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lesa y primero, fuí á los Pirineos á tomar las aguas de Cauterets, debiendo desde allí, atravesando el Languedoc y la Provenza, irme á Niza á reunirme con mi esposa para pasar juntos la cornisa, llegar á la ciudad eterna, que debíamos atravesar sin detenernos, y despues de haber permanecido dos meses en Nápoles, cuna del Tasso, volver á su tumba en Roma. Este ha sido el único momento de mi vida que fuí completamente feliz, que no deseaba nada mas, que mi existencia estaba satisfecha y que no veia hasta mi última hora mas que una série de dias tranquilos; porque tocaba ya al puerto y entraba en él á toda vela como Palinuro: inopina quies.

Todo mi viaje hasta los Pirineos fué una sucesion de ilusiones, parándome donde queria y siguiendo en mi camino las crónicas de la edad media que encontraba en todas partes, viendo en Berry aquellas estrechas sendas selváticas, que el autor de Valentina llama rastros y que me recordaban mi Bretaña. Ricardo Corazon de Leon había sido muerto en Chalus, al pié de cuya torre se leia: «Niño « musulman, silencio! aqui está el rey Ricar« do. » En Limoges me quité el sombrero por respeto á Moliére; en Perigueux, las perdices en sus tumbas de loza no cantaban ya en diferentes voces como en tiempo de Aristóteles; aqui encontré á mi antiguo amigo Clausel de Coussergues llevando consigo algunas páginas de mi vida. En Bergerac, hubiera podido mirar la nariz de Cyrano sin estar obligado á batirme contra ese cadete de guardias; pero le dejé en su polvo con esos Dioses que el hombre ha hecho y que no han hecho al hombre.

En Auch, admiré las sillas de coro esculpidas en cartones que habian venido de Roma en el buen tiempo de las artes: de Ossat, mi antecesor en la corte del Padre Santo, habia nacido cerca de Auch, en donde el sol se parecia ya al de Italia. En Tarbes hubiera querido hospedarme en la fonda de la

Estrella, en la que Frocisart se apeó con messire Espaing de Lyon, hombre valiente « y caballero comedido y escelente,» y encontrỏ «buen heno, buena avena y hermoso rio. >>

Al despuntar los Pirineos en el horizonte, me latia el corazon, viniéndome á la memoria recuerdos embellecidos por el trascurso de veinte y tres años, cuando al regresar de Palestina y de España descubrí la cima de esas mismas montañas del otro lado de su cordillera. Soy del parecer de Mmd. de Motteville, creyendo que Urganda la Desconocida habitaba uno de los castillos de los Pirineos. El pasado se parece á un museo de antiguallas en el que se van á ver las horas pasadas, pudiendo cada cual reconocer las suyas. Paseándome un dia por una iglesia desierta, oí pasos que se arrastraban por las baldosas como los de un anciano que buscaba su tumba: miré y no vi á nadie; era yo que me habia revelado á mí mismo.

Cuanto mas contento estaba en Cauterets, más me gustaba la melancolía de algunos sitios encantadores. El valle estrecho y reducido está animado por un torrente, que mas allá de la poblacion y las fuentes minerales se divide en dos desfiladeros, uno de los cuales célebre por sus sitios va a parar al puente de España y á los ventisqueros: como los baños me habian probado bien, daba solo largos paseos creyéndome en los barrancos de la Sabina, y hacia todo lo posible para estar triste sin poderlo lograr. En los Pirineos compuse algunas estrofas en las que decia : J'avais vu fuir les mers de Solyme et d'Athènes,

D'Ascalon et du Nil les mouvantes arènes.

Carthage abandonnée et son port blanchissant:
Le vent léger du soir arrondissait ma voile,
Et de Vénus l'étoile

Mèlait sa perle humide à l'or pur du couchant.

Assis au pied du mât de mon vaisseau rapide,
Mes yeux cherchalent de loin ces colonnes d'Alcide
Où choquent leurs tridens deux Neptune irrités.
De l'antique Hespérie abordant le rivage,
Du noble Abencerage
Le mystère m'ouvrit les palais enchantés,

Comme une jeune abeille aux roses engagée,
Ma muse revenait de son butin chargée,
Et cueilli sur la fleur des plus beaux souvenirs:
Dans les monts que Roland brisa par sa vaillance,
Je contais á sa lance

L'orgueil de mes dangers, tentés pour des plaisirs.

De l'âge délaissé quand survient la disgrace Fuyons, fuyons, les bords qui, gardant notre trace, Nous font dire du temps en mesurant le cours : « Alors j'avais un frère, une mère, un amie; « Félicité ravie !

« Combien me reste-t-il de parens et de jours ? »

(TRADUCCION LIBRE. )

Huir he visto los mares de Soliman y de Atenas, y de Ascalon y del Nilo las movedizas arenas, y de Cartago querida la brisa rauda y ligera presurosa me ha apartado, redondeando mis velas, á la hora en que peregrina de Venus la pura estrella al oro de un sol poniente mezclaba su húmeda perla De mi velera fragata sentado al pié de la entena, mi vista buscó de Alcides esas columnas soberbias que irritados dos Neptunos con sus tridentes golpean. Al abordar á la orilla de la antiquísima Hesperia, del galan Abencerraje los misterios y la ciencia, sy sus palacios encantados

me abrió, sus ricas florestas.

Como de un campo de rosas viene una jóven abeja, asi mi musa venia

de botin cargada y llena, cogido sobre la flor

de las memorias mas bellas. En los montes que Rolando de su valor dejó muestra,

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Me fué imposible acabar mi oda; pues habia vestido de luto mi tambor para tocar llamada á los sueños de mis noches pasadas, y siempre entre esos que se llamaban, se mezclaban algunos del momento cuyo feliz semblante perjudicaba al consternado de sus viejos compañeros.

Hé aqui que mientras poetizaba encontré á una jóven sentada en la orilla del torrente, que se levantó y vino derecha á mí, porque ya sabia que yo estaba en Cauterets por el rumor del lugarejo, cuya desconocida resultó ser una Occitania, que hacia dos años que me escribia sin haberla visto nunca, asi que la misteriosa anónima se descorrió el velo: patuit Den.

Fuí á hacer mi visita de atencion á la nayada del torrente. Una noche que ella me acompañaba cuando me retiraba, me quiso seguir, y estuve obligado á volverla á llevar á su casa en mis brazos, no habiendo estado nunca tan avergonzado; pues inspirar una especie de pasion á mi edad, me parecia una verdadera irrision, y cuanto mas podia esta rareza lisonjearme, tantó mas me humillaba, tomándola con razon por una burla. De buena gana me hubiera ocultado por vergüenza entre los osos, nuestros vecinos; porque estaba

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lejos de decirme lo que se decia Montaigne: el amor me volverá la vigilancia, sobriedad, gracia y el cuidado de mi persona..... Pobre Miguel, tú dices cosas preciosas; pero, créeme, á nuestra edad no nos vuelve el amor lo que tú supones, no quedándonos que hacer mas que una cosa, esto es: arrinconarnos francamente. De consiguiente, en vez de apelar á los cuidados sanos y prudentes en virtud de los cuales pudiera hacerme querer mas, dejé que se borrara la impresion fugaz de mi Clemencia Isaura; la brisa de la montaña arras tró luego ese capricho de una flor, y la espiritual, apasionada y encantadora estranjera de diez y seis años me ha agradecido el haberme hecho justicia; pues se ha casado.

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Los rumores de cambio de ministerio habian llegado á nuestros montes de abetos; las personas instruidas hablaban hasta del príncipe de Polignac; pero yo no creia nada. Llegaron por fin los periódicos, los abrí y vi el real decreto que confirmaba los rumores que corrian. No obstante de los muchos cambios de fortuna, que habia esperimentado desile que estaba en el mundo, jamas suce so alguno me habia dejado tan aterrado como este, pues, aun cuando otra vez mi estrella habia burlado mis quimeras, este soplo del hado no solamente desvanecia mis ilusiones, sino que arrebataba la monarquía. Ese golpe me hizo un daño terrible; tuve un solo momento de desesperacion, porque al instante tomé mi partido, y conocí que me debia retirar. Por el correo recibí una multitud de cartas, todas me invitaban á enviar mi dimision, creyéndose obligadas á prescribirme la retirada hasta personas que apenas conocía.

Este oficioso interés por mi buen nombre me chocó; porque á Dios gracias jamás he necesitado que se me dieran consejos de honor, mi vida ha sido una série de sacrificios

que nadie me ha mandado hacer nunca, y en materia de deber tengo el genio pronto; y esto que para mi las caidas son ruinas, porque no poseo nada mas que deudas, que contraigo en, los destinos en los cuales no permanezco bastante tiempo para pagarlas; de manera que cada vez que me retiro, estoy obligado à trabajar á sueldo de un librero. Algunos de esos arrogantes oficiosos, que me predicaban el honor y la libertad por el correo, y que me los predicaron mucho mas alto cuando llegué à Paris, dieron su dimision de consejeros de á Estado; pero los unos eran ricos, y los otros no hicieron dimisión de los destinos secundarios que poseian dejándoles los medios de subsistir, haciendo como los protestantes que rechazan algunos dogmas de los católicos y conservan otros por difíciles de creer que sean. En estas oblaciones no hubo nada completo, ni de cabal sinceridad: es cierto que se dejaban doce ó quince mil libras de renta, pero entraban en sus casas opulentos por sus patrimonios, ó á lo menos provistos de aquel pan cotidiano que prudentemente habian guardado. Pero conmigo no hubo tantos cumplimientos; su abnegacion para mí era grandísima, de modo que nunca podia despojarme bastante de todo lo que poseia: «Vamos, Jor«ge Dandin; el estómago en el vientre'; par<< diez ! yerno, no dejenereis; abajó el vesti« do! Arrojad por la ventana doscientas mil <«< libras de renta y un destino de vuestro gus« to, un destino elevado y magnífico, el imperio de las artes en Roma, y la dicha de <«< haber al fin recibido la recompensa de vuestras largas y penosas luchas. Tal es nuestro deseo, y á este precio tendreis nuestra esti<< macion; de la misma manera que nosotros « nos hemos despojado de una casaca debajo << la cual tenemos un buen chaleco de franela, «< os quitareis vuestra capa de terciopelo para quedar en cueros; y así habrá igualdad per«fecta y paridad de altar y de holocausto. » Y, cosa estraña! en este generoso entusiasmo por incitarme á renunciar, los que me

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manifestaban su voluntad, no eran ni mis verdaderos amigos, ni los que profesaban mis opiniones políticas, sino que debia sacrificarme inmediatamente por la libertad, por la doctrina, que continuamente me habia atacado, y debia correr el riesgo de hacer bambolear el trono legítimo para merecer el elogio de algunos enemigos cobardes, que no tenian bastante valor para perecer de hambre..

Iba á encontrarme ahogado en una larga embajada en la que me habian arruinado las fiestas que habia dado, no habiendo pagado aun los gastos de mi primera instalacion; pero lo que me lastimaba el corazon, era la pérdida de la felicidad que me habia prometido por el resto de mi vida.

No tengo que echarme en cara el haber dado á nadie estos consejos catonianos que empobrecen al que los recibe y no al que los da; porque estoy bien convencido que son enteramente inútiles al hombre que no piensa con honor. Lo he dicho, desde el primer momento tomé mi resolucion y no me costó mucho trabajo, pero fué dolorosa de ejecutar cuando en Lourdes, en vez de dirigirme al mediodía y caminar hácia Italia, tomé el camino de Pau, confieso mi debilidad, se arrasaron de lágrimas mis ojos; pero, qué importa si no dejé de aceptar y sostener el cartel que me enviaba la fortuna? No regresé pronto, sino que dejé que se pasaran los dias, deshaciendo lentamente el ovillo de hilo de aquel camino que habia subido con tanta alegría hacia apenas algunas semanas.

El príncipe de Polignac temia mi dimision, porque conocia que retirándome le quitaria votos realistas de las cámaras y pondria en cuestion su ministerio; por cuyo motivo le ocurrió la idea de enviarme un correo á los Pirineos con órden del rey para irme inmediatamente á Roma, para recibir allí al rey y la reina de Nápoles que iban á casar á su hija á España. Si hubiera recibido esta órden, hubiera estado muy confuso, y quizá me habria creido obligado á obedecerla, siendo libre de

hacer mi dimision despues de haberla cumplido; pero, una vez en Roma, que habria sucedido? Tal vez me habria retardado, y las fatales jornadas me habrian podido sorprender en el Capitolio, 6 quizá tambien la indecision en que hubiera podido permanecer habria dado la mayoría parlamentaria á Mr. de Polignac, á quien solo faltaron algunos votos; y entonces no tenia lugar el mensaje, y los decretos, resultado de él, tal vez no habrian parecido necesarios á sus funestos autores: Dis aliter visum

ENTREVISTA CON MR. DE POLIGNAC.-HAGO DIMISION DE LA EMBAJADA DE ROMA. ...

En Paris encontré á mi esposa enteramente resignada; pues aun cuando estaba muy orgullosa de ser embajadora en Roma, y una mujer debia hallarlo á menos por cierto, con todo, en las grandes circunstancias pha vacilado en aprobar lo que ha creado propio para dar importancia á mi vida y realzar mi nombre en la estimacion pública. Sobre este particular tiene mas mérito que ninguna otra; porque ama la representacion, los títulos y la fortuna; detesta la pobreza y el menaje mi serable; desprecia esas susceptibilidades y esos escesos de fidelidad y de sacrificio, mirándolos como verdaderas tonterías de las que nadie queda contento; y nunca gritaría ni aun; Viva el rey: pero, cuando se trata de mí, todo cambia, y acepta valerosamente mis desgracias renegando de ellas.

Siempre me era preciso ayunar, velar y orar por la salvacion de los que se guardaban. bien de vestirse con el cilicio con el cual se apresuraban á disfrazarme, siendo el asno. santo, cargado de las áridas reliquias de la libertad, que adoraban con gran devocion, con tal que no tuviesen el trabajo de llevarlas.

Al dia siguiente de haber regresado á Paris, me fuí á casa de Mr. Polignac, á quien al llegar habia escrito esta carta:

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He creido que era mas digno de nuestra antigua amistad, mas conveniente á la elevada mision con que he sido honrado, y ante todo mas respetuoso para con el rey, ⚫el venir yo mismo á depositar mi dimision á sus piés, que transmitírosla á toda prisa por el correo; de consiguiente, os pido por ⚫ último favor que supliqueis à S. M. se dig« ne concederme, una audiencia y escuchar las ⚫ razones que me obligan á renunciar la embajada de Roma; pudiendo vos estar per⚫suadido que siento mucho, en el momento que llegais al poder, abandonar esta carre«ra diplomática, que tuve la dicha de abri

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⚫ros.

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Entonces Mr. de Polignac me escribió estas palabras de su puño:

« Querido vizconde: he recibido vuestra « corta carta, y me alegraría veros mañana á « eso de las diez, si os viniera bien. «Os repito la seguridad de mi antigua y « sincera amistad.

« EL PRÍNCIPE DE POLIGNAC.

Esa carta me pareció de mal presagio, haciéndome temer su reserva diplomática una denegacion del rey. Encontré al príncipe de Polignac en el gran despacho, que tan bien conocia, salió á recibirme, me apretó la mano con una efusion de corazon, que habria querido creer sincera, y luego, echándome

«Os suplico, príncipe, que acepteis la seguridad de los sentimientos que os he ofre⚫cido y del profundo respeto con que tengo « el honor de ser Vuestro obediente y humildísimo servi- un brazo sobre el hombro, empezamos á pa

dor,

« CHATEAUBRIAND. »

En contestacion á esta carta, de las oficinas de negocios estranjeros se me dirigió la siguiente esquela:

El príncipe de Polignac tiene el honor de « ofrecerse al vizconde de Chateaubriand, suplicándole se pase por el ministerio mañana

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searnos de uno á otro estremo del despacho. Díjome que él no aceptaba mi dimision y el rey tampoco, y que debia volver á Roma; lastimándome el corazon cada vez que repetia esta última frase: « Porque, me decia, no que« reis estar en el gobierno conmigo, como con «La Ferronnays y Portalis? No soy vuestro amigo? En Roma os daré todo lo que quer<< reis, y en Francia sereis mas ministro que

«

domingo, á las nueve en punto, si le es po-yo, porque escucharé vuestros consejos.

«sible.

» Sábado á las cuatro de la tarde. »

Sobre la marcha contesté á esa esquela con esta otra:

Paris, 29 de agosto de 1829 por la tarde. Príncipe: he recibido una carta de vues◄tras oficinas que me invita pasar por el mi«nisterio, mañana 30, á las nueve en punto, « si me es posible; mas como ella no me anun«cia la audiencia del rey, que os habia su

« Vuestra retirada puede hacer nacer nuevas «discordias. No quereis ayudar al gobierno?

« Si persistís en querer retiraros, el rey se « incomodará mucho, por lo tanto señor viz«conde, os suplico que no hagais esta nece« dad. »

Yo le respondí que no hacia una necedad, sino que obraba con plena conviccion de mi sentir; pues habia prevenciones, injustas quizás, pero que al fin existian, de que su ministerio era muy impopular y que toda la Francia estaba persuadida que atacaria las li

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