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y hubiera atravesado por medio de las llamas para llevármela en brazos. En este acceso de constitucionalismo fue cuando conocí á Mr. de Villéle en 1816. Tenia mas calma; sabia dominar su ardor, y pretendia por este medio conquistar la libertad, sitiándola en regla, y abriendo metódicamente la trinchera; al paso que queriendo yo tomar la plaza por asalto, me encaramaba por la escalera, y me veia precipitado con frecuencia al foso.

En casa de la duquesa de Levis fue donde ví por primera vez á Mr. de Villéle. Se hizo el jefe de la oposicion realista en la cámara electiva, como lo era yo en la hereditaria; y tenia por amigo á su cólega Mr. de Corbiere, de quien no se separaba jamás; de modo que se decia Villéle y Corbiere, como se dice Orestes y Pílades, Eurialo y Niso.

r.

de proponer para la secretaría, para la re-
coleccion de los votos ó para las diversas
comisiones. Nos llenábamos de ilusiones,
y nuestra reunion era bastante parecida á
las de los primeros fieles descritas por los
enemigos de la fé. Hacíamos Circular las
peores noticias; decíamos que iban á cam-
biar de aspecto los negocios, que Roma se
veria turbada con funestas divisiones, y
que nuestros ejércitos serian derrotados.
. de Villéle escuchaba, recopilaba, y
no sacaba ninguna conclusion; era un po-
deroso ausilio para los negocios; marino
circunspecto, no se hacia nunca á la vela
durante la tempestad, y si bien entraba
con destreza en un puerto conocido, ja-
más hubiera descubierto el Nuevo-Mundo.
Con motivo de nuestras discusiones sobre
la-venta de los bienes del clero, observa-
ba yo con frecuencia, que los mas cristia-
nos de entre nosotros eran los que defen-
dian con mas ardor las doctrinas constitu-
cionales. La religion es la fuente de la
libertad; el flameon dialis no llevaba en
Roma mas que un anillo hueco en el dedo,
porque un anillo macizo era algo parecido
á la cadena: el Pontífice de Júpiter no de-

Ahora seria una vanidad necia entrar en fastidiosos detalles respecto á personajes cuyo nombre será desconocido maña na. Aquellos oscuros y enojosos movimientos, que se creen de un interés inmenso, y que á nadie interesan; aquellas intrigas pasadas ya, que no han determi- ' do acontecimiento alguno de mayor im- bia permitir nudo alguno en su vestidura portancia, deben abandonarse á esos ton-ni sobre su cabeza. tos dichosos, que se figuran ser ó haber Mr. de Villéle se retiraba despues de la sido el objeto de la atencion del mundo. sesion, acompañado de Mr. de Corbiere. Sin embargo habia momentos de orgu. Yo hacia grande estudio de los individuos, llo en que mis disputas con Mr. de Villéle aprendia muchas cosas, y me ocupaba en me parecian semejantes á las disensiones muchos negocios de interés en aquellas de Sila y Mario, de César y Pompeyo. reuniones. Me iniciaban en sus elementos Juntamente con los demas miembros de la hacienda, á que siempre he sido aficiola oposicion, íbamos con frecuencia á pa- nado, el ejército, la justicia y la adminissar la velada en casa de Mr. Piet, calle de tracion; y salia de aquellas conferencias Teresa. Llegábamos alli muy desaliñados, algo mas hombre de Estado, y algo mas y nos sentábamos en círculo en un salon persuadido de la miseria de toda esta cieniluminado por una lámpara que daba muy cia. Por la noche, cuando estaba durmienpoca luz. En medio de aquella niebla ledo, se me representaban las diferentes pogislativa hablábamos de la ley que se habia presentado, de la mocion que convenia hacer, y del compañero que se habia

siciones de aquellas cabezas calvas, y la diversa espresion de los rostros de aquellos Solones, poco cuidados y mal acom

pañados de sus cuerpos. Todo esto era muy venerable por cierto; pero yo preferia la golondrina que me despertaba en mi juventud, y las Musas que llenaban de en.. canto mis sueños; me agradaban mas los rayos de la aurora que, hiriendo á un cisne, hacian caer sobre una ola de oro la sombra de aquellos blancos pájaros, y el sol naciente que se me aparecia en Siria en el tronco de una palmera, como el nido del Fénix.

EL CONSERVADOR.

en

Conocia yo que no podian producir ningun resultado mis combates de tribuna en una cámara cerrada, y en medio de una asamblea que me era poco favorable; érame preciso valerme de otras armas. Esta blecida la censura en los periódicos dia rios, no podia llenar ni designio sino por medio de una hoja suelta, semi-cotidia na, con cuyo ausilio atacaria á la vez el sistema de los ministros y las opiniones de la estrema izquierda, espresadas en la Minerva por Mr. Estevan. Cuando vino á verme mi jmpresor Mr. Lenormant, el verano de 1818, hallábame en Noisiel, en casa de la duquesa de Levis. Le comuniqué la idea que me ocupaba; él lo tomó á pecho, se ofreció á correr todos los peligros, y se encargó de todos los gastos. Hablé á mis amigos, les pregunté si que rian entrar en la sociedad, y habiendo convenido en ello, salió muy pronto á luz el periódico bajo el título de Conservador. Fué inaudita la revolucion que produjo este periódico: en Francia cambió la ma yoría de las cámaras; en el estrangero hizo variar el espíritu de los gabinetes; y de este modo me debieron los realistas la ventaja de salir de la nada en que habian caido al lado de los pueblos y de los reyes. Puse la pluma en la mano á las mas gran

des familias de Francia; disfracé de periodistas á los Montmorency y á los Levís; hice un llamamiento á los nobles, y obligué al feudalismo á que saliese en defensa de la libertad de imprenta. Habia reunido á los hombres mas ilustres del partido realista, MM. de Villéle, Corbiere, Vitrolles, Castelbajac, etc. etc; y no podia menos de bendecir á la Providencia cuantas veces estendia la púrpura de un príncipe de la iglesia sobre el Conservador para servirle de cubierta, y tenia el placer de leer un artículo firmado con todas sus letras por el Cardenal de la Luzerne.. Pero me sucedió que despues de haber conducido mis caballeros á la cruzada constitucional, se encerraron en sus nuevos estados con Leonor de Aquitania, y me dejaron consumir al pie de Jerusalen, cuyo santo sepulcro habian recebrado los infieles, asi que hubieron conquistado el poder con el triunfo de la libertad, asi que se vieron convertidos en príncipes de Edesa, de Antioquía y de Damasco.

Mi polémica comenzó en el Conservador, y duró desde el año 1818 hasta 1820; es decir, hasta el restablecimiento de la censura, á que sirvió de pretesto la muerte del duque de Berry. En esta primera época de mi oposicion, derribé el antiguo ministerio, é hice subir al poder á Mr. de Villéle.

Despues del año 1824, cuando volvia á tomar la pluma en algunos folletos y en el Diario de los Debates, las posiciones. habian cambiado. ¿Qué me importaban sin embargo aquellas fútiles miserias á mí, que nunca he creido en el tiempo en que vivia; á mí, que pertenecia á lo pasado; á mí, sin fé en los reyes, ni conviccion respecto á los pueblos; por último, á mí que jamas me he cuidado de cosa alguna, esceptuando tan solo los sueños, y aun estos con tal de que no duren mas que una noche?

El primer artículo del Conservador pinta el estado de las cosas en el momento en que salí á la palestra. En los dos años que existió el periódico, tuve que tratar sucesivamente de los incidentes del dia y examinar intereses de grande consideracion: tambien tuve ocasion de reparar los efectos de aquella infame correspondencia privada que publicaba en Londres la policía de Paris. Estas correspondencias privadas podian calumniar, pero no deshonrar; lo que es vil no tiene poder de envilecer; solo el honor es el que puede causar el deshonor. «Tened valor, decia ayo, calumniadores anónimos, para de<«< cir quien sois; muy pronto pasa un poco << de vergüenza; poned al pié de vuestros << artículos vuestro nombre; esto solo será << añadir otra palabra despreciable. >>

:

Por último, el Conservador del 5 de diciembre de 1818 contenia un grave artículo sobre la moral de los intereses y de los deberes de este artículo, que hizo mucho ruido, nació la fraseología de los intereses morales Y de los materiales, creada primero por mí, y adoptada despues por todo el mundo. Hélo aqui muy compendiado; es superior á lo que puede esperarse de un periódico, y es una de las obras á que da algun valor mi razon. No ha envejecido, porque las ideas que encierra son de todas épocas.

DE LA MORAL DE LOS INTERESES MATERIALES Y DE LA DE LOS DEBERES.

<< El ministerio ha inventado una moral « nueva, la moral de los intereses; la de «<los deberes ha sido abandonada á los « imbéciles. Pero esa moral de los intere«ses que se quiere establecer como base «de nuestro gobierno, ha corrompido << mas al pueblo en el espacio de tres años, <«< que la revolucion en un cuarto de siglo.

<«<Lo que hace perecer la moral entre <<< las naciones, y estas con ella, no es la <«<violencia, sino la seduccion; y nótese << que entiendo por seduccion cuanto tie<< ne toda falsa doctrina de adulador y es«pecioso. Con frecuencia toman los hom«<bres el error por la verdad; porque to«das las facultades del corazon y del en«tendimiento tienen su falsa imágen: la << frialdad es parecida á la virtud, el dis<«< curso á la razon, el vacío á la profundi« dad y asi de las demas.

<< El siglo XVIII fue un siglo destruc«tor: todos nosotros fuimos seducidos; << desnaturalizamos la política, y nos estra<< víamos en culpables novedades, buscan«do la existencia social en la corrupcion << de nuestras costumbres. La revolucion << vino á dispertarnos; pero arrojando á la << Francia fuera de su lecho, la precipitó «en la tumba. Sin embargo, quizá entre << todas las épocas de la revolucion, la me<«< nos peligrosa á la moral es el reinado «del Terror; porque no forzaba las con<< ciencias, y se dejaba ver el crímen en «toda su franqueza. Orgias en medio de «la sangre; escándalos que dejaban de <«serlo á fuerza de ser horribles; hélo «aqui todo. Las mugeres del pueblo acu<< dian con sus tareas al rededor de la << guillotina, como podrian hacerlo en sus << hogares; los cadalsos eran las costum«<bres públicas, y la muerte el fondo del << gobierno. Nada mas claro que la posi<<cion de cada uno: no se hablaba ni de « especialidad, ni de positivo, ni de sistema « de intereses: era desconocido este gali<< matías de talentos reducidos y de malas «< conciencias. Se decia á un hombre: << puesto que eres realista, noble y rico, << muere; » y moria. Antonelle escribia, << que no se encontraba cargo alguno con«tra semejantes presos, pero que les ha<< bia sentenciado como aristocratas: fran«queza monstruosa, que no obstante de

« jaba subsistir el órden moral; porque no << es el matar al inocente como tal lo que a pierde á la sociedad, sino el matarle co<< mo culpable.

«Aquellos tiempos horribles lo fueron « por consiguiente de grandes sacrificios: <«< las mugeres marcharon heróicamente al « suplicio; los padres se entregaron por « los hijos, y los hijos por los padres; en las « cárceles se introducian socorros inespe«rados; y el sacerdote, á quien se iba « buscando, consolaba á la víctima al la«do del verdugo, sin que éste le cono« ciese.

«En tiempo del Directorio la moral hu«bo de combatir la corrupcion de las cos<«< tumbres, mas bien que las de las doc<«trinas el desbordamiento fue general. « Todos se precipitaron en los placeres, asi <«< como antes se habian amontonado en las « prisiones; obligábase al tiempo presente «<á anticipar los goces del porvenir, con « el temor de ver renacer lo pasado; y fal« tos aun de tiempo para crearse un inte« rior, vivian en la calle, en los paseos y « en los salones públicos. Familiarizado << uno con los patíbulos, y á la mitad de su <<< carrera en este mundo, parecíale que no << valia la pena de volverse á meter en su « casa. Solo se trataba de artes, bailes y << modas; y se cambiaba de adornos y de « vestidos con la misma facilidad con que « habria sido uno despojado de la vida.

<< Principió la seduccion en tiempo de « Bonaparte, pero era una seduccion que <«<llevaba el remedio consigo, porque Bo« naparte seducia con su gloria, y todo lo «que es grande, tiene en sí mismo un pres«tigio de legislacion. Él estaba penetrado « de que era conveniente dejar enseñar la « doctrina de todos los pueblos, la moral « de todos los tiempos y la religion de to« da eternidad.

« No estrañaré que alguno me conteste: « Fundar la sociedad sobre un deber, es

<«<levantarla sobre una ficcion; colocarla « en un interés, es establecerla sobre una « realidad. Pero precisamente el deber es « un hecho, mientras que el interés no és «< mas que una ficcion. El deber toma su «< orígen en la Divinidad; desciende á la «familia, en la que establece relaciones << reales entre el padre y sus hijos; y pa<«< sando de alli á la sociedad, y dividién<«< dose en dos ramas, dirige en el órden « político las relaciones del rey y de los « súbditos; y forma en el órden moral la « cadena de los servicios y de las protec«ciones, de los beneficios y del reconoci«<miento.

་ El deber, pues es un hecho muy po«sitivo, puesto que da á la sociedad hu« mana la única existencia duradera de « que es capaz.

«El interés, por el contrario, es una « ficcion cuando se le toma, como en el « dia, en un sentido físico y riguroso; « porque no es por la tarde lo que era por « la mañana, porque cambia de naturale«<za á cada instante, y porque fundado « sobre la fortuna, participa de la incons<< tancia de esta.

«Establecida la moral de los intere«ses, cada ciudadano se halla en pugna « con las leyes y con el gobierno, porque « es siempre el mayor número el que su«fre en la sociedad. Nadie se bate por las «< ideas abstractas del órden, de la paz y «de la patria; ó si alguno lo hace, est << porque á ellas van unidas las ideas de « los sacrificios; pero entonces se sale de « la moral de los intereses para voiver á la « de los deberes: ¡ tan cierto es que no « se puede encontrar la existencia de la « sociedad fuera de este segundo límite! <«< El que llena sus deberes, se atrae la estimacion; el que cede á sus intereses, « es poco apreciado. ¡Digno por cierto era « del siglo el sacar un principio de gobier«no de una fuente de despre cios! Edu

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« Observadlo bien: los intereses no son poderosos sino cuando prosperan; en el << momento que el tiempo les es adverso, << se debilitan. Los deberes, por el con<«<trario, nunca son tan enérgicos como <«< cuando cuesta trabajo llenarlos; pierden « su vigor, si el tiempo es feliz. Yo pre<«< fiero un principio de gobierno que se << engrandece en la adversidad, porque es«to es muy parecido á la virtud. Que co« sa mas absurda que gritar á los pueblos: «No os sacrifiqueis, no tengais entusias « mo, no penseis mas que en vuestros in<«<tereses. >> Esto equivale á decirles : « No << vengais en nuestro socorro; abandonad«< nos; asi lo exige vuestro interés.» «Ad<«<mitida esta profunda política, cuando <«<llegue la hora del sacrificio, todos cer«rarán las puertas, saldrán á la ventana <<< y mirarán como pasa la monarquía.»

Tal era el artículo sobre la moral de los intereses y sobre la moral de los debe

res.

Subí á la tribuna de la cámara de los pares el 3 de diciembre de 1819, y levanté la voz contra los malos franceses que nos presentaban como garantía de tranquilidad la vigilancia de los ejércitos europeos. «Teníamos nosotros necesidad de << tutores? se querrá hacernos creer aun «< que asi lo exigen las circunstancias? De<«<bemos consentir que por medio de notas <«< diplomáticas nos den certificados de bue<< na conducta? Y no habremos hecho mas <«<que cambiar la guarnicion de cosacos << por una guarnicion de embajadores? >> En aquel tiempo hablaba yo de los es

trangeros como he hablado despues de ellos en la guerra de España, y meditaba sobre nuestra emancipacion en una época en que me combatian los mismos libera les. ¡Cuánto ruido hacen los hombres de opiniones contrarias para llegar al silencio! Dejad pasar algunos años; los actores bajarán de la escena, y ya no estarán alli los espectadores para silbarles ó para aplaudirles.

AÑO DE MI VIDA 1820.--MUERTE DEL DUQUE DE BERRY.

Acababa de acostarme, el 13 de febrero por la noche, cuando entró en mi ca sa el marques de Vibrayé para noticiarme el asesinato del duque de Berry. En su precipitacion, no me dijo el lugar en donde habia ocurrido el suceso. Me levanté á toda prisa y subí al carruaje de Vibraye. Me sorprendí de ver al cochero tomar la calle de Richelieu, y me admiré todavía mas cuando nos paró en la Opera: habia un gentío inmenso. Nosotros subimos, en medio de dos hileras de soldados, por la puerta lateral izquierda; y como íbamos en traje de pares se nos dejó pasar. Llegamos á una especie de pequeña antesala, cuyo espacio estaba ocupado por todas las personas del palacio. Yo me colé hasta la puerta de una habitacion, y me encontré en presencia del duque de Orleans. A través del semblante contrito que él se imponia, me llamó la atencion una espresion de júbilo mal disfrazada en sus ojos; veia el trono de mas cerca. Mis miradas le turbaron; dejó el sitio y me volvió la espalda. A mi alrededor se referian los detalles del crímen, el nombre del asesino y las conjeturas de los que participaban del arresto; todos disputaban y se atareaban: los hombres gustan del espectáculo, y especial

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