DE LOS SIETE LADRONES QUE MURIERON A UN MISMO TIEMPO
SEÑORA DONA MARIA DEL ROSARIO MUCHASTEGUI
En PETORCA, el 24 de octubre de 1779.
CUYO AUTOR ES EL CIUDADANO
BERNARDO de GUEVARA, chileno,
que aún vivia en Lima poco tiempo háj
El es histórico-cronographico-moral, que no deja de instruir en algunos ramos, por lo que se da al público; pero principalmente, porque se quejaria la pos teridad si no se le hubiera trasmitido historia tan rara como cierta, que aún a este año de 1824 viven algunos que han visto los cadáveres en la plaza de Petorca.
Inspira, Euterpe sagrada,
En mi fúnebre lamento Vuestro espíritu a la voz I elevacion al concepto: Triste compás a mi lira Viva espresion al afecto, Fáciles modulaciones, I elegancia a mis versos;
No para reproducir Los epitafios funestos, Que inmortalizó la fama En dorados mausoleos,
Como el de Artemisa en Caria
De su esposo al sentimiento.
¡Oh! cuántos hizo la Parca, Que de su segur al fiero Golpe eficaz a los hombres En los rejios monumentos, En los elocuentes bronces, I en los mármoles impreso Para lúgubre memoria De los ya pasados muertos!
No para cantar fatídico El tartáreo sentimiento, De los que pasó Acaronte Por el famoso Leteo, I delincuentes entraron En la cueva del Averno Juzgados por Radamonte En el tribunal severo. No en fin, Euterpe divina, Me niegues vuestros alientos, Para publicar las muertes, El dolor i el sentimiento De la cima de Trophonio, En cuyo lóbrego cerro Dejó muerta la Deidad A su robador Demetrio.
Ni para pintar penoso Los admirables objetos, El estupor, el jemido, El pasmo, el horror i el miedo, Qué a las orillas del Derge, I sobre el famoso Erno En su llano Frandijori Abriga el último suelo. Sino para publicar El lastimoso suceso, Espectáculo mas triste
Mas temeroso escarmiento, I de la ira divina
El castigo mas acervo, Que de la América ha visto El meridional imperio.
Que está puesto en la templada Zona, que el brillante Febo Con oblicuos rayos hiere, I dora con sus reflejos Hácia al Antártico polo En su situacion ameno, Desde el vijésimo grado Su latitud estendiendo Hasta los cuarenta i cuatro: I su lonjitud midiendo. Desde trescientos i siete A tres cientos doce, puesto Segun las observaciones De los jeógrafos modernos, El rico, fértil, hermoso, I floridísimo reino De Chile feliz Ophir,
Que los hispanos guerreros,
Al décimo sesto siglo
De nuestra lei, descubrieron. Para ser su capital, Athenas de los injenios Por los ilustres doctores Que rejentan sus liceos, Que sus cátedras presiden, I decoran sus capelos: Para ser de todo el foro En sus leyes i preceptos Otra Roma, otro Areopago, Cuyo Senado supremo Componen los mas ilustres, Prudentes, celosos, cuerdos, I doctisimos togados Que le pone el real Consejo: Para ser del heroismo Armario, taller i centro En sus nobles ciudadanos, I valientes caballeros, Marte de las armas, como Adónis del galanteo: De las delicias jardin, I de bellezas espejo
Que a cada una de sus damas Daria el pastor Ideo
Mejor la dorada poma
En competencia de Vénus:
Pensil hermoso de Flora Por sus floridos paseos, Por sus frescas alamedas, Por sus claros arroyuelos, I frondosos vejetales, Que elevados a los cielos Para defensa del sol Forman pabellones frescos. De este, pues, ameno país De su capital corriendo Cuarenta leguas al norte I a distancia del mar puesto Poco mas de quince leguas, I seis, aunque poco menos, De la grande cordillera, Yace el empinado cerro De Petorca, cuya cumbre Es del Olimpo diseño: Es por sus nieves un Alpe En el erizado invierno:
En el otoño fecundo
Un frondoso Pirineo:
Diré, monte de oro, puesto Que tan al crisol se ascendra El metal que tiene dentro Amontonado el Ophir, O Pactolo verdadero, En cuyas cumbres habitan Gran multitud de mineros, Que desangran sus metales Por vetalajes diversos. Viven en su verde falda Muchos nobles caballeros, Mercaderes, oficiales, Vecinos, i forasteros, Que en la multitud del oro Han cifrado su comercio. En este rico lugar, En este famoso asiento, Año de la creacion De cinco mil setecientos Setenta i nueve, segun Los cronolojistas nuevos, Que el año de cuatro mil Colocan el nacimiento Del Mesías, como puede Verse en la tabla de Useno, Rollin, i tambien Bossuet En sus cómputos selectos; I de su feliz conquista En el año de dos cientos Treinta i ocho, gobernando
A la nave de San Pedro Nuestro Santísimo Padre Venerable Pio VI.
Dignamente de ambos mundos Ocupando el trono rejio El católico, el temido, Jeneroso, invicto i cuerdo Monarca de las Españas Señor don Cárlos III,
Que Dios guarde, para ser De sus vasallos consuelo.
En 24 de octubre
Cuando el luminoso Febo Desde el ocaso corria
Para el nadir contrapuesto, I la tenebrosa noche Tendiendo su manto negro Arrastraba su capuz
Con un temeroso ceño:
Cuando a su canto las aves Habian puesto silencio, I cada cual abrigaba En su nido a los polluelos: Cuando solo se escuchaba Entre los peñascos huecos El tristisimo caistro De pájaros agoreros: De los canes el ladrido De los rios el despeño, I en los árboles i riscos El azote de los vientos:
Cuando en fin todos los hombres Sepultados en el sueño
De media vida el tributo Ofrecian a Morfeo:
Viendo que la medianoche Mediaba su curso lento De sus pajizos albergues, I sus mal mullidos lechos Salieron pisando horrores, Como lo habian dispuesto, Siete inquilinos peones, Cuyo laborioso empleo Era de ser en las minas Apires, i barreteros. El uno es Andres Gallardo, Regis i Manuel Carreño, José Piñones i un Tapia, Con otros dos compañeros Javier Soriano, i José Zazo, que habian dispuesto Robar en aquella noche La mina del Eronce viejo, Llamada así porque tiene Su piedra el color bermejo I lo mas como el iman Cristalizado i broncero,
Mas, es tan grande el caudal Del oro que tiene dentro Que a robar en algun ojo De metal que descubrieron, O alguna puente, o estribo, Se determinaron éstos, Habiendo pactado ser Con un profundo secreto Para su seguridad Arpocrates de sí mesmos. I atropellando temores Sobresaltos i recelos,
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