Invictísimo Príncipe, si tu hombro Do estriba de ambos mundos firme el grave Peso, que al fuerte Atlante el hombro inclina, Sacudir suele el regalado, i suave
Són de las Musas, el horrible asombro, Poderoso a oprimir fuerza divina, Ahora suelte el peso, i de la fina Iman, de aquellas obras
Con que al olvido i a la envidia sobras, Quede en virtud colgado el universo,
Mientras en blando, en grave, en dulce verso Las glorias oyes que te entona el suelo, Con puro estilo i terso,
Cual ni descubre el sol, ni cubre el cielo.
Sobre carro de máquina alta, inmensa, De bronce vividor, vestido el bello Cuerpo inmortal, del estrellado manto, Claro, eterno, jentil, tirada al vuelo De la memoria i de la fama, incienso De cedro incorruptible en fuego santo, Ardiendo eternamente en cada canto: I con glorioso adorno
Del siglo i de la edad cercada en torno, Sobre el olvido el pié, muerta la muerte, Ciega la envidia, el tiempo en freno fuerte, Entre inmortales triunfos i victorias
Sale en dichosa suerte
La eternidad, a pregonar tus glorias.
Al clarin mas sonoro el soplo aplica, Que hirió dulce orejas de las jentes, Que Esmirna, o Mantua conoció, o que Roma No escojido entre mil, en las prudentes Aulas de Italia, o Grecia, que en la rica Bárbara fértil Chile, el metal toma,
I entre las manos lo quebranta i doma: I forja tal la trompa
Como ni el tiempo la consuma, o rompa:
1 Véase la páj. 171 del tomo I.
Que en mundo nuevo hazañas nunca oidas De un nuevo Aquiles, sin igual nacidas, Tengan nuevo el clarin, con voz de acero, Nuevas dulces medidas,
Nuevo són, nuevo canto, i nuevo Homero.
Oirás por él, que del arnes luciente, I mas de fortaleza armado, el suelo Tiembla a tus piés, que no tembló a la mano Del soberbio español, rayos del cielo, Escupiendo del brazo fierro ardiente Sobre el bárbaro indómito araucano; I en tierna edad oirás el seso cano Con que tal vez la espada,
Tal el baston gobiernan en la armada Escuadra, de tus jóvenes gallardos: I en contra puesto de arrojados dardos, Hasta que a la nacion feroz molesta, Tan largos años tardos
Pones al yugo la cerviz enhiesta.
Oirás por él, que cuando el gran monarca, Que rije el freno a la valiente España, En tus hombros la carga deposita, Donde atesora la riqueza estraña,
Que el sol luciente en cuantas zonas marca, Ni igual la vió, ni queda al mundo escrita. Que el muerto siglo de oro resucita, I saben las edades
Gobernar pueblos, ensanchar ciudades, Domar rebeldes, dilatar las leyes, Fundarles otro reino a hispanos reyes,
Que a perderse él de ella (nunca suceda) Hallen las sueltas greyes
Otro mayor, que su soberanía hereda.
Oirás por él, cuando el audaz britano Que el cuello angosto penetró del mundo, Tus costas ricas infestaba exento, La erizada melena del profundo,
De su gruta espantosa hórrido, i cano, Sacar el dios del húmido elemento,
Como asombrado de tan gran portento: Hervir viendo en sus aguas
Del negro hermano las ardientes fraguas, Sonar tambores, tiemolar banderas, Partir escudos, des gajar cimeras, I el blanco manto de encrespada plata Teñir tus jentes fieras
En sangre odiosa del inglés pirata.
Mas cantará la eternidad gloriosa, Pues vivirá su voz lo que ella viva, I tú, dichosos años, hasta tanto Que con tu diestra vencedora, altiva, Levante España, madre belicosa, Sobre el Belga feroz el pendon santo: Allí el clarin con voz de inmortal canto Subirá por el cielo,
Avido a tus hazañas, tanto el vuelo, Que levantado al mismo peso de ellas, Cuelgue tu nombre eterno en las estrellas, Do nazca al siglo envidia de tu nombre, I al vivo horror de vellas
El turco fiero de terror se asombre.
Tú que con dulce i sonoroso encanto, Suspenderás los reinos del espanto, I a envidia moverás las mas sutiles, Que el mundo celebró plumas jentiles: Fia en tu voz, que al siglo venidero, Pues cantas de otro Aquiles,
Tu canto te hará segundo Homero.
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