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mas. Jamás tan gran espectáculo llegó a desplegarse a los ojos de los hombres, dice Simonde de Sismondi (1).

Es que la paz era una necesidad más profunda en Italia que en otra parte cualquiera de Europa, porque los intereses son mayores y los sentimientos menos fieros. Las treguas eran frecuentes e impuestas por esa necesidad. Los jubileos pontificios señalaban también años de orden y de seguridad.

Las consecuencias de la evolución social producida por la burguesía, las comunas y el comercio se acentúan en el siglo xiv. Todavía en el precedente la organización de la familia recuerda la simplicidad que elogia Dante en el canto XV de su Paraiso: las proles son numerosas, los trajes groseros, la mesa sobria, el lujo ignorado.

A mediados del siglo XIII, en efecto, co

(1) Leer su discurso en el tomo II, página 195, obra citada.

mienzan las primeras predicaciones contra el cambio de las costumbres. Hasta entonces

el simple traje de lino y una tela blanca que se recoge bajo el cuello, no permitía distinciones entre las mujeres; las viandas eran comunes y un hachón resinoso alumbraba las habitaciones.

Las más elegantes damas llevaban un traje de grueso género escarlata, retenido por una cintura de metal y un manto con capuchón que cubría a voluntad la cabeza.

Se casaban siempre pasados los veinte años y sus dotes eran de 100 hasta 200 libras a lo más. «A pesar de su vida rústica y pobre, hacen cosas virtuosas y contribuyen al honor de su patria y de su casa más de lo que hacemos hoy que vivimos en más molicie », dice el cronista Villani. Son palabras ya de fines del siglo.

Las familias son numerosas y los hijos se adiestran en las armas.

Pero en el siglo siguiente, las riquezas acu

muladas, la cultura renaciente propagan él lujo, el amor de las fiestas, la rivalidad en fausto de las cortes principescas que han sucedido a las comunas republicanas.

<< Ha convertido cada cual su cuerpo y su mente en Dios », decía fray Francisco Pippino en 1313. Los mantos de las damas van guarnecidos de pedrerías y arrastran por el suelo. Cuesta cada uno 60 ducados de oro, y cada onza de perlas 10 florines. Llevan coronas, collares de ámbar y en la frente velos de seda. Es el Oriente trasplantado.

Leonardo de Vinci, que dirigió la fiesta nupcial de Juan Galeazzo Sforza con Isabel de Aragón, construyó para ella una máquina que figuraba el cielo con todos sus planetas, que giraban según las leyes celestes y en la que cada uno estaba representado por un múentonaba las alabanzas de los nuevos

sico

que

esposos.

Colas de Rienzi había desenvuelto su politica de la restauración de la Roma «Señora

del mundo », en medio de un boato espléndido, de espectáculos y ceremonias en que vistió la dalmática de los emperadores.

Para el matrimonio de Beatriz de Este, la mujer de Visconti, mandó hacer vestidos nuevos a nueve mil personas (1). En los funerales de Juan Galeazzo Visconti, la procesión que se puso en marcha del castillo para ganar la iglesia metropolitana era tan larga que apenas le bastaron catorce horas para desfilar toda ella.

El ataúd era llevado por los principales señores extranjeros de alta jerarquía, bajo un baldaquino de brocado de oro, forrado de armiño.

La descripción de las fiestas con que se celebraron las bodas de Nannina Médici con Bernardo Rucellai o la de Lorenzo con Clarisa Orsini, ocuparía varias páginas (2).

(1) Cantú, capítulo XVI, tomo XIII.
(2) BIADI, Vita privata dei fiorentini.

El convite de aquéllos costó 150.000 liras.

La disciplina de la familia ha desaparecido los jóvenes se emancipan en la primera juventud, por grado o por fuerza. La galantería y la licencia han ganado, no solamente las cortes, sino también la burguesía.

En 1372 muchos ciudadanos florentinos se reunieron en San Pedro Scheraggio, según Maquiavelo y el discurso que el historiador presta a uno de ellos, dice: « en las ciudades de Italia se reune todo lo que puede ser corrompido, todo lo que corrompe; la juventud ociosa, la vejez lasciva. Todo sexo y edad vive entregado a las más viciosas costumbres. De aquí nace la avaricia, la sed, no de verdadera gloria, sino de vituperable fama ; de aquí los odios, las enemistades, los disgustos, los bandos, los homicidios, los destierros, la aflicción de los buenos, el engrandecimiento de los perversos... » (I).

(1) Historias, tomo I, página 139.

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