Sancho el Mayor. Y en este casamiento se hizo el aparejo y gran principio de entrar los reyes de Navarra á tener los reinos de Castilla y de Leon. Porque, como presto veremos, por muerte deste niño don García el rey don Sancho el Mayor hubo el condado de Castilla, perteneciéndole por herencia de la reina doña Nuña su mujer, como hija mayor del conde don Sancho. La segunda hija del conde, llamada doña Teresa, fué reina de Leon, casando, como adelante se dirá, con el rey don Bermudo, tercero deste nombre, hijo del rey don Alonso el quinto, de quien vamos contando. La tercera hija del conde don Sancho se llamó doña Tigrida, y fué monja, como ya queremos contar.

donde se habia fabricado la traicion. Zulema vino á Córdoba con su gente con haberles ofrecido que puesto él en el reino, serian de cada uno los lugares que pudiese ganar. Zulema tomó á Córdoba por combate, y volvió á tener su reino en ella, habiendo huido el triste rey Hiscen con ayuda de los suyos, y pasádose en África. Los moros de Berbería, con cuyo favor Zulema habia cobrado el reino, le pidieron por lo concertado les diese tierras donde viviesen Húbolo de hacer de su voluntad ó forzado, y siendo seis parentelas principales y otras tantas cabezas, las de aquellos moros de Africa que le seguian, les repartió tierras y lugares donde fuesen señores. Esta fué la primera division notable del reino de los moros en España, y que les disminuyó las fuerzas para poder de aquí adelante ser mas fácilmente conquistados. Poco despues pasó en España Hali Aben Hamit, alcaide de Ceuta, y venciendo al rey Zulema, se apoderó del reino de Córdoba, y lo mató á él y á su padre, y á un su hermano por sus propias manos. Y este mal fin hubieron los tres moros Almohadi, Alhamer y Zulema, que con perseguir tanto al miserable rey Hiscen, se destruyeron á sí mismos, destruyendo tambien como hemos dicho todo el imperio de los moros, debilitándolo con la division. El triste rey Hiscen vivió tan miserable, que parece le fuera mejor suerte haber sido muerto en alguna de aquellas batallas á manos de sus enemigos, pues murió despo-zado por su persona, no se la oscureciera su madre

seido del reino y desterrado, sin cumplirsele siquiera un deseo que tuvo en la vida harto pequeño. Andaba un dia por el alcázar de Córdoba ahora esta postrera vez que reinaba mirando las sepulturas de los reyes sus antepasados, y mostráronle la del cristiano que por parecérsele mucho lo habia mandado matar el Almohadi, y lo habia mandado enterrar con los reyes, por fundar mas enteramente su ficcion de que habia muerto al rey. Hiscen cuando la vió, dijo. Aquí quiero yo que me entierren muerto, donde se cree estoy enterrado estando vivo. Por allá murió en África, donde no se sabe ni se escribe. Y en él se acabó el linaje de los Abderrámenes reyes de Córdoba, que con tanta pujanza de monarquía tuvieron, como se ha visto, el imperio de España mas de doscientos años. Y tambien se acabaron verdaderamente con ellos las fuerzas del imperio de los reyes de Córdoba por sus divisiones: y en ellas los dejaremos, por no ser por ahora necesario tratar ninguna otra cosa en particular de las cosas de los moros. Solamente se puede decir aquí, como desta vez comenzó á haber reyes moros en Granada y en otras ciudades sin obediencia ni sujeccion al rey de Córdoba.

CAPÍTULO XXXVII.

Los hijos que tuvo el conde don Sancho, y la triste muerte de su madre.

Siendo ya muerto por este tiempo el conde don Iñigo Vela de Nájara, sus hijos don Rodrigo, y don Diego y don Iñigo, todos con sobrenombre de Vela, se entretenian en el servicio del conde don Sancho, como sus vasallos principales; y así naciéndole al conde su único hijo don García en este mismo año mil y trece en el mes de noviembre, el mayor de los hijos del conde don Vela, llamado don Rodrigo, fué su padrino del niño en el bautismo, para que la gran traicion con que despues lo mató, fuese por esto mas abominable. Yo nombro á los dos hijos del conde don Vela como los hallo en el arzobispo don Rodrigo y en la historia general, aunque don Lucas los nombra diferentemente. El haher sido su padrino del niño don Rodrigo Vela todos

En todo habia sido el conde don Sancho un venturoso príncipe, si la grandeza y gloria que él habia alcan

forzándole á ser mal hijo. La corónica general del rey don Alonso, que sola cuenta este triste suceso, dice que la condesa doña Oña, quedando viuda, y no siendo de voluntad tan honesta como debia ser quien era, se enamoró de un príncipe moro, y deseó casarse con él. Y porque esta maldad no fuese sencilla, añadió la madre perversa otra mayor, de matar al conde su hijo con ponzoña en el vino, porque no le estorbase tan malvado casamiento, ni el Hevar en dote villas y castillos que el moro le pedia. Estando, pues, aparejando el zumo de las yerbas mortales, viólo su camarera, y abominando tan gran maldad, lo descubrió á su marido, y él al conde. Cuando él y su madre se sentaron á comer, y le trujeron vino, porque lo pidió, convidó á su madre que bebiese primero. Mas como ella dijese con disimulacion que no tenia gana, y porfiándole su hijo, rehusase con temor: el conde la forzó á beber, y se cayó luego muerta con la cruel fuerza de la ponzoña. Así la madre que queria ser parricida, puso én necesidad al hijo que lo fuese. Mas aunque fuera tan malvado el intento de la madre, pudiéndose poner otros muchos buenos remedios, no se habian de tomar el que con tan enorme crueldad ensució eternamente las manos y la fama del hijo.

Deste hecho tan miserable sola la historia general hace mencion; y el arcipreste de Talavera en su Valerio, dice, como yo aquí, que la camarera de la condesa dió el aviso del veneno á su marido, y él al conde, y no que ella le avisó. Y esto es mas conforme á la memoria que hasta ahora dura desta lealtad en Castilla. Dícese que éste que descubrió al conde la maldad de su madre, era natural de Espinosa, villa muy conocida en la montaña que da nombre al valle donde está, y que en premio de la lealtad que guardó con él el conde, librándolo de tan gran peligro, se le dió á él y á todos los de su pueblo el guardar perpetuamente el cuerpo del rey de noche. Así lo guardan todavía durmiendo doce naturales de Espinosa en la sala real, y cerrando ellos la puerta. A estas guardas llaman monteros de Espinosa, y á la villa Espinosa de los Monteros.

« AnteriorContinuar »