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CAPITULO XXVIII.

De otra nueva costumbre.

Partidos de estos, fuimos á otras muchas casas, y desde aquí comenzó otra nueva costumbre, yes, que rescibiéndonos muy bien, que los que iban con nosotros los comenzaron á hacer tanto mal, que les tomaban las haciendas y les saqueaban las casas, sin que otra cosa ninguna les dejasen; de esto nos pesó mucho, por ver el mal tratamiento que á aquellos que tan bien nos reŝcebian se hacia, y tambien porque temiamos que aquello seria ó causaria alguna alteracion y escándalo entre ellos; mas como no éramos parte para remediarlo, ni para osar castigar los que esto hacian, hobimos por entonces de sufrir, hasta que mas autoridad entre ellos tuviésemos; y tambien los indios mismos que perdian la hacienda, conosciendo nuestra tristeza, nos consolaron, diciendo que de aquelio no rescibiésemos pena; que® ellos estaban tan contentos de habernos visto, que daban por bien empleadas sus haciendas, y que adelante serian pagados de otros que estaban muy ricos. Por todo este camino teniamos muy gran trabajo, por la mucha gente que nos seguia, y no podiamos huir de ella, aunque lo procurábamos, porque era muy grande la priesa que tenian por llegar á tocarnos; y era tanta la importunidad de ellos sobre esto, que pasaban tres horas que no podiamos acabar con ellos que nos dejasen. Otro dia nos trajeron toda la gente del pueblo, y la mayor parte de ellos son tuertos de nubes, y otros de ellos son ciegos de ellas mismas, de que estábamos espantados. Son muy bien dispuestos y de muy buenos gestos, mas blancos que otros ningunos de cuantos hasta alli habiamos visto. Aquí empezamos á ver sierras, y parescia que venian seguidas de hacia el mar del Norte; y así, por la relacion que los indios de esto nos dieron, creemos que están quince leguas de la mar. De aquí nos partimos con estos indios hácia estas sierras que decimos, y lleváronnos por donde estaban unos parientes suyos, porqué ellos no nos querian llevar sino por do habitaban sus parientes, y no querian que sus enemigos alcanzasen tanto bien, como les parescia que era vernos. Y cuando fuimos llegados, los que con nosotros iban saquearon á los otros; y como sabian la costumbre, primero que llegásemos escondieron algunas cosas; y después que nos hobieron rescebido con mucha fiesta y alegría, sacaron lo que habian escondido y viniéronnoslo á presentar, y esto era cuentas y almagra y algunas taleguillas de plata. Nosotros, segun la costum→ bre, dímoslo luego á los indios que con nos venian, y cuando nos lo hobieron dado, comenzaron sus bailes y fiestas, y enviaron á llamar otros de otro pueblo que estaba cerca de alli, para que nos viniesen á ver, y á la tarde vinieron todos, y nos trajeron cuentas y arcos, y otras cosillas, que tambien repartimos; y otro dia, queriéndonos partir, toda la gente nos queria llevar á otros amigos suyos que estaban á la punta de las sierras, y decian que allí habia muchas casas y gente, y que nos darian muchas cosas; mas por ser fuera de nuestro camino no quesimos ir á ellos, y tomamos por lo llano cerca de las sierras, las cuales creiamos que no estaban léjos de la costa. Toda la gente de ella es muy mala, y

teniamos por mejor de atravesar la tierra, porque la gente que está mas metida adentro, es mas bien acondicionada, y tratábannos mejor, y teniamos por cierto que hallariamos la tierra mas poblada y de mejores mantenimientos. Lo último, haciamos esto porque, atravesando la tierra, viamos muchas particularidades de ella; porque si Dios nuestro Señor fuese servido de sacar alguno de nosotros, y traerlo á tierra de cristianos, pudiese dar nuevas y relacion de ella. Y como los indios vieron que estábamos determinados de no ir por donde ellos nos encaminaban, dijéronnos que por donde nos queriamos ir no habia gente, ni tunas ni otra cosa alguna que comer; y rogáronnos que estuviésemos allí aquel dia, y ansí lo hicimos. Luego ellos enviaron dos indios para que buscasen gente por aquel camino que queriamos ir; y otro dia nos partimos, llevando con nosotros muchos de ellos, y las mujeres iban cargadas de agua, y era tan grande entre ellos nuestra autoridad, que ninguno osaba beber sin nuestra licencia. Dos leguas de allí topamos los indios que habian ido á buscar la gente, y dijeron que no la hallaban; de lo que los indios mostraron pesar, y tornáronnos á rogar que nos fuésemos por la sierra. No lo quisimos hacer, y ellos, como vieron nuestra voluntad, aunque con mucha tristeza, se despidieron de nosotros, y se volvieron el rio abajo á sus casas, y nosotros caminamos por el rio arriba, y desde á un poco topamos dos mujeres cargadas, que como nos vieron, pararon, y descargáronse, y trajéronnos de lo que llevaban, que era harina de maíz, y nos dijeron que adelante en aquel rio hallariamos casas y muchas tunas y de aquella harina; y ansí, nos despedimos de ellas, porque iban á los otros donde habiamos partido, y anduvimos hasta puesta del sol, y llegamos á un pueblo de hasta de veinte casas, adonde nos recebieron llorando y con grande tristeza, porque sabian ya que adonde quiera que llegábamos eran todos saqueados y robados de los que nos acompañaban, y como nos vieron solos, perdieron el miedo, y diéronnos tunas, y no otra cosa ninguna. Estuvimos allí aquella noche, y al alba los indios que nos habian dejado el dia pasado dieron en sus casas, y como los tomaron descuidados y seguros, tomáronles cuanto tenian, sin que tuviesen lugar donde asconder ninguna cosa; de que ellos lloraron mucho; y los robadores para consolarles los decian que éramos hijos del sol, y que teniamos poder para sanar los enfermos y para matarlos, y otras mentiras aun mayores que estas, como ellos las saben mejor hacer cuando sienten que les conviene; y dijéronles que nos llevasen con mucho acatamiento, y tuviesen cuidado de no enojarnos en ninguna cosa, y que nos diesen todo cuanto tenian, y procurasen de llevarnos donde habia mucha gente, y que donde llegásemos robasen ellos y saqueasen lo que los otros tenian, porque así era costumbre.

CAPITULO XXIX.

De cómo se robaban los unos á los otros.

Después de haberlos informado y señalado bien lo que habian de hacer, se volvieron, y nos dejaron con aquellos; los cuales, teniendo en la memoria lo que los otros les habian dicho, nos comenzaron á tratar con

aquel mismo temor y reverencia que los otros, y fuimos con ellos tres jornadas, y lleváronnos adonde habia mucha gente; y antes que llegásemos á ellos avisaron cómo íbamos, y dijeron de nosotros todo lo que los otros les habian enseñado, y añadieron mucho mas, porque toda esta gente de indios son grandes amigos de novelas y muy mentirosos, mayormente donde pretenden algun interés. Y cuando llegamos cerca de las casas, salió toda la gente á recebirnos con mucho placer y fiesta, y entre otras cosas, dos físicos de ellos nos dieron dos calabazas, y de aquí comenzamos á llevar calabazas con nosotros, y añadimos á nuestra autoridad esta cerimonia, que para con ellos es muy grande. Los que nos habian acompañado saquearon las casas; mas, como eran muchas y ellos pocos, no pudieron llevar todo cuanto tomaron, y mas de la mitad dejaron perdido; y de aquí por la halda de la sierra nos fuimos metiendo por la tierra adentro mas de cincuenta leguas, y al cabo de ellas hallamos cuarenta casas, y entre otras cosas que nos dieron, hobo Andrés Dorantes un cascabel gordo, grande, de cobre, y en él figurado un rostro, y esto mostraban ellos, que lo tenian en mucho, y les dijeron que lo habian habido de otros sus vecinos; y preguntándoles, que dónde habian habido aquello, dijéroules que lo habian traido de hacia el norte, y que allí habia mucho, y era tenido en grande estima; y entendimos que do quiera que aquello habia venido, habia fundicion y se labraba de vaciado, y con esto nos partimos otro dia, y atravesamos una sierra de siete leguas, y las piedras de ella eran de escorias de hierro; y á la noche llegamos á muchas casas, que estaban asentadas á la ribera de un muy hermoso rio, y los señores de ellas salieron á medio camino á recebirnos con sus hijos á cuestas, y nos dieron muchas taleguillas de margarita y de alcohol molido; con esto se untan ellos la cara; y dieron muchas cuentas, y muchas mantas de vacas, y cargaron á todos los que venian con nosotros de todo cuanto ellos tenian. Comian tunas y piñones; hay por aquella tierra pinos chicos, y las piñas de ellas son como huevos pequeños, mas los piñones son mejores que los de Castilla, porque tienen las cáscaras muy delgadas; y cuando están verdes, muélenlos y hacenlos pellas, y ansí los comen; y si están secos, los muelen con cáscaras, y los comen hechos polvos. Y los que por allí nos recebian, desque uos habian tocado, volvian corriendo hasta sus casas, y luego daban vuelta á nosotros, y no cesaban de correr, yendo y viniendo. De esta manera traíannos muchas cosas para el camino. Aquí me trajeron un hombre, y me dijeron que habia mucho tiempo que le habian herido con una flecha por el espalda derecha, y tenia la punta de la flecha sobre el corazon; decia que le daba mucha pena, y que por aquella causa siempre estaba enfermo. Yo le toqué, y sentí la punta de la flecha, y vi que la tenia atravesada por la ternilla, y con un cuchillo que tenia, le abrí el pecho hasta aquel lugar, y vi que tenia la punta atravesada, y estaba muy mala de sacar; torné á cortar mas, y metí la punta del cuchillo, y con gran trabajo en fin la saqué. Era muy larga, y con un hueso de venado, usando de mi oficio de medicina, le di dos puntos; y dados, se me desangraba, y con raspa de un

cuero le estanqué la sangre; y cuando hube sacado la punta, pidiéronmela, y yo se la dí, y el pueblo todo vino á verla, y la enviaron por la tierra adentro, para que la viesen los que allá estaban, y por esto hicieron muchos bailes y fiestas, como ellos suelen hacer; y otro dia le corté los dos puntos al indio, y estaba sano; y no parescia la herida que le habia hecho sino como una raya de la palma de la mano, y dijo que no sentia dolor ni pena alguna; y esta cura nos dió entre ellos tanto crédito por toda la tierra, cuanto ellos podian y sabian estimar y encarescer. Mostrámosles aquel cascabel que traíames, y dijéronnos, que en aquel lugar de donde aquel habia venido, habia muchas planchas de aquello enterradas, y que aquello era cosa que ellos tenian en mucho; y habia casas de asiento, y esto creemos nosotros que es la mar del Sur, que siempre tuvimos noticia que aquella mar es mas rica que la del Norte. De "estos nos partimos, y anduvimos por tantas suertes de gentes y de tan diversas lenguas, que no basta memoria á poderlas contar, y siempre saqueaban los unos á los otros; y así los que perdian coino los que ganaban quedaban muy contentos. Llevábamos tanta compañía, que en ninguna manera podiamos valernos con ellos. Por aquellos valles donde íbamos, cada uno de ellos llevaba un garrote tan largo como tres palmos, y todos iban en ala; y en saltando alguna liebre (que por allí habia hartas), cercábanla luego, y caian tantos garrotes sobre ella, que era cosa de maravilla, y de esta manera la hacian andar de unos para otros; que á mi ver era la mas hermosa caza que se podia pensar, porque muchas veces ellas se venian hasta las manos; y cuando á la noche parábamos, eran tantas las que nos habian dado, que traia cada uno de nosotros ocho ó diez cargas de ellas; y los que traian arcos no parecian delante de nosotros, antes se apartaban por la sierra á buscar venados; y á la noche cuando venian, traian para cada uno de nosotros cinco ó seis venados, y pájaros y codornices, y otras cazas; finalmente, todo cuanto aquela gente hallaban y mataban nos lo ponian delante, sin que ellos osasen tomar ninguna cosa, aunque muriesen de hambre; que así lo tenian ya por costumbre después que andaban con nosotros, y sin que primero lo santiguásemos; y las mujeres traian muchas esteras, de que ellos nos hacian casas, para cada uno la suya aparte, y con toda su gente conoscida; y cuando esto era hecho, mandábamos que asaseu aquellos venados y liebres, y todo lo que habian tomado; y esto tambien se hacia muy presto en unos hornos que para esto ellos hacian; y de todo ello nosotros tomábamos un poco, y lo otro dábamos al principal de la gente que con nosotros venia, mandándole que lo repartiese entre todos. Cada uno con la parte que le cabia venian á nosotros para que la soplásemos y santiguásemos, que de otra manera no osaran comer de ella; y muchas veces traiamos con nosotros tres ó cuatro mil personas. Y era tan grande nuestro trabajo, que á cada uno habiamos de soplar y santiguar lo que habían de comer y beber, Y para otras muchas cosas que querian hacer nos venian á pedir licencia, de que se puede ver qué tanta importunidad rescebiamos. Las mujeres nos traian las tunas y arañas y gusanos, y lo que podian haber;

NAUFRAGIOS, Y RELACIÓN DE LA JORNADA QUE HIZO Á LA FLORIDA.

porque aunque se muriesen de hambre, ninguna cosa habían de comer sin que nosotros la diésemos. E yendo con estos, pasamos un gran rio, que venia del norte; y pasados unos llanos de treinta leguas, hallamos mucha gente que de léjos de allí venia á recebirnos, y salian al camino por donde habiamos de ir, y nos re1 cebieron de la manera de los pasados.

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CAPITULO XXX.

De cómo se mudó la costumbre del recebirnos.

Desde aquí hobo otra manera de recebirnos, en cuanto toca al saquearse, porque los que salian de los caminos á traernos alguna cosa á los que con nosotros venian, no los robaban; mas después de entrados en sus casas, ellos mismos nos ofrescian cuanto tenian, y las casas con ello; nosotros las dábamos á los principales, para que entre ellos las partiesen, y siempre los que quedaban despojados nos seguian, de donde crescia mucha gente para satisfacerse de su pérdida; y decíanles que se guardasen y no escondiesen cosa alguna de cuantas tenian, porque no podia ser sin que nosotros lo supiésemos, y hariamos luego que todos muriesen, porque el sol nos lo decia. Tan grandes eran los temores que les ponian, que los primeros dias que con nosotros estaban, nunca estaban sino temblando y sin osar hablar ni alzar los ojos al cielo. Estos nos guiaron por mas de cincuenta leguas de despoblado de muy ásperas sierras, y por ser tan secas no habia caza en ellas, y por esto pasamos mucha hambre, y al cabo un rio muy grande, que el agua nos daba hasta los pechos; y desde aquí, nos comenzó mucha de la gente que traiamos á adolescer de la mucha hambre y trabajo que por aquellas sierras habian pasado, que por extremo eran agras y trabajosas. Estos mismos nos llevaron á unos llanos al cabo de las sierras, donde venian á recebirnos de muy lejos de allí, y nos recebieron como los pasados, y dieron tanta hacienda á los que con nosotros venian, que por no poderla llevar, dejaron la mitad; y dijimos á los indios que lo habian dado, que lo tornasen á tomar y lo llevasen, porque no quedase allí perdido; y respondieron que en ninguna manera lo harian, porque no era su costumbre, después de haber una vez ofrescido, tornarlo á tomar; y así, no lo teniendo en nada, lo dejaron todo perder. A estos dijimos que queriamos ir á la puesta del sol, y ellos respondiéronnos que por allí estaba la gente muy léjos, y nosotros les mandábamos que enviasen á hacerles saber cómo nosotros íbamos allá, y de esto se excusaron lo mejor que ellos podian, porque ellos eran sus enemigos, y no querian que fuésemos á ellos; mas no osaron hacer otra cosa; y así, enviaron dos mujeres, una suya, y otra que de ellos tenian captiva; y enviaron estas porque las mujeres pueden contratar aunque haya guerra; y nosotros las seguimos, y paramos en un lugar donde estaba concertado que las esperásemos; mas ellas tardaron cinco dias; y los indios decian que no debian de ballar gente. Dijimosles que nos llevasen hácia el norte; respondieron de la misma manera, diciendo que por allí no habia gente sino muy lejos, y que no habia qué comer ni se hallaba agua; y con todo esto, nosotros porfiamos y dijimos que por allí queriamos ir, y ellos

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de

todavía se excusaban de la mejor manera que polian, y
por esto nos enojamos, y yo me salí una noche á dormir
en el campo, apartado de ellos; mas luego fueron don-
de yo estaba, y toda la noche estuvieron sin dormir y
con mucho miedo y hablándome y diciéndome cuán
atemorizados estaban, rogándonos que no estuviésemos
mas enojados, y que aunque ellos supiesen morir en el
camino, nos llevarian por donde nosotros quisiésemos
ir; y como nosotros todavía fingiamos estar enojados y
porque su miedo no se quitase, suscedió una cosa ex-
traña, y fué que este dia mesmo adolescieron muchos
de ellos, y otro dia siguiente murieron ocho hombres.
Por toda la tierra donde esto se supo hobieron tanto
miedo de nosotros, que parescia en vernos que de te-
mor habian de morir. Rogáronnos que no estuviése-
mos enojados, ni quisiésemos que mas de ellos murie-
sen, y tenian por muy cierto que nosotros los matá-
bamos con solamente quererlo; y á la verdad, nosotros
recebiamos tanta pena de esto, que no podia ser ma-
yor; porque, allende de ver los que morian, temiamos
que no muriesen todos ó nos dejasen solos, de miedo, y
todas las otras gentes de ahí adelante hiciesen lo mis-
mo, viendo lo que á estos habia acontecido. Rogamos
á Dios nuestro Señor que lo remediase; y ansí, comen-
zaron á sanar todos aquellos que habian enfermado, y
que los
vimos una cosa que fué de grande admiracion,
padres y hermanos y mujeres de los que murieron,
verlos en aquel estado tenian gran pena; y después de
muertos, ningun sentimiento hicieron, ni los vimos llo-
rar, ni hablar unos con otros, ni hacer otra ninguna
muestra, ni osaban llegar á ellos, hasta que nosotros los
mandábamos llevar á enterrar, y mas de quince dias
que con aquellos estuvimos, á ninguno vimos hablar
uno con otro, ni los vimos reir ni llorar á ninguna cria-
tura; antes porque una lloró, la llevaron muy lejos de
allí, y con unos dientes de raton agudos, la sajaron des-
de los hombros hasta casi todas las piernas. E yo vien-
do esta crueldad, y enojado de ello, les pregunté que
por qué lo hacian, y respondieron que para castigarla
habia llorado delante de mí. Todos estos te no-
porque
res que ellos tenian, ponian á todos los otros que nue-
vamente venian á conoscernos, á fin que nos diesen to-
do cuanto tenian, porque sabian que nosotros no to-
mábamos nada y lo habiamos de dar todo á ellos. Esta
fué la mas obediente gente que hallamos por esta tier-
ra, y de mejor condicion; y comunmente son muy dis-
puestos. Convalescidos los dolientes, y ya que habia
tres dias que estábamos allí, llegaron las mujeres que
habiamos enviado, diciendo que habian hallado muy
poca gente, y que todos habian ido á las vacas, que era
habian esta-
que
en tiempo de ellas; y mandamos á los
do enfermos, que se quedasen, y los que estuviesen
buenos fuesen con nosotros, y que dos jornadas de allí,
aquellas mismas dos mujeres irian con dos de nosotros
á sacar gente y traerla al camino para que nos rece-
biesen, y con esto, otro dia de mañana todos los que
mas rescios estaban partieron con nosotros, y á tres
jornadas paramos, y el siguiente dia partió Alonso del
Castillo con Estebanico el negro, llevando por guia las
dos mujeres, y la que de ellas era captiva los llevó á un
rio que corria entre unas sierras donde estaba un pue-

blo en que su padre vivia, y estas fueron las primeras casas que vimos que tuviesen parescer y manera de ello. Aquí llegaron Castillo y Estebanico; y después de haber hablado con los indios, á cabo de tres dias vino Castillo adonde nos habia dejado, y trajo cinco ó seis de aquellos indios, y dijo cómo habia hallado casas de gente y de asiento, y que aquella gente comia frísoles y calabazas, y que habia visto maíz. Esta fué la cosa del mundo que mas nos alegró, y por ello dimos infinitas gracias á nuestro Señor, y dijo que el negro vernia con toda la gente de las casas á esperar al camino, cerca de allí; y por esta causa partimos, y andada legua y media, topamos con el negro y la gente que venian á recebirnos, y nos dieron frísoles y muchas calabazas para comer y para traer agua, y mantas de vacas y otras cosas. Y como estas gentes y las que con nosotros venian eran enemigos y no se entendian, partímonos de los primeros, dándoles lo que nos habian dado, y fuímonos con estos, y á seis leguas de allí, ya que venia la noche, llegamos á sus casas, donde hicieron muchas fiestas con nosotros. Aquí estuvimos un dia, y el siguiente nos partimos, y llevámoslos con nosotros á otras casas de asiento, donde comian lo mismo que ellos, y de ahí adelante hobo otro nuevo uso, que los que sabian de nuestra vida, no salian á recebirnos á los caminos, como los otros hacian; antes los hallábamos en sus casas, y tenian hechas otras para nosotros, y estaban todos asentados, y todos tenian vueltas las caras hácia la pared y las cabezas bajas y los cabellos puestos delante de los ojos, y su hacienda puesta en monton en medio de la casa, y de aquí adelante comenzaron á darnos muchas mantas de cueros, y no tenian cosa que no nos diesen. Es la gente de mejores cuerpos que vimos, y de mayor viveza y habilidad y que mejor nos entendian y respondian en lo que preguntábamos; y llamámoslos de las Vacas, porque la mayor parte que de ellas mueren, es cerca de allí; y porque aquel rio arriba mas de cincuenta leguas, van matando muchas de ellas. Esta gente andan del todo desnudos, á la manera de los primeros que hallamos. Las mujeres andan cubiertas con unos cueros de venado, y algunos pocos de hombres, señaladamente los que son viejos, que no sirven para la guerra. Es tierra muy poblada. Preguntámosles cómo no sembraban maíz; respondiéronnos que lo hacian por no perder lo que sembrasen, porque dos años arreo les habian faltado las aguas, y habia sido el tiempo tan seco, que á todos les habian perdido los maíces los topos, y que no osarian tornar á sembrar sin que primero hobiese llovido mucho; y rogábannos que dijesemos al cielo que lloviese y se lo rogásemos, y nosotros se lo prometimos de hacerlo ansí. Tambien nosotros quesimos saber de dónde habian traido aquel maiz, y ellos nos dijeron que de donde el sol se ponia, y que lo habia por toda aquella tierra; mas que lo mas cerca de allí era por aquel camino. Preguntámosles por dónde iriamos bien, y que nos informasen del camino, porque no querian ir allá; dijéronnos que el camino era por aquel rio arriba hácia el norte, y que en diez y siete jornadas no hallariamos otra cosa ninguna que comer, sino una fruta que llaman chacan, y que la machucan entre unas piedras si aun después de hecha

esta diligencia no se puede comer, de áspera y seca; y así era la verdad, porque allí nos lo mostraron y no lo podimos comer, y dijéronnos tambien que entre tanto que nosotros fuésemos por el rio arriba, iriamos siempre por gente que eran sus enemigos y hablaban su misma lengua, y que no tenian que darnos cosa á comer; mas que nos recebirian de muy buena voluntad, y que nos darian muchas mantas de algodon y cueros y otras cosas de las que ellos tenian, mas que todavía les parescia que en ninguna manera no debiamos tomar aquel camino. Dudando lo que hariamos, y cuál camino tomariamos que mas á nuestro propósito y provecho fuese, nosotros nos detuvimos con ellos dos dias. Dábannos á comer frísoles y calabazas; la manera de cocerlas es tan nueva, que por ser tal, yo la quise aquí poner, para que se vea y se conozca cuán diversos y extraños son los ingenios y industrias de los hombres humanos. Ellos no alcanzan ollas, y para cócer lo que ellos quieren comer, hinchen media calabaza grande de agua, y en el fuego echan muchas piedras de las que mas fácilmente ellos pueden encender, y toman el fuego; y cuando ven que están ardiendo tomanlas con unas tenazas de palo, y echanlas en aquella agua que está en la calabaza, hasta que la hacen hervir con el fuego que las piedras llevan; y cuando ven que el agua hierve, echan en ella lo que han de cocer, y en todo este tiempo no hacen sino sacar unas piedras y echar otras ardiendo para que el agua hierva para cocer lo que quieren, y así lo cuecen.

CAPITULO XXXI.

De cómo seguimos el camino del maíz,

Pasados dos dias que allí estuvimos, determinamos de ir á buscar el maíz, y no quesimos seguir el camino de las Vacas porque es hacia el norte, y esto era para nosotros muy gran rodeo, porque siempre tuvimos por cierto que yendo la puesta del sol, habiamos de hallar lo que deseábamos; y ansí, seguimos nuestro camino, y atravesamos toda la tierra hasta salir á la mar del Sur ; y no bastó á estorbarnos esto el temor que nos ponian de la mucha hambre que habiamos de pasar (como á la verdad la pasamos) por todas las diez y siete jornadas que nos habian dicho. Por todas ellas el rio arriba nos dieron muchas mantas de vacas, y no comimos de aquella su fruta, mas nuestro mantenimiento era cada dia tanto como una mano de unto de venado, que para estas necesidades procurábamos siempre de guardar, y ansi pasamos todas las diez y siete jornadas, y al cabo de ellas atravesamos el rio, y caminamos otras diez y siete. A la puesta del sol, por unos llanos, y entre unas sierras muy grandes que allí se hacen, allí hallamos una gente que la tercera parte del año no comen sino unos polvos de paja; y por ser aquel tiempo cuando nosotros por allí caminamos, hobímoslo tambien de comer hasta que, acabadas estas jornadas, hallamos casas de asiento, adonde habia mucho maíz allegado, y de ello y de su harina nos dieron mucha cantidad, y de calabazas y frísoles y mantas de algodon, y de todo cargamos á los que allí nos habian traido, y con esto se volvieron los mas contentos del mundo. Nosotros dimos muchas gracias a Dios nuestro Señor por habernos traido allí, adon

ciesen, les iria muy bien de ello; y tan grande aparejo hallamos en ellos, que si lengua hobiera con que perfectamente nos entendiéramos, todos los dejáramos cristianos. Esto les dimos á entender lo mejor que podimos, y de ahí adelante cuando el sol salia, con muy gran grita abrian las manos juntas al cielo, y después las traian por todo su cuerpo, y otro tanto hacian cuando se ponia. Es gente bien acondicionada y aprovechada para seguir cualquiera cosa bien aparejada.

CAPITULO XXXII.

De cómo nos dieron los corazones de los venados.

En el pueblo donde nos dieron las esmeraldas, dieron á Dorantes mas de seiscientos corazones de venado abiertos, de que ellos tienen siempre mucha abundancia para su mantenimiento, y por esto le pusimos nombre el pueblo de los Corazones, y por él es la entrada para muchas provincias que están á la mar del Sur; y si los que la fueren á buscar por aquí no entraren, se perderán; porque la costa no tiene maíz, y comen polvo de bledo y de paja y de pescado que toman en la mar con balsas, porque no alcanzan canoas. Las mujeres cubren sus vergüenzas con yerba y paja. Es gente muy apocada y triste. Creemos que cerca de la costa, por la via de aquellos pueblos que nosotros trujimos, hay mas de mil leguas de tierra poblada, y tienen mucho mantenimiento, porque siembran tres veces en el año frísoles y maíz. Hay tres maneras de venados; los de la una de ellas son tamaños como novillos de Castilla; hay casas de asiento, que llaman buhíos, y tienen yerba, y esto es de unos árboles al tamaño de manzanos, y no es menester mas de coger la fruta y untar la flecha con ella; y si no tiene

de habiamos hallado tanto mantenimiento. Entre estas casas habia algunas de ellas que eran de tierra, y las otras todas son de estera de cañas; y de aquí pasamos mas de cien leguas de tierra, y siempre hallamos casas de asiento, y mucho mantenimiento de maíz, y frísoles y dábannos muchos venados y muchas mantas de algodon, mejores que las de la Nueva-España. Dábannos tambien muchas cuentas y de unos corales que hay en la mar del Sur, muchas turquesas muy buenas que tienen de hacia el norte; y finalmente, dieron aquí todo cuanto tenian, y á mí me dieron cinco esmeraldas hechas puntas de flechas, y con estas flechas hacen ellos sus areitos y bailes; y paresciéndome á mí que eran muy buenas, les pregunté que dónde las habian habido, y dijeron que las traian de unas sierras muy altas que están hacia el norte, y las compraban á trueco de penachos y plumas de papagayos, y decian que habia allí pueblos de mucha gente y casas muy grandes. Entre estos vimos las mujeres mas honestamente tratadas que á ninguna parte de Indias que hobiésemos visto. Traen unas camisas de algodon, que llegan hasta las rodillas, y unas medias-mangas encima de ellas, de unas faldillas de cuero de venado sin pelo, que tocan en el suelo, y enjabónanlas con unas raíces que alimpian mucho, y ansí las tienen muy bien tratadas; son abiertas por delante, y cerradas con unas correas; andan calzados con zapatos. Toda esta gente venia á nosotros á que les tocásemos y santiguásemos; y eran en esto tan importunos, que con gran trabajo lo sufriamos, porque dolientes y sanos, todos querian ir santiguados. Acontecia muchas veces que de las mujeres que con nosotros iban, parian algunas, y luego en nasciendo nos traian la criatura á que la santiguásemos y tocásemos. Acompañá-fruta, quiebran una rama, y con la leche que tienen habannos siempre hasta dejarnos entregados á otros, y entre todas estas gentes se tenia por muy cierto que veniamos del cielo. Entre tanto que con estos anduvimos caminamos todo el dia sin comer hasta la noche, y comiamos tan poco, que ellos se espantaban de verlo. Nunca nos sintieron cansancio, y á la verdad nosotros estábamos tan hechos al trabajo, que tampoco lo sentiamos. Teniamos con ellos mucha autoridad y gravedad, y para conservar esto, les hablábamos pocas veces. El negro les hablaba siempre; se informaba de los caminos que queriamos ir y los pueblos que habia y de las cosas que queriamos saber. Pasamos por gran número y diversidades de lenguas; con todas ellas Dios nuestro Señor nos favoresció, porque siempre nos entendieron y les entendimos; y ansí, preguntábamos y respondian por señas, como si ellos hablaran nuestra lengua y nosotros la suya; porque, aunque sabiamos seis lenguas, no nos podiamos en todas partes aprovechar de ellas, porque hallamos mas de mil diferencias. Por todas estas tierras, los que tenian guerras con los otros se hacian luego amigos para venirnos á recebir y traernos todo cuanto tenian, y de esta manera dejamos toda la tierra en paz, y dijímosles por las señas que nos entendian, que en el cielo habia un hombre que llamábamos Dios, el cual habia criado el cielo y la tierra, y que este adorábamos nosotros y teniamos por Señor, y que haciamos lo que nos mandaba, y que de su mano venian todas las cosas buenas, y que si ansí ellos lo hi

cen lo mesmo. Hay muchos de estos árboles que son tan ponzoñosos, que si majan las hojas de él y las lavan en alguna agua allegada, todos los venados y cualesquier otros animales que de ella beben, revientan"luego. En este pueblo estuvimos tres dias, y á una jornada de allí estaba otro, en el cual nos tomaron tantas aguas, que porque un rio cresció mucho, no lo podimos pasar, y nos detuvimos allí quince dias. En este tiempo Castillo vió al cuello de un indio una evilleta de talabarte de espada, y en ella cosido un clavo de herrar; tomósela, y preguntámosle qué cosa era aquella, y dijéronnos que habian venido del cielo. Preguntámosle mas, que quién la habia traido de allá, y respondieron que unos hombres que traian barbas como nosotros, que habian venido del cielo, y llegado á aquel rio, y que traian caballos y lanzas y espadas, y que habian alanceado dos de ellos; y lo mas disimuladamente que podimos les preguntamos qué se habian hecho aquellos hombres, y respondiéronnos que se habian ido á la mar, y que metieron las lanzas por debajo del agua, y que ellos se habian tambien metido por debajo, y que después los vieron ir por cima hácia puesta del sol. Nosotros dimos muchas gracias a Dios nuestro Señor por aquello que oimos, porque estábamos desconfiados de saber nuevas de cristianos; y por otra parte nos vimos en gran confusion y tristeza, creyendo que aquella gente no seria sino algunos que habian venido por la mar á descubrir; mas al fin, como tuvimos tan cierta nueva de ellos, dímonos

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