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PREFACIO

Las páginas de este libro, que hablan de países remotos, han sido provocadas por la preocupación de mi propio país, y es la de esta crónica espiritual de su origen, tal vez, la única enseñanza que encierran.

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Investigando la historia colonial del Tucumán nombre de una vasta e indeterminada región argentina que descubrió el Perú — comprendí la necesidad lógica de estudiar las ideas que presidieron la conquista y la política que la gobernó.

Llegado al punto de precisar el fenómeno que pudiera llamarse la ciudad americana en los siglos XVI y xvii, me pareció que era dejar de lado la raíz de los sucesos no descender hasta el Descubrimiento.

Pero el cuadro conocido del Descubrimiento era demasiado teatral : aparecía con caracteres irreales a fuerza de magnificar los dramatis personae. Desaparecían la época, los pueblos, las ideas, todo el pasado, para dejar solamente en pie dos inmensas figuras en el desierto de la historia del Descubrimiento: Colón y la reina Isabel.

Han atraído efectivamente con violencia exclusiva la biografía del descubridor, su constancia conmovedora, su honda tristeza antes de las capitulacio

nes de Santa Fe, mística y exaltada al delirio después del descubrimiento y al comienzo de las injusticias, su gloria constelada de infortunio.

Luego la romántica figura de la reina, sobreponiendo su visión inspirada a fallos de concilios y juntas sabias y entregando sus joyas, según la leyenda, para costear el viaje a lo desconocido.

Es verdad, también, que por su fecundidad sin par, el descubrimiento de un mundo nuevo era el motivo más capaz de tentar la admiración por lo grandioso propia de nuestra naturaleza. López de Gomara ya decía en la dedicatoria al emperador Carlos V, en 1552, de su historia apasionada : « la mayor cosa, después de la creación del mundo, sa

cando la encarnación y muerte del que lo crió, es el descubrimiento de las Indias».

De ahí las leyendas. La que quiere arrebatar a Colón la gloria porque un piloto de Huelva, de regreso de Santo Domingo, ha transmitido a aquél el secreto de su expedición, luego la del motín de los tripulantes o la de la decisión de Colón de regresar después de largos días de navegación infructuosa, que Alonso Pinzón resiste, obligándolo a perseverar en la ruta.

Del motín y la reyerta con Alonso Pinzón, en la relación diaria y prolija del viaje que ha dejado Colón, no hay indicio alguno y se está inclinado a tenerlos por cuentos de Oviedo y Herre

ra. En 22 de septiembre, dice el diario,

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