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y luego le fué mostra da una sortija de oro, y dijeron si era de aquello mesmo lo de su tierra, y dijo que si. Asimismo le mostraron un plato de estaño muy limpio y claro, y le preguntaron si la plata de su tierra era tal como aquella; y dijo que aquella de aquel plato hedia. y era bellaca y blanda, y que la de su tierra era mas blanca y dura, y no hedia mal; y siéndole mostrada una copa de plata, con ella se alegraron mucho, y dijeron haber de aquello en su tierra muy gran cantidad en vasijas y otras cosas en casa de los indios, y planchas, y habia brazaletes y coronas y hachuelas, y otras piezas. CAPITULO LXXI.

De cómo envió á llamar al capitan Gonzalo de Mendoza. Luego envió el Gobernador á llamar á Gonzalo de Mendoza, que se viniese de la tierra de los arianicosies con la gente que con él estaba, para dar órden y proveer las cosas necesarias para seguir la entrada y descubrimiento de la tierra, porque así convenia al servicio de su majestad; y que antes que viniese á ellas, procurasen de tornar á los indios arianicosies á sus casas, y asentase las paces con ellos; y como fué venido Francisco de Ribera con los seis españoles que venian con él del descubrimiento de la tierra, toda la gente que estaba en el puerto de los Reyes comenzó á adolescer de calenturas, que no habia quien pudiese hacer la guarda en el campo, y asimesmo adolescieron todos los indios guaranies, y morian algunos de ellos; y de la gente que el capitan Gonzalo de Mendoza tenia consigo en la tierra de los indios arianicosies, avisó por carta suya que todos enfermaban de calenturas; y así, los enviaba con los bergantines, enfermos y flacos; y demás de esto, avisó que no habia podido con los indios hacer paz, aunque muchas veces les habia requerido que les darian muchos rescates, antes les venian cada dia á hacer la guerra, y que era tierra de muchos mantenimientos, así en el campo como en las lagunas, y que les habia dejado muchos mantenimientos con que se pudiesen mantener, demás y allende de los que habia enviado y llevaba en los bergantines; y la causa de aquella enfermedad en que habia caido toda la gente habia sido que se habian dañado las aguas de aquella tierra, y se habian hecho salobres con la cresciente de ella. A esta sazon los indios de la isla, que están cerca de una legua del puerto de los Reyes, que se llaman socorinos y xaqueses, como vieron á los cristianos enfermos y flacos, comenzaron á hacerles guerra, y dejaron de venir (como hasta allí lo habian hecho) á contratar y rescatar con los cristianos, y á darles aviso de los indios que hablaban mal de ellos, especialmente de los indios guaxarapos, con los cuales se juntaron y metieron en su tierra para dende allí hacerles guerra; y como los indios guaranies que habian traido en la armada salian en sus canoas, en compañía de algunos cristianos, á pescar en la laguna, á un tiro de piedra del real, una mañana, ya que amanescia, habian salido cinco cristianos, los cuatro de ellos mozos de poca edad, con los indios guaranies; yendo en sus canoas, salieron á ellos los indios xaqueses y socorinos y otros muchos de la isla, y captivaron los cinco cristianos, y mataron de los indios guaranies cristianos nuevamente convertidos, y se les

pusieron en defensa, y á otros muchos llevaron con ellos á la isla, y los mataron, y despedazaron á los cinco cristianos y indios, y los repartieron entre ellos á pedazos entre los indios guaxarapos y guatos, y con los indios naturales de esta tierra y puerto del pueblo que dicen del Viejo, y con otras generaciones que para ello y para hacer la guerra, que tenian convocado; y después de repartidos, los comieron, así en la isla como en los otros lugares de las otras generaciones; y no contentos con esto, como la gente estaba enferma y flaca, con gran atrevimiento vinieron á acometer y á poner fuego en el pueblo adonde estaban, y llevaron algunos cristianos; los cuales comenzaron á dar voces, diciendo: «Alarma, al arma; que matan los indios á los cristianos. >> Y como todo el pueblo estaba puesto en arma, salieron á ellos; y así, llevaron ciertos cristianos, y entre ellos uno que se llamaba Pedro Mepen, y otros que tomaron ribera de la laguna, y asimismo mataron otros que estaban pescando en la laguna, y se los comieron como á los otros cinco; y después de hecho el salto de los indios, como amanesció, al punto se vieron muy gran número de canoas con mucha gente de guerra irse huyendo por la laguna adelante, dando grandes alaridos y enseñando los arcos y flechas, alzándolos en alto, para darnos á entender que ellos habian hecho el salto; y así, se metieron por la i-la que está en la laguna del puerto de los Reyes; allí nos mataron cincuenta y ocho cristianos esta vez. Visto esto, el Gobernador habló con los indios del puerto de los Reyes, y les dijo que pidiesen á los indios de la isla los cristianos y indios que habian llevado; y habiéndoselos ido á pedir, respondieron que los indios guaxarapos se los habian llevado, y que no los tenian ellos; de allí adelante venian de noche á correr la laguna, por ver si podian captivar algunos de los cristianos y indios que pescasen en ella, y á estorbar que no pescasen en ella, diciendo que la tierra era suya, y que no habian de pescar en ella los cristianos y los indios; que nos fuésemos de su tierra, si no, que nos habian de matar. El Gobernador envió á decir que se sosegasen y guardasen la paz que con él habian asentado, y viniesen á traer los cristianos y indios que habian llevado, y que los ternia por amigos; donde no lo quisiesen hacer, que procederia contra ellos como contra enemigos; á los cuales se lo envió á decir y apercibir muchas veces, y no lo quisieron hacer, y no dejaban de hacer la guerra y daños que podian; y visto que no aprovechaba nada, el Gobernador mandó hacer informacion contra los dichos indios; y habida, con el parescer de los oficiales de su majestad y los clérigos, fueron dados y pronunciados por enemigos, para poderlos hacer la guerra; la cual se les hizo, y aseguró la tierra de los daños que cada dia hacian.

CAPITULO LXXII.

De cómo vino Hernando de Ribera de su entrada que hizo por el rio.

A 30 dias del mes de enero del año de 1343 vino el capitan Hernando de Ribera con el navio y gente con que lo envió el Gobernador á descubrir por el rio arriba; y porque cuando él vino le halló enfermo, y ansimismo toda la gente, de calenturas con frios, no le pudo

dar relacion de su descubrimiento, y en este tiempo las aguas de los rios crescian de tal manera, que toda aquella tierra estaba cubierta y anegada de agua, y por esto no se podia tornar á hacer la entrada y descubrimiento, y los indios naturales de la tierra le dijeron y certificaron que allí duraba la cresciente de las aguas cuatro meses del año, tanto, que cubre la tierra cinco y seis brazas en alto, y hacen lo que atrás tengo dicho de andarse dentro en canoas con sus casas todo este tiempo buscando de comer, sin poder saltar en la tierra; y en toda esta tierra tienen por costumbre los naturales de ella de se matar y comer los unos á los otros; y cuando las aguas bajan, tornan á armar sus casas donde las tenian antes que cresciesen, y queda la tierra inficionada de pestilencia del mal olor y pescado que queda en seco en ella, y con el gran calor que hace, es muy trabajosa de sufrir.

CAPITULO LXXIII.

De lo que acontesció al Gobernador y gente en este puerto. Tres meses estuvo el Gobernador en el puerto de los Reyes con toda la gente enferma de calenturas, y él con ellos, esperando que Dios fuese servido de darles salud y que las aguas bajasen, para poner en efecto la entrada y descubrimiento de la tierra, y de cada dia crescia la enfermedad, y lo mismo hacian las aguas; de manera que del puerto de los Reyes fué forzado retirarnos con harto trabajo, y demás de hacernos tanto daño, trujeron consigo tantos mosquitos de todas maueras, que de noche ni de dia no nos dejaban dormir ni reposar, con lo cual se pasaba un tormento intolerable, que era peor de sufrir que las calenturas; y visto esto, y porque habian requerido al Gobernador los oficiales de su majestad que se retirase y fuese del dicho puerto abajo á la ciudad de la Ascension, adonde la gente convaleciese, habido para ello informacion y parescer de los clérigos y oficiales, se retiró; pero no consintió que los cristianos trujesen obra de cien muchachas, que los naturales del puerto de los Reyes, al tiempo que allí llegó el Gobernador, habian ofrescido sus padres á capitanes y personas señaladas, para estar bien con ellos y para que hiciesen de ellas lo que solian de las otras que tenian; y por evitar la ofensa que en esto á Dios se hacia, el Gobernador mandó á sus padres que las tuviesen consigo en sus casas hasta tanto que se hobiesen de volver; y al tiempo que se embarcaron para volver, por no dejar á sus padres descontentos y la tierra escandalizada á causa de ello, lo hizo ansí; y para dar mas color á lo que hacia, publicó una instruccion de su majestad, en que manda «que ninguno sea osado de sacar á ningun indio de su tierra, so graves penas»; y de esto quedaron los naturales muy contentos, y los españoles muy quejosos y desesperados, y por esta causa le querian algunos mal, y dende entonces fué aborrescido de los mas de ellos, y con aquella color y razon hicieron lo que diré adelante; y embarcada la gente, así cristianos como indios, se vino al puerto y ciudad de la Ascension en doce dias, lo que habia andado en dos meses cuando subió; aunque la gente venia á la muerte enferma, sacaban fuerza de flaqueza con deseo de llegar á sus casas; y cierto no fué poco el trabajo (por venir

como tengo dicho), porque no podían tomar armas para resistir á los enemigos, ni menos podian aprovechar con un remo para ayudar ni guiar los bergantines; y si no fuera por los versos que llevábamos en los bergantines, el trabajo y peligro fuera mayor; traiamos las canoas de los indios en medio de los navíos, por guardarlos y salvarlos de los enemigos hasta volverlos á sus tierras y casas; y para que mas seguros fuesen, repartió el Gobernador algunos cristianos en sus canoas, y con venir tan recatados, guardándonos de los enemigos, pasando por tierra de los indios guaxarapos, dieron un salto con muchas canoas en gran cantidad, y dieron en unas balsas que venian junto á nosotros, varrojaron un dardo, y dieron á un cristiano por los pechos y pasáronlo de parte á parte, y cayó luego muerto, el cual se llamaba Miranda, natural de Valladolid, y hirieron algunos indios de los nuestros; y si no fueran socorridos con los versos, nos hicieran mucho daño. Todo ello causó la flaqueza grande que tenia la gente.

A 8 dias del mes de abril del dicho año llegamos á la ciudad de la Ascension, con toda la gente y navíos y indios guaranies, y todos ellos y el Gobernador, con los cristianos que traia, venian enfermos y flacos; y llegado allí el Gobernador, halló al capitan Salazar, que tenia hecho llamamiento en toda la tierra, y tenia juntos mas de veinte mil indios y muchas canoas, y para ir por tierra otra gente á buscar y matar y destruir á los indios agaces, porque después que el Gobernador se habia partido del puerto no habian cesado de hacer la guerra á los cristianos que habian quedado en la ciudad, y á los naturales, róbándolos y matándolos y tomándolos las mujeres y hijos, y salteándoles la tierra y quemándoles los pueblos, haciéndoles muy grandes males; y como llegó el Gobernador, cesó de ponerse en efecto, hallamos la carabela que el Gobernador mandó hacer, que casi estaba ya hecha, porque en acabándose habia de dar aviso á su majestad de lo suscedido, de la entrada que se hizo de la tierra y otras cosas suscedidas en ella, y mandó el Gobernador que se acabase.

y

CAPITULO LXXIV.

Cómo el Gobernador llegó con su gente á la Ascension, y aquí le prendieron.

Dende á quince dias que hobo llegado el Gobernador á la ciudad de la Ascension, como los oficiales de su majestad le tenian odio por las causas que son dichas, que no les consentia, por ser, como eran, contra el servicio de Dios y de su majestad, así en haber despoblado el mejor y mas principal puerto de la provincia, con pretension de se alzar con la tierra (como al presente lo están), y viendo venir al Gobernador tan á la muerte y á todos los cristianos que con él traia, dia de Sant Marcos se juntaron y confederaron con otros amigos suyos, y conciertan de aquella noche prender al Gobernador; y para mejor lo poder hacer á su salvo, dicen á cien hombres que ellos saben que el Gobernador quiere tomarles sus haciendas y casas y indias, y darlas y repartirlas entre los que venian con él de la entrada perdidos, y que aquello era muy gran sinjusticia y contra el servicio de su majestad, y que ellos, como sus oficiales, querian aquella noche ir á requerir, en

nombre de su majestad, que no les quitase las casas ni ropas y indias; y porque se temian que el Gobernador les mandaria prender por ello, era menester que ellos fuesen armados y llevasen sus amigos, y pues ellos lo eran, y por esto se ponian en hacer el requerimiento, del cual se seguia muy gran servicio á su majestad, y á ellos mucho provecho, y que á hora del Ave-María viniesen con sus armas á dos casas que les señalaron, y que allí se metiesen hasta que ellos avisasen lo que habian de hacer; y ansí, entraron en la cámara donde el Gobernador estaba muy malo hasta diez ó doce de ellos, diciendo á voces: «¡ Libertad, libertad; viva el Rey!>> Eran el veedor Alonso Cabrera, el contador Felipe de Cáceres, Garci-Vanegas, teniente de tesorero, un criado del Gobernador, que se llamaba Pedro de Oñate, el cual tenia en su cámara, y este los metió y dió la puerta y fué principal en todo, y á don Francisco de Mendoza y á Jaime Rasquin, y este puso una ballesta con un arpon con yerba á los pechos al Gobernador; Diego de Acosta, lengua, portugués; Solorzano, natural de la Gran Canaria; y estos entraron á prender al Gobernador adelante con sus armas; y ansí, lo sacaron en camisa, diciendo : « ¡Libertad, libertad!» Y llamándolo de tirano, poniéndole las ballestas á los pechos, diciendo estas y otras palabras: «Aquí pagaréis las injurias y daños que nos habeis hecho;» y salido á la calle, toparon con la otra gente que ellos habian traido para aguardalles; los cuales, como vieron traer preso al Gobernador de aquella manera, dijeron al factor Pedro Dorantes y á los demás : « Pese á tal, con los traidores traeisnos para que seamos testigos; que no nos tomen nuestras haciendas y casas y indias; y no le requeris, sino prendeislo; quereis hacernos á nosotros traidores contra el Rey, prendiendo á su Gobernador; » y echaron mano á las espadas, y hobo una gran revuelta entre ellos porque le habian preso; y como estaban cerca de las casas de los oficiales, los unos de ellos se metieron con el Gobernador en las casas de GarciVanegas, y los otros quedaron á la puerta, diciéndoles que ellos los habian engañado; que no dijesen que no sabian lo que ellos habian hecho, sino que procurasen de ayudalles á que le sustentasen en la prision, porque les hacian saber que si soltasen al Gobernador, que los haria á todos cuartos, y á ellos les cortaria las cabezas; y pues les iba las vidas en ello, les ayudasen á llevar adelante lo que habian hecho, y que ellos partirian cou ellos la hacienda y indias y ropa del Gobernador; y luego entraron los oficiales donde el Gobernador estaba (que era una pieza muy pequeña), y le echaron unos grillos y le pusieron guardas; y hecho esto, fueron luego á casa de Juan Pavon, alcalde mayor, y á casa de Francisco de Peralta, alguacil, y llegando adonde estaba el alcalde mayor, Martin de Ure, vizcaíno, se adelantó de todos y quitó por fuerza la vara al Alcalde mayor y al alguacil; y ansí presos, dando muchas puñadas al Alcalde mayor y al alguacil y dándole empujones y llamándolos de traidores, él y los que con él iban los llevaron á la cárcel pública y los echaron de cabeza en el cepo, y soltaron de él á los que estaban presos, que entre ellos estaba uno condenado á muerte porque habia muerto un Morales, hidalgo de Sevilla. Después de esto

hecho, tomaron un atambor y fueron por las calles alborotando y desasosegando al pueblo, diciendo á grandes voces: «¡ Libertad, libertad; viva el Rey ! » Y después de haber dado una vuelta al pueblo, fueron los mismos á la casa de Pero Hernandez, escribano de la provincia (que á la sazon estaba enferino), y le prendieron, y á Bartolomé Gonzalez, y le tomaron la hacienda y escrituras que allí tenia; y así, lo llevaron preso á la casa de Domingo de Irala, adonde le echaron dos pares de grillos; y después de habelle dicho muchas afrentas, le pusieron sus guardas, y tornan á pregonar : « Mandan los señores oficiales de su majestad que ninguno sea osado de andar por las calles, y todos se recojan á sus casas, so pena de muerte y de traidores ; » y acabando de decir esto, tornaban, como de primero, á decir «¡Libertad, libertad!» Y cuando esto apregonaban, á los que topaban en las calles les daban muchos rempujones y espaldarazos, y los metian por fuerza en sus casas; y luego como esto acabaron de hacer, los oficiales fueron á las casas donde el Gobernador vivia y tenia su hacienda y escrituras y provisiones que su majestad le mandó despachar acerca de la gobernacion de la tierra, y los autos de cómo le habian recebido y obedecido en nombre de su majestad por gobernador y capitan general, y descerrajaron unas arcas, y tomaron todas las escripturas que en ellas estaban, y se apoderaron en todo ello, y abrieron asimismo un arca que estaba cerrada con tres llaves, donde estaban los procesos que se habian hecho contra los oficiales, de los delitos que habian cometido, los cuales estaban remitidos á su majestad; y tomaron todos sus bienes, ropas, bastimentos de vino y aceite, y acero y hierro, y otras muchas cosas, y la mayor parte de ellas desaparecieron, dando saco en todo, llamándole de tirano y otras palabras; y lo que dejaron de la hacienda del Gobernador lo pusieron en poder de quien mas sus amigos eran y los seguian, so color de depósito, y eran los mismos valedores que les ayudaban. Valia, á lo que dicen, mas de cien mil castellanos su hacienda, á los precios de allá, entre lo cual le tomaron diez bergantines.

CAPITULO LXXV.

De cómo juntaron la gente ante la casa de Domingo de Irala. Y luego otro dia siguiente por la mañana los oficiales con atambor mandaron pregonar por las calles que todos se juntasen delante las casas del capitan Domingo de Irala, y allí juntos sus amigos y valedores con sus armas, con pregonero, á altas voces leyeron un libelo infamatorio; entre las otras cosas, dijeron que tenia et Gobernador ordenado de tomarles á todos sus haciendas y tenerlos por esclavos, y que ellos por la libertad de todos le habian prendido; y acabando de leer el dicho libelo, les dijeron: « Decid, señores: ¡ Libertad, libertad; viva el Rey !» Y ansí, dando grandes voces, lo dijeron; y acabado de decir, la gente se indignó contra el Gobernador, y muchos decian: «Pese á tal, vámosle á matar á este tirano, que nos queria matar y destruir ; » y amansada la ira y furor de la gente, luego los oficiales nombraron por teniente de gobernador y capitan general de la dicha provincia á Domingo de Irala. Este fué otra vez gobernador contra Francisco Ruiz,

que habia quedado en la tierra por teniente de don Pedro de Mendoza; y en la verdad fué buen teniente y buen gobernador, y por envidia y malicia le desposeyeron contra todo derecho, y nombraron por teniente á este Domingo de Irala; y diciendo uno al veedor Alonso Cabrera que lo habian-hecho mal, porque habiendo poblado el Francisco Ruiz aquella tierra y sustentadola con tanto trabajo, se lo habian quitado, respondió que porque no queria hacer lo que él queria; y que porque Domingo de Irala era el de menos calidad de todos, y siempre haria lo que él le mandase y todos los oficiales, por esto lo habian nombrado; y así, pusieron al Domingo de Irala, y nombraron por alcalde mayor á un Pero Diaz del Valle, amigo de Domingo de Irala; dieron las varas de los alguaciles á un Bartolomé de la Marilla, natural de Trujillo, amigo de Nunfro de Chaves, y á un Sancho de Salinas, natural de Cazalla; y luego los oficiales y Domingo de Irala comenzaron á publicar que querian tornar á hacer entrada por la misma tierra que el Gobernador habia descubierto, con intento de buscar alguna plata y oro en la tierra, porque hallándola la enviasen á su majestad para que les perdonase, y con ello creian que les habia de perdonar el delito que habian cometido; y que si no lo hallasen, que se quedarian en la tierra adentro poblando, por no volver donde fuesen castigados; y que podria ser que hallasen tanto, que por ello les hiciese merced de la tierra; y con esto andaban granjeando á la gente; y como ya hobiesen todos entendido las maldades que habian usado y usaban, no quiso ninguno dar consentimiento á la entrada; y dende allí en adelante toda la mayor parte de la gente comenzó á reclamar y á decir que soltasen al Gobernador; y de esta causa los oficiades y las justicias que tenian puestas comenzaron á molestar á los que se mostraban pesantes de la prision, echándoles prisiones y quitándoles sus haciendas y mantenimientos, y fatigándoles con otros malos tratamientos; y á los que se retraian por las iglesias, porque no los prendiesen, ponian guardas porque no los diesen de comer, y ponian pena sobre ello, y á otros les tiraban las armas y los traian aperreados y corridos, y decian públicamente que á los que mostrasen pesalles de la prision que los habian de destruir.

CAPITULO LXXVI.

De los alborotos y escándalos que hobo en la tierra. De aquí adelante comenzaron los alborotos y escándalos entre la gente, porque públicamente decian los de la parte de su majestad á los oficiales y á sus valedores que todos ellos eran traidores, y siempre de dia y de noche, por el temor de la gente que se levantaba cada dia de nuevo contra ellos, estaban siempre con las arinas en las manos, y se hacian cada dia mas fuertes de palizadas y otros aparejos para se defender, como si estuviera preso el Gobernador en Salsas; barrearon las calles y cercáronse en cinco ó seis casas. El Gobernador estaba en una cámara muy pequeña en que le metieron, de la casa de Garci-Vanegas, para tenerlo en medio de todos ellos; y tenian de costumbre cada dia el Alcalde y los alguaciles de buscar todas las casas que estaban al derredor de la casa adonde estaba

preso si habia alguna tierra movida de ellas, para ver si minaban. En viendo los oficiales dos ó tres hombres de la parcialidad del Gobernador, y que estaban hablando juntos, luego daban voces diciendo: «¡Al arma, al arma!» Y entonces los oficiales entraban armados donde estaba el Gobernador, y decian (puesta la mano en los puñales): «Juro á Dios, que si la gente se pone en sacaros de nuestro poder, que os liabemos de dar de puñaladas y cortaros la cabeza, y echalla á los que os vienen á sacar, para que se contenten con ella;» para lo cual nombraron cuatro hombres, los que tenian por mas valientes, para que con cuatro puñales estuviesen par de la primera guarda; y les tomaron pleito homenaje que en sintiendo que de la parte de su majestad le iban á sacar, luego entrasen y le cortasen la cabeza; y para estar apercebidos para aquel tiempo, amolaban los puñales, para cumplir lo que tenian jurado; y cian esto en parte donde sintiese el Gobernador lo que bacian y hablaban; y los secutores de esto eran GarciVanegas y Andrés Hernandez el Romo, y otros. Subre la prision del Gobernador, demás de los alborotos y escándalos que habia entre la gente, habia muchas pasiones y pendencias por los bandos que entre ellos habia, unos diciendo que los oficiales y sus amigos habian sido traidores y hecho gran maldad en lo prender, y que habian dado ocasion que se perdiese toda la tierra (comol parescido y cada dia paresce), y los otros defendian el contrario; y sobre esto se mataron y hirieron y mancaron muchos españoles unos á otros; y los oficiales y sus amigos decian que los que le favorescian y deseaban su libertad eran traidores, y los habian de castigar por tales, y defendian que no hablase ninguno de los que tenian por sospechosos unos con otros; y en viendo hablar dos hombres juntos, hacian informacion y los prendian, hasta saber lo que hablaban; y si se juntaban tres ó cuatro, luego tocaban al arma, y se ponian á punto de pelear, y tenian puestas encima del aposento donde estaba preso el Gobernador centine'as en dos garitas que descubrian todo el pueblo y el campo; y allende de esto traian hombres que anduviesen espiando y mirando lo que se hacia y decia por el pueblo, y de noche andaban treinta hombres armados, y todos los que topaban en las calles los prendian y procuraban de saber dónde iban y de qué manera; y como los alborotos y escándalos eran tantos cada dia, y los oficiales y sus valedores andaban por ello tan cansados y desvelados, entraron á rogar al Gobernador que diese un mandamiento para la gente, en que les mandase que no se moviesen y estuviesen sosegados; y que para ello, si necesario fuese, se les pusiese pena, y los mismos oficiales le metieron hecho y ordenado, para que si quisiese hacer por ellos aquello, lo firmase; lo cual, después de firmado, no lo quisieron notificar á la gente, porque fueron aconsejados que no lo hiciesen, pues que pretendian y decian que todos habian dado parescer y sido en que le prendiesen ; y por esto dejaron de notificallo.

CAPITULO LXXVII.

De cómo tenian preso al Gobernador en una prision muy áspera. En el tiempo que estas cosas pasaban, el Gobernador

estaba malo en la cama, y muy flaco, y para la cura de su salud tenia unos muy buenos grillos á los piés, y á la cabecera una vela encendida, porque la prision estaba tan escura, que no se parescia el cielo, y era tan húmeda, que nascia la yerba debajo de la cama; tenia la vela consigo, porque cada hora pensaba tenella menester; y para su fin buscaron entre toda la gente el hombre de todos que mas mal le quisiese, y hallaron uno, que se llamaba Hernando de Sosa, al cual el Gobernador habia castigado porque habia dado un bofeton y palos á un indio principal, y este le pusieron por guarda en la misma cámara para que le guardase, y tenian dos puertas con candados cerradas sobre él; y losoficiales y todos sus aliados y confederados le guardaban de dia y de noche, armados con todas sus armas, que eran mas de ciento y cincuenta, á los cuales pagaban con la hacienda del Gobernador; y con toda esta guarda, cada noche ó tercera noche le metia la india que le llevaba de cenar una carta que le escrebian los de fuera, y por ella le daban relacion de todo lo que allá pasaba, y enviaban á decir que enviase á avisar qué era lo que mandaba que ellos hiciesen; porque las tres partes de la gente estaban determinados de morir todos, con los indios que les ayudaban para sacarle, y que lo habian dejado de hacer por el temor que les ponian, diciendo que si acometian á sacarle, que luego le habian de dar de puñaladas y cortarle la cabeza; y que por otra parte, mas de setenta hombres de los que estaban en guarda de la prision se habian confederado con ellos de se levantar con la puerta principal, adonde el Gobernador estaba preso, y le detener y defender hasta que ellos entrasen; lo cual el Gobernador les estorbó que no hiciesen; porque no podia ser tan ligeramente, sin que se matasen muchos cristianos, y que comenzada la cosa, los indios acabarian todos los que pudiesen, y así se acabaria de perder toda la tierra y vida de todos. Con esto les entretuvo que no lo hiciesen; y porque dije que la india que le traia una carta cada tercer noche, y llevaba otra, pasando por todas las guardas, desnudándola en cueros, catándole la boca y los oidos, y trasquilándola porque no la llevase entre los cabellos, y catándola todo lo posible, que por ser cosa vergonzosa no lo señalo, pasaba la india por todos en cueros, y llegada donde estaba, daba lo que traia á la guarda, y ella se sentaba par de la cama del Gobernador (como la pieza era chica); y sentada, se comenzaba á rascar el pié, y ansí rascándose quitaba la carta, y se la daba por detrás del otro. Traia ella esta carta (que era medio pliego de papel delgado) muy arrollada sotilmente, y cubierta con un poco de cera negra, metida en lo hueco de los dedos del pié hasta el pulgar, y venia atada con dos hilos de algodon negro, y de esta manera metia y sacaba todas las cartas y el papel que habia menester, y unos polvos que hay en aquella tierra de unas piedras, que con una poca de saliva ó de agua hacen tinta. Los oficiales Sy sus consortes lo sospecharon ó fueron avisados que el Gobernador sabia lo que fuera pasaba y ellos hacian; y para saber y asegurarse ellos de esto, buscaron cuatro mancebos de entre ellos, para que se envolviesen con la india (en lo cual no tuvieron mucho que hacer), porque de costum

bre no son escasas de sus personas, y tienen por gran afrenta negallo á nadie que se lo pida, y dicen que para qué se lo dieron sino para aquello; y envueltos con ella y dándole muchas cosas, no pudieron saber ningun secreto de ella, durando el trato y conversacion once

meses.

CAPITULO LXXVIII.

Cómo robaban la tierra los alzados, y tomaban por fuerza
sus haciendas.

Estando el Gobernador de esta manera, los oficiales y Domingo de Irala, luego que le prendieron, dieron licencia abiertamente á todos sus amigos y valedores y criados para que fuesen por los pueblos y lugares de los indios, y les tomasen las mujeres y las hijas, y las hamacas y otras cosas que tenian, por fuerza, y sin pagárselo; cosa que no convenia al servicio de su majestad y á la pacificacion de aquella tierra; y haciendo esto, iban por toda la tierra dándoles muchos palos, trayéndoles por fuerza á sus casas para que labrasen sus heredades sin pagarles nada por ello, y los indios se venian á quejar á Domingo de Irala y á los oficiales. Ellos respondian que no eran parte para ello; de lo cual se contentaban algunos de los cristianos, porque sabian que les respondian aquello por les complacer, para que ellos les ayudasen y favoresciesen, y decíanles á los cristianos que ya ellos tenian libertad, que hiciesen lo que quisiesen; de manera que con estas respuestas y malos tratamientos, la tierra se comenzó á despoblar, y se iban los naturales á vivir á las montañas escondidos, donde no los pudiesen hallar los cristianos. Muchos de los indios y sus mujeres y hijos eran cristianos, y apartándose perdian la doctrina de los religiosos y clérigos, de la cual el Gobernador tuvo muy gran cuidado que fuesen enseñados. Luego, dende á pocos dias que le hobieron preso, desbarataron la carabela que el Gobernador habia mandado hacer para por ella dar aviso á su majestad de lo que en la provincia pasaba, porque tuvieron creido que pudieran atraer á la gente para hacer la entrada (la cual dejó descubierta el Gobernador), y que por ella pudieran sacar oro y plata, y á ellos se les atribuyera la honra y el servicio que pensaban que á su majestad hacian; y como la tierra estuviese sin justicia, los vecinos y pobladores de ella contino recebian tan grandes agravios, que los oficiales y justicia que ellos pusieron de su mano, hacian á los españoles, aprisionándoles y tomando sus haciendas, se fueron como aborridos y muy descontentos mas de cincuenta hombres españoles por la tierra adentro, en demanda de la costa del Brasil, y á buscar algun aparejo para venir á avisar á su majestad de los grandes males y daños y desasosiegos que en la tierra pasaban, y otros muchos estaban movidos para se ir perdidos por la tierra adentro, á los cuales prendieron y tuvieron presos mucho tiempo, y les quitaron las armas y lo que tenian; y todo lo que les quitaban, lo daban y repartian entre sus amigos y valedores, por los tener gratos y contentos.

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