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ce así: "per quant lo senyor Rey era intrat en lo principat de Cathalunya ço es á Balaguer ma armada rompent la capitulacio per ell é per la terra fermada tratantnos com á enemichs é per tal fou á vi del present (Junio de 1462) lo dit señor publicat per enemich de la terra é no solament ell mes encara los que son é seran ab lo dit senyor Rey." De estas últimas palabras dedujo sin duda el primero que habló de este asunto que D. Fernando fué declarado enemigo del Principado; mas aunque efectivamente lo fué, no empero del modo directo, espreso, con que algunos lo dan á entender. D. Fernando fué declarado enemigo del pais pero no como Príncipe, sino como partidario de D. Juan: lo fué porque hizo armas contra la causa que Cataluña defendia. Y aun asi, no lo fué en la época que se dice, en la que por su corta edad nada podia hacer contra los sublevados, sino algunos años despues en que voluntariamente quiso tomar la espada: y por fin no fueron los catalanes los que tal hicieron, sino él mismo que sabiendo la declaracion arriba espresada, quiso libre y espontáneamente hacerles la guerra. Ahora bien, es esto lo que las palabras que al principio de esta impugnacion hemos copiado quieren decir? Es imparcialidad, es buena fe decir que D. Fernando à quien los catalanes habian jurado y recibido por señor fué declarado enemigo manifiesto del Principado y añadir para colmo de malicia siendo de diez años? Mucho nos aflige el ver que por una necia prevencion se caiga en tales inconsecuencias.

Entretanto el Conde de Pallars batia furiosamente la Gironella, de la cual sin duda se hubiera apoderado á no haber entrado en Cataluña el Conde de Foix à la cabeza de setecientas lanzás francesas, con que Luis onceno ausiliaba al Rey de Aragon conforme a lo pactado. En efecto habiendo aquel vencido en Portús al Vizconde Rocaberti, que quiso impedirle el paso, se apoderó de Figueras y se dirigió apresuradamente á salvar á la Reina, cuyos apuros sabia. Al llegar esto á conocimiento de Pallars, levantó el campo y se marchó por Hostalrich á Barcelona, mientras Foix se dirigia à Gerona que á su aproximacion le abrió las puertas. En esta ocasion no podemos menos de tributar

elogios à la noble conducta de D.a Juana, que á pesar de los insultos que muchos gerundenses la prodigaron durante el sitio, concedió perdon general al recobrar la libertad perdida. No des mayaron los catalanes por tan infausto suceso, antes sabiendo los gefes del ejército situado en Tarrega llamado la Bandera de Barcelona "que Juan de Saravia, uno de los mas intrépidos partidarios del Rey, se habia retirado al castillo de Rubinat despues de haberse apoderado de un precioso botin, se dirigieron con bastantes fuerzas á sitiarle. Nada consiguieron sin embargo, porque reunidas por el Rey todas las que halló à mano, corrió á su socorro y derrotó al ejército contrario, á pesar de ser mucho mayor que el suyo. Se dice que en esta batalla murieron mas de trescientos hombres del ejército catalan entre ellos D. Jofre de Castro, y que en el alcance otros setecientos sufrieron igual suerte. Muchos fueron los prisioneros; pero merecen particular mencion D. Hugo y D. Guillen de Cardona, D. Roger de Eril, Juan de Agulló y Valseca, á los cuales menos al último, sacrificó D Juan á su encono, cuyo ardor no pudo templar la sangre de los mil que perecieron en la batalla.

Esta derrota y el sitio que inmediatamente sufrió Tárrega abatieron un poco el ardimiento de los sublevados; pero exaltado este nuevamente por los sermones del célebre orador sagrado Fr. Juan Cristoval Gualbes, en los que despues de referirles las persecuciones del Príncipe D. Carlos les incitaba á vengar su injusta muerte, resolvieron apurar todos los medios de resistencia antes que entregarse á los que creian asesinos de su Príncipe adorado. Para ello, despues de varios pareceres, determinaron la Diputacion y el Consejo de Barcelona el dia 11 de Agosto de 1462, entregarse al Rey de Castilla mediante la condicion, sin embargo, de que respetase los usages de Barcelona y las constituciones y privilegios de Cataluña. Al dia siguiente de tomada esta resolucion, partió á Castilla un caballero llamado Copons con encargo de ponerla en conocimiento de D. Enrique y pedirle en caso de aceptacion un ausilio eficaz y pronto. Vacilaba al principio el castellano; pero dominado al fin por la ambicion

dejó á un lado la incertidumbre, aceptó la oferta y prometió el socorro que se le pedia. (Nota 8.) Era su intencion marchar inmediatamente á Barcelona á recibir el juramento de los catalanes; pero negocios importantes le detuvieron en su reino, motivo por el cual el 14 de Setiembre dió poderes al Prior D. Juan de Beamonte y al Bachiller D. Juan Ximenez de Arévalo, para que en su nombre recibiesen el juramento de fidelidad de aquellos naturales. Hízose asi, llegaron los comisionados à Barcelona, y se verificó este acto el dia 13 de Noviembre de 1462 "ab les protestacions e forma acostumada" (1). No fueron vanas las promesas de Enrique 4.o, pues luego que supo que se le habia jurado fidelidad envió seiscientos caballos à la frontera de Aragon y algunos otros à los estados de D. Juan Ixar, que tambien se habia declarado contra el Monarca. Estos sucesos causaron a Don Juan 2.o una viva inquietud, pues veia con dolor que ausiliado por el Rey de Castilla, volveria á reanimarse el abatido espíritu de los rebeldes. Estos habian sufrido pérdidas de consideracion: ademas de los muchos que perecieron ó fueron hechos prisioneros en las correrías de D. Alonso de Aragon y del Arzobispo de Zaragoza, los de la bandera de Barcelona se vieron obligados á abandonar Tárrega, que cayó al momento en poder del Rey, y á hacerse fuertes en Cervera. Santa Coloma, Martorell, Moncada, Vergés y algunas otras villas sufrieron la suerte de Tárrega, por cuyas rápidas victorias se envalentonaron tanto las tropas reales, especialmente los franceses, que pidieron al Monarca con las mayores instancias que les permitiese poner cerco à Barcelona, á lo cual éste condescendió, no porque asi le pareciese conve-niente, pues su intencion era no sitiar la capital hasta haber. reducido la comarca, sino por complacerles, pues como dice Abarca, los necesitaba. Sin embargo, pronto conocieron uno y otros la inutilidad de semejante sitio. Los Barceloneses provistos de gente y vituallas, se rieron de su audacia; y en las frecuentes salidas que verificaron les dieron a conocer el valor que tenian y

(1) Llibre de algunes coses assenyalades.

el

poco cuidado que su cerco les daba. Viendo D. Juan humillado su poder ante los muros de Barcelona, levantó el sitio á los veinte dias y se dirigió á Villafranca de la que se apoderó despues de una tenaz resistencia que le costó la vida de muchos caballeros entre los cuales es digno de contarse el Senescal de Bigorra, cuya muerte vengó degollando sin piedad á cuatrocientos hombres que se habian refugiado en la iglesia.

Los males que nuestra desgraciada patria estaba sufriendo no pudieron menos de llamar la atencion de algunos Monarcas estrangeros, los cuales interpusieron su mediacion para que aquellos terminasen. El Papa envió un nuncio apostólico á D. Juan y á los catalanes rogándoles que se concertasen, y el Rey de Francia un embajador al de Castilla para que se viese con él y pusiese en sus manos los resentimientos que tenia contra D. Juan. Logró este el objeto de su mision; pero el rigor con que en aquella sazon trataba D. Juan á D.a Blanca, convenció á los sublevados de que si este les perdonase no obraria de buena fe, y asi contestaron al nuncio negativamente.

Entretanto no pudiendo los vecinos de Perpiñan soportar la insolencia de los franceses, que segun lo pactado por los Reyes de Aragon y Francia, ocupaban su castillo, le pusieron cerco y se apoderaron de él: mas el sagaz Luis onceno aprovechando esta ocasion, les envió setecientas lanzas que no solo se apoderaron de Perpiñan, si que tambien de todo el Rosellon y la Cerdaña. Semejante conducta y mas que todo la asombrosa candidez de D. Juan, que despues de haberse esto verificado, envió á Luis la lugartenencia de aquellos dos condados, irritaron mucho á los catalanes que decian en alta voz que el Rey queria desmembrar los estados de su corona.

De Villafranca pasó este á Tarragona de la que junto con su campo y el de Urgel se apoderó con la ayuda de los franceses, á los que dejó diseminados por sus pueblos mientras que él y Foix se dirigian á Balaguer. No era otra la suerte de los sublevados en el Ampurdan: D. Pedro de Rocaberti no solo derrotó al Baron de Cruillas que le tenia sitiado en Gerona y al Conde de Pa

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llars que hacia lo mismo con Xatmas, valiente partidario del Rey sino que hizo tambien retirar á Arnaldo de Vilademan, que perseguia con mucho ahinco á Verntallat. Al ver D. Enrique el mal estado de la guerra de Cataluña, trató de llamar la atencion de D. Juan hácia otra parte. Con este objeto hizo situar á D. Juan de Beamonte y á un caballero llamado Torres en la frontera de Aragon, mientras para ayudar á D. Juan de Ixar y D. Jaime de Aragon hacia entrar á Ruy Diaz de Mendoza por Teruel y Albarracin, puntos á que tambien acudió D. Juan de Cardona, antiguo privado y mayordomo de D. Carlos. Con este oportuno socorro se resolvió Ixar á ir á atacar las tropas reales donde quiera que se hallasen, y asi fué que en poco tiempo se apoderó de Alcañiz y su castillo, de Aliaga, Castellote y otros pueblos y fuertes, mientras Mendoza siguiendo su ejemplo, tomaba Zailla, Almolda, castillo de Alventosa y otros. Estos sucesos verificados con estraordinaria rapidez, alcanzaron el objeto que D. Enrique se propuso que era distraer á D. Juan de la guerra de Cataluña para que sus habitantes volviesen á animarse. Apenas este y el Mariscal de Francia partieron á Aragon, donde creyeron necesaria su presencia, volvieron á sublevarse Villafranca, Alcover y Barban y el Baron de Cruillas volvió á sitiar Gerona. Angustiosa era para el Monarca esta situacion, y si se añade que los franceses que habian seguido al Mariscal á Aragon no quisieron pasar de Belchite só pretesto de que no habian venido á lidiar con el Rey de Castilla, no nos quedará ninguna duda de que las circunstancias en que D. Juan se encontraba eran las mas críticas que puedan darse.

Por todo este tiempo el de Francia no habia cesado de instar á Enrique 4.o para que se viesen entre Fuenterrabía y San Juan de Luz; y esta proposicion que al principio repugnaba á D. Enrique fué despues aceptada, por ver las pocas probabilidades de buen éxito que presentaba aquella guerra, que por lo menos debia ser muy larga y por lo tanto muy costosa. Con este objeto y con el de evitar los desastres que lucha tan atroz ocasionaba, se sentaron tres meses de tregua que fué firmada por el Rey de Cas

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