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de indios, los cuales las desampararon y nos las dejaron en las manos, viendo que íbamos á ellas; las otras barcas pasaron adelante, y dieron en unas casas de la misma isla, donde hallamos muchas lizas y huevos de ellas, que estaban secas; que fué muy gran remedio para la necesidad que llevábamos. Después de tomadas, pasamos adelante, y dos leguas de allí pasamos un estrecho que la isla con la tierra hacia, al cual llamamos de Sant Miguel por haber salido en su dia por él; y salidos, llegamos á la costa, donde, con las cinco canoas que yo habia tomado á los indios, remediamos algo de las barcas, haciendo falcas de ellas, y añadiéndolas ; de manera que subieron dos palmos de bordo sobre el agua; y con esto tornamos á caminar por Juengo de costa la via del rio de Palmas, cresciendo cada dia la sed y la hambre, porque los bastimentos eran muy pocos y iban muy al cabo, y el agua se nos acabó, porque las botas que hecimos de las piernas de los caballos luego fueron podridas y sin ningun provecho; algunas veces entramos por ancones y bahías que entraban mucho por la tierra adentro; todas las hallamos bajas y peligrosas; yansi anduvimos por ellas treinta dias, donde algunas veces hallábamos indios pescadores, gente pobre y miserable. Al cabo ya de estos treinta dias, que la necesidad del agua era en extremo, yendo cerca de costa, una noche sentimos venir una canoa, y como la vimos, esperamos que llegase, y ella no quiso hacer cara; y aunque la llamamos, no quiso volver ni aguardarnos, y por ser de noche no la seguimos, y fuímonos nuestra via; cuando amanesció vimos una isla pequeña, y fuimos á ella por ver si hallariamos agua, mas nuestro trabajo fué en balde, porque no la habia. Estando allí surtos, nos tomó una tormenta muy grande, porque nos detuvimos seis dias sin que osásemos salir á la mar; y como habia cinco dias que no bebiamos, la sed fué tanta, que nos puso en necesidad de beber agua salada, y algunos se desatentaron tanto en ello, que súpitamente se nos murieron cincó hombres. Cuento esto así brevemente, porque no creo que hay necesidad de particularmente contar las miserias y trabajos en que nos vimos; pues considerando el lugar donde estábamos y la poca esperanza de remedio que teniamos, cada uno puede pensar mucho de lo que allí pasaria; y como vimos que la sed crescia y el agua nos mataba, aunque la tormienta no era cesada, acordamos de encomendarnos á Dios nuestro Señor, y aventurarnos antes al peligro de la mar que esperar la certinidad de la muerte que la sed nos daba; y así, salimos la via donde habiamos visto la canoa la noche que por allí veniamos; y en este dia nos vimos muchas veces anegados, y tan perdidos, que ninguno hubo que no tuviese por cierta la muerte. Plugo á nuestro Señor, que en las mayores necesidades suele mostrar su favor, que á puesta del sol volvimos una punta que la tierra hace, adonde hallamos mucha bonanza y abrigo. Salieron á nosotros muchas canoas, y los indios que en ellas venian nos hablaron, y sin querernos aguardar, se volvieron. Era gente grande y bien dispuesta, y no traian flechas ni arcos. Nosotros les fuimos siguiendo hasta sus casas, que estaban cerca de allí á la lengua del agua, y saltamos en tierra, y delante de las casas hallamos muchos cántaros de agua y

mucha cantidad de pescado guisado, y el señor de aquellas tierras ofresció todo aquello al Gobernador, y tomándolo consigo, lo llevó á su casa. Las casas de estos eran de esteras, que á lo que paresció eran estantes; y después que entramos en casa del Cacique, nos dió mucho pescado, y nosotros le dimos del maíz que traiamos, y lo comieron en nuestra presencia, y nos pidieron mas, y se lo dimos, y el Gobernador le dió muchos rescates; el cual, estando con el Cacique en su casa, á media hora de la noche súpitamente los indios dieron en nosotros y en los que estaban muy malos echados en la costa, y acometieron tambien la casa del Cacique, donde el Gobernador estaba, y lo hirieron de una piedra en el rostro. Los que allí se hallaron prendieron al Cacique; mas como los suyos estaban tan cerca, soltóseles y dejóles en las manos una manta de martas cebelinas, que son las mejores que creo yo que en el mundo se podrian hallar, y tienen un olor que no paresce sino de ámbar y almizcle, y alcanza tan léjos, que de mucha cantidad se siente; otras vimos allí, mas ningunas eran tales como estas. Los que allí se hallaron, viendo al Gobernador herido, lo metimos en la barca, hecimos que con él se recogiese toda la mas gente á sus barcas, y quedamos hasta cincuenta en tierra para contra los indios, que nos acometieron tres veces aquella noche, y con tanto ímpetu, que cada vez nos hacian retraer mas de un tiro de piedra. Ninguno hubo de nosotros que no quedase herido, y yo lo fuí en la cara; y si, como se hallaron pocas flechas, estuvieran mas proveidos de ellas, sin dubda nos hicieran mucho daño. La última vez se pusieron en celada los capitanes Dorantes y Peñalosa y Tellez con quince hombres, y dieron en ellos por las espaldas, y de tal manera les hicieron huir, que nos dejaron. Otro dia de mañana yo les rompi mas de treinta canoas, que nos aprovecharon para un norte que hacia, que por todo el dia hubimos de estar alli con mucho frio, sin osar entrar en la mar, por la mucha tormenta que en ella habia. Esto pasado, nos tornamos á embarcar, y navegamos tres dias; y como habiamos tomado poca agua, y los vasos que teniamos para llevar asimismo eran muy pocos, tornamos á caer en la primera necesidad; y siguiendo nuestra via, entramos por un estero, y estando en él, vimos venir una canoa de iudios. Como los llamamos, vinieron á nosotros, y el Gobernador, á cuya barca habian llegado, pidióles agua, y ellos la ofrescieron con que les diesen en que la trajesen; y un cristiano griego, llamado Doroteo Teodoro (de quien arriba se hizo mencion), dijo que queria ir con ellos; el Gobernador y otros se lo procuraron estorbar mucho, y nunca lo pudieron, sino que en todo caso queria ir con ellos; así se fué, y llevó consigo un negro, y los indios dejaron en rehenes dos de su compañía; y á la noche volvieron los indios y trajéronnos muchos vasos sin agua, y no trajeron los cristianos que habian llevado; y los que habian dejado por rehenes, como los otros los hablaron, quisiéronse echar al agua. Mas los que en la barca estaban los detuvierou; y ausí, se fueron huyendo los indios de la canoa, y nos dejaron muy confusos y tristes por haber perdido aquellos dos cristianos.

CAPITULO X.

De la refriega que nos dieron los indios. Venida la mañana, vinieron á nosotros muchas canoas de indios, pidiéndonos los dos compañeros que en la barca babian quedado por rehenes. El Gobernador dijo que se los daria con que trajesen los dos cristianos que habian llevado. Con esta gente venian cinco ó seis señores, y nos paresció ser la gente mas bien dispuesta y de mas autoridad y concierto que hasta allí habiamos visto, aunque no tan grandes como los otros de quien habemos contado. Traian los cabellos sueltos y muy largos, y cubiertos con mantas de martas, de la suerte de las que atrás habiamos tomado, y algunas de ellas hechas por muy extraña manera, porque en ellas habia unos lazos de labores de unas pieles leonadas, que parescian muy bien. Rogábannos que nos fuésemos con ellos, y que nos darian los cristianos y agua y otras muchas cosas; y contino acudian sobre nosotros muchas canoas, procurando de tomar la boca de aquella entrada; y así por esto como porque la tierra era muy peligrosa para estar en ella, nos salimos á la inar, donde estuvimos hasta mediodía con ellos. Y como no nos quisiesen dar los cristianos, y por este respeto nosotros no les diésemos los indios, comenzaronnos á tirar piedras con hondas y varas, con muestras de flecharnos, aunque en todos ellos no vimos sino tres ó cuatro arcos.

las otras; yo me hallé en treinta brazas, y siguiendo mi viaje, á hora de vísperas vi dos barcas, y como faí á ellas, vi que la primera á que llegué era la del Gobernador, el cual me preguntó qué me parescia que debiamos hacer. Yo le dije que debia recobrar aquella barca que iba delante, y que en ninguna manera la dejase, y que juntas todas tres barcas, siguiésemos nuestro camino donde Dios nos quisiese llevar. El me respondió que aquello no se podia hacer, porque la barca iba muy metida en la mar, y él queria tomar la tierra, y que si la queria yo seguir, que hiciese que los de mi barca tomasen los remos y trabajasen, porque con fuerza de brazos se habia de tomar la tierra, y esto le aconsejaba un capitan que consigo llevaba, que se llamaba Pantoja, diciéndole que si aquel dia no tomaba la tierra, que en otros seis no la tomaria, y en este tiempo era necesario morir de hambre. Yo, vista su voluntad, tomé mi remo, y lo mismo hicieron todos los que en mi barca estaban para ello, y bogamos hasta casi puesto el sol; mas como el Gobernador llevaba la mas sana y recia gente que entre toda habia, en ninguna manera lo podimos seguir ni tener con ella. Yo, como vi esto, pedíle que, para poderle seguir, me diese un cabo de su barca; y el me respondió que no harian ellos poco si solos aquella noche pudiesen llegar á tierra. Yo le dije que, pues via la poca posibilidad que en nosotros habia para poder seguirle y hacer lo que habia mandado, que me dijese qué era lo que mandaba que yo hiciese. El me respondió que ya no era tiempo de mandar unos á otros; que cada uno hiciese lo que mejor le pareciese que era para salvar la vida; que él así lo entendia de hacer; y diciendo esto, se alargó con su barca; y como no le pude seguir, arribé sobre la otra barca que iba metida en la mar, la cual me esperó; y llegado á ella, hallé que era la que llevaban los capitanes Peñalosa y Tellez; y ansí, navegamos cuatro dias en compañía, comiendo por lasa cada dia medio puño de maíz crudo. A cabo de estos cuatro dias nos tomó una tormenta, que hizo perder la otra barca, y por gran misericordia que Dios tuvo de nosotros, no nos hundimos del todo, segun el tiempo hacia ; y con ser invierno, y el frio muy grande, y tantos dias que padesciamos hambre, con los golpes que de la mar habiamos recebido, otro dia la gente comenzó mucho á desmayar, de tal manera, que cuando el sol se puso, todos los que en mi barca venian estaban caidos en ella, unos sobre otros, tan cerca de la muerte, que pocos habia que tuviesen sentido, y entre todos ellos á esta hora no habia cinco hombres en pié; y cuando vino la noche no quedamos sino el maestre y yo que pudiésemos marear la barca, y á dos horas de la noche el maestre me dijo que yo tuviese cargo de arella, porque él estaba tal, que creia aquella noche mo

Estando en esta contienda, el viento refrescó, y ellos se volvieron y nos dejaron; y así, navegamos aquel dia hasta hora de vísperas, que mi barca, que iba delante, descubrió una punta que la tierra hacia, y del otro cabo se via un rio muy grande, y en una isleta que hacia la punta hice yo surgir por esperar las otras barcas. El Gobernador no quiso llegar, antes se metió por una bahía muy cerca de allí, en que habia muchas isletas, y allí nos juntamos, y desde la mar tomamos agua dulce, porque el rio entraba en la mar de avenida, y por tostar algun maíz de lo que traiamos, porque ya habia dos dias que lo comiamos crudo, saltamos en aquella isla; mas como no hallamos leña, acordamos de ir al rio que estaba detrás de la punta, una legua de allí; y yendo, era tanta la corriente, que no nos dejaba en ninguna manera llegar, antes nos apartaba de la tierra, y nosotros trabajando y porfiando por tomarla. El norte que venia de la tierra comenzó á crescer tanto, que nos metió en la mar, sin que nosotros pudiésemos hacer otra cosa; y á media legua que fuimos metidos en ella, sondamos, y hallamos que con treinta brazas no podimos tomar hondo, y no podiamos entender si la corriente era causa que no lo pudiésemos tomar; y así, navegamos dos dias todavía, trabajando por tomar tierra; y al cabo de ellos, un poco antes que el sol saliese, vimos muchos humeros por la costa; y trabajando por llegar allá, nos hallamos en tres brazas de agua, y por ser de noche no osamos tomar tierra; porque como habiamos visto tantos humeros, creiamos que se nos podria recrescer algun peligro, sin nosotros poder ver, por la mucha obscuridad, lo que habiamos de hacer, y por esto determinamos de esperar á la mañana; y como amanesció, cada barca se halló por sí perdida de

rir; y así, yo tomé el leme, y pasada media noche, yo llegué por ver si era muerto el maestre, y él me respondió que él antes estaba mejor, y que él gobernaria hasta el dia. Yo cierto aquella hora de muy mejor voluntad tomara la muerte, que no ver tanta gente delante de mí de tal manera. Y después que el maestre tomó cargo de la barca, yo reposé un poco muy sia reposo, ni habia cosa mas lejos de mí entonces que el sueño. Y acerca del alba parescióme que oia el tumbo de la mar, porque,

como la costa era baja, sonaba mucho, y con este sobresalto llamé al maestre; el cual me respondió que creia que éramos cerca de tierra, y tentamos, y hallámonos en siete brazas, y parescióle que nos debiamos tener á la mar hasta que amanesciese; y así, yo tomé un remo, y bogué de la banda de la tierra, que nos hallamos una legua de ella, y dimos la popa á la mar; y cerca de tierra nos tomó una ola, que echó la barca fuera del agua un juego de herradura, y con el gran golpe que dió, casi toda la gente que en ella estaba como muerta, tornó en sí, y como se vieron cerca de la tierra, se comenzaron á descolgar, y con manos y piés andando; y como salieron á tierra á unos barrancos, hecimos lumbre y tostamos del maíz que traiamos, y hallamos agua de la que habia llovido, y con el calor del fuego la gente tornó en sí, y comenzaron algo á esforzarse. El dia que aquí llegamos era 6 del mes de noviembre.

CAPITULO XI.

De lo que acaesció á Lope de Oviedo con unos indios. Desque la gente hubo comido, mandé á Lope de Oviedo, que tenia mas fuerza y estaba mas recio que todos, se llegase á unos árboles que cerca de allí estaban, y subido en uno de ellos, descubriese la tierra en que estábamos, y procurase de haber alguna noticia de ella. El lo hizo así, y entendió que estábamos en isla, y vió que la tierra estaba cavada á la manera que suele estar tierra donde anda ganado, y parescióle por esto que debia ser tierra de cristianos, y ansí nos lo dijo. Yo le mandé que la tornase á mirar muy mas particularmente, y viese si en ella habia algunos caminos que fuesen seguidos, y esto sin alargarse mucho, por el peligro que podia haber. El fué, y topando con una vereda, se fué por ella adelante hasta espacio de media legua, y halló unas chozas de unos indios que estaban solas, porque los indios eran idos al campo, y tomó una olla de ellos, y un perrillo pequeño y unas pocas de lizas, y así se volvió á nosotros; y paresciéndonos que se tardaba, envié otros dos cristianos para que le buscasen y viesen qué le habia suscedido; y ellos le toparon cerca de allí, y vieron que tres indios, con arcos y flechas, venian tras de él llamándole, y él asimismo llamaba á ellos por señas; y así llegó donde estábamos, y los indios se quedaron un poco atrás asentados en la misma ribera; y dende á media hora acudieron otros cien indios flecheros, que, agora ellos fuesen grandes ó no, nuestro miedo les hacia parescer gigantes, y pararon cerca de nosotros, donde los tres primeros estaban. Entre nosotros excusado era pensar que habria quien se defendiese, porque difícilmente se hallaron, seis que del suelo se pudiesen levantar. El veedor y yo salimos á ellos, y llamámosles, y ellos se llegaron á nosotros; y lo mejor que podimos, procuramos de asegurarlos y asegurarnos, y dimosles cuentas y cascabeles, y cada uno de ellos me dió una flecha, que es señal de amistad, y por señas nos dijeron que á la mañana volverian y nos traerian de comer, porque entonces no lo tenian.

CAPITULO XII.

Cómo los indios nos trujeron de comer.

Otro dia, saliendo el sol, que era la hora que los indios nos habian dicho, vinieron á nosotros, como lo habian prometido, y nos trajeron mucho pescado y de unas raíces que ellos comen, y son como nueces, algunas mayores ó menores; la mayor parte de ellas se sacan de bajo del agua y con mucho trabajo. A la tarde volvieron, y nos trajeron mas pescado y de las mismas raíces, y hicieron venir sus mujeres y hijos para que nos viesen; y ansí, se volvieron ricos de cascabeles y cuentas que les dimos, y otros dias nos tornaron á visitar con lo mismo que estotras veces. Como nosotros viamos que estábamos proveidos de pescado y de raíces y de agua y de las otras cosas que pedimos, acordamos de tornarnos á embarcar y seguir nuestro camino, y desenterramos la barca de la arena en que estaba metida, y fué menester que nos desnudásemos todos y pasásemos gran trabajo para echarla al agua, porque nosotros estábamos tales, que otras cosas muy mas livianas bastaban para ponernos en él; y así embarcados, á dos tiros de ballesta dentro en la mar nos dió tal golpe de agua, que nos mojó á todos; y como íbamos desnudos, y el frio que hacia era muy grande, soltamos los remos de las manos, y á otro golpe que la mar nos dió, trastornó la barca; el veedor y otros dos se asieron de ella para escaparse; mas suscedió muy al revés, que la barca los tomó debajo y se ahogaron. Como la costa es muy brava, el mar de un tumbo echó á todos los otros, envueltos en las olas y medio ahogados, en la costa de la misma isla, sin que faltasen mas de los tres que la barca habia tomado debajo. Los que quedamos escapados, desnudos como nascimos, y perdido todo lo que traiamos; y aunque todo valia poco, para entonces valia mucho. Y como entonces era por noviembre, y el frio muy grande, y nosotros tales, que con poca dificultad nos podian contar los huesos, estábamos hechos propria figura de la muerte. De mí sé decir que desde el mes de mayo pasado yo no habia comido otra cosa sino maíz tostado, y algunas veces me vi en necesidad de comerlo crudo ; porque, aunque se mataron los caballos entre tanto que las barcas se hacian, yo nunca pude comer de ellos, y no fueron diez veces las que comí pescado. Esto digo por excusar razones, porque pueda cada uno ver qué tales estariamos. Y sobre todo lo dicho, habia sobrevenido viento norte, de suerte que mas estábamos cerca de la muerte que de la vida. Plugo á nuestro Señor que, buscando los tizones del fuego que allí habiamos hecho, hallamos lumbre, con que hicimos grandes fuegos; y ansí, estuvimos pidiendo á nuestro Señor misericordia y perdon de nuestros pecados, derramando muchas lágrimas, habiendo cada uno lástima, no solo de sí, mas de todos los otros, que en el mismo estado vian. Y á hora de puesto el sol, los indios, creyendo que no nos habiamos ido, nos volvieron á buscar y á traernos de comer; mas, cuando ellos nos vieron ansí en tan diferente hábito del primero, y en manera tan extraña, espantáronse tanto, que se volvieron atrás. Yo salí á ellos y llamélos, y vinieron muy espantados; lícelos entender por

señas cómo se nos habia hundido una barca, y se habian ahogado tres de nosotros; y allí en su presencia ellos mismos vieron dos muertos, y los que quedábamos íbamos aquel camino. Los indios, de ver el desastre que nos habia venido y el desastre en que estábamos, con tanta desventura y miseria, se sentaron entre nosotros, y con el gran dolor y lástima que hobieron de vernos en tanta fortuna, comenzaron todos á llorar recio, y tan de verdad, que léjos de allí se podia oir, y esto les duró mas de media hora; y cierto ver que estos hombres tan sin razon y tan crudos, á manera de brutos, se dolian tanto de nosotros, hizo que en mí y en otros de la compañía cresciese mas la pasion y la consideracion de nuestra desdicha. Sosegado ya este llanto, yo pregunté á los cristianos, y dije que, si á ellos parescia, rogaria á aquellos indios que nos llevasen á sus casas; y algunos de ellos que habian estado en la Nueva-España respondieron que no se debia hablar en ello, porque si á sus casas nos llevaban, nos sacrificarian á sus ídolos; mas, visto que otro remedio no habia, y que por cualquier otro camino estaba mas cerca y mas cierta la muerte, no curé de lo que decian, antes rogué á los indios que nos llevasen á sus casas, y ellos mostraron que habian gran placer de ello, y que esperásemos un poco, que ellos harian lo que queriamos; y luego treinta de ellos se cargaron de leña, y se fueron á sus casas, que estaban lejos de allí, y quedamos con los otros hasta cerca de la noche, que nos tomaron, y llevándonos asidos y con mucha priesa, fuimos á sus casas; y por el gran frio que hacia, y temiendo que en el camino alguno no muriese ó desmayase, proveyeron que hobiese cuatro ó cinco fuegos muy grandes puestos á trechos, y en cada uno de ellos nos escalentaban; y desque vian que habiamos tomado alguna fuerza y calor, nos llevaban hasta el otro tan apriesa, que casi los piés no nos dejaban poner en el suelo, y de esta manera fuimos hasta sus casas, donde hallamos que tenian hecha una casa para nosotros, y muchos fuegos en ella; y desde á un hora que habiamos llegado, comenzaron á bailar y hacer grande fiesta (que duró toda la noche), aunque para nosotros no habia placer, fiesta ni sueño, esperando cuando nos habian de sacrificar; y la mañana nos tornaron á dar pescado y raíces, y hacer tan buen tratamiento, que nos aseguramos algo, y perdimos algo el miedo del sacrificio.

CAPITULO XIII.

Cómo supimos de otros cristianos.

Este mismo dia yo vi á un indio de aquellos un rescate, y conosci que no era de los que nosotros les habiamos dado; y preguntando dónde le habian habido, ellos por señas me respondieron que se lo habian dado otros hombres como nosotros, que estaban atrás. Yo, viendo esto, envié dos cristianos, y dos indios que les mostrasen aquella gente, y muy cerca de allí toparon con ellos, que tambien venian á buscarnos, porque los indios que allá quedaban les habian dicho de nosotros, y estos eran los capitanes Andrés Dorantes y Alonso del Castillo, con toda la gente de su barca. Y llegados á nosotros, se espantaron mucho de vernos de la manera que estábamos, y rescibieron muy gran pena por

no tener qué darnos; que ninguna otra cosa traian sino la que tenian vestida. Y estuvieron alli con nosotros, y nos contaron cómo á 5 de aquel mismo mes su barca habia dado al través, legua y media de allí, y ellos habian escapado sin perderse ninguna cosa; y todos juntos acordamos de adobar su barca, y irnos en ella los que tuviesen fuerza y disposicion para ello; los otros quedarse allí hasta que convaleciesen, para irse como pudiesen por luengo de costa, y que esperasen allí hasta que Dios los llevase con nosotros á tierra de cristianos; y cómo lo pensamos, así nos pusimos en ello, y antes que echásemos la barca al agua, Tavera, un caballero de nuestra compañía, murió, y la barca que nosotros pensábamos llevar hizo su fin, y no se pudo sostener á sí misma, que luego fué hundida; y como quedamos del arte que he dicho, y los mas desuudos, y el tiempo tan recio para caminar y pasar rios y ancones á nado, ni tener bastimento alguno ni manera para llevarlo, determinamos de hacer lo que là necesidad pedia, que era invernar allí; y acordamos tambien que cuatro hombres, que mas recios estaban, fuesen á Pánuco, creyendo que estábamos cerca de allí; y que si Dios nuestro Señor fuese servido de llevarlos allá, diesen aviso de cómo quedábamos en aquella isla, y de nuestra necesidad y trabajo. Estos eran muy grandes nadadores, y al uno llamaban Alvaro Fernandez, portugués, carpintero y marinero; el segundo se llamaba Mendez, y el tercero Figueroa, que era natural de Toledo; el cuarto Astudillo, natural de Zafra: llevaban consigo un indio que era de la isla.

CAPITULO XIV.

Cómo se partieron los cuatro cristianos.

Partidos estos cuatro cristianos, dende á pocos dias suscedió tal tiempo de frios y tempestades, que los indios no podian arrancar las raíces, y de los cañales en que pescaban ya no habia provecho ninguno, y como las casas eran tan desabrigadas, comenzóse á morir la gente; y cinco cristianos que estaban en rancho en la costa llegaron á tal extremo, que se comieron los unos á los otros, hasta que quedó uno solo, que por ser solo no hubo quien lo comiese. Los nombres de ellos son estos: Sierra, Diego Lopez, Corral, Palacios, Gonzalo Ruiz. De este caso se alteraron tanto los indios, y hobo entre ellos tan gran escándalo, que sin duda si al principio ellos lo vieran, los mataran, y todos nos viéramos en grande trabajo. Finalmente, en muy poco tiempo, de ochenta hombres que de ambas partes allí llegamos, quedaron vivos solos quince; y después de muertos estos, dió á los indios de la tierra una enfermedad de estómago, de que murió la mitad de la gente de ellos, y creyeron que nosotros éramos los que los matábamos; y teniéndolo por muy cierto, concertaron entre sí de matar á los que habiamos quedado. Ya que lo venian á poner en efecto, un indio que á mí me tenia les dijo que no creyesen que nosotros éramos los que los matábamos, porque si nosotros tal poder tuviéramos, excusáramos que no murieran tantos de nosotros como ellos vian que habian muerto sin que les pudiéramos poner remedio; y que ya no quedábamos sino muy pocos, y que ninguno hacia daño ni perjuicio; que lo me

jor era que nos dejasen. Y quiso nuestro Señor que los otros siguieron este consejo y parescer, y ansí se estorbó su propósito. A esta isla pusimos por nombre isla de Mal-Hado. La gente que alli hallamos son grandes y bien dispuestos; no tienen otras armas sino flechas y arcos, en que son por extremo diestros. Tienen los hombres la una teta horadada de una parte á otra, y algunos hay que las tienen ambas, y por el agujero que hacen, traen una caña atravesada, tan larga como dos palmos y medio, y tan gruesa como dos dedos; traen tambien horadado el labio de abajo, y puesto en él un pedazo de la caña delgada como medio dedo. Las mujeres son para mucho trabajo. La habitacion que en esta isla hacen es desde octubre hasta en fin de hebrero. El su mantenimiento es las raíces que he dicho, sacadas de bajo el agua por noviembre y diciembre. Tienen cañales, y no tienen mas peces de para este tiempo; de ahí adelante comen las raíces. En fin de hebrero van á otras partes á buscar con qué mantenerse, porque entonces las raíces comienzan á nascer y no son buenas. Es la gente del mundo que mas aman á sus hijos y mejor tratamiento les hacen; y cuando acaesce que á alguno se le muere el hijo, llóranle los padres y los parientes, y todo el pueblo, y el llanto dura un año cumplido, que cada dia por la mañana antes que amanezca comienzan primero á llorar los padres, y tras esto todo el pueblo; y esto mismo hacen al mediodía y cuando amanesce; y pasado un año que los han llorado, hácenle las honras del muerto, y lávanse y límpianse del tizne que traen. A todos los defuntos lloran de esta manera, salvo á los viejos, de quien no hacen caso, porque dicen que ya han pasado su tiempo, y de ellos ningun provecho hay; antes ocupan la tierra y quitan el mantenimiento á los niños. Tienen por costumbre de enterrar los muertos, sino son los que entre ellos son físicos, que á estos quémanlos; y mientras el fuego arde, todos están bailando y haciendo muy gran fiesta, y hacen polvo los huesos; y pasado un año, cuando se hacen sus honras todos se jasan en ellas; y á los parientes dan aquellos polvos á beber, de los huesos, en agua. Cada uno tiene una mujer conoscida. Los físicos son los hombres mas libertados; pueden tener dos, y tres, y entre estas hay muy gran amistad y conformidad. Cuando viene que alguno casa su hija, el que la toma por mujer, dende el dia que con ella se casa, todo lo que matare cazando ó pescando, todo lo trae la mujer á la casa de su padre, sin osar tomar ni comer alguna cosa de ello, y de casa del suegro le llevan á él de comer; y en todo este tiempo el suegro ni la suegra no entran en su casa, ni él ha de entrar en casa de los suegros ni cuñados; y si acaso se toparen por alguna parte, se desvian un tiro de ballesta el uno del otro, y entre tanto que así van apartándose, llevan la cabeza baja y los ojos en tierra puestos; porque tienen por cosa mala verse ni hablarse. Las mujeres tienen libertad para comunicar y conversar con los suegros y parientes, y esta costumbre se tiene desde la isla hasta mas de cincuenta leguas por la tierra adentro.

Otra costumbre hay, y es que cuando algun hijo ó hermano muere, en la casa donde muriere, tres meses

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no buscan de comer, antes se dejan morir de hambre, y los parientes y los vecinos les proveen de lo que han de comer. Y como en el tiempo que aquí estuvimos murió tanta gente de ellos, en las mas casas habia muy gran hambre, por guardar tambien su costumbre y cerimonia; y los que lo buscaban, por mucho que trabajaban, por ser el tiempo tan recio, no podian haber sino muy poco; y por esta causa los indios que á mí me tenian se salieron de la isla, y en unas canoas se pasaron á Tierra-Firme, á unas bahías adonde tenian muchos ostiones, y tres meses del año no comen otra cosa, y beben muy mala agua. Tienen gran falta de leña, y de mosquitos muy grande abundancia. Sus casas son edificadas de esteras sobre muchas cáscaras de ostiones, y sobre ellos duermen en cueros, y no los tienen sino es acaso; y así estuvimos hasta en fin de abril, que fuimos á la costa de la mar, á do comimos moras de zarzas todo el mes, en el cual no cesan de hacer su areitos y fiestas.

CAPITULO XV.

De lo que nos acaesció en la isla de Mal-Hado. En aquella isla que he contado nos quisieron hacer físicos sin examinarnos ni pedirnos los títulos, porque ellos curan las enfermedades soplando al enfermo, y con aquel soplo y las manos echan de él la enfermedad, y mandáronnos que hiciésemos lo mismo y sirviésemos en algo; nosotros nos reiamos de ello, diciendo que era burla y que no sabiamos curar; y por esto nos quitaban la comida hasta que hiciésemos lo que nos decian. Y viendo nuestra porfía, un indio me dijo á mí que yo no sabia lo que decia en decir que no aprovecharia nada aquello que él sabía, ca las piedras y otras cosas que se crian por los campos tienen virtud; y que él con una piedra caliente, trayéndola por el estómago, sanaba y quitaba el dolor, y que nosotros, que éramos hombres, cierto era que teniamos mayor virtud y poder. En fin, nos vimos en tanta necesidad, que lo hobimos de hacer, sin temer que nadie nos llevase por ello la pena. La manera que ellos tienen en curarse es esta: que en viéndose enfermos, llaman un médico, y después de cu→ rado, no solo le dan todo lo que poseen, mas entre sus parientes buscan cosas para darle. Lo que el médico hace es dalle unas sajas adonde tiene el dolor, y chúpanles al derredor de ellas. Dan cauterios de fuego, que es cosa entre ellos tenida por muy provechosa, y yo lo he experimentado, y me suscedió bien de ello; y después de esto, soplan aquel lugar que les duele, y con esto creen ellos que se les quita el mal. La manera con que nosotros curamos era santiguándolos y soplarlos, y rezar un Pater noster y un Ave Maria, y rogar lo mejor que podiamos á Dios nuestro Señor que les diese salud, y espirase en ellos que nos hiciesen algun buen tratamiento. Quiso Dios nuestro Señor y su misericordia que todos aquellos por quien suplicamos, luego que los santiguamos decian á los otros que estaban sanos y buenos; y por este respecto nos hacian buen tratamiento, y dejaban ellos de comer por dárnoslo á nosotros, y nos daban cueros y otras cosillas. Fué tan extremada la hambre que allí se pasó, que muchas veces estuve tres dias sin comer ninguna cosa, y ellos tambien lo

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