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destos dos reyes sus años líquidos, y al Casto el principio de su reino en su debido tiempo y lugar.

CAPÍTULO XXVI.

El azobispo de Toledo Elipando, y los dos insignes varon's Eterio, obispo de Osma, y Beato presbitero. Dejamos los arzobispos de Toledo en Cijila, cuyo sucesor fué Elipando, como en ambos catálogos se halla. Y habiendo en el Andalucía, y señaladamente en Sevilla, algun error á esta sazon en el celebrar la pascua de resurreccion y en otras cosas, y siendo autor y cabeza destos errores uno llamado. Migecio: el arzobispo con ayuda de otros prelados puso en su buen orden todo aquello, y quitando los errores dejó asentada la verdad. A lo que se puede creer juntó concilio para esto, pues en una su epístola (de que luego se dirá) donde cuenta todo esto, hace mencion de los obispos que entendieron con él en ello.

Despues desto por aquel mismo tiempo Felix obispo de Urgel en Cataluña, tuvo algunas malvadas herejías de las de Arrio en la divinidad de nuestro Redentor, y en quitar las imágenes y el arzobispo Eli

tribus multum tempus in tempore persequutionis ejus. Postquam confirmatus fuit et unctus in regnum, iterum confirmavit eis, atque contestavit ipsum monesterium, etc. Y dice en castellano: Vino despues mi bisabuelo don Alonso siendo aun muchacho, y estuvo despacio allí en Samanos, y en otro lugarejo llamado Subrego en la ribera del rio Daura, y con los monges mucho tiempo en el tiempo de su persecucion. Mas despues que fué confirmado y ungido en el reino. otra vez les confirmó á los monges, y les aseguró por escritura el monasterio. Por este privilegio se da á entender claramente como el rey siendo niño se crió en aquel monasterio. Dice que estuvo allí siendo muchacho, y cuando ahora huyó ya era hombre entero, y que habia gobernado el reino aun ántes de tenerlo. Despues dice como tambien estuvo allí otra vez en tiempo de su persecucion. Así se ve claro como estuvo allí dos veces en muy diferentes tiempos. Llama el rey en el privilegio su bisabuelo al rey don Alonso el Casto por la sucesion del reino, y no por la natural, pues el Casto no la tuvo. Y podria alguno por esto pensar que no habla el rey don Ordoño de don Alonso el Casto, sino de don Alonso el Mag-pando le siguió por algun tiempo, hasta que (como no. Mas lo de la niñez y todo aquello de serle confirmado el reino despues de la persecucion, no se puede verificar en ninguna manera del Magno. Y tambien el Magno padre fué, y nó bisabuelo del rey don Ordoño Segundo. Y otra vez habremos de tratar deste privilegio en el libro siguiente. Y parece que habiéndolo dejado su padre pequeño, y entrado el rey Estaba á esta sazon en aquellas montañas de LieAurelio en el reino, la reina su madre, si era viva, vana, que como se ha dicho, confinan con ambas Jo dió á los monges para que lo creiasen, ó ellos co- Asturias, un sacerdote muy docto en letras sagradas mo bien agradecidos al rey su padre, su fundador, lo llamado Beato. Éste con celo cristiano y con lo mutomaron. Y lo que podemos bien conjeturar es, que cho que sabia en la Sagrada Escritura, habia comenal principio cuando huyó de Mauregato, con la prie-zado á resistir al arzobispo, y sembrar buena doctrina, sa se fue al monasterio de Samos que está en Gali- temiendo la mala cizaña que comenzaba á brotar. cia y cerca de los confines de Asturias, aunque léjos | de Oviedo y de lo principal de aquel reino. Mas despues no teniéndose por seguro allí en tierra, sujeta al rey Mauregato, se pasó por el reino de Leon á la tierra de Alava.

Del rey Mauregato ninguna otra cosa se cuenta que hiciese, ni de mujer y hijos que tuviese, sino solamente que habiendo sido afable y benigno, como el de Tuy dice, y habiendo reinado seis años, falleció el setecientos y ochenta y ocho de nuestro Redentor, fue enterrado en aquel monasterio de San Juan de Pravia que el rey don Silo habia fundado, y siendo ahora la iglesia del lugar parroquial, muestran alií su sepultura por defuera en la entrada, con la de su predecesor. Los anales viejos no le dan á Mauregato mas que cinco años y seis meses. Por esto es menester para que sean seis, que se cuente uno usual emergente diminuto. Y seis años cuentan todos los tres obispos mas antiguos en conformidad, sin que ahora le den ningun año de reinado al rey don Alonso el Casto. Porque el echarle del reino su tio Mauregalo fué tan presto, que no le dejó parar en él aun tan poco tiempo como fuera menester para contársele por señorío. El arzobispo don Rodrigo dice que estos seis años de Mauregato se le cuentan al rey don Alonso el Casto, y se le embeben en los que él reinó. No hay para qué hacer esta mezcla de tiempos, ni para qué comenzar á contar desde ahora los años del Casto, porque seria con una grande impropiedad meter una mala confusion en la cuenta de la continuacion de la historia. Ella se llevará aqui clara y manifiesta, dándoseles á cada uno

se dirá adelante) dejó sus errores. Que errores fueron estos en el arzobispo, y no herejías, ni pueden ni deben llamarse tales, pues no hubo pertinacia, sino que él como bueno y católico prelado se quitó presto dellos, y los dejó bien enteramente como debia, segun todo luego se verá.

Ayudôle tambien en esto Eterio, obispo que se nombra despues Oxomense, y es de Osma, aunque residia, como muchos otros obispos de España, en las Asturias. Beato y Eterio habian sido siempre grandes amigos, y así abora fueron compañeros en esta grande y cristiana empresa, y despues se verá esta su mucha amistad por algun gran testimonio. Indignado, pues, mucho el arzobispo Elipando contra Beato, escribió una carta á un abad llamado Fidelis, y en castellano Fiel, que estaba en Asturias, y parece la escribió desde Toledo. Su data fué en el mes de octubre del año de nuestro Redentor setecientos y ochenta y tres, postrero del rey don Silo, y primero de Mauregato. La suma de la carta es esta. Quéjase al principio que siendo él arzobispo de Toledo, no le preguntan Beate y Eterio, sino que enseñan lo que les parece. Y que ¿quién oyó jamás que hombres de Asturias y de Lievana enseñen á los de Toledo? Alaba la humildad del obispo Arcarico, que viendo lo que Eterio y Beato enseñaban, recurrió á preguntarle á él lo que se habia de tener. Prosigue, que como le dió Dios gracia para que juntamente con otros obispos destruyese en Sevilla el error de los migecianos que erraban en la cuenta de la pascua y en otras cosas, así espera quitar de las Asturias la herejía Beaciana, que así la llama : dice mas, que no tiene tanta culpa Eterio por ser mozo, y haber sido inducido, como Beato que le persuadió. Pídele últimamente al cabo, que llame á Beato, y lo reprehenda, y si puede lo corrija.

El abad Fiel recibió esta carta, y no la envió al obispo Eterio ni á Beato, sino viniendo ellos acaso á verle

se la mostró á los veinte y seis de noviembre siguien te. Ellos entónces, como católicos y celosos de la fé, respondieron al arzobispo muy de propósito por una larga obra que contiene dos libros, donde con mucha doctrina y agudeza confutan su error del arzobispo, y confirman lo que ellos como católicos creen y afirman. El título de toda la obra es muy humilde, y lleno de reverencia y acatamiento, como al arzobispo de Toledo en todo tiempo se debia, pues dice así:

Eminentissimo nobis, et Deo amabili Elipando, Toletana sedis Archiepiscopo, Eterius, et Beatus in domino salutem.

Y en castellano dice: Al eminentísimo sobre nosotros, y amable para Dios Elipando, arzobispo de la silla de Toledo, Eterio y Beato le desean la verdadera salud en el Señor.

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que seguían á Elipando en su error, daban en ella sus malas razones, por donde lo seguian, y quejábanse tambien del sacerdote Beato, que habia escrito contra ellos, llamándolo Antifrasi, que en griego quiere decir hombre que contradice, ó habla con contradiccion (1). Últimamente pedian al emperador que juntando concilio, ó grande ayuntamiento de hombres sabios, mandase leer esta su carta, y determinar sobre ello lo que convenia. Suplicábanle en particular se hallase presente á esta junta, y presidiese en ella, y esto pedian tan encarecidamente, que decian estas palabras. como se ve por la respuesta: esto, señor, te suplicamos por Aquel que por tí extendió sus inocentes manos en la cruz, y derramó su preciosa sangre por tí, y padeció muerte y fué sepultado por tí, y descendió á los infiernos para librar sus escogidos, y resucitando por ti te mostró el camino de volver á tu tierra natural del cie

presidas como árbitro y juez en ella. No sabemos cierto en qué año se escribió esta carta, mas por lo de adelante parecerá ser el año de nuestro Redentor setecientos y novenía y dos.

Esta obra se halla escrita de letra gótica muy anti-lo, que por tu misma persona te halles en la junta, y gua en la librería de la santa iglesia de Toledo, donde yo la he visto, y sacado del libro mucho. Allí al principio se pone la carta del arzobispo, y se da particular cuenta de todo lo demás, como aquí se ha referido, sin que se diga de dónde era obispo Arcarico, ni de dónde era abad Fiel. Tampoco al principio se nombra obispo Eterio; mas despues lo dice él mismo de sí (1). Hácese allí mencion de una señora llamada Adosinda, dándose á entender se habia metido entonces monja. Que esto parece significan aquellas palabras. Cumque nos ad fratrem Fidelem non litterarum illarum compulsio, sed recens religiosa domina Adosinde perduceret devotio. Y dice en castellano: Y como nos hubiese traido á vernos con el abad Fiel, nó el mandato forzoso de aquella carta, sino la fresca devocion de la religiosa señora Adosinda. Y podríamos bien creer que esta señora era la reina Adosinda, que muerto el rey don Silo, su marido, y entrado el tirano Mauregato en el reino, se metió monja en el monasterio de San Juan de Pravia que su marido fundó, y estaba allí enterrado. Y por este testimonio es esto probable, mas nó por el del libro viejo de Oviedo, por ser de mas de cien años adelante. Y el vocablo devotio, haberse metido monja significa, pues se llamaban entonces las monjas devotas, como en la historia de los godos se ha visto, y hartas veces se verá adelante.

El arzobispo Elipando no perseverando mucho en su error como bueno y católico prelado, lo dejó muy presto. Porque como se habia juntado con Felix el obispo de Urgel; y aquello de Cataluña era por estos años sujeto a Carlo Magno, que despues fué emperador, habiéndolo ganado: el arzobispo Elipando con muchos de los obispos de España recurrieron á él como á señor de aquello, y tambien como á príncipe tan poderoso, y tan conjunto al papa Adriano, como él entonces y siempre lo fué. Todo lo que pasó en esto se halla en el concilio de Franc-Fort, que ya anda impreso; y en suma es esto. El arzobispo Elipando con los demás obispos de España escribieron una carta al emperador Carlo Magno, la cual no tenemos entera, mas por las respuestas se entiende contenia lo siguiente. Quejábanse dolorosamente de la miseria de su cautividad en que servian á los moros, y de la nueva discordia que habia nacido entre los prelados cristianos de acá, sintiendo y creyendo unos diversamente de otros en lo tocante á la divinidad de nuestro Redentor Jesucristo, y en otras cosas de la religion cristiana. Y siendo esta carta de los

(1) En el cap. 8, del lib. I.

Habiendo recibido Carlo Magno, que aun no era emperador, esta carta, comunicola luego con el papa Adriano, como príncipe católico, y que entendia deberse recurrir en tal caso á la sede apostólica. El papa respondió á los obispos de España diciéndoles como Carlos (á quien intitula grande y venerable principe, rey de Francia y Lombardía, y patricio de los romanos) le envió la carta que de España se le habia escrito, y doliéndose mucho de la maldad de los errores de Elipando y los demás, responde con mucha gravedad y doctrina á ellos, usando siempre mucha benignidad en el corregir y enseñar, y diciendo al cabo de su epístola decretal, como clementísimo padre, estas palabras. Escojan lo que quisieren, vida ó muerte, bendicion ó maldicion. Porque deseamos, y suplicamos á la infinita clemencia de la benignidad del buen Pastor y Señor que trujo la oveja perdida sobre sus hombros al aprisco, que dejados esos malos rodeos del error, en los cuales moran siempre las malas bestias (quiere decir los espíritus malignos) trayéndolos Jesucristo, del todo vuelvan con los pasos de la fé al camino que lleva á la vida eterna, para que recibidos en el seno de la santa madre Iglesia laven la suciedad de los pecados con las lágrimas de la penitencia, y su modestia, que ha sido infamada, cobre la antigua dignidad de su buena fama. Así prosigue otras cosas de mucha suavidad y dulzura, mezclando tambien la severidad debida.

Esto hizo el papa, mas Carlo Magno por su mandado juntó luego concilio en Franc-Fort, ciudad de Alemania, el año siguiente de setecientos y noventa y cuatro, y habiendo mandado leer la carta de Elipando, se levantó de su silla (que así se dice expresamente) y dijo. Desde el año pasado, y desde que comenzó á bullir mas extendidamente la llaga de la infidelidad con la hinchazon de la locura desta pestilencia, se pegó no poco error en estas nuestras provincias, aunque están

(4) Florez en la pág. 355, del tomo quinto, advierte que se dió á Beato el nombre de Antifrasio, porque entendiendo que su opinion era errónea, creian que siguiéndola se ponia en contradiccion con su propio nombre. Segun el mismo Florez, la fecha de la carta de Elipando es de la era 923, segun resulta del Códice Toledano que sirvió de original á la impresion de la Biblioteca de los padres; y añade que el Señor Infantas le dio aviso de esto. B.

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apartadas en lo postrero de nuestro reino, el cual es necesario atajar en todas maneras con el juicio y censura de la fé. En el concilio ordenó que se escribiese contra los errores de Elipando, y dióse en particular el cargo desto á Paulino, obispo de Aquileya, y él leyó despues su libro en el concilio, y allí está puesto. Y confutando los errores con testimonios de la Sagrada Escritura y otros argumentos, tambien usa de algunas razones de filosofía natural con harta sutileza de ingenio.

Escribió tambien todo el concilio una epístola decretal á los obispos de España con este título bien conforme á la miseria de la cautividad. A los prelados de España, y á todos los demás que allí tienen nombre de cristiandad. Enséñales allí la verdad en sus errores, y entre otras cosas les muestran como alegaban algunas autoridades de la Sagrada Escritura y de los santos muy depravadas, y nó como ellas con verdad se hallan escritas. Que costumbre fué siempre esta de los herejes, muy notada está mucho antes destos tiempos por los santos doctores. Escribió tambien Carlo Magno su respuesta á la carta de España con este título: Cárlos por la gracia de Dios, rey de los francos y de los longobardos, y patricio de los romanos, hijo y defensor de la santa Iglesia de Dios. Á Elipando, metropolitano de la ciudad de Toledo. Y á todos los demás que son con él prelados en las partes de España, les deseamos salud de verdadera fé católica y de caridad fraternal en Jesucristo, propio y verdadero hijo de Dios. Al principio de su respuesta da Carlo Magno á entender, como tambien escribieron los obispos de nuestra España al papa, y dudando si preguntan los de acá en su carta ó enseñan, todavía alaba su buen cuidado, de recurrir adonde mejor podian y debian con su duda. Conduélese de la miseria de la cautividad, que debajo el poder de los moros padecian; y refiere como congregó concilio, segun de acá lo pedian y el negocio requeria. Dice lo que determinó el concilio, y hace mencion de lo que el obispo Paulino escribió. Y habiéndosele escrito de acá al emperador, que se guardase del libro que Beato en contradiccion dellos habia escrito, responde muy en general, que él con mucha advertencia está siempre atento à librarse de todo lo que le puede perjudicar en la verdadera fé : y amonéstales que se guarden ellos con el mismo recato, y añade otras amonestaciones santísimas. Consuélalos al fin en su cautividad, con mostrarles que doliéndole mucho sus miserias, le duelen mucho mas sus errores. Dice como hasta entonces habia mandado que en todas sus iglesias se rogase á nuestro Señor por la afliccion de España, y que si hubiera tenido oportunidad, los hubiera socorrido con las armas, conforme como ellos se lo pedian. Al fin de toda la epístola dice estas palabras. Despues desta correccion de la autoridad apostólica, y del comun consentimiento del concilio, si no os convertís de vuestro error: tened por cierto, que de todo punto sereis tenidos por herejes, y que no osaremos tener con vosotros ninguna comunion de Dios.

Y hase de entender, que habiendo comenzado este error acá en el tiempo, que por la carta de Elipando al abad Fidelis se ha mostrado, duró hasta este tiempo, y así la puse yo en el debido, por haber sido aquel año el principio de todo. En aquel concilio no parece mas que esto, ni sabemos con certidumbre de otra parte, que obraron estas piadosas amonestaciones en Elipando y sus secuaces: mas hay muchas buenas con

jeturas, que certifican harto, haberse todos convertido
de su error, y haberse sujetado luego á la correccion
del sumo pontifice y del concilio. Para creerse esto,
hace mucha probabilidad, el ver cuán de veras re-
currieron al papa y á aquel gran príncipe, y cuán afec-
tuosamente le pidieron el concilio, ó alguna forma de
buena discusion. Y leyéndose atentamente la respuesta
de Carlo Magno, se verá en ella, como escribieron
tambien su carta particular al papa por su mano.
Tambien Felix el obispo de Urgel, principal cabeza
deste error lo confesó, y lo dejó á los piés del sumo pon-
tifice en Roma. Y pues él así se reportó y salió de su
error, debemos bien creer, que hizo lo mismo el ar-
zobispo Elipando. Y esto se creerá mas de veras, po-
niendo las mismas palabras con que el monge benedic-
tino lo cuenta todo en sus anales. Dice así el año sete-
cientos y noventa y dos. Urgel es una ciudad puesta
en la cumbre de los montes Pireneos, cuyo obispo lla-
mado Felix, de nacion español, habiendo sido con-
sultado por Elipando metropolitano de Toledo, que de-
bia sentir y creer de la humanidad de Dios nuestro
Salvador y señor Jesucristo, si en cuanto hombre habia
de ser tenido y nombrado por hijo adoptivo de Dios,
ó por propio: muy inconsideradamente y sin recato,
y contra la doctrina de la antigua Iglesia católica, no
solamente declaró y afirmó, deberse llamar hijo adop-
tivo, sino que procuró defender con mucha pertina-
cia la maldad de su opinion, en libros que escribió al
dicho arzobispo de Toledo. Por esto fue llevado al pa-
lacio del rey, que se hallaba en Regino, ciudad de la
Baioaria, donde habia invernado. Allí fué oido en con-
concilio de obispos que se habia congregado, y con-
vencido de su error, fué enviado á Roma á la presen-
cia del papa Adriano, y allí delante dél en la capilla
del apóstol san Pedro confesó su herejía y la dejó y re-
tractó y habiendo hecho esto se volvió á su iglesia.

Esto cuenta en aquel año, y luego en el setecientos y noventa y cuatro prosigue en breve lo que se hizo entonces en el concilio de Franc-Fort contra el mismo error. Tambien parece que habiéndose así convertido el obispo Felix, y dejado su error delante Carlo Magno, y despues delante el papa que Elipando y los demás ó por amonestacion de Felix, ó por su ejemplo quisieron ellos tambien hacer lo mismo, y para eso escribieron á Carlo Magno y al papa por su mano. Felix como sujeto á Carlo Magno, que ya era señor de los Pireneos, pudo ser llevado à él: los nuestros, que no eran sus súbditos, y vivian tan apartados y tan cautivos, mucho hicieron en escribirle al papa y en esto se parece muy manifiesta la buena voluntad que tuvieron de dejar su error. Y ayuda mucho para esto la órden del tiempo. Felix fué llevado á Carlo Magno, y confesó su error en Roma el año setecientos y noventa y dos: el arzobispo y los demás escriben el año mismo 6 el siguiente, como lo dió á entender claro Carlo Magno en el concilio, segun hemos dicho. Por todo se entiende, como les movió lo del obispo Felix, y quisieron ellos tambien ser mandados por papa y por concilio, y por Carlo Magno, un tan gran príncipe. Así no hay porque nadie pueda llamar hereje al arzobispo Elipando, como no lo llamó Carlo Magno, pues aunque erró, no tuvo ninguna pertinacia en su error. El obispo Adon y el monge Regino en sus anales hicieron tambien mencion deste error de Elipando y aunque por su brevedad no se declaran mucho, mas todavía parece, que antes ayudan á creer su buena conversion.

CAPÍTULO XXVII. Lo demás que se entiende de los dos santos varones Beato y Elério.

lo eran por este tiempo los hombres de letras y santidad. y sino seria la compañía en ser ambos cristianos y sacerdotes. Aunque en nombrar monges parece mejor lo primero, y Eterio fué despues obispo.

El ilustre y muy docto caballero cordobés Alvaro, que floreció cuasi sesenta años despues destos que vamos contando, como llegando allí se dirá, cita en algunas epístolas suyas á este bendito Beato, y nombran

tender que fué tartamudo, y así dice que de mejor gana escribia que disputaba.

Este buen sacerdote Beato, de quien vamos tratando, escribió tambien un insigne comentario sobre el Apocalipsi, tomado todo (á manera de las exposiciones que llaman Catenas) de los santos doctores antiguos, que sobre la Santa Escritura mas altamente escribie-dolo refiere, como habia precedido poco ántes. Da á enron. Y así hay en él algunas cosas de autores que ahora no tenemos, y otras que están derramadas por diversas obras de los santos, y están allí recogidas, á propósito de la interpretacion y declaracion de aquella parte profundísima del Testamento nuevo: y por todo es la obra de grande estima. Dirígela en el principioa Eterio. En ninguno de los originales que yo he visto desta obra, no hay título que diga sea el autor Beato. Mas yo lo tengo por cierto, como parece por lo que luego diré : donde tambien se contará con santo gusto todo lo que deste excelente español y santo varon se puede saber.

A Elipando sucedió en el arzobispado conforme á los dos catálogos Gumesindo. Mas esto fué algunos años despues, pues vivia aun Elipando los años de nuestro Redentor, que por el concilio de Franc-Fort, y por los anales del Benedictino hemos mostrado. Yo lo pongo aquí, por no poderse decir mas dél desto que aquí se pone: y para su lugar quedará ya dicho. Ya he dicho, como ponen algunos por este tiempo entre los arzobispos de Toledo, de quien vamos tratando, á uno llamado don Pedro el Hermoso, yo no veo fundamento ninguno de autoridad para ponerlo, y bastaba bien para dejarlo, el no hallarlo en los dos catálogos, que cierto con su grande antigüedad tienen mucho crédito.

CAPÍTULO XXVIII.

El rey don Bermudo el Diácono, primero deste nombre.
La verdad de cuyo hijo fué, y como renunció el reino.
Todos los buenos autores de nuestra historia concuer-
dan, en que muerto Mauregato, entró en el reino por

Valcavado es un lugar cerca de Saldaña, y cuasi á la halda de aquella parte de las montañas, que suben a Lievana: así que está bien cerca della. En la iglesia deste lugar tienen en gran reverencia un cuerpo de un santo que ellos llaman santo Vieco, habiendo corrompido desta manera el nombre antiguo de Beato, y fuera de su sepultura tienen un brazo suyo, que muestran con gran veneracion. Tambien tienen aquella obra del santo varon sobre el Apocalipsi, escrita en pergamino con letra gótica. Yo he visto este libro, y es tan anti-eleccion el rey don Bermudo, primero deste nombre, guo, que ha mas de seiscientos años que se escribió: pues dice al cabo, que se acabó á los ocho de setiembre la era de mil y ocho, y es año de nuestro Redentor novecientos y setenta. Preguntados los del lugar, como tienen allí aquel libro, responden que lo compuso su Santo. Y así como obra suya lo guardan allí de tiempo inmemorial. Otro libro destos está en la insigne libre

mero,

ría del real monasterio de san Isidoro de Leon. Fué el libro, á lo que yo creo, del rey don Fernando el Prique él lo mandó escribir, segun al principio se da en alguna manera á entender. Y parece bien ser joya de rey, por las muchas y grandes iluminaciones que tiene de mucho oro y pintura, con algun acertamiento en ella: así que no parece de aquellos tiempos tan antiguos. Al cabo se dice, como se acabó de escribir el año de nuestro Redentor mil y cuarenta y siete, que éste es el de la era mil y ochenta y cinco, que allí se señala. Otro libro aun mas antiguo á mi creer, hay desta exposicion en la librería de la santa iglesia de Oviedo, y otro en el real monasterio de Nuestra Señora de Guadalupe : y todos los he yo visto. En ninguno está el nombre de Beato, que creo lo calló por humildad. Mas en todos dice en el prólogo estas palabras: Hac ego, Sancte pater. Etheri, te petente ob ædificationem studii fratrum tibi dicam, ut quem consortem perfruor ordinis, coheredem etiam faciam mei laboris. Dice en castellano. Esta obra escribí, mandándomelo tú ( santo padre Eterio) para edificacion de los monges, y hétela dedicado á tí, para que pues te gozo por compañero en la religion, te hago heredero de mi trabajo. Y por este dedicar su obra á Eterio, y por tenerlo en Valcavado con su bendito cuerpo, y venir de tan antiguo lo que allí refieren, se puede tener por cierto haberlo él escrito. Y tambien por aquellas palabras de la dedicacion podria alguno pensar, que ambos á dos Eterio y Beato hubiesen sido monges, como ordinariamente

el año setecientos y ochenta y ocho: sin que ninguno dé por ahora la causa, porque fué excluido el Casto, habiendo sido ya antes elegido y puesto en la silla real: y por esto fuera mucha razon decirla. Mas la brevedad de nuestros escritores es tan grande, que es necesario tener cuenta con ella, para no pedirsela á ellos destas particularidades ni de otras, aunque sean de mucha importancia. Podríamos bien pensar, que con la tiranía de Mauregato quedaban las cosas de la corte y casa real muy enconadas, y temerosas del rey don Alonso, por haber sido algunos de los del gobierno parte para echarle del reino: y así para el buen sosiego y seguridad de todos, convino por ahora meter en el reino otro, de quien nadie se pudiese recelar. Y el verdadero nombre deste rey en latin es Veremundus, y dél abreviamos los españoles, el que usamos de Bermudo.

Hay alguna diversidad en decir nuestros escritores cuyo hijo fué el rey don Bermudo. Los tres obispos mas antiguos en conformidad escriben fué hijo de don Fruela, el hermano del rey don Alonso el Católico. Esto dicen con tanta claridad y particularidad, que las palabras del de Salamanca son éstas, trasladadas en castellano con toda fidelidad. Muerto Mauregato, fué elegido por rey Bermudo, sobrino de don Alonso el Mayor, conviene á saber, hijo de Fruela. Sampiro trasladó, como suele, estas palabras de Sebastiano, mas todavía añadió un poquito de mas claridad; pues cuando nombra á Fruela, padre del rey, dice habia sido hermano del Católico. Aun con mas particularidad y claridad lo dijo el de Beja por estas palabras. Muerto Mauregato, fué elegido por rey Bermudo, hijo de Fruela, del cual hicimos antes mencion en la historia de don Alonso el Mayor, por haber sido su hermano. La historia compostelana en lo muy antiguo de los primeros prelados dice lo mismo, y aun con mas claridad que todos, pues son estas sus palabras fielmente tras

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