«estraordinarios por los de representacion antes, durante y despues del Conclave, au«mentados por la presencia de la gran Du«quesa Helena, del príncipe Pablo de Wur«temberg y del rey de Baviera, encontrareis << sin duda que han escedido de mucho a los <<< treinta mil francos que me señalasteis. El primer año del asiento de un embajador es ruinoso, y los socorros que se le dan para «este son muy inferiores á las necesidades; pues casi se necesitan tres años de perma<< nencia paraque un agente diplomático haya << encontrado medio de pagar las deudas que contrajo al principio y de poner sus gastos « al nivel de sus ingresos. Conozco toda la penuria del presupuesto de negocios estranje« ros, y no os molestaria si por mi mismo tuviera algunos caudales; pues, os aseguro « que nada me es mas desagradable que estos « pormenores de dinero, en los que una rigurosa necesidad me obliga á entrar muy ape❝sar mio. « Aceptad, señor conde, etc. FIESTA DE LA CASA DE RECREO MÉDICIS PARA LA GRAN DUQUESA HELENA. En Londres y en Paris habia dado bailes y reuniones, y aunque hijo de otro desierto, no habia atravesado mal esas nuevas soledades; pero no me habia figurado lo que podían ser las fiestas en Roma, en donde tienen algo de la poesía antigua que coloca la muerte al lado de los placeres. En la casa de recreo Médicis, cuyos jardines son ya un adorno y en donde recibí á la gran duquesa Helena, el marco del cuadro es magnífico: pues por una parte la casa de recreo Borghese con la casa de Rafael; por el otro la de recreo de Monte-Mario y las laderas que limitan el Tíber; y por debajo del espectador, Roma entera como un viejo nido de águila abandonado. En medio de los bosquecillos se agrupaban con los descen dientes de las Paulas y Cornelias las beldades que habian venido de Nápoles, Florencia y Milan, de quienes parecia su reina la princesa Helena. De repente descendió de la montaña el Boreas, rasgó la fiesta del festin y se escapó con los pedazos de tela y de guirlandas, como para darnos una idea de todo lo que el tiempo ha barrido sobre esta ribera. al La embajada estaba consternada; pero yo, ver á un soplo del cielo llevarse mi oro de un dia y mis gozos de una hora, sentia no se que alegría irónica. El mal fué prontamente reparado; pues en vez de desayunarse en el terraplen, se desayuno en el elegante palacio, en donde la armonía de las trompas y de los oboés, dispersada por el viento, tenia algo del murmullo de mis selvas americanas. Los grupos que jugueteaban en las rachas de viento, las mujeres cuyos velos agitados azotaban sus semblantes y cabellos, el sartarello que continuaba en la borrasca, la improvisadora que declamaba en las nubes y el globo aereostático que volaba de través con la cifra de la hija del Norte, todo esto daba un carácter nuevo á aquellos juegos en los que parecian mezclarse las acostumbradas tempestades de mi vida.. Que ilusion para todo hombre que no hubiese contado su cúmulo de años y que hubiera pedido ilusiones al mundo y á la ́tempestad! Tengo mucho trabajo en acordarme de mi otoño, cuando en mis tertulias veo pasar ante mí esas mujeres de primavera, que se hunden entre las flores, los conciertos y lustros de mis galerías sucesivas, y que se las diria cisnes que nadan hácia radiosos climas ¿A qué diversion van? Unas buscan lo que ya han amado, otras lo que todavía no aman, pero al fin del viaje caerán en estos sepulcros que aquí están siempre abiertos, en estos antiguos sarcófagos, que sirven de pilon á las fuentes suspendidas de los pórticos, é irán á aumentar tantas cenizas ligeras y encantadoras. Esas oleadas de beldades, diamantes, flores y plumas ruedan al son de la música de Rossini, que se repite y debilita de orquesta en orquesta. ¿Es esta melodía el suspiro de la brisa que oía en las sábanas de las Floridas, el gemido que oí en el templo de Erechtéa en Atenas? Es el quejido lejano de los aquilones que me mecian sobre el Océano? Mi sílfide estaria oculta bajo la forma de alguna de esas brillantes italianas? Nó: mi Driada ha quedado unida al sauce de las praderas en que yo hablaba con ella del otro lado del arbolado de Combourg. Soy bien estraño en esus bailes de la sociedad atada á mis pasos hácia el fin de mi carrera; y no obstante hay en esta hechicería una especie de embriaguez que me sube á la cabeza, de la que no me desprendo sino yendo á refrescar mi frente en la solitaria plaza de San Pedro ó en el desierto Coliseo: entonces se confunden los pequeños espectáculos de la tierra, y nada encuentro semejante al precipitado cambio de la escena mas que las antiguas tristezas de mis primeros dias. nadie, á pesar de los tratados y bajo mi propia responsabilidad, como ministro de negocios estranjeros, un pasaporte à la condesa de Survilliers, que residia entonces en Bruselas, para venir á Paris á cuidar á uno de sus parientes que estaba enfermo. Veinte veces pedí que se derogaran esas leyes de persecucion, y veinte veces dije á Luis XVIII que quisiera ver al duque de Reichstadt capitan de sus guardias, y la estatua de Napoleon repuesta en el vértice de la columna de la plaza de Vendome. Como ministro y como embajador he hecho todos los servicios que he podido á la familia Bonaparte, porque yo entendí ampliamente la monarquía legítima de esta manera, á saber: : que la libertad puede mirar la gloria de frente Siendo embajador en Roma, autoricé á mis secretarios y agregados para que se dejaran ver en el palacio de la duquesa de Saint-Leu, é hice que desapareciera la separacion entre franceses que conocieron igualmente la adver MIS RELACIONES CON La familia BONAPARTE. sidad. Escribí al cardenal Fesch, invitándole Ahora inserto aqui mis relaciones como embajador con la familia Bonaparte, á fin de disculpar á la Restauracion de una de esas calumnias que se le echan en cara sin cesar. En el destierro de los miembros de la familia imperial la Francia no obró sola; ella no hizo mas que obedecer á la dura necesidad impuesta por la fuerza de las armas; y los aliados son los que lo provocaron: pues convenios diplomáticos y tratados formales pronuncian el destierro de los Bonapartes, les prescriben hasta los lugares que deben habitar y no permiten á un ministro ni á un embajador de las cinco potencias librar solo un pasaporte á los parientes de Napoleon, porque se exige el visto bueno de los otros cuatro ministros ó embajadores. Tanto espantaba á los aliados esa sangre de Napoleon, aun cuando no corriera por sus propias venas! A Dios gracias, nunca me he sujetado á estas medidas. En 1823 libré sin consultar á La frase de esta esquela: no asegurándole los halagos del momento los disgustos del porvenir, alude á la amenaza de Mr. de Blacas, que habia dado órden de echar escaleras abajo al cardenal Fesch si se presentaba á la embajada de Francia: Mr. de Blacas olvidaba demasiado que no siempre habia sido tan gran señor. Yo que, en tanto que puedo, por mas que sea en la actualidad, recuerdo sin cesar mi pasado, obré de otra manera con el arzobispo de Lion; pues las pequeñas desavenencias que en otro tiempo existieron entre él y yo en Roma me obligaron á conveniencias tanto mas respetuosas cuanto á mi vez estaba en el partido triunfante y él en el caido. El príncipe Gerónimo me hizo el honor, por su parte, de reclamar mi intervencion al enviarme copia de una peticion que dirigia al cardenal secretario de Estado, diciéndome en DESPACHO AL CONDE PORTALIS. « Roma 4 de mayo de 1829. «En mi carta del 30 de abril, acusándoos «<el recibo de vuestro despacho n.° 25, tuve «el honor de deciros que el Papa me habia <«< recibido en audiencia particular el 29 del « mismo al mediodia. Su Santidad me pare« ció gozar de muy buena salud; me hizo sen<«< tar en su presencia y me tuvo cerca cinco cuartos de hora. Antes que yo, habia tenido el embajador de Austria una audiencia pública para entregar sus nuevas creden«ciales. alto de las azoteas del recinto quirinal, se ven en una calle estrecha mujeres que trabajan en diferentes pisos de sus ventanas, borbando unas y peinando otras en el silencio de ese barrio retirado. Las celdas de los cardenales del último Conclave no me interesan del todo; paso pues rápidamente estas celdas medio derribadas para pasearme por las salas del palacio, en donde todo me habla de un acontecimiento del que no se encuentra vestigio sino remontándose hasta á Scierra Colonna, Nogaret y Bonifacio VIII Mi primero y último viaje de Roma se encadenan por los recuerdos de Pio VII, cuya historia he referido al hablar de Mme. de Beaumont y de Bonaparte. Mis dos viajes son dos cuadros trazados bajo la bóveda de mi monumento, y mi fidelidad á la memoria de mis antiguos amigos debe dar confianza á los que me quedan; pues para mi nada muere, cuanto he conocido vive a mi alrededor: la muerte al tocarnos, segun la doctrina indiana, no nos destruye, únicamente nos hace invisibles. " AL CONDE PORTALIS. « Roma, 1 de mayo de 1829. « Señor conde: » Al fin recibo por conducto de MM. Desgranges y Franqueville vuestro despacho «núm. 25. Ese despacho duro, redactado por algun oficial de secretaría de negocios estranjeros mal educado, no era el que debia esperar despues de los servicios que habia « tenido la dicha de prestar al rey durante el « Conclave, y sobre todo, hubiera debido acor« darse un poco de la persona á quien se le dirigia. En él no hay ni una espresion ob« sequiosa para Mr. Bellocq, que ha obtenido « tan raros documentos, ni se dice nada so«<bre la peticion que hacia para él; únicamen<< te hay inútiles comentarios sobre el nombra<< miento del cardenal Albani, nombramiento he " de negocios estranjeros, segun las instrucciones de vuestro despacho núm. 24, y sal« go para Paris. · Tengo el honor, etc. »> Esta última esquela es ruda y termina bruscamente mi correspondencia con Mr. Portalis. A MME. RECAMIER. «14 de mayo de 1829. «Está fijada mi salida para el 16. Las car«tas de Viena que han llegado esta mañana, « anuncian que Mr. de Laval ha rehusado el ་ « ministerio de negocios estranjeros; es cier " « correo al otro, era preciso pensar á quien « se dirigia, y una corta contestacion que es«tos últimos dias he enviado á Mr. Portalis « se lo habrá hecho saber: tal vez que no hiciera mas que firmar sin leer, como Carnot « firmaba de confianza á centenares las sen«tencias de muerte. » PRESUNCION. El amigo del grande Lhopital, el canciller Olivier, en su lengua del siglo décimo sesto, que despreciaba el decoro, compara á los franceses con las monas, que se encaraman á la cima de los árboles y que no cesan de subir hasta que han llegado à la rama mas alta para manifestar alli lo que deben ocultar; y lo que ha ocurrido en Francia desde 1789 - hasta nuestros dias prueba la justicia de la comparacion pues cada hombre al encaramarse en la vida es tambien el mono del can ciller, acabando por esponer sin vergüenza sus debilidades á los transeuntes. Hé aqui que al fin de mis despachos se apodera de mí el deseo de alabarme, pues los grandes hom « to esto? Si se atiene á esta primera dene-bres que en la actualidad pululan demuestran gacion, que sucederá? Dios lo sabe. Yo es« pero que todo se habrá decidido antes de mi llegada á Paris; pero me parece que hemos caido en parálisis y que ya no tenemos mas « que la lengua libre. « Vos creeis que me entenderia con Mr. de « Laval; pero yo lo dudo, porque estoy dis<< puesto á no entenderme con nadie. Iba á llegar con las disposiciones mas pacíficas, y « esas gentes piensan buscarme disputas; pues « mientras he tenido probalilidades de minis« terio, no habia bastantes elogios ni lisonjas « para mí en los despachos, y el dia en qué <«la plaza ha sido tomada, ó que la han juz gado tal, se me anuncia secamente el nom«bramiento de Mr. de Laval en el despacho « mas rudo y mas animal á la vez. Pero, para << ser tan chabacano y tan insolente de un " que es de tontos el no proclamar por sí mismo su inmortalidad. Habeis leido en los archivos de negocios estranjeros las correspondencias diplomáticas relativas á los acontecimientos mas importantes de su época ?--Nó. Habeis leido al menos las correspondencias impresas; conoceis las negociaciones de Du Bellay, de de Ossat, de del Perron, del presidente Jeannin, las Memorias de Estado de Villeroy, y las Economías reales de Sully; ha-beis leido las Memorias del cardenal de Richelieu, gran número de cartas de Mazarini, las piezas y documentos relativos al tratado de Westfalia y de la paz de Munster? Conoceis los despachos de Barillon sobre los asuntos de Inglaterra; no os son estrañas las negociaciones para la sucesion de España, no se os ha |