MEMORIAS POSTUMAS DE M. DE CHATEAUBRIAND. TOMO VII. tronos de Francia y de Italia; pero, puesto que venia á restablecer su poder, vioMOVIMIENTO laba patentemente el tratado de Paris, y se volvia á colocar en la situacion política anterior al 31 de marzo de 1814: y por consiguiente era el mismo Bonaparte quien declaraba la guerra á la Europa y nó esta á Bonaparte. Estas sofisterías lógicas de los embajadores, como lo he hecho advertir cuando la carta de Mr. de Talleyrand, valian lo que ellas podian antes del combate. Napoleon no habia encontrado fieles mas que las fantasmas de su pasada gloria; ellas le escoltaron, de la manera que os he dicho, desde el lugar de su desembarco hasta la capital de Francia. Pero las águilas que de campanario en campanario habian volado de Canas á Paris, se arrojaron cansadas sobre las chimeneas de las Tullerías, sin poder ir mas lejos. Napoleon no se precipitó á la Bélgica, estando las poblaciones en conmocion, antes que se hubiera reunido allí un ejército anglo-prusiano; se detuvo; y probó de negociar con la Europa y de conservar humildemente los tratados de la legitimidad. El congreso de Viena opuso á el duque de Vicence la abdicacion del 11 de abril de 1814, por cuya abdicacion Bonaparte reconocia, que él era el único l restablecimiento de la paz en Europa, y que de consiguiente renunciaba, para sí y para sus herederos, á los La noticia del desembarco de Bonaparte en Canas habia llegado á Viena el 3 de marzo, mientras se celebraba una fiesta en la que se representaba la asamblea de las divinidades del Olimpo y del Parnaso. Alejandro acababa de recibir el proyecto de alianza entre la Francia, el Austria y la Inglaterra; titubeó un momento entre las dos noticias, y luego dijo: «No se trata de mí, sino de la salvacion del mundo. » Inmediatamente despachó un correo á San Petersburgo con la órden de hacer salir la guardia: los ejércitos que se retiraban se pararon; su larga hilera volvió la espalda, y ochocientos mil enemigos 1 dirigieron la cara hácia la Francia. Bonaparte se preparaba para la guerra, y se prometia nuevos campos catalaunicos; pero Dios le emplazó para la batalla, que debia poner fin al reinado de los combates. Habia bastado el calor de las alas de la fama de Marengo y de Austerlitz para hacer salir á luz los ejércitos de esta Francia, que no era mas que un grande nido de soldados. Bonaparte habia vuelto á sus legiones sus renombres de invencible, terrible é incomparable; y siete ejércitos volvian á tomar el título de ejército de los Alpes, del Jura, del Moselle y del Rhin: grandes recuerdos que servian de cuadro á las supuestas tropas, y á los triunfos en esperanza. Un verdadero ejército se habia reunido en Paris y en Laon; ciento cincuenta baterías con los tiros puestos, diez mil soldados escogidos que habian entrado en la guardia; diez y ocho mil marinos instruidos en Lutzen y en Bautzen; treinta mil veteranos, oficiales y sargentos, de guarnicion en las plazas fuertes; siete departamentos del norte y del este dispues tos á levantarse en masa; ciento ochenta mil hombres de la guardia nacional movilizados; cuerpos francos en la Lorena, la Alsacia y el Franco Condado; federados ofreciendo sus picas y sus brazos; y Paris construyendo tres mil fusiles per dia; tales eran los recursos del emperador: y si libertando la patria, se hubiera podido resolver á llamar á la independencia á las naciones estrangeras, tal vez hubiera logrado aun poner el mundo en efervescencia. La ocasion era propicia; pues los reyes, que habian prometido á sus súbditos gobiernos constitucionales, acababan de faltar vergonzosamente á su palabra: pero la libertad era antipática á Napoleon, desde que habia bebido en la copa del poder; y preferia mas ser vencido con los solda dos que vencer con los pueblos. Los cuer Nosotros los emigrados, estábamos en la ciudad de Cárlos V como las mugeres de la misma, que sentadas detrás de las ventanas, veian en un pequeño espejo inclinado pasar los soldados por la calle. Luis XVIII estaba alli en un rincon, completamente olvidado; apenas recibia de vez en cuando algun billete del príncipe de Talleyrand que volvia de Viena, y algunas líneas de los miembros del cuerpo diplomático que residian cerca del duque de Wellington en calidad de comisionados, MM. Pozo di, Borgo, de Vincent, etc. etc. ¡ Otra cosa tenian que hacer mas que pensar en nosotros! Un hombre estraño de la política no hubiera jamás creido que un impedido oculto con la orla de la Lys seria repuesto sobre el trono por el choque de millares de soldados dispues tos á degollarse; soldados de quienes no era él ni rey ni general, que no pensaban en él, y que no conocian ni su nombre ni su existencia. De dos puntos tan próximos, como Gante y Waterloo, jamás pareció el uno tan oscuro, y el otro tan briHante: la legitimidad yacía en el depósito como un viejo carro hecho pedazos. Nosotros sabíamos que las tropas de Bonaparte se aproximaban, y no teníamos paa de fendernos mas que nuestras os cortas compañías, que estaban á las órdenes del duque de Berry, príncipe cuya sangre no podia servirnos, porque le habian ya solicitado en otra parte. Mil caballos, que el ejército francés hubiese destacado, nos habrian tomado la plaza en algunas horas; pues las fortificaciones de Gante estaban demolidas, y el recinto que quedaba hubiera sido asaltado tanto mas facilmente cuanto la poblacion belga no nos era favorable. Se renovó de consiguiente la escena de la cual habia sido testigo en las Tullerías: los coches de S. M. se preparaban secretamente, y se habian encargado los caballos. Nosotros, fieles ministros, habríamos patrullado detrás, á la misericordia de Dios. El herma no del rey partió para Bruselas, encarga do de vigilar de mas cerca los movimien tos. Mr. de Blacas estaba inquieto y triste, é yo, pobre hombre, le consolaba. Viena no le era favorable, Mr. de Talleyrand se burlaba de él, y los realistas le acusaban de haber sido la causa del regreso de Napoleon. De esta manera, en cualquiera de las dos contingencias, cuanto mas honro so le hubiera sido el destierro en Inglaterra, tanto mas posibles le hubieran sido en Francia los primeros destinos; é yo era el único que le apoyaba. Yo le encontraba con bastante frecuencia en el mercado de los caballos, en donde él trotaba solo; y poniéndome á su lado me conformaba con su triste pensamiento. Este hombre á quien defendí en Gante y en Ingla terra, á quien he defendido en Francia despues de los Cien Dias, y hasta en el prefacio de la Monarquía segun la Carta, ha sido simpre mi contrario: esto no seria nada, á no haber sido un mal para la Monarquía. Yo no me arrepiento de mi simpleza pasada; pero debo enmendar en estas Memorias las sorpresas hechas á mi me moria y á mi buena voluntad. BATALLA DE WATERLOO. El 18 de junio de 1815, al medio dia, salí de Gante por la puerta de Bruselas; iba solo á concluir mi paseo por la carre tera. Me habia llevado los Comentarios de César y caminaba despacio, sumido en mi lectura. Estaba ya á mas de una legua de la ciudad, cuando me pareció oir una detonacion sorda: me paré, miré al cielo que estaba bastante nublado, y estuve deliberando si continuaria hácia adelaute, ó si me aproximaria á Gante, temiendo una tempestad. Presté atencion, y no of mas que el grito de una zarceta entre los juncos y el sonido de un reloj de aldea; de consiguiente proseguí mi camino, Todavía no habia dado treinta pasos que la detonacion empezó de nuevo, ya breve, ya larga, y separada por intervalos desiguales; á veces no era sensible mas que por una trepidacion del aire, la cual se comunicaba á la tierra sobre aquellas inmensas llanuras; tan lejana era. Aquellas detonaciones menos vastas, menos ondulatorias, y menos enlazadas que las del rayo, hicieron nacer en mí la idea de un combate. Me encontraba enfrente de un álamo blanco plantado en el ángulo de un campo de lúpulo, y atravesé el camino y en pié me apoyé contra el tronco del árbol con el rostro hácia la parte de Bruselas; y habiéndose levantado un viento del sud me trajo mas distintamente el ruido de la artillería. Aquella gran batalla, sin nombre todavía, cuyo eco escuchaba al pie de un álamo blanco, y cuyos descono cidos funerales acababa de tocar un reloj de aldea, era la batalla de Waterloo ! Oyente silencioso y solitario del formidable decreto del destino, hubiera estado menos conmovido, si me hubiese encontrado en la pelea: el peligro, el fuego y la confusion de la muerte no me hubieran dejado tiempo de meditar; pero solo bajo de un árbol, en la campiña de Gante, como el pastor de los rebaños que pasaban por mi alrededor, el peso de las reflexiones me abrumaba: ¿Qué combate cra aquel? ¿Era definitivo? ¿ Estaba en él Napoleon en persona? ¿Se habia echado el mundo en suerte, como la túnica de Cristo? Exito ó revés del uno ó del otro ejército, ¿cuál seria la consecuencia del acontecimiento para los pueblos, la libertad ó la esclavitud? Pero, ¡ cuál era la sangre que se derramaba! ¿No era el último suspiro de un francés cada ruido que llegaba á mis oidos? ¿Era aquello un nuevo Crecy, nuevo Poitiers, ó un nuevo Azincourt del que iban á gozar los mas implacables enemigos de la Francia? Si ellos triunfaban, no estaba perdida nuestra gloria? Si Napoleon llevaba la victoria, qué se hacia nuestra libertad? Sin embargo que el triunfo de Napoleon, me hubiera abierto un destierro eterno, en aquel momento la patria me lo hacia desear; y mis votos eran para el 'opresor de la Francia, si, salvando nuestro honor, debia arrancarnos del dominio estrangero. ¿Y si triunfaba Wellington? Entonces la legitimidad volveria á entrar en Paris detrás de aquellos uniformes colorados que acababan de reteñir su púrpura con la sangre de los franceses! La dignidad Real tendria, pues, por carroza de su consagracion los carricoches del hospital militar llenos de nuestros granaderos mutilados! ¿Qué seria entonces, lo que podria realizar un restauracion bajo tales auspicios? Lo dicho no era mas que una parte muy pequeña de las ideas que me atormentaban. Cada cañonazo me causaba un estremecimiento, y aceleraba los latidos de mi corazon. A algunas leguas de una catástrofe inmensa, que yo no veia, no podia tocar el vasto monumento fúnebre, que por minutos iba aumentando en Waterloo; de la misma manera que desde la ribera del Boulaq, á orilla del Nilo, estendia en vano mis manos hácia las Pirámides. No parecia ningun viajero; algunas mugeres que estaban en los campos, escar dando tranquilamente los sulcos de legumbres, no tenian traza de oir el ruido que yo escuchaba. Entonces ví venir un correo; dejé el pie de mi árbol y me coloqué en medio de la calzada; detuve al correo y le interrogué: pertenecia al duque de Berry, venia de Alost y me dijo: << Bonaparte entró ayer (17 de junio) en << Bruselas, despues de un combate san« griento. La batalla ha debido empezar « de nuevo hoy (18 de junio). Créese en « la derrota definitiva de los aliados, Y «< se ha dado la órden para la retirada.>> El correo prosiguió su camino. Yo le seguí dándome priesa, y me adelantó el carruaje de un comerciante, que huia en posta con su familia, quien me confirmó en la relacion del correo. CONFUSION EN GANTE.-CUAL FUÉ LA BATALLA DE WATERLOO. Cuando yo entré en Gante, todo estaba en confusion: se cerraron las puertas de la ciudad y solo quedaron entreabiertos los postigos, y los vecinos mal armados y algunos soldados de depósito hacian centinela. Yo me fuí á casa del rey. El hermano del rey acababa de llegar por un camino estraviado: habia dejado á Bruselas con la falsa noticia que Bonaparte iba á entrar en ella, y que habiéndose perdido la primera batalla no habia esperanza de ganar la segunda. Se referia tambien que los ingleses habian sido derrotados, por no haber estado los prusianos formados en batalla. A consecuencia de estos partes, el sálvese quien pueda se hizo general: los que poseian algunos recursos se marcharon, é yo que tengo la costumbre de no poseer nunca nada, estaba siempre pronto y dispuesto; sin embargo queria hacer salir antes á Mme. de Chateaubriand, grande bonapartista, pero que no le gustaban los cañonazos, y no quiso abandonarme. Por la noche hubo consejo al lado de S. M., y de nuevo oimos las relaciones del hermano del rey, las que, se dijo, se habian recogido en casa del comandante de la plaza ó en la del baron de Eckstein. El carro de los diamantes de la corona estaba ya con los tiros puestos; yo no tenia necesidad de carro para llevar mi tesoro. Encerré el pañuelo de seda negro, que por la noche liaba al rededor de mi cabeza, en mi flasco que me servia de cartera de ministro del interior, y me puse á disposicion del príncipe con ese documento importante de los negocios de la legitimidad. Yo era mas rico en mi primera emigracion, cuando mi mochila me hacia las veces de almohada y servia de pañales á Atala: pero en 1815 Atala era ya una jóven crecida, descuadernada, de 13 á 14 años, que iba sola por el mundo, y que, para honrar á su padre, habia hecho hablar demasiado de ella. El 19 de junio, á la una de la mañana, una carta de Mr. Pozzo transmitida al rey por el correo, restableció la verdad de los hechos. Bonaparte no habia entrado en Bruselas, y habia perdido indubitablemente la batalla de Waterloo. Habia salido de Paris el 12 de junio, y se habia reunido con su ejército el 14. El 15 habia forzado las líneas del enemigo en el Sambre. El 16 habia batido á los prusianos en aquellos campos de Fleurus en donde la victoria parecia ser para siempre fiel á los franceses. Las poblaciones de Ligny y de San Amando se habian ganado. En Quatre-Bras hubo nuevo éxito: el duque de Brunswick habia quedado entre los muertos. Blucher, en completa retira da, se habia dejado caer sobre una reserva de 30,000 hombres, que estaban á las órdenes del general Bullon; y el duque de Wellington, con los ingleses y holan deses, se habia puesto á la espalda de Bruselas. El 18 por la mañana, antes de los primeros cañonazos, el duque de Wellington manifestó que él podria resistir hasta las tres; pero que si á aquella hora los pru. sianos no habian parecido, seria derrotado infaliblemente; pues que estrechado entre Planchenois y Bruselas, le era imposible toda retirada. Sorprendido por Napoleon, su posicion militar era detestable; pero él la habia aceptado y no la habia elegido. Al principio los franceses tomaron, al ala izquierda del enemigo, las alturas que dominan el palacio de Hougoumont hasta las granjas del Cercado-Santo y de Papelotte; al ala derecha, atacaron la poblacion del Monte-San-Juan; y la granja del Cercado-Santo fue tomada por el príncipe Gerónimo al centro. Pero á las seis de la tarde se dejó ver la reserva prusianą hacia San-Lambert, y se dió un nuevo y furioso ataque á la poblacion del CercadoSanto; Blucher vino de improviso con tropas de refresco y aisló del resto de nuestras tropas ya desbaratadas los cuadros de la guardia imperial. Alrededor de aquella falange inmortal, la dispersion de los fugitivos lo arrastró todo entre los torrentes de polvo, de humo ardiente y de metralla, en las tinieblas surcadas por los cohetes á la Congrève, y en medio de las esplosiones de trescientas piezas de artillería y del precipitado galope de veinte y cinco mil caballos: aquello fue como el resúmen de todas las batallas del Imperio. Dos veces habian los franceses gritado, ¡victoria! y dos veces fueron sufocados sus gritos por la presion de las columnas enemigas. Se apagaron los fuegos de nuestras líneas; se agotaron los cartuchos; y algunos granaderos heridos, en medio de treinta mil muertos, y de cien mil balas de cañon ensangrentadas, enfriadas y |