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en compañía de pecadores? Quedándose, pues, allí Georgio aquella noche, soñó que la matrona Sabigoto se llegaba á él, y le daba un suavísimo perfume, y le decia: yo tengo gran riqueza desto. El dia siguiente se vinieron ambos á la ciudad, y á su casa de los dos santos. Y dándole cuenta á Aurelio de todo lo que el día antes en el monasterio habia pasado, Georgio le pidió humildemente rogase á Dios, que él mereciese tambien acom

Sucedió despues el tener de nuevo Sabigoto otra revelacion, que san Eulogio cuenta desta manera. Estaba sola en su retraimiento puesta en oracion, y suplicando á nuestro Señor por la constancia para el martirio; y en el punto de su mas hervoroso afecto se le puso delante una doncella de maravillosa hermosura, y preguntándole : & hija quién eres? respondió: Soy la hija de Montesis vuestro amigo y estando yo en la agonía de la muerte me fulŝte á visitar, mas con la fa-pañarlos en el martirio. Desde entonces se quedó con tiga de la enfermedad no te pude entonces conocer. Mas en acabando de espirar, luego entendí quién eras, revelándomelo nuestro Señor. Y él me envia ahora á darte la buena nueva de la victoria y corona que por él has de alcanzar. Porque ya se os acerca el tiempo de pelear y vencer por su amor. Revolvia entretanto Sabigoto en su memoria todo lo pasado, y hallaba ser así verdad como se le decia. Queriendo luego dar las gracias de tan buena nueva á quien se la traia, se le desapareció, quedando ella muy alegre cou fundársele tan de veras su esperanza, y asegurársele desde el cielo lo que tanto deseaba.

Acercándoseles poco despues á los santos el tiempo de su santa batalla, ocho dias antes de su prision se cumplió lo que las santas mártires Flora y María les habian anunciado, y se les juntó el monge que habia de ser su compañero en el martirio; del cual será necesario tratar, para que sea enteramente conocido.

Este santo monge era diácono, y se llamaba Georgio; y habiendo nacido en las comarcas de la gloriosa ciudad de Belen, vino á Córdoba por esta oca sion. Habia sido monge veinte y siete años en el famosísimo monasterio de San Sabba, de quien tan insignes cosas se leen en las vidas de los santos padres, y estaba dos leguas de Jerusalen al mediodia, con tener ahora, segun Georgio referia, quinientos monges. El abad David, que ahora lo gobernaba, para mantener tanta multitud de monges como á su cargo estaba, siendo tambien toda aquella tierra ya enseñoreada por los moros, era forzado enviar por diversas provincias algunos monges, que recogiesen limosna para el monasterio entre los cristianos. Por esto envió al monge Georgio, siendo ya diácono, en África. Mas hallando aquella provincia cruelmente tiranizada por los moros, entendió lo poco que tenian y podian los cristianos, y así pasó en España con la misma demanda. Y habiéndole conocido acá san Eulogio, cuenta cosas admirables de su penitencia, de su silencio, de su humildad, de su oracion, y de otras singulares virtudes, con que era escelente en santidad.

Estando este santo monge en Córdoba, fuése un dia al monasterio Tabanense, donde tambien à la sazon habia ido santa Sabigoto, para ver sus hijitas, y despedirse de mas verlas; como quien andaba ya tan ansiosa del martirio, que esperaba luego verse en él. Porque ya esto era no mas de ocho dias, como decíamos, antes que con los demás fuese presa. El abad Martin, y su hermana la abadesa Isabelle dijeron á Georgio como estaba allí Sabigoto, y dándole noticia de quién era, y los santos cuidados que traia, le pidieron la visitase. Él lo hizo de muy buena gana, y así como pareció delante della, alumbrada por el Espíritu Santo, dijo. Éste es el monje que se me ha prometido por compañero en la batalla, él entrará conmigo en ella. Georgio se postró á sus piés, y le dijo: Suplicándolo, señora, vos á nuestro Señor, podrá ser que merezca yo alcanzar algo de lo que decís. Ella respondió: & de donde, padre mio, nos vino tanto bien, que tú vayas

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ellos, y con los otros dos santos Felix, y su mujer Liliosa, que habiendo ya tambien vendido su hacienda, y repartidola á los pobres y á las iglesias, abrasados con el fuego que Jesucristo habia encendido en sus corazones, deseaban verse ya arder en verdadero sacrificio por él. Aquellos dias escribió Georgio una carta al abad David y á todo su monasterio del Santo Sabba, donde les daba cuenta de su viaje, y pasada dè África en España, y de todo lo que hasta entonces, de juntarse con los cuatro santos, le habia sucedido. Y desta epístola, dice san Eulogio, tomó él lo que desto escribió, que es lo que hasta aquí se ha contado.

Estando, pues, ya así juntos, y con tanta discrecion y aparejo, santamente arriscados los cinco soldados de Jesucristo, como deseosísimos de verse en la batalla, consultaban cómo darian órden de entrar en ella. Pareció lo mejor, quelas dos benditas matronas Sabigoto y Liliosa fuésen á la iglesia descubiertos los rostros, así que pudiesen ser vistas de todos. Porque teniéndolas comunmente por moras, habían de dar ocasion de preguntarles algunos por aquella novedad, y de allí se tomaria buen principio de confesar á Jesucristo, y comenzar á padecer por él. Así sucedió como se habia pensado. Volviendo las dos santas mujeres descubiertas de la iglesia, un ministro de justicia que las vido, preguntó á Felix y Aurelio (que iban detrás cerca dellas) qué queria ser aquel ir y volver de sus mujeres á las iglesias de los cristianos. Ellos afirmados en la firmeza de su constancia, respondieron : costumbre es de los cristianos ir muy ordinariamente á las iglesias, y porque nosotros lo somos, y así lo confesamos con la boca, mostrámoslo tambien en tales obras. Con esto se fué aquel al juez, y denunció de los santos lo que habia visto y oido.

San Aurelio que entendió como luego habia de ser preso, fué á visitar sus hijas en el monasterio Tabanense, y de allí tambien, el mismo dia que le prendieron, vino antes que amaneciese á despedirse de san Eulogio, pidiéndole rogase á nuestro Señor le diese de su mano la verdadera fortaleza que habia menester para pelear por él. Tambien san Eulogio se encomendó en sus oraciones, y en particular le encargó, cuando se hallase delante de Jesucristo en el cielo le rogase por su iglesia, que tan afligida se hallaba entonces en España. Habiéndoselo prometido, dice expresamente san Eulogio, que le besó las manos por ello. Donde parece claro, como esta costumbre que particularmente tenemos los españoles, sin que sea en lo antiguo de otra nacion, de besar las manos por agradecimiento, y decirlo por comedimiento, viene de tan atrás, y es tan antigua en España, que ya por este tiempo destos santos era muy usada. Y en el santo Job parece tambien algun rastro desta costumbre. Oyendo el juez lo que de los santos se le afirmaba por sus ministros, y entendiendo como Aurelio era la principal causa de todo, en haber movido á los demás, pesóle gravemente, y mandó se los trujesen á todos cuatro delante. Los ministros los trujeron luego con mucha ferocidad,

Los cristianos tomaron los cuerpos destos santos como á hurto, y los sepultaron en diversas iglesias, á Georgio y Aurelio en el monasterio de la Peña de la Miel, de quien luego diremos, á san Felix en el monasterio de San Cristóbal, de quien se ha ya dicho, á santa Sabigoto en la iglesia de los Tres Santos, donde estaban sus cenizas y otras reliquias, y en la de San Ginés á santa Liliosa. Tras esto señalaba luego san Eulogio donde fueron supultadas las cabezas de todos, mas por estar falto el original de su libro en esta parte, no se puede saber. Muchos años despues en el mil y setenta de nuestro Redentor, ó por allí cerca, en tiempo del rey don Sancho el segundo, que mataron sobre Zamora, ó al principio de don Alonso su hermano, el conde don Fernan Gomez de Carrion llevó de Córdoba al rico monasterio de aquella villa el cuerpo de san Zoil, como escribiendo deste santo se dijo. Tambien fué llevado entonces allí de Córdoba el cuerpo deste santo mártir Felix, de quien acabamos de contar, y está en el altar mayor en arca de plata como el de san Zoil, como cuando se escribió dél dijimos. Y aunque allí no declaré lo que convenia de san Felix, y en el libro que antes habia impreso de la traslacion de los santos mártires Justo y Pastor, y en los escolios sobre san Eulogio dije, que el cuerpo santo que estaba en Carrion, era el de san Felix el monge, natural de Alcalá de Henares, de quien luego se escribirá, no es sino el de este otro san Felix, compañero de los demás, de quien acabamos de escribir en este capítulo. Porque el cuerpo del otro santo monge Felix fué de tal manera quemado, y echadas sus cenizas y huesos consumidos del fuego en el rio, que no pudo de ninguna manera quedar cosa que se pudiese llamar cuerpo, ni aun cogerse reliquias dél.

masellos venian como á un gran banquete con mucha ale- | antiguamente lo hicieron los gentiles con cuasi todos gría. Parecia que habian de haber del juez grandes do- los mártires. nes, no habiendo de hallar mas que tormentos. Mas viendo el monge Georgio como los que llevaban á los santos le dejaban á él, porque no se les habia mandado llevar mas que á los cuatro, con santa osadía les comenzó á decir tales injurias, porque maltrataban así los cristianos, y los querian apartar de la verdadera fé, y forzarlos seguir la falsa secta, que vueltos à él con gran furia, le dieron muchos golpes, y derribándolo en tierra á coces y puñadas, lo dejaban allí medio muerto. La santa ma trona Sabigoto se llegó á él, y le dijo con lástima, levanta padre, y vamos. Y él como si no hubiera pasado nada por él, se levantó á prisa diciendo: Todo esto aprovecha para mas merecer y acrecentar la corona. Así fué con los santos delante el juez. Él con mucha blandura les preguntó luego, por qué desamparaban su ley, siendo tan honrados y estimados en ella, y pudiendo gozar tantos deleites acá y en la otra vida, siguiendoia. Todos respondieron, como si uno solo hablara, que no habia riqueza, honra ni deleite que se pudiese comparar con los bienes eternos del cielo, que Jesucristo con su sangre compró para sus fieles, y que todo lo que à él ó á su Iglesia contradecia, todo lo tenian por mentiroso y malvado, y así lo confesaban. Prosiguiendo adelante en decir mal de la secta de Mahoma, el juez con mucha ira los mandó llevar á la cárcel y aprisionarlos muy duramente. Los santos se veian ya gozosos con el buen principio de su pelea, y esperanza de la victoria en ella. Allí en la cárcel tuvieron nuevos y nunca antes conocidos gozos con los sentimientos y visitaciones celestiales. Las cadenas les parecia que no les podian apretar, y toda aquella fatiga de la cárcel se les convertia en ocasion de mayor placer en los cinco dias que allí estuvieron. Despues dellos fueron llevados al tribunal de los principales del gobierno, que estaba en el alcázar, yendo la santa matrona Sabigoto animando á su marido con tales palabras, que cuando no llevara, como llevaba, una gran constancia, ellas se la pudieran poner. Los jueces de nuevo los convidaron con cargos de mucha honra y riqueza, si querian perseverar en ser moros. Mas perseverando ellos en abominarlo, fué mandado lievasen luego á degollar á los cuatro, y dejasen ir libre al monge Georgio, porque los jueces no le habian oido decir cosa por donde mereciese la pena que los demás. El que oyó tal sentencia, dijo con grande ánimo á los jueces: ¿Por qué dudais de mi cristiandad? porque no me la habeis oido confesar, ni decir de vuestro falso profeta el mal que merece? pues maldígolo, y llámole discípulo de Satanás, pues era el demonio el que le enseñaba y regia. Añadió mas injurias contra Mahoma, y los del consejo (porque no pasase adelante en decirlas) mandaron llevarlo tambien á degollar con los demás. Cortaronles las cabezas por esta órden, primero á Felix, y luego al monge Georgio y Liliosa, y los postreros á Aurelio y Sabigoto. Sucedió su martirio á los veinte y siete de julio del año ochocientes y cincuenta y dos, habiendo pasado mas de seis meses entre ellos y los postreros mártires de atrás.

Siempre se ha de tener cuenta con aquella ley de los moros, de que atrás se ha hecho mencion, que les vedaba no dar ningun otro tormento á quien habian de matar por justicia. ¿Y así dejarán de dudar algunos como podrian, por qué los moros teniendo tanto odio con estos santos que martirizaban, no los azotaban y atormentaban de otras maneras primero? como

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Estos cinco santos, como expresamente lo dice san Eulogio, no fueron juzgados ni condenados por el juez ordinario, de quien en los demás santos se ha hecho mencion, sino por todo el consejo del rey. Lo mismo será del mismo glorioso san Eulogio, que fué juzgado y condenado por todo el consejo real. Y como el juez ordinario tenia su tribunal en el Campillo delante el alcázar, en la plaza, así estos del consejo del rey moro tenian su sala donde juzgaban, dentro del alcázar, muy cerca de la entrada. Así se puede bien creer estaban ó donde ahora tienen los señores del santo oficio,de la inquisicion su audiencia, ó en algun aposento del patio, donde está la hermosísima fuente que llaman la Copa real. Todo parecerá claro adelante, donde volveremos a tratarlo con buena certificacion.

Podríamos pensar que los santos cuerpos de Aurelio y Georgio están en París, pues en el diligentísimo martirologio de Juan Molano, se dice á los veinte de octubre. En París el recibimiento de los cuerpos de Georgio diácono, y de Aurelio. Allí no dice mas, ni de otra parte no sé yo mas, sino que lo veo tambien referido en el otro muy copioso y docto martirologio del protonotario Galesino, donde se muestra ser hombre muy entendido en todo género de antigüedad eclesiástica.

Fray Laurencio Surio, en lo mucho que con gran diligencia ha juntado de los santos, pone la vida y martirio destos cinco mártires, como la escribió san Eulogio, por donde parece como ha venido á sus manos alguna parte de la obra del santo. Allí se ponen

los nombres de las hijas de Aurelio, María y Felicitas ó Felicia. Dellas cuenta san Eulogio, que viendo á la menor nueve meses despues del martirio de sus padres, andando ella en seis años, sin poder bien formar las palabras, le pidió muy de propósito, que escribiese la vida de sus padres, y celebrase su santa victoria en el martirio. Y preguntándole san Eulogio, por placer, qué le daria, por qué lo hiciese, la niña con grande admiracion del santo le respondió luego: Suplicaré á nuestro Señor os dé la gloria del paraiso. En lo que pone Surio, hay otras visiones en sueños y revelaciones mas de las que se hallan en san Eulogio. Y allí, y en el martirologio y catálogo del obispo Adon y Equilino, que hacen mencion destos santos, siempre está errado el nombre de santa Sabigoto, llamándola Natalia. Tambien está errado en todos el dia del martirio destos santos, poniéndolos á veinte y siete de agosto.

CAPÍTULO XIV.

Cuatro monjes mártires.

El insigne martirio de los cinco santos pasados parece que encendió los corazones de otros dos monjes que fueron martirizados luego á los veinte de agosto. Cristóbal era de Córdoba, muy mancebo, y pariente y discípulo de san Eulogio, como él refiere, y despues de haber aprendido mucho con él, se fué á meter monje en el monasterio de San Martin, que estaba en la sierra de Córdoba en aquella parte que llamaban Rojana, sin que señale aquí san Eulogio, como suele, la distancia que habia de Córdoba hasta este sitio, ni hácia qué lado del cielo y orizonte caia. Allí vivió con grande ejemplo de religion y santidad hasta el martirio de los cinco santos ya dichos. Entonces con el ardor que sintió en su alma en oirlo, se vino á la ciudad, y se presentó al juez, y confesando la fé de Jesucristo, y blasfemando la ley de Mahoma, amonestaba á los demás huir della. Fué mandado poner en la cárcel por esto y ser aprisionado muy gravemente.

Al mismo tiempo, movido, segun piadosamente se puede creer, con el mismo ejemplo, se vino á Córdoba á parecer delante el Juez con deseo del martirio otro monje llamado Leovigildo, mozo de edad entera, natural de la ciudad de lliberi, que otros llaman Eliberi, y cómo se ha visto en la historia y en las antigüedades, estaba muy cerca de la ciudad de Granada, en la sierra de Elvira. Habia tomado el hábito en el monasterio de los gloriosos niños mártires San Justo y Pastor, situado á cinco leguas de Córdoba, entre grandes asperezas de montañas y espesuras de arboledas, en aquella parte que llamaban Fraga, por lo fragoso (por ventura) de la tierra, y junto á la pequeña aldea llamada Lejulense. Ántes que fuese al juez, se fué á san Eulogio como él lo refiere, para ser instruido dél, suplicándole tambien lo encomendase á Dios en sus oraciones, porque le diese con su gracia el verdadero esfuerzo que era menester para cumplir su deseo, y para esto asimismo pidió su bendicion al santo sacerdote. Él se la dió con buena amonestacion y consejo, y así lo envió en paz, bien armado para la santa guerra. Él entró en ella con tan fervorosa confesion de la fécristiana, y blasfemia de Mahoma, que los ministros del juez lo maltrataron mucho en el tribunal de palabras y de bofetadas, y lo pusieron despues muy aherrojado en la cárcel. Allí se conoció con el monje Cristóbal, y juntan dose los corazones con caridad, se unieron tambien los deseos de ambos, para dar juntos por Jesucristo nues

tro Redentor el mayor testimonio della, que él dijo podia haber, dando el hombre la vida por su amigo. Cuando los degollaron tuvo mucha cuenta el monge Cristóbal de que cortasen primero la cabeza á Leovigildo, dándole aquella precedencia por respeto y honra de su edad, y así fué muerto él despues. Los moros metieron luego los cuerpos de los dos mártires en una gran hoguera: mas los cristianos con santa diligencia los sacaron de allí antes que fuesen del todo quemados, y los sepultaron en la iglesia de san Zoil. Hay memoria destos dos santos en el martirologio de Adon, y de allí en el catálogo del obispo Equilino, y cada dia lo lee generalmente la Iglesia en el martirologio de Usuardo á la prima.

Destos dos monasterios ni de los lugares donde estuvieron, no se puede tener ninguna noticia cierta. Una piedra de enterramiento cristiano del año de nuestro Redentor novecientos y setenta y siete se halló en la sierra de Córdoba pocos años ha en tal sitio, que podríamos creer hubiese allí estado alguno destos monasterios. La piedra se pondrá cuando llegue allí la historia, y se dirá desto lo que se puede conjeturar. No pasó tras estos dos santos un mes entero sin martirio, pues á los quince del setiembre siguiente padecieron otros mancebos Emila y Jeremías monges, ambos naturales de Córdoba, y nacidos de noble linaje, y tambien doctrinados y adelantados ambos en sus estudios, que enseñaban ellos las letras á los cristianos en la iglesia de San Cipriano, y el uno dellos era en ella diácono, y por ser ambos muy ladinos en la lengua arábiga, dijeron muy la larga mal de Mahoma y su secta, cuando se vieron delante del juez, y Emilia señaladamente se adelanta mucho en denostarla. Por eso se encendieron mas furiosamente en ira los jueces contra éstos mártires, y asi habiéndolos degollado, pusieron sus cuerpos en sendos palos de la otra parte del rio. Y su martirio se halla en Adon y Equilino. El ofrecerse así estos cuatro santos, como se ha dicho, al martirio de su gana, sin ser acusados, con tanta prontitud y animoso deseo, acrecentó mucho en los moros aquel temor, de quien ya dijimos, y aquí vuelve el santo mártir Eulogio á renovar la memoria dél. Tambien notó, como habiendo sido muy claro y sereno todo el dia en que los dos mártires Emila y Jeremías padecieron, luego que los acabaron de degoilar se oscureció el cielo, y con grandes truenos y relámpagos, y gran tempestad parece hacia sentimiento por los siervos de Dios, que con tanta crueldad eran muertos. Al mártir Emilia nombran Emilano los dos obispos Adon y Equilino, como los godos formaban tambien de Wamba Wambano, y así otros. Todo es uno.

CAPÍTULO XV.

Otros dos mártires Rogelo y Sirvo á Dios. Estando aun en la cárcel Emila y Jeremías, fueron traidos á ella otros dos santos, y martirizados luego el dia siguiente diez y seis de setiembre. Rogelo era monge, sin que señale san. Eulogio de qué monasterio, y habian nacido en una aldea de la ciudad de Hliberi, llamada Parapanda, y era eunuco ó castrado, y muy viejo en la edad. El otro se llamaba por su propio nombre Sirvo á Dios, y tambien era eunuco y mancebo, y habia venido desde la Siria y aquelas regiones orientales, donde era natural, á vivir en Córdoba. Estos dos santos, siendo conocidos y amigos, se conformaron y determinaron en un mismo

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matar por su autoridad, sin venir al juez, á cualquier cristiano que dijese mal de Mahoma y de su ley. Con esto, dice San Eulogio, que quedaron los cristiano tan temerosos, que se andaban escondiendo por diversos lugares, y no teniéndose por seguros, se mudaban á otros, y cada hoja de árbol que se meneaba, pensaban era alguno que los venia á matar. Muchos y es gran dolor contarlo) renegaron la fé, y otros, habiendo siempre alabado, y tenido por tan bienaventurados, como era razon, á los santos mártires pasados; ahora por el contrario con mal celo los culpaban, y decian, que no teniendo mas respeto que á sí mismos, habian hecho grandísimo daño á todos los cristianos, despertando con su constancia la persecucion tan brava que se padecia. Imputaban tambien á san Eulogio mucha parte della, por haber sido el que habia instruido y amonestado á muchos mártires, para que lo fuesen.

Para algun remedio desta tan cruel fatiga, en que la iglesia de los cristianos en Córdoba se hallaba, se juntaron allí para hacer concilio muchos prelados y metropolitanos entre ellos, porque tambien el rey los habia mandado venir por la misma causa. Y ellos que no podian hacer menos de obedecer, si no querian ver de todo punto destruida la iglesia cristiana en España,

propósito, de morir por Jesucristo, y por la confesion de su fé. Para el buen efecto desto tomaron esta ocasion. Habia poco, como se dijo en las autigüedades, que se habia edificado la gran mezquita de Córdoba, cual ahora la vemos, y aunque en nin- | guna de las de los moros era lícito entrar ningun cristiano, mucho menos en esta, que con mayor rigor se guardaba de tal contaminacion. Aguardaron, pues, los dos mártires á cuando estuviesen en ella los moros en su zalá, y no solo entraron dentro, sino que tambien con grande ánimo y voces comenzaron á predicar á Jesucristo y su divinidad y gloria eterna, donde lleva á los suyos, y la falsedad de Mahoma, y la certidumbre del infierno adonde guiaba á sus secuaces. Viendo esto los moros, garon con tanto impetu sobre los dos benditos cristianos, derribándolos en el suelo, y hiriéndolos, que los hubieran allí muerto, si no acudiera el juez para librarlos de aquella furia, mandándolos llevar á la cárcel. Determinando despues de degollarlos, se sentenció en consejo, que les fuesen primero cortados los piés y las manos, posponiendo la ley ya dicha, de no dar ningun tormento al que habian de matar: y hicieron ahora esto por satisfacer á la profanacion de su templo, y como desenviolarlo, á su parecer, desta manera. Así los santos fueron primero cruelmen-obedecieron, como otras veces solian, en venir á junte martirizados, viéndose despedazar poco росо. Mas ellos con grande alegría tendian sus piés y manos para que se los cortasen, mostrando mas deseo de morir, que los verdugós tenian de acabarlos de matar. Estando ya cuasi desangrados y muertos, extendieron con tanta constancia sus gargantas para recibir en ellas el cuchillo, que los moros se movian por una parte á lástima, y por otra se espantaban de tanta gana y deseo como mostraban de morir. Y fué su martirio á los diez y seis de setiembre, como decíamos. Sus cuerpos fueron puestos en palos de la otra parte del rio, junto á los otros dos santos pasados. Aquel lugar, nombrado aquí Parapanda, tuvo el nombre enteramente griego, y quiere decir en aquella lengua lo mismo que en latin ad omnia y en castellano para todas las cosas. Y no tuvo aqueste nombre solo aquel lugar en España, pues tambien de tiempo inmemorial lo tienen hasta ahora unas aceñas de los insignes hospitales de la Puente del Arzobispo, que están en el rio Tajo junto al lugar, y se llaman las aceñas de Parapanda.

CAPÍTULO XVI.

tarse. Que con ser el que mandaba juntar el concilio tan malo, la fatiga en que se hallaba toda la cristiandad de Córdoba, y de toda España, obligaba á buscar por aquella via el remedio della. Trataron en el concilio (1), con los medios que mejor les pareció de satisfacer al rey sin ofensa de Dios, como san Eulogio mas á la larga cuenta. Mas todavía crecia la persecucion, y sucedia en algunos la gran miseria de dejar la fé cristiana por temor, y el obispo de Córdoba estaba de nuevo preso, porque parece otra vez antes lo habia estado, y los cristianos principales no osaban salir de sus casas, temiendo tambien ser llevados á la cárcel.

En esta afliccion de su Iglesia mostró Dios sus acostumbradas misericordias y maravilloso amparo, con que mira y favorece los suyos. Porque subiendo el rey Abderramen á un terrado de su alcazar, por mirar desde allí los campos, y muchos lugares que se parecen, vido los cuatro mártires pasados en los palos donde estaban puestos, y mandó que los quemasen. Fué luego hecho, y los cristianos cogieron sus cenizas y huesos que quedaban, y los pusieron con veneracion en las iglesias. ¡0 maravilloso poderío, dice san Eulogio aquí, y espantosa virtud de nuestro Redentor

La nueva persecucion de los cristianos de Córdoba, y Jesucristo! Aquella boca con que el rey mandó quemuerte del rey Abderramen.

Aunque, como hemos dicho (1), el rey Abderramen y todos sus moros se habian turbado con los primeros mártires, y habian querido refrenar á los cristianos, para que no viniesen así con tanta constancia á decir mal de su ley: mas ahora fué mayor su espanto y su confusion, teniendo por perdida su secta, con haber tantos cristianos, que ofreciéndose de su voluntad al martirio, y á derramar su sangre, testificasen de su falsedad. El rey particularmente, unas veces con miedo y espanto, otras con ira y con furia, mostraba su fatiga. Consultó tambien los de su consejo, sobre lo que se debia hacer en esto. Todos eran de parecer que se prendiesen todos los cristianos, y que cada uno de los moros pudiese

(1) En el cap. 4.

TOMO II.

mar los cuerpos de sus santos mártires, atapándola el ángel del Señor en el mismo punto, se cerró, sin poder hablar mas palabra. Así fue llevado en brazos por los suyos á su cama, donde aquella noche espiró, y ántes que se acabase el fuego en que él habia mandado quemar los mártires, él comenzó á arder en el del infierno.

Murió al fin deste año ochocientos y cincuenta y dos, de que vamos contando, desde octubre en adelante, pues mas de mediado setiembre mandó martirizar los dos santos postreros. Pudo ser tambien que llegase al principio del año siguiente, y así se le cumplirian los treinta y un años y algo mas, que el moro Rasis y el arzobispo don Rodrigo dicen haber reinado. Aunque siempre se ha de tener advertencia, como los años de

(1) Cap. 16, del lib. 2.

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los moros eran algo menores que los nuestros, como al principio de esta historia de la restauracion de España se ha notado. Y todo esto viene bien con la buena cuenta de san Eulogio,que le dió á este rey por año vigésimo nono de su reinado el ochocientos y cincuenta de nuestro Redentor.

CAPÍTULO XVII.

Los principios del rey Mahomad, y como comenzó á perseguir los cristianos.

Con la muerte de Abderramen pareció podia haber algun alivio en la persecucion de los cristianos, mas con sucederle su hijo Mahomad en el reino no fué mucho, por ser como era este mozo nuestro cruel enemigo. Habiéndose mostrado tal en todo lo pasado, ahora lo manifestó mas de veras. El mismo dia que lo levantaron por rey echó del palacio y casa real todos los cristianos que en ella servian, quitándoles las raciones y acostamientos que tenian: y entre ellos fué tambien echado Josef, hermano de san Eulogio (2), como el santo refiere. Amenazaba tambien el rey de hacer grandes males á los cristianos, si se viese con sosiego y quietud en su reino. Y porque le seguian en este cruel propósito los suyos, los cristianos lo pasaban muy mal en todo, y lo que peor era, y mayor lástima hacia, muchos por estas aflicciones dejaban la fé, y seguian la falsedad de los moros. Perseverando, pues, el rey Mahomad en esta su maldita voluntad de maltratar y destruir los cristianos, mandó derribar en Córdoba todas las iglesias que de nuevo se hubiesen edificado despues de ser España de los moros, y todo lo que se hubiese añadido á las antiguas, que quedaron del tiempo de los godos. Y los malvados ministros que esto ejecutaban, no solo se contentaron con lo que se les mandaba, sino que extendiendo su crueldad mucho mas adelante, derribaron mucha parte de las torres y hermosos campanarios de las iglesias, que habian sido edificadas con mucha suntuosidad y eminencia en tiempo de los godos, y así no se comprehendia en el edicto malvado. Por esto vemos aun ahora, como fueron entonces desmochadas y medio derribadas las torres de las iglesias, que son ahora de San Pedro, de la Magdalena y de Santiago, y eran entónces de los cristianos con otras advocaciones, y se parecen en ellas manifiestos los rastros desta su miserable destruccion.

Detuvo nuestro Señor á esta sazon con su divina providencia el furor deste malvado rey, con que pensaba pasar adelante en la destruccion de los cristianos, disponiendo que se le rebelasen algunas de sus provincias. Así lo dice san Eulogio en general, mas para que se entienda todo mejor, será necesario tratar aquí desto mas en particular.

CAPÍTULO XVIII.

Lope rey de Toledo se rebeló contra el rey Mahomad con favor del rey don Ordoño, y el mal suceso desta guerra. Siempre las mudanzas de los reinos con nuevos su>>cesores suelen dar nuevas ocasiones de levantamien >>tos en los súbditos, con pensar que el nuevo rey tie>>ne no tanto esfuerzo ó fuerzas como el pasado. » Así el rey Lope de Toledo, que habia sido sujeto de Abderramen, como se ha visto, ahora se alzó contra su hijo Mahomad. Favorecióle en esta rebelion el rey don Ordoño, por lo mucho que importaba á la cristiandad

(1) Lib. 3, cap. 2.

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disminuir las fuerzas de los reyes de Córdoba. Y enviole un buen ejército de los suyos, y por general dél al infante don García su hermano. Hubo al principio el rey Lope algunas victorias contra los de Mahomad, como en san Eulogio parece (1), que le obligaron á que él mismo en persona fuése á sujetar los de Toledo. Y porque las nuevas guerras pedian nuevos gastos, echáronse nuevos tributos, y acrecentáronse tanto los de los cristianos, que ya, como san Eulogio dice, les era imposible pagarlos. Pedíanlo así las necesidades del rey, y ayudaba tambien su grande ódio con los cristianos, que se manifestó bien ahora al salir en esta jornada, pues como lo dice él mismo, el cruel pagano cuasi hizo voto, que si volvia victorioso della, mandaria matar todos los cristianos de sus reinos. El suceso de la jornada cuenta muy en particular el arzobispo don Rodrigo en la historia de los alárabes desta ma

nera.

Llegó el rey Mahomad hasta ménos de dos leguas de Toledo con todo su ejército, y dejando buena parte del' emboscada en los valles, por donde corre el pequeño rio llamado Guadacelete, pasó un poco adelante con los demás. Las espías que tenian los de Toledo descubrieron al rey, y reconociendo no ser mucho su campo, volvieron á dar este aviso á la ciudad. El rey Lope y el infante don García con esta nueva sin mas advertencia ni recato salieron á pelear con el rey. Comenzada la batalla, con buena oportunidad salieron los de la emboscada, y dieron de refresco sobre los cansados, y venciéndolos del todo, hicieron gran matanza en ellos. De los cristianos murieron ocho mil, y doce mil de los moros, y los demás se retrujeron á la ciudad. Y aunque el arzobispo no lo dice, parece claro como el rey Mahomad no cercó por ahora la ciudad, sino mandando cortar muchas cabezas de los principales muertos, las llevó como por triunfo á Córdoba, y las envió por toda la costa del Andalucía, y á la de África tambien. Vuelto, pues, el victorioso rey á Córdoba, continuó los años siguientes la guerra contra los de Toledo por sus fronteros y por sus capitanes, hasta que cansados, y muy fatigados los de la ciudad con sus destrucciones, se le dieron, y el rey los recibió benignamente, como todo lo prosigue el arzobispo, y las historias de los moros, de donde lo refiere Luis del Marmol. Y adelante se tratará desto mas.

CAPÍTULO XIX.

San Fandila, sacerdote y mártir.

Teniendo, pues, el rey Mahomad todo el ódio que se ha dicho contra los cristianos, todavía los suyos, aunque tambien lo tenian, le estorbaban siempre la general destruccion dellos, poniéndole delante la diminucion de sus súbditos y de sus rentas, que recibirian grandísimo detrimento, si faltasen todos los cristianos. Con esto no se cumplió por ahora la malvada promesa del rey. Mas sin el gran miedo, y todas las otras tristes miserias que los cristianos en Córdoba pa. decian, les fatigaba ahora de nuevo mucho el ver desamparar la fé á muchos malos cristianos, y que los moros ensoberbecidos con esto, les decian muchos ultrajes y blasfemias. Preguntábanles con mucho desden qué se habia hecho la gran constancia de los mártires de los años pasados: como no habia ahora otros que los imitasen y se ofreciesen á morir como ellos?

Socorrió tambien nuestro Señor con su acostum

(1) Cap. 4, lib. 3.

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