ventana, in señal alguna de distincion, para ver pasar el cortejo. Algunas veces tenia maneras elegante mente afectuosas. Visitando una casa de locos, preguntó á una muger si el número de las locas por amor era considerable: Hasta el presente no lo es, respondió «ella, pero es de temer que se aumente á « contar desde el momento de la entrada « de V. M. en París. » Un gran dignatario de Napoleon decia al Zar: «Hace mucho tiempo, señor, que «se esperaba y deseaba vuestra llegada.«Hubiera venido mas pronto, respondió, no acuseis mi retardo sino al valor fran «cés. >> Es cierto que al pasar el Rhin habia sentido no poder retirarse en paz al seno de su familia." Alejandro tenia algo de pacífico y triste se paseaba por París, á pié ó á cabalo, sin acompañamiento y sin afectacion. Parecia admirado de su triunfo; sus miTadas casi tiernas iban errantes por una poblacion que parecia considerar como superior á él se hubiera dicho que se encontraba bárbaro en medio de nosotros, como un romano se sentia avergonzado en Atenas. Quizá tambien pensaba que estos mismos franceses habian parecido en su capital incendiada; y que á su vez sus soldados eran dueños de este París en don de hubiera podido encontrar antorchas apagadas por las cuales Moscou fué libertado y reducido á cenizas. Este destino, esta variable fortuna, y esta miseria comun de los pueblos y de los reyes, debian afectar profundamente un espíritu tan religioso como el suyo. BONAPARTE EN FONTAINEBLEAU. —LA REGENCIA EN BLOIS.-PUBLICACION DE MI FOLLETO DE BONAPARTE Y DE LOS BORBONES. Y qué hacia el vencedor de Borodino entre tanto? Envió una órden al mayor de artillería Maillard de Lescourt para que hiciese volar el almacen de pólvora de Grenelle, tan pronto como supo la resolucion de Alejandro: Rostopschine habia incendiado á Moscou; pero antes habia hecho salir á sus habitantes. Napoleon se adelantó desde Fontainebleau, á donde habia vuelto, hasta Villejuif, y desde allí echó una mirada sobre París cuyas barreras guardaban los soldados estrangeros: recordaba sin duda el conquistador los dias en que sus granaderos estaban de centinela sobre las murallas de Berlin, de Moscou y de Viena. Los acontecimientos se destruyen unos á otros: ¡ cuán pobre nos parece en el dia el dolor de Enrique IV al saber en Villejuif la muerte de Gabriela, y volviendo á Fontainebleau ! Tambien volvió Bonaparte á aquella soledad; pero alli no le esperaba mas que la memoria de su augusto prisionero: acababa de abandonar el palacio el cautivo de la paz, para dejarlo desocupado al de la guerra: «Tan á punto <<< está siempre la desgracia para llenar sus « vacíos. » La Regencia se habia retirado á Blois. Bonaparte habia mandado que la emperatriz y el rey de Roma saliesen de Paris, prefiriendo, decia él, verles en el fondo del Sena, que conducidos en triunfo á Viena; pero al mismo tiempo habia encargado á José que permaneciese en la capital. La retirada de su hermano le enfureció, y acusó al ex-rey de España de haberlo echado todo á perder. Los ministros, los individuos de la Regencia, los hermanos de Napoleon, su mujer y su hijo, llegaron todos juntos á Blois arrastrados por la corriente : los carros, los bagajes, los coches, todo estaba allí; hasta las mismas carro.. zas del rey fueron arrastradas á aquel punto por entre los lodazales que hay desde la Beauce á Chambort, único pedazo de Francia que habia quedado al heredero de Luis XIV. Mientras que Cambaceres se pavoneaba en una silla de manos por las calles escarpadas de Blois, algunos minis tros pasaron mas adelante hasta la Bretaña. Corrian diferentes noticias, y se ha blaba de la formacion de dos ejércitos y de un alistamiento general. No se supo nada de lo que pasaba en París durante muchos dias; pero desapareció la incertidumbre con la llegada de un carretero, cuyo pasaporte estaba refrendado por Secken. De allí á poco descendió el general ruso Schouwaloff á la posada de la Galera, donde le asediaron los grandes, que se apre suraban á obtener de él un salvo conducto. Sin embargo, antes de dejar á Blois, se hicieron pagar de los fondos de la Regencia los gastos de marcha y los atrasos de sus sueldos: tenian sus pasaportes en una mano y el dinero en la otra, sin descuidarse de enviar al mismo tiempo sus protestas de adhesion al gobierno provisional; porque el susto no les habia hecho perder la cabeza. La madre de Napoleon y su hermano el cardenal Fesch partieron para Roma: el principe Esterhaz y vinoá buscar á María Luisa y á su hijo de parte de Francisco II: José y Gerónimo se retiraron á Suiza, despues de haber tratado en vano de obligar á la emperatriz á que corriese su suerte. Maria Luisa se apre suró á reunirse con su padre: como no era grande el cariño que tenia á Bona parte, encontró fácil consuelo, y se felicitó de verse libre de la doble tiranía del esposo y del dueño. Cuando devolvió Bonaparte estos trastornos á los Borbones en el siguiente año, estos, salidos apenas de sus largas tribulaciones, no habian tenido catorce años de una prosperidad inaudita, para haberse acostumbrado á 1 s cosas del trono. Entretanto Napoleon no estaba aun destronado: mas de cuarenta mil soldados, de los mejores del pais, estaban á su lado; podia retirarse detras del Loira; los ejércitos franceses llegados de España amenazaban en el Mediodia; estaba hir. viendo la poblacion militar, y podia estender sus lavas; entre los mismos jefes estrangeros se trataba aun de si habria de reinar en Francia Napoleon ó su hijo; y por espacio de dos dias estuvo vacilante Alejandro. Como he dicho ya, Mr. de Talleyrand se inclinaba secretamente á la política que tendia á coronar al rey de Roma, porque tenia miedo a los Borbones; y sino entraba de lleno en el plan de la regencia de María Luisa, es porque viviendo Napoleon, temia no poder quedar él de jefe durante la minoria amenazada por la existencia de un hombre inquieto, emprendedor, y que se hallaba aun en el vigor de la edad (1). En estos dias críticos fué cuando publiqué yo mi folloto de Bonaparte y de los Borbones para hacer inclinar la balanza; y es sabido que produjo su efecto. A cuerpo descubierto me arrojé á la pelea, para servir de escudo á la libertad renaciente contra la tirania, que permanecia aun en pié, y cuyas fuerzas hacia triplicar la de (1) Véanse mas adelante los cien dias en Gante y el retrato de Mr. de Talleyrand, hacia el fin de estas Memorias. (Paris, nota de 1839.) sesperacion para dar á mi palabra la au toridad de hechos positivos, hablé en nombre de la legitimidad; enseñé á la Francia lo que era la antigua familia real, y referí uno por uno los miembros de aquella familia, sus nombres y carácter, como hubiera podido hacer la enumeracion de los hijos del emperador de la China: tanto era lo que la República y el Imperio habian invadido lo presente, y relagado los Borbones á lo pasado. Como he dicho muchas veces, Luis XVIII declaró que mi folleto le habia aprovechado mas que un ejército de cien mil hombres: hubiera podido añadir que le habia servido de una fé de vida. Despues contribuí á darle otra vez la corona con el feliz éxito de la guerra de España. Me hice popular entre la multitud desde el principio de mi carrera política; pero desde entonces perdí tambien la oca sion de adelantar al lado de los poderosos, Todos los que habian sido esclavos en tiempo de Bonaparte, me aborrecian; y al mismo tiempo era sospechoso para aquellos que querian poner la Francia en va salleje. En el primer momento no tuve en mi favor, entre los soberanos, mas que al mismo Bonaparte: este hojeó en Fontainebleau mi folleto, que le habia llevado el duque de Bassano, y lo discutió con imparcialidad, diciendo: «Esto es justo; <«esto no lo es. Nada tengo que echar en <«cara á Chateaubriand, porque me ha he«cho la oposicion cuando yo estaba en el «poder; pero esos canallas N. N. !» y los nombraba. Ha sido siempre grande y sincera mi adiniracion hacia Bonaparte, aun entonces mismo, que escribia contra él con la mayor vivacidad. La posteridad no es tan justa, como se supone, en sus decretos; y existen en la distancia pasiones, preocupaciones y errores, asi como los hay en la proximidad. TOMO VI. Cuando la posteridad admira sin restriccion, se escandaliza de que los contempo ráneos del hombre admirado no tuviesen la misma idea que ella tiene de él. Esto sin embargo se esplica fácilmente: las cosas que chocaban en aquel personaje han pasado ya; sus debilidades han muerto con él, y no ha quedado de lo que fue, mas que su vida imperecedera; però no por esto son menos reales los males que él ha causado, males en sí mismos y en su esencia, males sobre todo para aquellos que los han soportado. La moda del dia es ensalzar las victorias de Bonaparte: los pacientes han desaparecido: no se oyen ya las imprecaciones ni los gritos de dolor y afliccion de las víctimas; no se ve ya la Francia agotada y á las mugeres labrando sus campos; no se ven ya á los padres presos en fianza de sus hijos, á los habitantes de un pueblo mancomunados en las penas impuestas á un refractario; no se ven ya aquellos edictos de reemplazos fijados en las esquinas, y á los transeuntes agrupados ante aquellos inmensos decretos de muerte, buscando consternados los nombres de sus hijos, hermanos, amigos y vecinos. Se olvida que todo el mundo se lamentaba de los triunfos; se olvida de que la menor alusion contra Bonaparte escapada á los censores en los teatros, era acogida con transportes; se olvida que el pueblo, la corte, los generales, los ministros y hasta los parientes de Napoleon estaban cansados de su opresion y de sus conquistas; cansados de aquella partida siempre ganada y jugada siempre; cansados en fin de aquella existencia puesta en duda cada mañana por la imposibilidad del descanso. Está demostrada la realidad de nuestros padecimientos con el resultado mismo de la catástrofe: si la Francia hubiese sido fanática por Bonaparte, le hubiera abandonado por dos veces brusca y com 89 1 pletamente, sin probar un último esfuerzo para conservarle? Sila Francia lo debia todo á Bonaparte, gloria, libertad, órden, prosperidad, industria, manufacturas, comercio, literatura y bellas artes; si nada habia hecho por sí misma la nacion antes de él; si la República, falta de genio y de valor, no habia defendido ni engrandecido el territorio, no ha sido la Francia bien ingrata y bien cobarde, dejando caer á Napoleon en manos de sus enemigos, ó nó protestando al menos contra la cautividad de un bienhechor semejante ? No se nos ha hecho sin embargo esta acriminacion, que habria derecho para hacernos; ¿y por qué? porque es evidente que en el momento de su caida la Francia no ha tratado de defender á Napoleon, antes al contrario, lo ha abandonado voJuntariamente; porque en nuestros amargos disgustos no reconocíamos ya en él mas que al autor y al despreciador de nuestras miserias. Los aliados no nos han vencido; nosotros somos los que, escogiendo entre dos azotes, hemos renunciado á derramar nuestra sangre, que no corria ya en defensa de nuestras libertades. 34 Muy cruel había sido sin duda la Repú. blica; pero todos esperaban que pasaria, y que pronto ó tarde recobraríamos nues tros derechos, conservando las conquistas preservadoras que nos habia dado en los Alpes y en el Rhin. Todas las victorias que ella alcanzaba eran ganadas en nombre nuestro; durante su imperio no se trataba mas que de la Francia; la Francia era siem pre la que habia triunfado, la que habia vencido; eran nuestros soldados los que lo ha bian hecho todo, y para quienes se instituian las fiestas triunfales ó fúnebres; los generales y los habia de muy grandes) tenian un lugar honroso, pero modesto, en los recuerdos públicos: tales fueron Morceau, Moreau, Hoche y Joubert; los dos últimos destinados á ocupar el lugar de Bonaparte; el cual, en los principios de su gloria, hizó sucumbir repentinamente al general Hoche, y dió celebridad con sus celos á aquel guerrero pacificador, muerto inmediatamente despues de sus triunfos de Attenkirken, de Neuwied y de Klein ister. En tiempo del imperio desaparecimos nosotros; ya no se trató mas que de Bonaparte; todo era esclusivamente suyo : He mandado, he vencido, he hablado; mis águilas, mi corona, mi sangre, mi familia, mis súbditos. ¿Qué sucedió, pues, en estas dos épocas parecidas y opuestas á la vez? Nosotros no abandonamos á la República en sus reveses; nos mataba, pero nos honraba; no sufríamos la ignominia de ser la propiedad de un hombre; merced á nuestros esfuerzos, no fue invadida; y los rusos derrotados á la otra parte de los montes, vinieron á espirar en Zurich. de Bonaparte, por el contrario, á pesar de sus enormes conquistas, sucumbió, no porque fuese vencido, sino porque la Francia no le quería ya. ¡Grande leccion ! que no nos deje nunca olvidar que está condenado á la muerte todo aquello que hiere la dignidad del hombre ! } 4 Los espíritus independientes de todos matices y de todas opiniones, usaban el mismo lenguaje cuando apareció mi folleto. La-Fayette, Camilo Jordan, Ducis, Lemercier, Lanjuinais, Mme. de Staël, Chenier, Benjamin Constant y Le-Brun, pensaban y escribian como yo. Lanjuinais decia: «Hemos ido á buscar un señor en«<tre los hombres, que los romanos no que«rian aun por esclavos. » Chenier no trataba con mas indulgencia á Bonaparte: Un corzo devoró de los franceses Quedándoos al morir otra esperanza. Harta sangre, harto llanto han inundado Vuestro hermoso pais; mas solo un hombre De tanta sangre y llanto es heredero. Crédulo largo tiempo he celebrado Mas cuando fugitivo á sus hogares Que en grupos le cercaban, y el estado Madama de Staël formaba de Napoleon el siguiente juicio, ro menos rígido. << Seria por cierto una grande leccion. a para la especie humana, si los Directo<< res (los cinco miembros del Directorio,) « los hombres muy poco aguerridos, si a los levantasen de su tumba, y pidiesen <«< cuenta á Napoleon de la barrera del « Rhin y de los Alpes conquistada por la República; de los estranjeros llegados « por dos veces á Paris; de los tres millo<<nes de franceses que han perecido des« de Cádiz á Mosco u; sobre todo de aquella << simpatía que sentian las naciones por la <«< causa de la libertad de Francia, y que <<< se ha convertido en el dia en un odio « inveterado.» (Consideraciones sobre la re volucion francesa.) Oigamos á Benjamin Constant: <<< El que por espacio de doce años se ti<< tulaba destinado á conquistar el mundo, << ha hecho honrosa ren uncia de sus pre<< tensiones. Aun an tes de ser invadido su << territorio, se en cuentra herido de una << perturbacion, que le es imposible disi "mular; y apenas to can sus límites los « estrangeros, cuando arroja lejos de sí toadas sus conquistas. Exige la abdicacion « de uno de sus hermanos; sanciona la es<< pulsion de otro; y sin que nadie se lo pi << da, declara que renuncia á todo. «Mientras los reyes; aunque vencidos, «no abjuran su dignidad, ¿por qué el ven<«< cedor de la tierra cede al primer asal«to? Los gritos de su familia, nos dice, « que desgarran su corazon. ¿No eran aca << so de esta familia los que perecian en « Rusia en la triple agonía de las heridas, << del frio y del hambre ? Pero abandona << dos por su jefe, entre tanto que ellos es<< piraban, este jefe se creia seguro: ahora «<le da una sensibilidad repentina el peli«gro de que participa. <«< El miedo es muy mal consejero, so<< bre todo cuando no se tiene conciencia! «no se encuentra medio razonable ni fal« ta la moral, asi en la mala como en la «<buena fortuna. Donde no damina aque«lla, la dicha acaba por la demencia, y la « adversidad por el envilecimiento. «¿Qué efecto debe producir en una «nacion valerosa ese ciego terror, esa re«pentina pusilanimidad, que aun en me«dio de nuestras tempestuosas revueltas « no tiene ejemplo? El orgullo nacional « encontraba equivocadamente una espe<< cie de reparacion en no ser oprimido << mas que por un jefe invencible. Pero ¿qué es lo que queda hoy? Acabó el pres«tigio, acabaron los triunfos; no resta mas « que un imperio mutilado, que es la exe<«< cracion del mundo; un trono, cuyas «pompas están oscurecidas, cuyo trofeos <«< han sido abatidos, y al que no quedan <«mas que las sombras errantes del duque· <«<de Enghien, de Pichegrú y de tantos << otros, que perdieron la vida por fundar«le, por todo séquito (1). » (1) Del espíritu de conquista, edicion de Alemania. |