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ay dirá á la Francia: «Te llamé, no me <<< escuchaste; marcha pues á la esclavitud.» «¿Tantos sacrificios, tantos trabajos, di«ce el abate Lamennais, deben ser esté<«<riles? Los sagrados mártires no habrán sembrado en el campo de la patria mas <«<que una esclavitud eterna? ¿Qué oís en «las selvas? El triste murmullo de los « vientos. ¿Qué veis pasar por las llanu<«<ras? El pájaro viajero que busca un lu⚫ «gar para reposar.»

REUNION EN DRESDE.-BONAPARTE PASA ̈ REVISTA A SU EJÉRCITO Y LLEGA A oriLlas del Niemen.

Napoleon partió para el ejército el 9 de mayo de 1812 y se fué á Dresde. En Dresde reunió los resortes esparcidos de la confederacion del Rhin, y por primera y última vez puso en movimiento esta má quina que él habia fabricado.

Entre las notabilidades desterradas que echan á menos el sol de Italia tiene lugar una reunion compuesta del emperador Napoleon, de la emperatriz de Austria y de algunos soberanos grandes y pequeños.

Estos soberanos aspiran á formar de sus diferentes cortes círculos subordinados á la primera, y se disputan el vasallaje; el uno quiere ser el copero del sub-teniente de Brienne, el otro su panetero. La historia de Carlomagno fue puesta á contribucion por la erudicion de las cancillerías alemanas; los que mas se elevaban, mas se humillaban : « Una dama de Montmorency, << dijo Bonaparte en Las Cases, se hubiera precipitado para reconciliarse con los za«patos de la emperatriz. »

Cuando Bonaparte atravesaba el palacio de Dresde para ir á una gala preparada, marchaba el primero delante cubierta la cabeza; seguia Francisco II con la cabeza descubierta, acompañando á su hija la emperatriz María Luisa; multitud de prínci

pes iban detrás atropelladamente con respetuoso silencio. Faltaba al cortejo la emperatriz de Austria, la que sufriendo, decia que no salia de sus cuartos mas que en silla de manos, para evitar dar el brazo á Napoleon, á quien detestaba. Lo único que quedaba de sentimientos nobles se habia retirado al corazon de las mugeres.

Un solo rey, el de Prusia, se alejó desde el principio: «¿Qué me quiere ese prín«cipe? esclamaba con impaciencia. ¿No << me importunan bastante sus cartas? «¿Porqué quiere todavía perseguirme con << su presencia? Yo no le necesito.» Asperas palabras contra el infortunio, pronunciadas la víspera de la desgracia.

El gran crímen de Federico Guillermo cerca del republicano Bonaparte era el haber abandonado la causa de los reyes. Las negociaciones de la corte de Berlin con el Directorio descubrian en este príncipe, decia Bonaparte, una política tímida, interesada, sin nobleza, que sacrifica su dignidad y la causa general de los tronos á pequeños engrandecimientos. Cuando miraba en un mapa la moderna Prusia, esclamaba: ¡Es posible que haya dejado tanto terreno á ese hombre !

De los tres comisarios de los aliados que le condujeron á Frejus, el prusiano fué el único á quien Napoleon recibió mal y con el cual no quiso tener relacion alguna. Se ha buscado la causa oculta de esta aversion del emperador por Guillermo; se ha creido encontrarla en tal ó cual circunstancia particular: al hablar de Fa muerte del duque de Enghien, creo haber tocado la verdad de mas de cerca.

Bonaparte aguardó en Dresde los progresos de las columnas de sus ejércitos: habiendo ido Malborough á saludar á Cárlos XII, en esta misma ciudad apercibió en un mapa un camino que confinaba con Moscou; adivinó que el monarca tomaria este camino y no se mezclaria en la guer

ra de Occidente. Sin embargo de no confesar Napoleon á voz en grito su proyecto de invasion, no pudo con todo eso ocultarlo; para los diplomáticos habia estos tres hechos el ukase del 31 de diciembre de 1810 prohibiendo ciertas importaciones á á Rusia y destruyendo por esta prohibicion el sistema continental; la protesta de Alejandro contra la reunion del ducado de Oldenbourgh, y los armamentos de la Rusia. Si se hubiera acostumbrado á abusar de las palabras, se admiraria ver dar por causa legítima de la guerra los reglamentos de Aduana de un Estado independiente y la violacion de un sistema, que este Estado no adoptó. En cuanto á la reunion del ducado de Oldenbourgh y á los armamentos de la Rusia, se acaba de ver que el duque de Vicence se habia atrevido á manifestar á Napoleon lo que podria resultar de estas injurias. Es tan sagrada la justicia, parece tan necesaria al buen éxito de los negocios, que aquellos mismos que la desprecian, pretenden no obrar sino con sus principios. No obstante el general Lauriston fue enviado á San Petersburgo y el conde de Narbona al cuartel general de Alejandro: mensajeros de sospechosas palabras de paz y de buena voluntad. El abate de Pradt habia sido enviado á la dieta polaca, y volvió de ella apellidando á su amo Júpiter-Scapino. El conde de Narbona trajo la noticia que Alejandro sin humillacion y sin jactancia, preferia la guerra á una paz vergonzosa. El Czar profesaba siempre á Napoleon un entusiasmo ingenuo, pero decia que la causa de los Rusos era justa, y que su ambicioso amigo obraba mal. Esta verdad espresada en los boletines moscovitas tomó el carácter de índole nacional: Bonaparte se hizo el Antecristo.

Napoleon abandonó á Dresde el 22 de mayo de 1812, pasó á Posen y á Fhorn; aqui vió que le arrebataban otros aliados

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Cuando Bonaparte atravesó el Niemen, ochenta y cinco millones, quinientas mil almas reconocian su dominio ó el de su familia; la mitad del orbe cristiano le obedecia; sus órdenes eran ejecutadas en un espacio que comprendia diez y nueve grados de latitud y treinta de longitud. Nunca se habia visto espedicion mas gigantesca, ni se volverá á ver.

Napoleon, proclama la guerra en el cuartel general de Wilkowski el 22 de ju nio: « Soldados, la segunda guerra de Po«lonia se empieza; la primera se terminó «<en Filsit; la fatalidad arrastra la Rusia: « deben cumplirse sus destinos. »

A esta voz reciente todavía contesta Moscou por medio de su metropolitano de edad de ciento y diez años: «La ciudad « de Moscou recibe á Alejandro, su Cris<< to, como una madre en sus brazos á los «celados hijos, y canta el Hossana! Ben<< dito sea el que llega ! » Bonaparte se dirigia al destino, Alejandro á la providencia.

Bonaparte reconoció de noche el Niemen el 23 de junio de 1812, y mandó echar en él tres puentes: á la caida de la tarde del dia siguiente pasaron el rio en

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Bonaparte estuvo detenido todo un día tendido sin fuerza y de consiguiente sin reposo sentia que alguna cosa se retiraba de él. Las columnas de nuestros ejércitos se adelantaron á traves de la selva de Pilwisky á favor de la obscuridad, como los hunos guiados por una cierva en las Lagunas-Meotides. No se veia el Niemen; para reconocerle se tuvo que tocar la orilla.

En medio del dia, en lugar de batallo nes moscovitas ó pueblos lithuanianos que se adelantasen á ser sus libertadores, no se vieron mas que arenales y selvas desiertas: «< A trescientos pasos del rio en la «altura mas culminante se veia la tienda << del emperador; al rededor de ella las colinas, sus pendientes y los valles todos <«<estaban cubiertos de hombres y caba«llos.» (Segur).

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Las fuerzas, que Napoleon tenia á sus órdenes, ascendian á seiscientos ochenta mil trescientos infantes, y á ciento setenta y seis mil ochocientos cincuenta caballos. En la guerra de sucesion Luis XIV tenia sobre las armas seiscientos mil hombres, todos franceses. La infantería activa bajo las inmediatas órdenes de Bonaparte, estaba repartida en diez cuerpos; estos se componian de veinte mil italianos, de ochenta mil hombres de la confederacion del Rhin, de treinta mil polacos, de treinta mil austríacos, de veinte mil prusianos y de doscientos setenta mil franceses.

El ejército pasó el Niemen; Bonaparte pasó tambien el puente fatal y pone el pié

en territorio ruso. Se detiene y ve desfilar á sus soldados, en seguida escapa á la vista y galopa al azar por una selva, como si hubiese sido llamado al consejo de los espíritus sobre un matorral: vuelve, escucha, el ejército tambien escuchaba: se le figura oir á lo lejos el estampido del canon, y rebosaba de gozo: no fue mas que una borrasca; los combates huian: Bonaparte se abrigó en un convento abandonado, doble asilo de paz.

Se cuenta que el caballo de Napoleon se desmayó y que se le oyó murmurár: <«< es un mal presagio; un romano retrocederia.» Antigua historia de Scipion, de Guillermo el Bastardo, de Eduardo III y Malesherbes al partir para el tribunal revolucionario.

Se emplearon tres dias en el paso de las tropas; se ponian en fila y se adelantaban. Napoleon se apresuraba en el camino; el tiempo, como dice Bossuet, le gritaba: «Marcha Marcha! >>

En Wilna Bonaparte recibió á Wibicki, senador de la dieta de Varsovia: á su vez se presentó Balascheff, parlamentario ruso, declarando que todavía se podia tratar, puesto que Alejandro no era el agresor y que los franceses se encontraban en Rusia sin declaracion alguna de guerra Napoleon respondió que Alejandro era únicamente general de parada, y que no tenia mas que tres generales: Hutusaff, de quien tenia poco cuidado, porque era ruso; Beningsen, demasiado viejo hacia ya seis años y ahora en la infancia; y Barclay, general de retirada. Creyéndose el duque de Vicence insultado por la con-versacion de Bonaparte, le interrumpió con acento irritado: « Soy buen francés, «lo he acreditado, y lo probaré aun repi« tiendoos que esta guerra es impolítica, «peligrosa, que perderá el ejército, la Fran«cia y el emperador. >>

Bonaparte habia dicho al enviado ruso:

«¿Creeis que me cuido de vuestros jacobi«nos polacos ? » Mme. de Staël refiere este último discurso; y sus altas relaciones la tenian bien informada; asegura que existia una carta escrita á. M. de Romanzeff por un ministro de Bonaparte, en la cual se proponia rayar de las actas europeas los nombres de Polonia y polaco: prueba superabundante del disgusto de Napoleon por sus bravos, suplicantes.

Napoleon se informó delante de Balas cheff del número de las iglesias de Moscou, al contestarle, esclamó: «¿Cómo hay tan. « tas iglesias en una época, en la que no « hay cristianos? » -Perdonad, señor, replicó el moscovita, los rusos y los españo les todavía lo son.

Despedido Balascheff con proposiciones inadmisibles se desvaneció la última apariencia de paz. Los boletines decian: «Allí «está, pues, ese imperio de Rusia tan te«<mible de lejos! es un desierto. Mastiem«po necesita Alejandro para reunir sus « reclutas que Napoleon para llegar á « Moscou. >>

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Llegado que hubo Bonaparte á Witepsk tuvo un momento, la idea de pararse alli, Al entrar de nuevo en su cuartel general, despues de haber visto á Barckley retirarse aun, arrojó su espada encima los mapas y esclamó: «¡Me detengo aqui! mi «< campaña de 1812 está concluida la de « 1813 hará lo demás. » Dichoso él si se hubiera atenido á esta resolucion que to dos los generales le aconsejaban! Se lisongeaba de recibir nuevas proposiciones de paz, viendo que no parecian se enfadó; solo distaba de Moscou veinte jornadas. Él repetia « Moscou, la ciudad santa!» Su m rada e a centellante, su aire feroz y se dó la órden de partir. Se le hi cieron observaciones y las desdeñó; habiendo sido interrogado Darus le contestó: «que no concebia el fin ni la necesidad de « semejante guerra.» El emperador re

TOMO VI.

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¿Y esos cánceres de quién venian? Esas inconsecuencias pasan desapercibidas y se cambian, si es menester, en pruebas de la cándida sinceridad de Napoleon.

Bonaparte se creia degradado si se detenia en una falta que reconocia. Sus soldados se quejaban de no verle sino en los momentos de los combates, siempre para hacerles morir, nunca para hacerles vivir; permanecia sordo á estas quejas. La noticia de la paz entre los rusos y los turcos le hiere, pero no le detiene y se apresura á llegar á Smolensk. Las proclamas de los Rusos decian: «Viene (Napoleon) con la << traicion en el corazon y la lealtad en los . «labios, viene á encadenarnos con sus le<«<giones de esclavos. Llevemos la cruz en <«< nuestros corazones y el hierro en las << manos; arranquemos los dientes á ese « leon; derribemos al tirano que revuelve << la tierra.

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En las alturas de Smolensk encuentra Napoleon el ejército ruso, compuesto de 120,000 hombres. «¡Ya les tengo!» esclamaba. El 17, al amanecer, Belliard persigue una banda de cosacos y la arroja en el Dnieper; entrado ya el dia, se percibió al ejército enemigo en el camino de Moscou, que se retiraba: Otra vez se des vanece el sueño de Napoleon. Murat, què habia contribuido mucho á la vana perse, cucion, en su desesperacion queria morir: rehusaba dejar una de nuestras baterias destruida por el fuego de la ciudadela de Smolensk no evacuada aun; «Retiraos, «< todos, dejadme solo aqui!» gritaba él, Un ataque horrible tuvo lugar contra est a

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gen salvada de las ruinas de Smolensk, habla á sus soldados del cielo y de la pátria; «Hama á Napoleon el déspota universal.

En medio de estos cantos de guerra, de estos coros de triunfo mezclados con los gritos del dolor, se oye tambien en el campo francés una voz cristiana que se distingue de todas las demas; es el himno santo que se eleva bajo las bóvedas del templo, El soldado, cuya voz tranquilal, empero conmovida, retumba la úl ima, es el ayudante de campo del mariscal que mandaba la caballería de la guardia; este ayudante de campo se ha mezclado en lo dos los combates de la campaña de Rusia; habla de Napoleon como sus mayores admiradores, pero le réconoce vicios; dirige discursos falaces y declara que las faltas cometidas han provenido del orgullo del`· jefe y del olvido de Dios en los capitanes. «En el campo ruso, dice el teniente co«ronel de Baudus, se santifico esta vigi<< lia de un dia, que debia ser el último para tantos valientes.

«El espectáculo que ofrecia á mi vista la « piedad del enemigo, asi como las chocarrerías que dictó á un número dema«siado alto de oficiales colocados en nues ́« tras filas, me recordó que Carlomagno, <«el mas grande de nuestros reyes, se dis« puso tambien con ceremonias religiosas para empezar la mas peligrosa de sus em « presas. 5. Ah! sín dư«da entre esos cristianos estraviados scen' « contraba un gran número, cuya buena «fé santificó las súplicas; porque silosruPasos fueron vencidos en la Moskowa, nues«tro entero aniquilamiento, det que no &pueden gloriarse de manera alguna, pues << que fue obra patente de la Providencia, «vino á probar algunos meses despues, que «su demanda ħabia sido escuchada muy favorablemente.» og -l patré og

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¿Pero en dónde estaba el Czart Acaba ba de decir modestamente á Mme. de

Staël fugitiva, que echaba á meños no ser un gran général. En ese momento comparecia en nuestros vivacs Mr. de Beausset, oficial del palacio: salido de los tranquilos bosques de Saint-Cloud y siguiendo las horribles huellas de nuestro ejército, llegó dá víspera de los funerales de la Moskowa; estaba encargado del retrato dek rey de Roma, que María Luisa enviaba al empe-rador. Mr. Fain y Mr. de Segur pintan los sentimientos de que estuvo poseido Bonaparte, á esta vista; segun el general Gourgand, despues de haber mirado el retrato Bonaparte, esclamó ; « Retiradio, ve muy « temprano un campo de batalla. »

El dia que precedíó á la tempestad fúc en estremo tranquilo: «Esta especie de « sabiduría, dice Mr. de Baudus, que se « mete á preparar tan crueles locuras, & tiene algo de humillante cuando se pien« sa en ella á sangre fria en la edad á' que «he llegado; porque en mi juventud lo << encontraba muy hermoso.»

En la tarde del 6, Bonaparte dictó la siguiente proclama, que no fue conocida por la mayor parte de sus soldados hasta despues de la victoria, poker Mitsup

« Soldados, ved aqui la batalla que tan«to habeis deseado en adelante la victo &ria depende de vosotros; la necesitamos para que nos dé abundancia y un pronto regreso á la patria. Portaos como en ^« Austerlitz, en Friedland, en Witepsk y *«en Smolensk, para que la mas lejana & posteridad cite vuestro comportamiento

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en ésta jornada; que se diga de vosotros: & Estuvo en esa gran batalla bajo los mu«ros de Moscou.»lind 95 up my pry

Bonaparte pasó la noche con la mayor ansiedad, tan pronto creia que los enemigos se retiraban, como temia la desnudez de los soldados y el cansancio de los oficiales. Sabia que á su alrededor se decia: «¿Con qué objeto nos ha hecho an«dar 800 leguas para no encontrar mas

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